AU basado en la película Chained.

Las advertencias son las típicas que se debe tener cuando se trata de un fic Thramsay, solo hay que agregarle cierto matiz de incesto y daddy kink.


Prólogo

—Adiós, Theon. —Robb Stark lo abrazó y le besó la mejilla. —Mañana asegúrate de llegar temprano.

—Sí, sí lo haré cuando dejes de hablar como si fueras mi padre.

Robb agitó las manos mientras caminaba al lado de Ned Stark, Theon Greyjoy le correspondió el saludo hasta la esquina donde los Stark se esfumaron. Y al bufar se sentó entre las escaleras, uno a uno los alumnos abandonaban la institución, él no tenía esa suerte y debía quedarse allí sentado con los brazos cruzados.

Su padre le prometió que esta vez lo recogería temprano pero al parecer y, al igual que cientas de anteriores veces, solo fue una mentira dicha a un crédulo niño. Tenía sueño y las piernas le dolían, con el transcurrir de los segundos maldijo el no poder irse junto a Robb. Una vez cansado de esperar a su padre se fue junto al muchacho, no fue una buena idea, al regresar a su casa fue castigado y tuvo prohibido visitar a Robb por un mes entero.

—Bueno, tendré que llevarte otra vez a casa. —Su maestra, Kyra, se le acercó y al extenderle la mano le sonrió. — ¿Te gustaría pasar por una heladería en el camino?

Era una mujer joven y bella, a diferencia de la profesora de literatura que era una horrorosa y amargada mujer llamada Lysa. Kyra era su maestra favorita, dulce y atenta, él nunca fue bueno en matemáticas por lo que se aprovechaba de ello para tener unos minutos más con ella. También estaban esas ocasiones en las que su padre no lo recogía, esos días solo eran buenos porque Kyra estaba con él. Aunque fue hace unas pocas semanas que ella se encargó de enviarlo a casa, con los repetidos olvidos de su padre la directora se encargó de colocarle una tutora que lo custodiara cuando esto aconteciera.

—Toma mi mano. —Kyra le indicó al ponerlo en pie. —Pediremos un taxi.

—Ya tengo diez años, maestra, puedo caminar solo.

—Como tú digas, pequeño hombre.

Theon sonrojado la siguió. Kyra detuvo el primer taxi que estuvo cerca levantando los dedos y le abrió la puerta como si él fuera la doncella allí. Dentro del vehículo le dijo al taxista la dirección de la heladería que solían visitar. El hombre los miró por el espejo retrovisor al asentir, tenía unos ojos claros, muy claros, que le provocaron un escalofrío.

— ¿Por qué esa cara tan larga, pequeño? —El hombre preguntó.

Theon no tenía intensión de contestar, no era algo que le incumbiera, por lo que alojó la mirada en el paisaje que la ventana le daba. En cambio, Kyra fue la que habló por él. —Su padre se olvidó de recogerlo.

—Si yo tuviera un hijo jamás olvidaría recogerlo.

—Pero no siempre se puede estar, hay cientas de responsabilidades que pueden retasar a uno. El trabajo por ejemplo.

—La primera y única prioridad de un padre es su hijo.

Kyra y el taxista entablaron una larga conversación que a Theon le resultó tediosa. Su tiempo con su maestra estaba siendo robado por ese hombre, ¿quién se creía que era para hacerlo eso? Un simple taxista, nada más. Frunció el ceño.

El hombre cerró la boca al momento en que Kyra volteó el rostro. —Disculpe, esa era la calle de la heladería. Acaba de pasarla. —No hubo respuesta y la ventana de vidrio que divide los asientos traseros con los delanteros fue deslizada. — ¡Hey! ¿Podría detenerse?

Nada, ni una sola palabra. El coche se movía más rápido, pasaban calles que no conocía, una más desconocida que la otra. Al igual que Kyra, comenzó a preocuparse. Ella golpeó el vidrio con los puños y grito una cuantas veces más.

— ¡Oiga! ¡Tengo un niño aquí! ¡Si usted no se detiene en este momento, no solo lo voy a reportar a la compañía de taxis sino que también con la maldita policía! ¿Me oyes?

Las cerraduras fueron bloqueadas y su maestra de todas formas intentó sin cesar abrir la puerta. Luego de verla por unos segundos hizo lo mismo, con mucho menos éxito. La ciudad se alejaba y un panorama verdoso se les aproximaba en las pupilas.

— ¡Maldito! ¡Déjanos bajar de este maldito coche! ¡Maldito, déjanos!

Al doblar en un descampado el automóvil se detuvo y el conductor salió de este. Kyra al advertirlo rebuscó en el bolso, tomó el móvil y se lo posó en las manos. Ella estaba llorando, las lágrimas le mojaban las mejillas y caían sobre sus manos. —Tómalo, cuando grite corre, debes correr. Todo estará bien. Escúchame, corre y llama a la policía, cuéntales todo.

—No, no, no me iré sin ti.

—Hazlo, Theon. Corre y cuéntales, sálvate. Todo estará bien, nos volveremos a ver, te lo prometo.

Kyra le besó la frente y lo aferró entre los brazos. La puerta se abrió y los brazos que le acariciaban la espalda se le fueron arrebatados. Kyra fue tomada desde los cabellos, cuales se jalaron hasta sacarle la cabeza fuera del coche. El sollozo fue interrumpido por un golpe que aterrizó en la entera mejilla y la comisura de la boca. Theon chilló y Kyra se desmayó, el cuerpo fue movido con mayor facilidad y la cabeza se le arrojó a los muslos.

El taxista de oscuros y secos cabellos le clavó esos aterradores ojos y le sonrió, tenía los labios gruesos y largos y los dientes blancos y brillosos. El dedo medio se ubicó en el centro de la boca y con un ligero silbido se le dijo: —Silencio, pequeño, no me gustan los parlanchines.

El taxi se alejó más y más de la heladería. Ya no mantenía su mente ocupada en la selección de los gustos de su próximo helado, ahora utilizaba su completo ser en lograr comunicarse con la policía, no obstante, cuanto más verde era el camino menos servicio tenía. Corrió los mechones que le cubrían el rostro a Kyra y le tocó con delicadeza la zona en que un matiz rojizo crecía.

El viaje concluyó en una mediana casa situada en ese extenso campo, la puerta del estacionamiento subió al tener la punta del coche olisqueándola y descendió después de que el mismo se introdujera. El taxista bajó con estrepito despertando a Kyra de un susto.

— ¿E-estas bien? —Preguntó con esa voz que trasmitía su inminente terror.

—Sí, cálmate, estará todo bien.

Las llaves en las manos del hombre tintinearon y una de ellas desbloqueó el cerrojo de la puerta que conectaba el estacionamiento con el resto de la casa. Regresó a ellos, al abrir la puerta Kyra lanzó algunas patadas al aire, ninguna lo golpeó. Le agarró un tobillo y acarreándoselo hacia afuera la arrojó al suelo. Antes de que la levantara por la cintura cerró la puerta, Theon le pegó al vidrio.

—Tranquilo. —Uno de los brazos del hombre le apretaba el cuello. —Estaré bien. Quédate ahí, estarás bien. Tapate los oídos. Tapate los oídos, por favor.

Kyra se retorció y pataleó mientras fue arrastrada, y no evitó ser llevada adentro de la casa. No se tapó los oídos hasta que los gritos sonaron, eran tan altos que sobrepasaban sus manos y lo alcanzaban. Su llanto tampoco conseguía acallarlos, las lágrimas le nublaban la vista y le dejaban las imágenes de su mente que se conformaban por Kyra siendo lastimada. El miedo le enfriaba el cuerpo, su piel se erizaba y sus ropas se mojaban con la orina que el pánico no le permitió contener.

Con el final de los gritos levantó las rodillas, acurrucando los muslos en su pecho y uniéndolos alrededor de sus brazos para apaciguar el olor que le hacía arrugar la nariz. «Todo estará bien.» Ella se lo prometió y que no hubiera gritos simbolizaba que no le mintió. Él recién tenía diez pero sabía cuándo alguien le mentía y Kyra no hizo eso, ella nunca le mentiría.

El que regresó al estacionamiento fue el taxista. Tenía sangre en el rostro, la camisa y las manos, el largo cabello despeinado y el pálido rostro sudado. Apartando la puerta se agachó apoyando las palmas en las rodillas.

—Ven conmigo, pequeño.

Theon ágilmente se movió hacia atrás, su espalda se adhirió con la otra puerta y su cuerpo se encogió en la esquina. El hombre suspiró y agarrándole los hombros lo empujó. Luchó tanto como pudo, quiso clavar sus uñas en los asientos y estas danzaron por el aire lastimándole al rozar las secciones compactas del coche. Los brazos contrarios le rodearon la cadera, sus piernas no tocaron el suelo y meneándose golpearon el capó. Algunos insignificantes rasguños fueron depositados en los brazos que le oprimían el vientre tan fuerte al punto de quitarle el aire.

Inmediata a la puerta se hallaba una pequeña bodega y de ella se llegaba a la cocina. Una cama estaba pegada a la pared y la última esquina a la derecha, fue tirado a ella, los resortes le hicieron dar un saltito.

—Mi padre me hallará.

— ¿Tu padre? Sí, él te hallará si eso es lo que crees. —El hombre se le aproximaba más y más, apretó los dientes y lo desafió con la mirada en alto. —Tu padre se olvida de recogerte de la escuela y tú crees que se preocupará por encontrarte, eres tonto pequeño.

Su pierna derecha se dobló y se estiró con brusquedad sobre la entrepierna del taxista, quien gruñó y se contrajo. Habría corrido lejos si el grueso brazo no le hubiese obstaculizado el camino. Los dedos se enredaron en sus cabellos y jalaron su cabeza al colchón, gritó y volvió a llorar.

—Esta es la única que te dejare pasar, pequeño.

Se alejó al ser soltado, el colchón era duro y estaba recubierto por tierra, su pantalón le cubría hasta las rodillas por lo que el resto de sus piernas era raspado y la picazón se le propagaba por la espalda.

—Quiero ver a mi maestra.

—No la verás, ella se fue y no volverá… jamás.

El taxista dormía y Theon prolongó su llanto. Su cabeza recaía a sus rodillas y su espalda dolía por la encorvadura que adquiría. Con el agotamiento de sus lágrimas decidió encontrar una salida. Caminaba despacio y de puntillas para no despertar al hombre, primero revisó el pasillo que daba a la habitación en que este estaba y al confirmar que era seguro, se dirigió al trastero.

Escaló la estantería y alcanzó el pequeño hueco que lo conducía al desván. Sus ropas se ensuciaron por la tierra que era mayor a la de la cama, su pantalón endureció y le pinchaba los muslos al ir a gatas por el suelo. La buhardilla estaba bloqueada por maderas cruzadas, con dos patadas las quebró y los restos los apartó con facilidad. Era un cuadrado pequeño por lo que tuvo que pasar sus brazos y después su cabeza, el sol empezaba a asomarse.

— ¿Vas a algún lado, pequeño?

Instalando sus pies sobre la chapa que funcionaba de techo de la habitación agregada se agazapó tanto como pudo para no ser visto, no más de lo que ya había sido. Inhaló y exhaló el aire fresco para poder gritar con excesiva fuerza.

— ¡Auxilio! ¡Auxilio!

—Oh sí, pide ayuda. —Lo animó. —Resultas demasiado predecible.

El taxista agarró unas piedras, jugó con ellas un momento y finalmente estirando el codo le tiró una. Le golpeó las costillas y la próxima le rozó los cabellos. Se cubrió la cabeza, la tercera piedra le tocó los dedos golpeándole la cabeza con el eco del impacto. Esta última no cayó al pasto y se estancó en el borde, sus dedos se extendieron.

— ¿Qué harás con eso? —Le preguntó con una sonrisa.

Sabía que debía hacer. Su brazo se impulsó y la piedra voló, no muy lejos, no alcanzó al taxista ni mucho menos un tercio de la distancia que ambos tenían. El hombre se echó a reír por su desempeño.

—Muy bien, no te rindas, seguir adelante es la esencia de la vida. —Le dijo en las pausas de las irritantes risas. —Te propongo algo, bájate de ahí y te daré un poco de ventaja. Adelante, corre.

Theon observó en ambas direcciones, verde y más verde, sería en vano continuar gritando, nadie lo escucharía y su garganta se laceraría. Tampoco podría quedarse allí, si no bajaba por su propia cuenta el hombre lo bajaría a la fuerza. Bajó con ayuda de las piedras, una en su cadera, dos en sus piernas y brazos, y una en su frente. Sus huesos crujieron e la caída, respirar le era punzante.

—Eres de papel, pequeño.

Y una vez más estuvo en los brazos del otro. No opuso resistencia, su energía se marchó con la piedra. Acostado en la cama apretó su vientre, su estómago rugía. El taxista traía una larga y pesada cadena y unos húmedos labios en esa sonrisa. Le ensambló uno de los extremos en el tobillo y el otro a una de las patas de la cama, la carne se le oprimía y la piel se le enrojecía. Cuando lo notó fue demasiado tarde.

—Te lo has ganado. —Le palmeó la pierna. —Ahora, levántate y quítate ese pantalón. —El hombre se desabrochó el cinturón y lo sostuvo en las palmas. —Rápido, pequeño, no lo repetiré.

Theon se puso en pie y no hizo nada más. Sus ojos seguían los movimientos del látigo, de arriba a abajo, y entretanto tiritaba. El taxista chasqueó la lengua y arrodillándose enfrente suyo le desabrochó y bajó con tosquedad la prenda.

—Agregare un latigazo más por esto, pequeño. —El hombre tenía los ojos brillosos. —Esta vez escúchame y haz lo que te digo. Voltéate.

Obedeció, sus piernas fueron lentas, la cadena se movía con él y tintineaba. Sus pies se despegaron mínimamente del suelo y sus piernas se desnudaron por completo. Las manos del taxista se apoyaron en su espalda y tumbándola lo forzaron a asentar su torso y rostro en la cama. Su cadera fue erguida y su flaco trasero desvestido, un gritito le recorrió los labios.

—Te castigare por tratar de escapar, serán dos latigazos por eso y uno más por no obedecer.

Tragó saliva, el aire le besó la piel por un momento y sin previo aviso el primer golpe llegó. Fue brusco, el cuero se le acopló con mucha potencia y a un tiempo que pareció durar una eternidad. Un chillido y su espalda se arqueó, sus talones se realzaron y los dedos de sus pies se encresparon.

—Uno. —El taxista dijo.

Sus uñas se clavaron en el colchón, la tierra se encastraba por debajo de ellas, sus piernas palpitaban y su cadera se meneaba. Esperó con el ardor en su trasero latente la próxima unión del cuero con su piel. Y fue más fuerte, el cinturón se plantó en el mismo lugar que la vez anterior, en el cual vislumbraba una marca rosada a la que se le desarrollaba la tonicidad con los golpes.

—Dos.

Las lágrimas le humedecieron los ojos, la saliva se le derramaba por las comisuras y mojaba el colchón. Sus rodillas se doblaban, sin el esfuerzo necesario no lograba mantenerlas enderezadas. Sus labios se secaban y resquebrajaban tras los gritos, uno más agudo que el otro.

—Tres.

Con el tercero y último su cuerpo cedió y se derrumbó. El cuero se alejó y sus manos agiles frotaron su trasero. Acarició la rojiza piel hasta que esta dejó de arder y la cubrió. Yació en la cama abrigándose con los brazos, sus piernas pegadas se curvaban a la altura de su vientre.

—Bien, ¿no volverás a intentar escapar ni desobedecerás, verdad? ¿Has aprendido la lección?

—S-sí.

— ¿Sí que?

—Sí, señor.

—Buen chico.

El taxista poniéndose el cinturón se encaminó a la sala de estar, sus ojos lo persiguieron, verlo caminar le causaba malestar también. Se limpió las lágrimas y sorbió por la nariz. La televisión se encendió y el cuerpo se desplomó con desazón al sofá. La voz que provenía del televisor era conocida para él, era el programa de cocina que solía ver con su madre por la mañana, él anotaba las recetas y luego ella las preparaba para el almuerzo.

El hombre no prestó atención al programa de cocina, los claros ojos estaban en los suyos. —Ven aquí, pequeño. Quita esa cara larga y ven conmigo.

Las cadenas hacían sus pasos más pausados y ruidosos, para no retrasarse las levantó. Las piernas se distanciaron y una mano le indicó que se sentara entre ellas. Titubeó y lo hizo igual. Sus cabellos fueron enredados entre los dedos contrarios que jugueteaban con los mechones girándolos y alargándolos.

—He sido muy malo contigo. —El hombre buscó en uno de los bolsillos del pantalón y al agarrar algo de él le dio ligeros golpecitos en la cabeza. —Es para ti.

Era un caramelo, ladeó la cabeza confundido y se lo arrebató veloz. Redondo, violeta y dulce, era el caramelo más sabroso que probó en su vida. —Gracias.


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