Ike reconoce que, a veces, se excede.
Observa, con el ceño fruncido, a Link, el cual muy amistosamente juega/entrena con Marth, además de Pit quien simplemente lo adora. Oh, la princesa Marth Lowell sonríe. Como costumbre.
Detesta esa sonrisa, aún no logra entender por qué.
—Ey, princesa ¿no cree usted que se demora demasiado en acabarlos de una buena vez?
Ike es un hombre que no acostumbra a medir sus palabras, por eso le habla al príncipe con voz malcriada, como si fuese un niño e ignorara completamente que le debe al menos un poquito de respeto a su compañero. Aunque eso, para Ike, es lo de menos. Que compartan el mismo mundo no significa nada.
Marth le dirige una mirada gélida. Al fin y al cabo, aquello solo era un entrenamiento, quizás incluso podría sólo ser catalogado como un juego infantil, el príncipe no se sentía con ganas de llevar una pelea seria.
Pero, sinceramente, si había algo que le sacaba de sus casillas era que le llamara princesa.
Le hacía arder de furia.
Por eso, casi sin pensarlo, se lanza contra Ike.
Falchion se blande con fuerza, como si la rabia de Marth alimentara su energía. Ike parece divertirse, porque sonríe y Pit ruega porque se detenga. M-marth-san, por favor deténgase.
A Marth le gustaría hacerle caso, pero es que simplemente ya no lo soporta.
Ike, sin embargo, se regocija por dentro, tratando de responder como puede a la velocidad superior de Marth. A veces suele pensar que, el apodo del Príncipe del hielo no le va tan mal. Después de todo, es gélido a su manera, como si tratara de decir que no importa lo que pase, él permanecerá igual.
Ike es un flujo de fuerza bruta, como si hiciera explosión por donde fuera que vaya. Por eso, en un descuido del príncipe, lo sostiene con fuerza y lo estrella contra la pared de Hyrule; toma su muñeca derecha, que es donde sostiene la mortal espada.
—Suéltame si sabes lo que te conviene.
Trataba de sonar amenazante. Ike piensa que ese no es el momento apropiado.
Se lo dice.
—No deberías hablar así, estando en la posición en la que estás.
Pit se muestra nervioso, batiendo sus alas alrededor suyo; parece decidirse entre intervenir o no. Bien podría simplemente lanzar un par de flechas, solo eso bastaría para que Marth se moviera de nuevo.
Sin embargo, la mirada que Ike le dirigía a Pit simplemente era… intimidante.
—Eh, Ike, suelta a Marth — Link intervino. Su voz sonaba más a petición que a una orden, Ike parece considerarlo porque lo suelta, pero toma a Falchion en el proceso.
Lowell le observa, en shock.
—Devuélveme eso.
Ike suspira teatralmente, moviendo la espada de un lado a otro con absurda facilidad. A diferencia de Ragnell, Flachion era sumamente ligera, muy al estilo de Marth. Al cabo del tiempo sintió pequeñas descargas en su mano. Se preguntó por qué.
—Mi espada no aceptará a nadie que no sea yo.
Se lo dijo fuerte y claro. Ike sonrió, buscando cabrearlo un poco más.
—Me parece bien.
Y la clava en el suelo. Lowell solo calla y le observa, ceñudo, comenzando a perder los pocos estribos que le quedan.
Las discusiones se alargan horas, entre batallas en las que ambos resultaban ganadores o perdedores.
Se hace de noche, ya no está el inocente de Pit, ni el perspicaz de Link; tampoco está MetaKnight y sus ganas de combatir con Lowell. Piensa que es el momento.
A Ike le encanta someter a Marth. Sentir que le domina y que su respiración se agita cuando se acerca demasiado. Marth siempre se niega, amenazándole con cortarle la yugular de un tajo.
Nunca cumple sus amenazas.
—Vete al grandísimo demonio, Ike.
—Digo lo mismo, princesa.
Y el mismo drama nocturno se repite. A escondidas, porque demasiado amor lastima y Ike no aceptará nunca que detesta ver sufrir a Marth. Le regala caricias prohibidas, marcas que al día siguiente el príncipe intentará ocultar.
