«Estas desavenencias no fueron ajenas a los países hermanos Chile y el Perú, que se enfrentaron en una feroz guerra fraticida. En todo conflicto, especialmente si se llega a un estado de guerra, quedan heridas y resentimientos muy difíciles de superar. Cuando las partes involucradas son tan cercanas es usual que, en el proceso de sanación, primen los sentimientos sobre la razón, dificultando más aún cualquier reconciliación».
—Fernando González del Riego, Donde triunfó el sentido humanitario. Depósitos de prisioneros en la guerra del Pacífico: El caso de San Bernardo.
Ambivalencia y alevosía
Chile se escurre por las calles de Lima, sorteando a la guardia peruana. Ingresar a un ejército en una zona vigilada puede ser difícil, pero es sencillo ingresar uno solo, por su propia cuenta, aún más si has tenido cientos de años para conocer las calles extranjeras. Por otro lado, cree que el que Perú mismo le haya llamado puede tener que ver en que se le haga fácil pasar... Sabe que puede ser una trampa, pero el trazo de Perú parecía sincero.
Así es como, tiempo después de extremos cuidados y gracias a la ayuda de las sombras, se encuentra en el lugar señalado, con la carta guardada en su chaqueta contra el pecho. Perú, milagrosamente, se encuentra cerca del lugar señalado mucho antes de la hora citada (no crean que es por ser puntual, es que necesita estar seguro con sus hombres). Exactamente, está a dos cuadras, en una esquina, oscura y poco transitada. Se relame los labios. Ya que Chile está bajo el puente... Piensa en bajar las escaleras y sorprenderlo por la espalda. Muy nervioso. Lleva una botella de licor bajo la capa, es el mejor pisco de su colección, y en estas épocas... Este licor no es conocido por casi nadie.
Chile se siente algo incómodo, ese puente le trae recuerdos de besos escondidos. Espera apoyado contra una pared, saca una pipa y unos cerillos, y fuma. Fuma un rato, tranquilo, ya que no hay señas de alguna emboscada. Minutos después, los nervios le han bajado. Perú se esmera en que sus pasos no resuenen al bajar las escaleras... Se acerca a Chile por un costado y sonríe de lado, sin saludar. Disfrutando de observarle. Está con ganas de ser intrépido. Así que se acerca a Chile, de tal forma que le tapa los ojos con la mano libre que no cuida la botella de licor bajo su brazo. Trata de no chocar contra la pipa de Chile y le arrincona contra la pared, buscándole un beso. Uno muy salvaje.
A Chile le vienen esos instintos de superviviente que estos últimos meses tiene tan marcados y suelta la pipa para intentar quitarse las manos de los ojos, forcejea contra su atacante y cuando siente la pared detrás suyo, su mano que iba camino al cuchillo se detiene. Le besa de vuelta al sentirle.
El beso sigue unos segundos... Hasta que se separa Perú, cuando siente que se ahoga. Le respira en los labios.
Chile respira apresurado, notando como el corazón se le acelera, sin saber si es por miedo, la adrenalina del peligro, u otras razones menos acordes a la situación.
—Bonita forma de presentarse, Perú —inspira profundo para alcanzar hasta la última sílaba—. ¿Y si le hubiese cortado la garganta, eh?
—¿En qué momento? —Perú sonríe y le lame los labios, sin destapar sus ojos—. Lo importante es que te gustó, ¿o no?
—Estuve a un segundo —Chile se le acerca un paso, y sonríe sin poder evitarlo porque está otro poco más alto que Perú, puede notarlo por la dirección de la voz y la posición que advierte en Perú allí donde tienen contacto, eso le da algo de confianza—. Y obvio que no me gustó.
—Bueno —le muerde el labio y se separa, quitándole la mano de los ojos—. Era necesario... Acá ya es ritual hacerlo —refiriéndose al beso. Chile parpadea rápido y enfoca, buscándole. Sonríe más, comprobando su teoría, más socarrón.
—¿Ritual decente o de barrios malos?
Perú suspira.
—Te haces el que no sabe... —se acomoda a su lado, pegado a la pared—. ¿Y a quién espera usted, ah?
—En teoría, a alguien decente, pero no sé ya... Se anda metiendo de traidor en donde nadie le llama. Por eso vine a visitarle —hace como que se arregla los guantes con suuuma atención.
—¿Que se mete de traidor?
—Sí po. Traicioneramente. Sólo por ver si puede tocarme así —en el sentido más violento que se les ocurra, tocar de hacer daño, de llegar hasta allí.
—Ah, ¿a la gente le gusta hacerle daño? —enarca una ceja—. Qué falta de madurez, si es injustificada tal acción... —le mira de reojo. Chile se encoge de hombros y se inclina a recoger su pipa. Se detiene un momento, ubicándola bien en el suelo y la limpia un poco, como si fuera importante.
—Una pena que las cosas sean así, la verdad... Para él.
Perú suelta una risa breve.
—Ay... —le mira agacharse—. Es una pena que las relaciones se hayan vuelto tan tensas, ¿eh?
—Nadie le mandó meterse... Tuve que defenderme. Obvio —se apoya contra la pared, más cerca que antes. Busca tabaco en sus bolsillos.
—¿Era un problema que involucraba a alguien que quería? ¿O un buen día tuvo un arranque?
Chile se detiene de echar tabaco al oírle. Pone cara de haber probado algo amargo, aplasta el tabaco en la pipa y se guarda el resto.
—Bueno... Sí. Pero de todos modos ya debería aprender que su hermano sólo le arrastrará a problemas.
—¿Y usted cree que él no lo sabe? Quizás se hace el de «la vista gorda» como quién dice —la punta de la nariz se le hiela—, esos líos de familia son difíciles.
—Para nada —le contradice Chile, palpando por los fósforos. Se busca en varios bolsillos, sin dar con ellos—. Quienes los hacen difíciles son las mismas personas, cuando fácilmente podrían negarse.
—Cuando un lazo y los recuerdos se juntan, es muy difícil no poner el corazón en las decisiones referentes al problema —sus dedos juegan alrededor de la botella—. Más tratándose de un hermano menor, un padre, una madre, los cuales te han hecho sentir amado —cuando se era el más indefenso.
—Estoy de acuerdo en eso, en que es difícil no poner el... Corazón —la palabra suena tan cursi, cree Chile—, cuando están esa clase de personas involucradas —en su caso, se refiere a quienes le han hecho sentir amado, no a cualquier posible pariente—. Pero aun así estoy aquí. Siendo menos sentimental que el tonto que se metió en esto.
—¿No es, quizás, por arreglar las cosas, que usted busca enmendar los errores que han hecho sufrir a esa persona? —Perú da unos pasos adelante y se planta frente a Chile. No tan bajo como pueden pensar muchos, la diferencia es casi mínima—. Y que por eso está aquí...
Chile al fin encuentra los cerillos, y, acompañando el movimiento de cabeza con una curvatura de labios caricaturesca, niega.
—Lo que acaba de decir fue una redundancia —esquiva la pregunta —, y aunque no lo fuera, no tiene sentido dadas las circunstancias. ¿Ve esta ciudad? —se lleva la pipa a los labios.
Perú suspira algo exasperado con que se haga el idiota.
—La veo.
—Voy a tomarla —responde por un lado de la boca —, y si no lo he hecho ya... Es porque por cariño le vine a ofrecer un trato —enciende un cerillo y se le apaga casi de inmediato. Perú traga saliva y aprieta la botella.
—Como si fuera tan fácil —opta por reírse, ya que así está acostumbrado a ridiculizar. Chile le mira de reojo, para llamar su atención, y luego vuelve a fingir desinterés y superioridad haciendo como que otro cerillo es más importante que Perú.
—Lo ha sido —remarca—. Al menos más fácil de lo que me esperaba —agrega.
—Eso es lo que aparentas —el corazón se le acelera de impotencia—. También lo que tratas de reflejar para que te vean superior por primera vez en tu vida —estira la mano y le quita la pipa, dándole una calada. Todo lo brusco que puede ser. Debe pasar a llevarle un diente, porque Chile no se esperaba eso y se soba sobre la piel donde le dolió.
—Lo ha sido... No te hagas el tonto. De aquí a una semana apuesto lo que quieras a que te vas a rendir —hace el gesto de que le va a arrebatar la pipa, pero queda solamente con la mano en posición. Perú bota el humo con una sonrisa.
—¿Rendirme yo? —levanta las cejas como si le comentaran de un terremoto en Francia, algo así de escéptico—. Me parece que... No has contemplado todas las razones para las que habría podido llamarte.
—¿Existe alguna otra buena razón? —levanta una ceja. Por sobre el puente se oye pasar a un grupo de hombres, conversando entre sí. Chile se mantiene atento a sus pasos, ya que sabe que se encontraría en desventaja de haber un enfrentamiento ahora mismo.
—Una buena razón sería negociar tu rendición —Perú también se pone alerta al sonido de los pasos, por lo mismo, habla más bajo.
—¿La mía? —Chile entrecierra los ojos y se pone a pensar si Perú no tendrá un as bajo la manga. Sus propias tropas están lejos de casa, después de un largo viaje, no le sorprendería que si la resistencia peruana perdurara más de lo estimado, comenzaran las deserciones.
Perú busca atraer más a Chile hacia sí, con la pipa entre los labios.
—Sí, podemos llegar a un acuerdo, somos gente civilizada —ok, elegiste un mal término, Perú. Lo que hacen no es para nada civilizado, pelean cual perro y gato. Se pega más a la pared y a Chile—. Tenemos tiempo —se quita la pipa y se relame las labios, a pesar de que aún no refiere el dinero, es lo que está insinuando. Junto con algunos tratados... Lo que le jode es que Inglaterra no hable con él. Toda esta maldita guerra es por buscar mayores beneficios a sus espaldas, ¿tan marica es?
Chile traga saliva, sin atreverse a empujarle porque la ronda no se ha alejado lo suficiente todavía, puede oír aún sus voces.
—Pongamos que escucho tus —gesto con la mano—, términos... —no retrocede.
—Me encanta cuando te amansas —comenta Perú—. Digamos que puedo ser más flexible con los documentos, en cuanto a salitre se trata... —le mira a los ojos. Chile se endereza en toda su altura frente a ese comentario personal, como si quisiera demostrar todo lo contrario.
—¿Flexible... En cuanto a impuestos? Me interesa. Sigue —intenta no mostrarse en extremo interesado.
—No puedo adelantarte todo esta misma noche.
—Pero puedes intentarlo —le habla apenas moviendo la boca, y ya que le tiene tan cerca, fingiendo que va a por la pipa le roza la mandíbula, tentativo, porque hace mucho que necesita tocar a Perú para saber que sigue existiendo y le tiene efectivamente enfrente suyo (y no se trata de un sueño angustioso por la última batalla).
Perú suspira contra sus labios, subiendo la mano con la que le atrajo, por la espalda de Chile. En una caricia coqueta.
—No... No puedo hacer eso, arriesgándome a que hagas algo antes.
Con el contacto, Chile es muy consciente de pronto de su propio cuerpo, de los límites de éste que recorre Perú (creando la sensación de estar rodeado. El cuerpo de Chile reacciona a ello).
—¿Por qué no? ¿No confías en mi palabra? —murmura.
—Sabes que no... —a Perú le duele decir eso, traga saliva—. ¿Por qué me haces decirlo, ah? ¿Por qué, si eres más consciente de toda circunstancia, y ahora, con ésta que es obvia, no? —niega con la cabeza y apoya la frente contra la de Chile. Éste deja los brazos colgando a ambos lado, también recayendo en el gesto de Perú, apretando con fuerza la pieza de madera.
—Recién dijiste que es imposible no incluir el corazón cuando se trata de —frunce un poquito el ceño, porque todo esto suena muy cursi aún, pero no hay otra forma de expresarlo—, gente que te ha hecho sentir amado, ¿no? ¿No cuenta?
—Por eso mismo, es difícil.
—¿Difícil? —le pide Chile que se explique.
—Porque no es agradable decirle a alguien que quiero... Que no confío en él —parpadea—. Es una contradicción.
—Yo ya no confío en ti, así que... Me da lo mismo —se apresura Chile a aclarar.
—Igual no puedo decirte —lero lero.
—Sí puedes —le da un abrazo suelto, sencillamente juntando sus manos detrás de la espalda baja de Perú, llevándose la pipa.
—Esto es serio, Chile... —Perú se muerde el labio—. Encima que ahora estás de perrita de Inglaterra, ¿te vas por la vía fácil por qué sabes que tú solo no lograrías ni la mitad?
—No soy su perrito —le hace falta poner un puchero, y menos mal que lo interpretó del modo «animal»—. ¿Me vas a contar o no?
—No, te voy a mostrar algo —Perú no puede evitar darle un beso, lo necesita.
—¿Qué cosa? —Chile se encuentra reticente a esos gestos que le harían mucho más difícil la guerra, de todos modos Perú se lanza, le da besitos cortos, puros labios, cero lengua, y cierra los ojos como si estuviera rezando, pero Chile no le corresponde. Hace el amago de alejarse, soltándole y girando el rostro.
Perú abre los ojos y le observa... Desconsolado, pero se recompone rápido.
—¿Quieres que te lo muestre aquí?
—Mientras más rápido, mejor —Chile le mira de reojo, cruzándose de brazos. Tu actitud de «nada me importa» está empezando a hincharnos a todos las pelotas, Chile.
Perú saca la botella de su capa y la extiende hacia Chile, separándose de él. Chile levanta las cejas y abre la boca, verdaderamente a punto de negarse porque ¡son enemigos!
—¿No le echaste nada, verdad? —se relame.
Perú niega.
—¿Donde la tomamos?
—Ah... El peligro está en el lugar, no en la bebida —le acusa, desconfiado—. No, señor. Aquí no más.
—Ya —Perú se agacha para sentarse pegado a la pared, a lo indio, empezando a descorchar la botella. Mira de reojo a Chile, rencoroso con que le niegue las caricias y los besos. Quiere hacerlo a la fuerza, pero sabe que no es el momento.
Chile cambia el peso de pie, sabiendo que es una pésima idea, pero termina por sentarse frente a Perú, con una pierna estirada y la otra flectada hacia sí, por si tiene que pararse rápidamente.
—Tú primero.
Perú rueda los ojos y le da un sorbo laaaaargo. Termina de tragar y le extiende la botella. Chile la toma, más confiado después de ver beber a Perú, y le da un trago laaaaargo también. Se pasa el dorso de la mano por la boca para secarse, y deja la botella en medio de ambos.
—¿Qué es? —se relame.
—¿Te gusta? —Perú vuelve a tomar la botella y le da otro trago largo. Mirándole fijamente, e ignorando el contestar su pregunta.
—Sí... —llega a sorprenderle hasta a él lo sincera que le salió esa afirmación—, ¿es europeo? —quiere saber a quién se lo compró, a cuánto y todo detalle mínimamente relevante. Perú deja la botella entre los dos otra vez y suspira, emanando el olor a licor.
—Mmmm... Eres el primero fuera de mi entorno que lo conoce —comenta—. Es mío. He creado una nueva fórmula de licor —levanta las cejas, buscando impresionarle—. Tiene el nombre del lugar donde desembarcaste, «Pisco»
—Entonces me lo voy a quedar —comenta Chile al aire. Hace girar la botella, intentando capturar el color con la poca luz que tienen. La levanta y la pone a contraluz, aun paladeándose de tanto en tanto.
Perú se ríe.
—¿También quieres mi camisa impregnada del olor de colonia y mi humor? —siendo sarcástico, es el colmo que lo quiera todo, todo, todo. Pero le gusta. No se puede evitar.
—Ja —huele el licor, disfrutándolo todo cuanto puede—. ¿Para qué lo querría? Ni que fueras una mujer —bebe.
—¿Qué tiene que ver una mujer aquí? —no entiende—. A... A-A ellas no se les pide nada, compórtate —se sonroja un poquito.
—¿Y para qué querría una camisa con olor a colonia, sino le ha pertenecido a una mujer? —le devuelve la pregunta—. Compórtate tú.
—¡La camisa es porque quieres todo de mí!
—¡No quiero todo de ti! —baja la voz al darse cuenta que la ha subido—. Te lo he dicho... Tus... —le mira, como buscando en Perú—, salitreras.
Perú le quita la botella para seguir bebiendo y evitar molestarse.
—¡Oye! —estira la mano para requitársela. Perú bebe sin dejarse arranchar la botella—. Tampoco necesito tu licor —se ofende, aún con la mano estirada—, ¿me hiciste venir a perder mi tiempo? —es que le han negado el licor, eso le quita la paciencia.
Perú asiente con una sonrisa perruna, sin dejar de beber, le sube una mano a la rodilla, le acaricia...
Chile baja el brazo frustrado, pero no le da el manotón planificado a Perú, se contiene de hacerle quitar la mano.
—¿Por favor? —dice obviamente de mala gana.
Perú se aleja la boquilla de la botella y se relame los labios.
—Pero tienes que cooperar conmigo, ah —avisa por un futuro, estirando el licor—. Qué rico está esto.
—No voy a vender mi patria por un licor malo de... —recibe la botella de todos modos—, alguna fruta rara tuya—no tiene ni idea de qué está hecho.
—Vender tu patria —Perú suelta una carcajada—. ¿Acaso no eres Nueva Inglaterra?
—Vender a mis hombres —especifica Chile, ya que no puede pelear contra la otra acusación debido a que los mismos capitales ingleses son los que le orillaron a la guerra.
—Pero si ya están rotos... Ya se vendieron hace mucho tiempo —hace un ademán de chuparla.
—A las que he visto haciendo eso ahora último no son na' chilenos —le tira Chile como golpe bajo, para nada atendiendo a las bromas, y da un trago cortito. Perú rompe en risas sin picarse por el comentario.
—¡Oye! ¿También te quieres copiar mi sentido del humor? —le mira, apoyando la barbilla en su mano, y el codo en la pierna.
—No era un chiste —hoy Chile parece inmune a las buenas intenciones de Perú, sin embargo, el tal pisco fue una excelente idea para ablandarle el ánimo—. ¿Te parece que estamos en circunstancias de hacer chistes?
—Tu situación es cómica, ¿quién te manda ser mi chiste con patas? —se le escapa una risita.
—Yo no soy tu chiste con patas, ¿te estás escuchando a ti mismo? ¿Te das cuenta que podría matarte ahora mismo con un golpe en la cabeza? —desaprueba absolutamente su falta de seriedad ante toda la situación. Rueda los ojos y bebe otro poco.
Perú hace una mueca chistosa de «seriedad» con boca como de pato y el ceño fruncido.
—No me puedes matar, Inglaterra no te autoriza todavía.
Chile está a dos burlas de arrojarse sobre su cuello, están todos advertidos.
—Nadie pide autorización para matar a un perro. A esos cuando tienen rabia nadie los quiere —se encoge de hombros y da otro sorbo.
—Qué despiadado, haciendo analogías con perritos que te ofrecen su lealtad y su cariño incondicional... —niega con la cabeza—. ¿Y a ti quién te mata? Si ya tienes rabia, tienes todas las enfermedades juntas —le saca la lengua.
—Por eso sería mejor que te rindieras ahora, antes que te muerda y te contagie algo —muerde el aire hacia el final de la frase.
—Primero te rindes tú —Perú levanta la barbilla, queriendo ser rebelde. Sube los dedos, sin embargo, por la pierna del otro, y Chile mira de reojo sus movimientos.
—¿Qué me darías si me «rindo»? —obviamente no le gusta la palabra.
—La paz —se encoge de hombros—. Lo que todo el mundo desea. Y unos cuantos beneficios para que no andes diciendo que no soy bueno.
—Pero si te rindes tú, puedo obtener todo cuanto quiera —retoriza Chile—, qué puedes ofrecerme tú que no pueda conseguir de otra manera —sonríe de medio lado, y mueve un milímetro la pierna, única señal de que le hace caso a ese tacto.
—¿La verdad? —estira la otra mano para darle otro sorbo a su pisco, cuando traga—: Igual no ganarías nada, ¿te crees que tú me vas a conquistar? —hace que suene cómico—. El único es y será España —no lo dice con segundas intenciones, lo dice en sentido político-territorial. Precisamente como Chile no está hablando.
—¿Absolutamente nada? —Chile traga saliva, sintiendo las orejas calientes—. Tsk. Ni que necesitara tu consentimiento para conquistarte —intenta amenazar. Perú se relame los labios y le amasa mejor la carne de la pierna a Chile, dejando la botella relegada a un costado. Cosa que le permite acariciar las dos piernas ahora.
—¿Te gustaría que fuera sin mi consentimiento? —ahora él traga saliva, porque se le ha ocurrido cambiar el sentido.
—Si no te rindes, sí —Chile le detiene una mano poniéndole la suya encima—. Y no olvides que estoy hablando de Lima —le mira fijamente.
—Oye... Si me buscas mucho, vas a encontrar algo que no te va a gustar —ahora es serio.
—No fui yo quién llamo al otro acá —contesta Chile sin sonreír.
Los pasos arriba del puente vuelven a resonar.
—Ya te dije por qué es, te vas a rendir tú primero —le quita las manos de la pierna y se cruza de brazos—. Sólo por eso.
—Es que no lo voy a hacer —le responde Chile en voz baja debido al peligro, con total sinceridad, en actitud de «es que no puedo», si bien no llega a la impotencia—. Pero tampoco —traga saliva—, quiero tener que pillarte atravesado por una bayoneta después.
—Como si te importara —escupe Perú y cambia la mirada de dirección—. Bueno, suficiente cháchara —se levanta y agarra la botella, dándole un sorbo corto.
Los pasos siguen resonando hasta el final del puente... Donde se escucha con claridad el bajar de los escalones que le siguen.
Chile se levanta rápidamente al ver que Perú lo hace, tomado por sorpresa pues recién llegaban a la parte importante y por la que había corrido el riesgo de ir, ¿que acaso tan ridículo era su temor que provocaba esa reacción en su enemigo? Piensa que es probable.
—¿Vamos a alguna parte o simplemente te vas?
—Me voy lejos de alguien que no atiende a conciliaciones y busca cualquier detonante para atacar, me voy lejos de ese alguien sin pizca de razonamiento —el drama.
—Si te vas al menos déjame la botella. Para tener donde meter tus restos cuando los encuentre —no deja entrever la desazón que le causa que Perú se vaya. Perú rueda los ojos y no le contesta, siguiendo con su camino.
—He dado por finalizada la reunión.
—No fue eso lo que te pedí —Chile intenta quitarle la botella, léase, no quiere que se vaya así. No le ha visto en tanto tiempo dadas las circunstancias y pretende dejarle con la incertidumbre, ¿qué se cree Perú? ¿Que puede mandarle cuándo aparecerse y cuándo irse?
—¿Qué me pediste? —haciéndose el que no se acuerda. Los hombres terminan de bajar y se quedan estáticos al ver a Perú. Este último traga saliva y les mira de reojito. Chile suelta su, llamémosle, presa, sin querer llamar la atención.
—¿El... Pisco? O tu camisa. Me la ofreciste hace un rato —intenta sonreír, pero no le sale bien.
Los hombres saben que no deben ser vistos más que por Perú, así que, hacen un redoble de pasos y caminan en los alrededores del puente. Obviamente, en la cara opuesta donde está Chile y sucede el escenario con Perú.
Perú inspira fuerte y carraspea.
—Ah, ¿así que ahora si piensas hablar? —habla de esta manera fría porque los soldados deben oírle, es más, un soldado le cuchichea al otro «¿cómo que su camisa y el pisco?». Se acerca más a Chile.
Aunque los hombres se alejen, Chile obviamente sigue oyéndoles, y la dirección de los pasos no le gusta, siente que le van a atacar por la espalda o algo, ¿que la guardia no debería seguir por más calles de la ciudad?
—¿Sabes? Olvídalo. Que te maten, mejor para mí —no retrocede por no mostrar miedo. Perú se acerca más, con pasos leeeeentos.
—¿Sabes? Me parece haber oído al niño manchado de hollín, ése que se ofendía por todo —se relame los labios y le mira fijamente—. Un niño—sonríe de lado.
—¿Me estás llamando un niño? —Chile se va a la ofensa directamente—. Yo no me ofendía por todo, oye —frunce el ceño. Sigue sin retroceder, pero se lleva la mano al bolsillo de la chaqueta. Toca el tabaco y, más abajo siente el frío de su puñal. No lo coge, pero le ayuda saber que sigue allí.
—Tú sabes que sí —Perú no nota el movimiento, pero igual sigue acercándose hasta quedar muy cerca. Le lleva una mano al antebrazo—. Ahora, si no quieres verte así ante mis ojos, pues conversa como un hombre, ¿o sólo lo eres para las armas?
—No voy a permitir que me insultes así —amenaza Chile, mas se refrena de cualquier acción física violenta ante el contacto. Como es usual, le calma a un nivel que ni él mismo nota. En serio, es como un animal peligroso y Perú vendría siendo la virgen que le calma, nos avergüenza como guerrero.
—No te estoy insultando, estoy siendo racional —Perú habla bajito y despacio.
—No has dicho nada racional en toda la noche —murmura Chile lo suficientemente alto para que le escuche—. Y no. Pedirme que me vaya no cuenta porque no tiene lógica el que me retire a estas alturas —hay un algo pasional en su tono, escondido, posiblemente legado de España—. Esperaba una tregua. Eso es racional —prácticamente regaña a Perú.
—Yo lo que vine a pedir fue tu rendición y te lo dejé bien en claro —levanta una ceja, no entiende a qué se refiere con eso de «a estas alturas», pero sospecha que se refiere al pisco—. Ahora, que tú te hayas negado y hayas querido desvirtuar la conversación, valiéndote de mis sentimientos, es algo completamente distinto.
—Eso es, justamente, lo que no es racional... ¿Sabes lo lejos que está Santiago de aquí? —refiriéndose a la enorme distancia que le tomó llegar hasta la misma Lima.
—Lo sé, ¿y si quiera me ves conspirando para tomarla? —la voz se le oye entrecortada, refiriéndose a que, a pesar de todo, no va a pagarle con la misma moneda. Maldita sangre latina.
—No podrías —le responde Chile burlón—. En cambio... Yo podría tomar Lima... —insiste, mirándole con cierta confusión—. ¿No te preocupa ni siquiera un poco? —le pregunta en serio, a pesar de saber que, prácticamente, toda la conversación fue tiempo perdido pues ninguno está dispuesto a dar un paso atrás.
—¿De verdad lo crees? —Perú levanta las cejas y hace presión en su agarre en el antebrazo, enganchándose bien—. No sé por qué siempre fuiste así de todo tener que confesarlo a la fuerza —declara, al momento que da un fuerte silbido.
Y ésa es la señal que necesitan sus hombres para volver corriendo a donde Perú se encuentra conversando con Chile.
