Hola chicas, aqui les traje una nueva adaptación, espero que les guste tanto como me gusto a mi

para aquellas que pensaran que no leo sus reviews si lo hago, es mas me encantan pero no tengo mucho tiempo para responderlos

ok no siendo mas, disfruten de este capitulo

Nessa


A MERCED DEL GRIEGO

Edward Cullen no tenía tiempo para relaciones serias, el trabajo era toda su vida. Le gustaba salir con mujeres bellas y sofisticadas, pero cuando ella empezaban a hablar de amor, sabía que había llegado el momento de poner punto y final a la aventura.

Bella era diferente a las mujeres con las que solían salir: era poco elegante y muy habladora... además era la limpiadora de su oficina. Pero tenía una chispa y una pasión que lo volvía loco. Era la mujer perfecta para un romance rápido...


Capítulo 1

EDWARD estaba leyendo un informe financiero cuando escuchó el ruido. El sonido recorrió los pasillos vacíos de las oficinas con estridente intensidad. Cualquier otra persona habría reaccionado sobresaltándose, o asustándose. A fin de cuentas, ya era tarde, e, incluso contando con vigilantes de seguridad, no había un solo edificio en Londres que pudiera considerarse seguro si había alguien empeñado en entrar en él. Pero no Edward Cullen. Sin molestarse en tomar algún objeto contundente con el que defenderse de un posible ataque, el ceño fruncido con gesto de impaciencia por haber tenidoo que interrumpir su trabajo, salió de su elegante despacho y encendió las luces del exterior.

Edward Cullen no era un hombre que huyera asustado de nada, y menos aún de un posible intruso tan patoso como para anunciar su llegada con aquel ruido.

No tardó mucho en deducir cómo se había producido el estrépito. En medio del pasillo había un carrito caído cuyo contenido se había dispersado a su alrededor; objetos de limpieza, un cepillo, una fregona... y un cubo de agua cuyo contenido estaba siendo lentamente absorbido por la moqueta que cubría el suelo de las oficinas.

Un instante después se oyeron unos precipitados pasos que precedieron a la llegada del guardia de seguridad, pero fue Edward el primero en agacharse junto a la chica que yacía en el suelo junto al carrito.

-Lo siento, señor -balbuceó Paul mientras Edward trataba de encontrar el pulso a la joven-. He venido lo antes que he podido... Ya puedo ocuparme de todo.

-Ocúpese de limpiar todo esto.

-Por supuesto, señor. Lo siento mucho... Parecía un poco pálida esta tarde cuando ha llegado, pero no sabía que...

-Deje de balbucear y recoja todo esto -ordenó Edward.

Al menos, la chica había tenido el detalle de no morirse en sus oficinas. Su pulso era firme y, aunque estuviera bastante pálida, respiraba. Se había desmayado... probablemente a causa de un embarazo. Era un síntoma de los tiempos que corrían.

Mientras se esforzaba por controlar su irritación, la tomó en brazos, ajeno a la expresión de preocupación del guardia de seguridad. Edward era apenas consciente de que sus empleados, fuera cual fuese su rango, lo trataban con cierta sumisión. Tampoco era consciente de que aquella sumisión rayaba en el miedo, de manera que se sintió exasperado cuando, al mirar al guardia de seguridad, vio que estaba retorciendo las manos con nerviosismo.

-Yo puedo ocuparme de ella, señor... No hace falta que se moleste...

-Asegúrese de que todo esto quede recogido y luego vuelva a su trabajo. Si lo necesito lo llamaré.

Aquella interrupción había sido una auténtica molestia. Eran más de las nueve de la noche del viernes

y aún tenía medio informe que revisar antes de enviar por correo electrónico a su homólogo al otro lado del mundo la copia corregida para la reunión de alto nivel que tendrían el lunes.

Abrió la puerta de su despacho con el pie y dejó a la joven, que ya empezaba a moverse entre sus brazos, sobre el elegante y largo sofá que ocupaba una pared entera de la amplia habitación. El mobiliario, antiguo y escaso, era de gran calidad, las paredes estaban cubiertas de madera y los ventanales llegaban del suelo al techo.

Edward miró a la joven, que empezó a agitar las pestañas a la vez que recuperaba la conciencia.

Parecía bastante robusta bajo el peto azul de rayas blancas que vestía, que cubría una elección de ropa que Edward habría encontrado ofensiva en cualquier mujer. Un grueso jersey de un color marrón indiscriminado y unos vaqueros desgastados en el dobladillo cuyo mérito consistía en ocultar parcialmente unos gruesos zapatos de trabajo que habrían resultado más adecuados para un obrero de la construcción.

Esperó cruzado de brazos, informando a la joven con su lenguaje corporal que, a pesar de haberla rescatado, su caridad tenía un límite.

Mientras aguardaba con creciente impaciencia, detuvo la mirada en su rostro, en su pequeña y recta nariz, en su generosa boca, en sus cejas, sorprendentemente definidas y que no encajaban con el tupido pelo rizado que parecía empeñado en escapar de su coleta.

Pero cuando la joven abrió los ojos Edward experimentó una extraña sensación que no pudo definir. Tenía unos ojos asombrosos, profundos y deliciosos como el chocolate. Entonces parpadeó, desorientada, y el momento se perdió mientras la realidad se imponía. La realidad de su trabajo interrumpido cuando apenas le quedaba tiempo para llevarlo a cabo.

-Al parecer se ha desmayado -informó a la joven mientras ésta trataba de sentarse.

Bella miró al hombre que se hallaba de pie ante ella y sintió que la garganta se le cerraba. Llevaba seis meses acudiendo a las seis y media de la tarde a sus oficinas para limpiar. Lo había observado de lejos con el rabillo del ojo mientras trabajaba en su despacho con la puerta abierta... aunque, por lo que había oído aquellos meses, muy pocos se habrían atrevido a asomarse a éste para iniciar una charla desenfadada con él. Ella misma no había podido evitar estremecerse ante su profunda y poderosa voz cuando le había oído dirigirse a alguno de sus empleados. Aquel hombre intimidaba a todo el mundo, pero para ella era el hombre más atractivo que había visto en su vida.

Los rasgos de su rostro eran fuertes, casi severos, pero poseía una belleza clásica muy masculina. Su pelo, de un extraño color como el cobre y peinado hacia atrás, se rizaba a la altura de su nuca y, aunque Bella nunca había tenido el valor de mirarlo directamente a los ojos, sabía que eran verdes e insondables, y que estaban enmarcados por unas pestañas que muchas mujeres habrían querido poseer. Si hubiera trabajado directamente para él tal vez lo habría encontrado tan imponente como sus empleados, pero dado que no ejercía ninguna influencia sobre el curso de su vida, podía apreciarlo sin temor.

Además, ella no era una persona que se intimidara con facilidad ante nadie. Su naturaleza era alegre y risueña y se consideraba igual a cualquiera, fuera cual fuese su estatus social y por muy arruinada que estuviera. Lo que contaba estaba dentro, no fuera.

Mientras Bella se preguntaba cómo habría acabado en aquel sofá, Edward se acercó al mueble bar y regresó con un pequeño vaso que contenía un líquido marrón.

-Beba un poco de esto.

Bella parpadeó.

-¿Qué es?

-Coñac.

-No puedo.

-¿Disculpe?

-No puedo. La empresa para la que trabajo no permite beber durante las horas de trabajo. Podrían despedirme y necesito el dinero.

Para Edward, aquello ya era demasiada información. Lo único que quería era que la joven tomara un poco de coñac para que se despejara y saliera de allí cuanto antes. Necesitaba tiempo para acabar lo que tenía entre manos si quería evitar una discusión con la última mujer con que estaba saliendo, cuya paciencia ya había sido puesta al límite por la frecuencia de la cancelación de sus citas.

-Beba -ordenó a la vez que acercaba el vaso a sus labios.

Bella obedeció, tomó un pequeño sorbo y se ruborizó con expresión culpable.

-¡Oh, vamos! -exclamó Edward-. ¡Acaba de desmayarse! Beber un poco de coñac no es vender su alma al diablo.

-Nunca me había desmayado -dijo Bella-. Mamá solía decirme que no era de la clase de chicas que se desmayan fácilmente. Según ella, los desmayos eran para chicas subalimentadas, no para las regordetas como yo. Rosalie se desmayaba mucho mientras crecíamos. Bueno, no exactamente mucho, pero sí algunas veces. Lo que ya es bastante para...

Edward experimentó la sensación de estar siendo bombardeado por todos los frentes. Por unos instantes perdió literalmente el poder de la palabra.

-Puede que esté a punto de caer enferma con algo -continuó Bella con el ceño fruncido.

Esperaba sinceramente que no fuera así. No podía permitírselo. Su trabajo con la empresa de limpiezas era temporal y carecía de bajas. Y su trabajo como profesora ayudante en un colegio cercano al lugar en que vivía no le bastaba para llegar a fin de mes. Sintió que se ponía pálida.

Edward observó con fascinación la exteriorización de emociones del rostro de Bella antes de volver a acercar el vaso a sus labios.

-Le conviene beber un poco más para recuperar la energía.

Bella dio un trago más largo y sintió una agradable calidez en la boca del estómago.

-No me reconoce, ¿verdad?

-¿Reconocerla? ¿Por qué iba a reconocerla? Escuche, tengo mucho trabajo por delante. Puede permanecer en el sofá hasta que se sienta lo suficientemente fuerte como para salir, pero, si me disculpa, yo voy a seguir trabajando -Edward tuvo de pronto una idea brillante-. Si quiere puedo hacer que el guardia de seguridad venga a recogerla.

-Paul.

-¿Disculpe?

-El guardia de seguridad se llama Paul. ¿No debería saberlo? -preguntó Bella con curiosidad-Lleva trabajando para usted más de tres años!

Molesto por el tono acusador de su voz, Edward olvidó momentáneamente el informe que tenía sobre su escritorio.

-¿Acaso cree que debería saber el nombre de todos los guardas de seguridad que han trabajado aquí?

-¡Es usted quien los emplea!

-Empleo a mucha gente. Además, ésta es una conversación ridícula. Tengo mucho trabajo y...

-Y yo lo he interrumpido. Lo siento -Bella suspiró y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas al pensar que iba a perder su empleo si estaba mala. Estaban a mediados de enero y debía haber un millón de virus pululando por ahí.

-No estará a punto de llorar, ¿no? -Edward sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón mientras maldecía el buen carácter que había demostrado llevando a aquella joven a su despacho. Una completa desconocida que parecía empeñada en parlotear con él como si no fuera un hombre importante... ¡un hombre cuyo tiempo valía mucho dinero!

-Lo siento -Bella tomó el pañuelo y se sonó la nariz, lo que hizo que volviera a sentirse mareada-. Puede que tenga hambre -añadió, pensando en alto.

Edward se pasó una mano por el pelo.

-¿Hambre? -repitió.

-La sensación de hambre a veces produce desmayos, ¿no? -preguntó Bella mientras lo miraba con expresión interrogante.

-Aún no he llegado a esa parte de mi curso de nutrición -dijo Edward entono sarcástico, y Bella sonrió.

Fue una sonrisa que iluminó su rostro... y que podría haber iluminado todo el despacho. Edward se sintió extrañamente satisfecho por haber provocado aquella reacción. Con un suspiro resignado, decidió olvidar por unos minutos su informe.

-Tengo que hacer una llamada -dijo a la vez que se alejaba de la joven mientras sacaba su móvil-. Voy a darle el teléfono inalámbrico para que pida algo de comida.

-¡Oh, no! ¡No puedo pedir que me traigan comida aquí! -Bella se estremeció ante la mera idea de tener que pagar.

-Puede y va a hacerlo -dijo Edward mientras le daba el auricular-. Si tiene hambre debe comer algo, y yo no tengo comida aquí. Así que encargue lo que quiera. Llame al Savoy y dígales que llama de mi parte. Le traerán lo que quiera.

-¿Al Savoy? -repitió Bella, consternada.

-A mi cargo, señorita... señorita... no sé cómo se llama.

-Bella. Bella Swan -Bella sonrió tímidamente, maravillada ante la paciencia y consideración de Edward, sobre todo teniendo en cuenta la fama que tenía de asustar a la gente.

Llamó al Savoy y tras colgar escuchó el rumor de la conversación que Edward estaba manteniendo a través de su móvil, una conversación que era evidente que no quería que escuchara. En cuanto oyó que terminaba se volvió hacia él con expresión afligida.

-He estropeado su plan para esta noche, ¿verdad?

Enseguida notó que su comentario no había caído

en tierra fértil. Era obvio que su tendencia a decir de inmediato lo que se le pasaba por la cabeza no era del agrado de Edward Cullen.

-No importa -murmuró él con un encogimiento de hombros-. De todos modos no habría podido ir -aunque Jane no había compartido su punto de vista. De hecho, aún le pitaban los oídos a causa de la violencia con que le había colgado el teléfono. Pero no podía culparla por ello. Se consoló pensando que cuando una mujer empezaba a ponerse exigente había llegado el momento de dejarla. Aunque en aquella ocasión había sido ella quien lo había dejado a él...

-¿Era importante? -preguntó Bella, preocupada.

-Lo único importante es el informe que tengo sobre el escritorio y que necesito leer, así que, si no le importa...

Edward casi esperaba que Bella se lanzara de nuevo a hablar, pero comprobó con alivio que permanecía en silencio mientras él trataba de concentrarse en el informe... sin ningún éxito.

Para cuando llegó la comida ya había abandonado toda esperanza de acabar el informe, al menos hasta que Bella se hubiera ido de su despacho.

-¿Por qué no ha comido antes? -preguntó al ver que Bella engullía un sándwich con el ansia de alguien que acabara de salir de una dieta para perder peso.

-No hace falta que me dé conversación -dijo Bella mientras se abalanzaba sobre el segundo sándwich-. Sé que tiene mucho trabajo entre manos. Estos sándwiches están buenísimos, por cierto.

-Seguiré trabajando en cuanto se haya ido.

-Oh, ya me siento mejor. Más vale que termine lo que he venido a hacer.

-No creo que eso sea buena idea. Podría volver a desmayarse.

-¿Le preocupa que pueda causarle más problemas?

Edward no respondió. Se sentía hipnotizado por la visión de una mujer comiendo tanto. A juzgar por las mujeres que conocía, comer se estaba convirtiendo en un arte en extinción. Normalmente mordisqueaban una ensalada o jugueteaban con la comida en sus platos como si una caloría de más pudiera provocarles una repentina obesidad.

-Tengo hambre -dijo Bella a la defensiva-. Normalmente hago comidas muy ligeras. De hecho, debería estar muy delgada. Pero mi metabolismo es muy testarudo y se niega a hacer su trabajo.

-¿Cómo se llama la empresa para la que trabaja? Voy a llamarlos para decir que no se encuentra en condiciones de seguir trabajando -Edward alargó una mano hacia el teléfono, pero de detuvo al escuchar el repentino grito de pánico de Bella.

-¡No, por favor! No puedo permitirme volver a casa por un simple desmayo -angustiada por su situación, Bella bajó rápidamente las piernas del sofá. De pronto, liberada de su aturdimiento, se dio cuenta de que no debía tener un aspecto precisamente atractivo. Tenía el pelo hecho un asco y el uniforme* que vestía debía ser la prenda menos halagadora inventada por el hombre. No proyectaba precisamente la imagen de una dama en apuros. Pasó tímidamente una mano por su pelo en busca de la goma que sujetaba su coleta y trató de recolocar los rebeldes rizos empeñados en escapar de ésta-. Deme un minuto y enseguida me voy -tras respirar profundamente se puso en pie... pero tuvo que volver a sentarse de inmediato. Miró a Edward con expresión abatida-. Tal vez necesite algunos minutos. Pero puedo esperar fuera. No me importa sentarme en el suelo hasta que me recupere. En serio. No sé qué me pasa, pero seguro que...

-¿Está embarazada? -pregunto Edward con brusquedad.

Bella lo miró con expresión horrorizada.

-¿Embarazada? ¡Por supuesto que no estoy embarazada! ¿Por qué ha pensado eso? Oh... ya sé por qué. Soy joven, me he desmayado, me dedico a un trabajo manual... y por tanto debo ser una de esas chicas carentes de seso que se las arreglan para quedarse embarazadas...

-Ese no es el motivo por el que lo he sugerido -mintió Edward, incómodo por la precisión del comentario de Bella.

-Entonces... -Bella se ruborizó intensamente cuando otra posibilidad pasó por su cabeza-. Lo dice porque estoy gorda, ¿verdad?

No queriendo alentar aquel tema de conversación, y seriamente preocupado ante la posibilidad de que librarse de aquella chica fuera a resultar más difícil de lo que había anticipado, Edward decidió cambiar de tema.

-No puedo permitir que vuelva a desmayarse en mis oficinas -se acercó a Bella para leer la etiqueta cosida a la parte frontal de su uniforme. Notó distraídamente que era cierto que estaba llenita. Sus pechos presionaban contra la rígida tela vaquera y parecían bastante voluminosos. En muchos aspectos, era la antítesis física de las mujeres con que solía salir, que casi siempre eran morenas, de piernas largas, planas y ultra sofisticadas-. Servicios de Limpieza Hills -murmuró para sí-. ¿Cuál es el número de teléfono?

Bella se lo dio, reacia, y esperó con el corazón en vilo mientras Edward hacía la llamada y explicaba la situación a su jefe.

-Me han despedido, ¿verdad? -dijo en tono sombrío en cuanto Edward colgó.

-Al parecer ha habido otros dos incidentes recientemente...

-Ésta es la primera vez que me desmayo -explicó Bella a toda prisa, temiendo que Edward fuera a pensar que era una de esas patéticas mujeres incapaces de cuidar de sí mismas-. Aún no me ha contado lo que le han dicho.

-Creía que acababa de hacerlo... de un modo indirecto -no era habitual que Edward dijera algo con rodeos, pero lo cierto era que empezaba a sentir lástima por aquella mujer. Estaba un poco gorda, no parecía especialmente segura de sí misma y era evidente que no estaba preparada para llevar a cabo otro trabajo. Y gracias a él iba a tener que buscarse un nuevo empleo. Sintió una punzada de culpabilidad, algo poco habitual en él-. Parecen considerarla un... lastre para la compañía.

-Tonterías -dijo Bella-. No soy ningún lastre. Admito que me he quedado un par de veces dormida en casa al volver del trabajo. Sólo pretendía descansar un poco mientras tomaba un té, pero ya sabe lo que pasa... Me quedé adormecida y para cuando desperté ya era tarde para hacer el trabajo de limpieza.

-¿Tiene dos trabajos? -preguntó Edward, asombrado.

-Sé que pensaba que estaba haciendo lo correcto, y comprendo que no quisiera correr el riesgo de que volviera a desmayarme aquí, cosa que no habría sucedido, por cierto... pero gracias a usted me he quedado sin empleo. Probablemente ni siquiera me pagarán la hora y media que he estado aquí -Bella contempló con desaliento el abismo de inminente pobreza al que se enfrentaba. Por supuesto, había otros trabajos nocturnos. Emmett la emplearía sin dudarlo en su pub. Pero el trabajo en un pub era extenuante. Al menos, con su trabajo de limpieza podía permitir que su mente volara a la tierra de fantasía en que completaba el curso de ilustración que pretendía hacer y se convertía en una famosa diseñadora de portadas de libros para niños.

-¿Cuál es su trabajo de día? -preguntó Edward con curiosidad. En realidad no estaba interesado en escuchar los detalles de su vida, pero unos minutos de charla no iban a matarlo y servirían para que Bella se hiciera a la idea de lo sucedido.

-Soy profesora ayudante en una escuela que hay cerca de mi casa -contestó ella débilmente.

-¿Profesora ayudante?

La expresión incrédula de Edward hizo sonreír a Bella. Podría haberse sentido fácilmente ofendida por el insulto implícito, pero sabía que, desde la cima de poder que ocupaba, Edward habría asumido que el hecho de que se dedicara a limpiar implicaba que era incapaz de conseguir mucho más... al igual que había asumido que su desmayo se había debido a un embarazo.

-Lo sé. Es increíble, ¿verdad? -replicó, recuperando en parte el ánimo.

-¿Por qué se dedica a limpiar oficinas si tiene un trabajo perfectamente viable?

-Porque con mi trabajo «perfectamente viable» apenas gano dinero para pagar la renta y los recibos y necesito ahorrar para seguir adelante con mis estudios. Dejé de estudiar siendo bastante joven. A los dieciséis años. No sé por qué, pero todos mis amigos estaban haciendo lo mismo: dejar sus estudios para ponerse a trabajar. En aquel momento me pareció buena idea, y ganar dinero era un lujo en el pueblo de Yorkshire del que vengo. Así pude ayudar a mi madre, algo que Rosalie no podía permitirse porque quería ir a Londres para ser actriz...

-¿Rosalie...?

-Mi hermana. La chica delgada y preciosa que he mencionado antes -los ojos de Bella se empañaron a causa del orgullo-. Tiene el pelo largo y rubio, los ojos grandes y verdes... Necesitaba todo el dinero que mi madre pudiera conseguir para iniciar su carrera...

Aquella mujer era un libro abierto, pensó Edward. ¿No le habría dicho nadie nunca que el atractivo del sexo femenino residía en su habilidad para mostrarse misterioso, para estimular la caza dejando caer fragmentos de información aquí y allá? Su franqueza era increíble. En aquellos momentos le estaba contando todo sobre su hermana y la fabulosa carrera que había emprendido al otro lado del Atlántico, donde estaba trabajando de modelo a la vez que empezaba a interpretar pequeños papeles en algunas comedias.

Alzó una mano para interrumpirla... y tuvo que hacer un esfuerzo para conservar su dureza ante el repentino rubor que cubrió las mejillas de Bella.

-Parece completamente recuperada -dijo-. Siento mucho que haya perdido su trabajo con la empresa de limpiezas, pero probablemente sea lo mejor si no se encuentra en buenas condiciones físicas -Edward se levantó y esperó a que Bella hiciera lo mismo. Al verla de pie comprobó que era más pequeña de lo que había imaginado; como mucho debía medir un metro sesenta y cinco.

-Puede que tenga razón. Supongo que no me quedará más remedio que trabajar para Emmett. A él no le importará que me duerma de vez en cuando. Le caigo bien, y me pagará mientras le de lo que quiere...

Edward se detuvo en seco con la mano en el pomo de la puerta mientras Bella salía del despacho, ajena a su expresión horrorizada. Optimista como siempre, ya estaba sopesando las ventajas de un trabajo que unos momentos antes había descartado por completo. Para empezar, el pub quedaba cerca de su casa, de manera que no necesitaría gastar dinero en transporte. Además, si algún día se quedaba dormida, Emmett sería mucho menos severo que el jefe de personal de la empresa de limpiezas. Y, tal vez, sólo tal vez, podía dejar caer el nombre del pub en aquella conversación y sugerir casualmente que Edward pasara por allí algún día.

Pero cuando abrió la boca para decir aquello descubrió que estaba caminando sola hacia el ascensor. Edward aún seguía junto a la puerta del despacho y la estaba mirando como si acabara de descubrir que era una alienígena, o algo parecido.

Tontamente decepcionada al ver que ni siquiera iba a acompañarla hasta el ascensor, sonrió y le dedicó un saludo con la mano.

-Gracias por haber sido tan amable y por haberme cuidado. ¡Ya me voy!

Edward no sabía cómo se las había arreglado para liarse con las preocupaciones de una perfecta desconocida, pero, ya que había sido en parte la causa de su despido, se sentía moralmente obligado a cuestionar la decisión de Bella de aceptar un trabajo que parecía muy poco recomendable. ¿Quién sería el tal Emmett? Probablemente un viejo verde que pensaba que podía pagar por los «servicios» de una joven ingenua desesperada por ganar dinero. Y no había duda de que Bella era una ingenua. Edward no recordaba haber conocido a nadie tan cándido.

-Deme un momento -volvió al despacho, apagó el ordenador, tomó su abrigo, su portátil y su cartera y salió tras apagar la luz.

Bella aún estaba junto al ascensor.

-¿Se va? -preguntó, desconcertada-. No suele marcharse tan temprano.

Edward se quedó mirándola.

-¿Sabe a qué hora suelo irme por las tardes? -preguntó mientras bajaban en el ascensor.

Bella se ruborizó.

-¡No! Lo que sé es que normalmente se va cuando he terminado de limpiar los despachos de la mayoría de los directores -rió con ligereza mientras se abrían las puertas del ascensor-. Cuando uno hace algo tan monótono como limpiar empieza a prestar atención a los detalles más tontos. Sé que normalmente usted es el último en irse por las tardes, junto con Mike y otro par de empleados que trabajan en el piso de abajo -más le valía cambiar de tema, pensó. Estaba empezando a sonar triste-. Los sándwiches me han sentado de maravilla. Me siento muy bien. ¿Suele encargar a menudo comida en el Savoy? -miró de reojo a Edward y comprobó que la estaba observando con una expresión muy extraña-. Lo siento. Estoy parloteando demasiado. ¿Tiene algún plan para esta noche?

-Sólo llevarla a su casa.

Bella se quedó boquiabierta.

-¿Se ha quedado muda? -dijo Edward en tono irónico-. Eso debe ser toda una novedad.

-¿Va a llevarme a casa? -Bella ya empezaba a sentirse culpable-. No, por favor. No es necesario que se moleste-apoyó la mano instintivamente en el brazo de Edward mientras salían del ascensor, pero el contacto le produjo un inmediato cosquilleo por todo el cuerpo y la retiró de inmediato-. No soy tan débil como parece pensar. ¿No deduce por mi contorno que soy una chica fuerte? -rió en tono de autodesprerio, pero él ni siquiera esbozó una sonrisa.

Edward no era un hombre acostumbrado a profundizar en la psique femenina. Siempre se había ufanado de saber cómo funcionaban las mujeres. Expresaban su interés de cierto modo, bajando la mirada, sonriendo coquetamente, inclinando la cabeza, y luego venía el juego del escondite, un juego del que él disfrutaba enormemente. Sólo después empeoraban las cosas, cuando empezaban a hacer preguntas sobre el tiempo que dedicaba a su trabajo, insinuando que se divertiría más si les prestara más atención, porque, después de todo, ¿no era eso en lo que consistían las relaciones? Se empeñaban en desarrollar una relación con él, en tratar de que se comprometiera. La inseguridad jamás alcanzaba sus cabezas, aunque lo cierto era que ninguna de ellas había tenido nunca motivos para sentirse inseguras.

Pero aquella chica tenía inseguridades respecto a su peso y sólo el cielo sabía sobre qué más. Inseguridades que la habían convertido en la clase de mujer crédula que podía verse equivocadamente tentada por un hombre.

-Póngase el abrigo -dijo-. Voy a llevarla a comer algo.