Son nuestras elecciones las que demuestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades.
Albus Dumbledore
I. Reunión.
Todo estaba patas arriba. Pergaminos, carpetas y plumas varias cubrían todo el suelo del despacho. Una mata de pelo castaño buscaba impacientemente una carpeta. LA CARPETA. Miró el gran reloj que estaba colgado de la pared y puso una mueca de horror. Las 10:57. Esto no podía pasarle a ella, no a la bruja más organizada de todas, no a Hermione Granger, y por supuesto NO ESE DÍA. Hacía dos meses que había dejado de trabajar en el Comité de Regulación de Criaturas Mágicas para trabajar en el Departamento de Regulación de la Ley Mágica. Creía que desde ese departamento podría hacer más cosas por las criaturas mágicas desfavorecidas. Llevaba trabajando en el Comité de Regulación de Criaturas Mágicas desde hacía tres años, cuando terminó Hogwarts. Pero desde que empezó a trabajar allí sólo había podido conseguir que no se castigase físicamente a los Elfos Domésticos. Era un gran paso, y lo sabía, pero lo que ella quería era que todos fueran libres, algo que no era nada fácil, teniendo en cuenta que ni los propios Elfos Domésticos parecían colaborar mucho. Había llegado a la conclusión de que donde podría hacer un mejor trabajo sería en el Departamento de Regulación de la Ley Mágica. Acceder a este puesto no era nada fácil, y aún estaba en periodo de prácticas. Tenía una reunión con el nuevo miembro del Cuerpo de Normas Internacionales de Comercio Mágico. Con el estúpido nuevo miembro del Cuerpo de Normas Internacionales de Comercio Mágico. No le conocía, pero ya le caía mal. El muy idiota quería exportar Elfos Domésticos para potenciar el Comercio Mágico Británico. No lo permitiría, de ninguna manera. Ya era suficiente con luchar para la liberación de los Elfos Domésticos en Gran Bretaña, como para tener que empezar una lucha internacional. No. Por fin había encontrado la carpeta. Unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos haciéndole dar un brinco.
— ¡Pasa, Daysi!— Gritó Hermione desde un rincón del despacho. Miraba la escena horrorizada. ¡Estaba todo patas arriba! La puerta se abrió lentamente y la dulce anciana asomó la cabeza.
—Señorita Granger— dijo colocándose las pequeñas gafas redondas. —Está aquí—susurró.
—¿QUÉ? No, no, no, no— Hermione se levantó bruscamente y sacó su varita—¡Tersus tidy! — dijo apuntando al suelo. Le encantaba ese hechizo. En cuestión de segundos, la habitación estaba impecablemente ordenada. —Está bien Daysi, déjale pasar.
La anciana secretaria cerró suavemente la puerta para ir a buscar al hombre con el que tendría que enfrentarse Hermione, y ésta fue a sentarse en la mesa de su escritorio. Cerró los ojos e inspiro y espiró un par de veces. Era una reunión muy importante y no podía fallar. Había preparado hasta el último detalle. Había buscado normas, argumentos, y tenía un gran discurso preparado. Tenía que impedir la exportación de los pobres Elfos Domésticos.
La puerta se abrió bruscamente y se cerró de un portazo. Definitivamente, este tío es idiota, pensó Hermione alzando la cabeza. Abrió la boca para preguntarle quién le había enseñado modales, pero lo que vio delante de ella hizo que la cerrara de golpe. No. No, no, no, no, no.
—¿Qué modales son esos, Granger? Llevo esperando diez minutos— dijo alzando una ceja, arrastrando las palabras y con esa voz arrogante que tanto lo caracterizaba. De todos los magos que había en el maldito mundo, tenía que ser él.
—¿Me hablas tú a mí de modales? No te han enseñado a abrir y cerrar una puerta de una manera normal, Malfoy? — replicó molesta. No había cambiado mucho desde la última vez que lo vio ya hacía años. Había crecido un par de centímetros, y ya no estaba tan delgado, era un poco más corpulento, pero no demasiado. Tenía el mismo pelo y los mismos ojos fríos, grises, y penetrantes. Malfoy fue a contestar, pero Hermione siguió—¿Desde cuándo trabajas en el Ministerio?
—Aunque sea inevitable que no te intereses por mí, no creo que eso sea asunto tuyo— Y era cierto. ¿Qué diantres le importaba a ella el tiempo que llevaba trabajando en el Ministerio? Su presencia la ponía nerviosa y decía tonterías. Siempre había tenido la habilidad de ponerla de los nervios y sacarla de sus casillas. —En fin, ¿empezamos ya o vas a seguir ahí plantada?
—Siéntate de una maldita vez—dijo Hermione, fulminándole con la mirada.
No sabía cuánto tiempo llevaban discutiendo. Horas, quizás. Draco Malfoy resultaba verdaderamente insoportable. Hermione le había enseñado normas, dado argumentos, e infinitas razones por las cuales exportar Elfos Domésticos era una muy mala idea, pero no había servido absolutamente de nada. Malfoy seguía en sus creces.
Aunque ya habían pasado unos años desde la Guerra, la economía Mágica había quedado resentida. Hacía un año que su madre le había conseguido un puesto en el Cuerpo de Normas Internacionales de Comercio Mágico. Necesitaba impulsar la economía de alguna forma, y todo su departamento aplaudió su idea de exportar Elfos Domésticos. Quería hacerlo. Y cuando un Malfoy quería algo, lo conseguía. Draco estaba verdaderamente hastiado de escucharla. Los años que habían pasado no habían cambiado ni un ápice a Granger. Seguía siendo la misma insufrible y parlanchina sabelotodo de siempre. Cuando estuvo harto de escucharla se levantó bruscamente de la silla.
—Ya estoy harto, Granger— dijo alterado. Había conseguido ponerlo de los nervios —En realidad no necesito tu permiso para esto, ¿sabes? Sólo he venido a comunicártelo por el papeleo. Voy a exportar a los malditos Elfos Domésticos quieras o no, y no hay nada que puedas hacer para que cambie de idea, maldita sea. —Draco se dio la vuelta, dirigiéndose a la puerta para marcharse.
Hermione no sabía qué hacer, no conseguiría hacerle cambiar de idea por las buenas. Le habría lanzado una maldición imperdonable ahí mismo si no fuera por su increíble autocontrol. Malfoy estaba a punto de girar el pomo de la puerta y Hermione estaba desesperada. No podía permitir que hiciera eso.
—¿No has cambiado nada, verdad? Sigues siendo el mismo idiota, caprichoso y consentido de siempre. —Le reprochó Hermione. Intentaba controlarse, pero las lágrimas estaban llenándole los ojos. El rubio la miró durante unos segundos que a Hermione le parecieron una eternidad, pero no dijo nada, volvió a girarse dispuesto a marcharse, pero Hermione no se lo iba a permitir. —Malfoy, me lo debes — susurró la chica desesperada.
Y él lo sabía. Sabía que se lo debía. A ella, a San Potter y a la Comadreja. Los héroes de Guerra, pensó con resentimiento. Cuando hubo terminado la Guerra, se celebró un juicio para juzgar sus crímenes, y si no hubiese sido por el trío dorado, aún estaría pudriéndose en Azkaban. Maldita Granger, pensó por lo bajo.
—Está bien, Granger, tú ganas, pero esto no va a quedar así— masculló sin mirarla, saliendo apresuradamente de la habitación, y dejándola sorprendida y feliz a partes iguales.
