— ¿Es verdad que el Abuelo Roma está muerto? —Había preguntado el pequeño Italia, mirando a Grecia con los ojos inusualmente abiertos. Su hermano Romano no habló, pero parecía interrogarle lo mismo con sólo la mirada.

Grecia no contestó. ¿Qué le contestaría? Roma estaba muerto. Había desaparecido, al igual que su madre, la Antigua Grecia. No les mentiría.

Sabía que su madre había desaparecido por culpa del abuelo de Italia. Años antes hubiera considerado la desaparición de Roma como una especie de justicia divina.

Podría haber odiado a esos niños, que eran la reencarnación de aquel que le arrebató a una de sus personas más preciadas.

Pero no, el griego no lo hizo. Porque no podía echarle la culpa a unos pequeños niños indefenso. Roma era una cosa, Italia y Romano eran otra. Los dos últimos no tenían la culpa de nada.

Eran lo más parecido a una familia que tuvo después de que su madre muriera.

Los quería. A los dos. Al tierno y siempre servicial Italia, y al malhumorado y terco Romano.

Por eso mismo, ¿Qué debía contestar a esa pregunta?

—El cuerpo del Imperio Romano… ya no está entre nosotros—fue lo que contestó.

El menor ladeó la cabeza, no entendía. El mayor de los hermanos hizo una cara de horror.

— Entonces está muerto —concluyó Romano, decepcionado.

—Según cómo lo mires.

— ¿Qué quieres decir? Grecia, siempre que hablas me confundes. Eres demasiado fielósofo.

—Filósofo—corrigió el griego.

—Eso. ¿Pero, qué quieres decir?

—El alma de Roma no ha muerto.

—Ve~, entonces no hay problema—dijo Italia—el interior de una persona es lo más importante.

— ¿Me dirás que se fue al cielo? —inquirió Romano, de mal humor.

—Una parte de su alma está con los dioses.

— ¿Y la otra? —Preguntó el italiano menor, que a pesar de que comprendía que su Abuelo había desaparecido, sabía que se encontraba en un lugar mejor— ¿Dónde está la otra parte del Abuelo?

Grecia suspiró.

—La otra parte estará siempre con ustedes. En sus corazones. Mientras lo recuerden—dijo el griego, mientras se le hacía un nudo en la garganta, recordando lo que su madre le había dicho una vez.

—Yo nunca lo olvidaré—dijo el pequeño Italia con pequeñas lágrimas en sus ojos miel.

—No. Nadie lo olvidará. Y recuerda, la parte que está con los dioses… estará velando por ti siempre.

—Díselo a Italia—murmuró Romano, convencido de que su abuelo quería más al menor que a él.

—Eso es mentira, y lo sabes—le dijo Grecia—Estoy seguro que él los quería a los dos por igual.

El mayor de los hermanos no dijo nada.

—Grecia—lo llamó el menor de los tres— ¿Tú madre también está con los dioses?

El de ojos verdes tragó saliva, mientras el nudo en su garganta se hacía más tenso. Pero estaba seguro de la respuesta.

—Sí. Está con ellos.

—Entonces supongo que ella también te desea lo mejor, ve~

— ¿Crees que estaremos bien a partir de ahora? Tú tienes que volver con Turquía—dijo Romano, con tristeza.

—Ustedes pueden.

—Claro que podemos. Y si no, te llamamos a ti para que los aburras con tu fistología.

—Filosofía—corrigió.

—Eso.

Grecia sonrió levemente. El odioso turco lo llamó a los gritos. Se levantó con parsimonia, no sin antes revolver el cabello de los dos niños. Italia rió, y Romano se enfurruñó.

—Recuerden que el primo Grecia los quiere mucho—fue lo último que dijo, antes de acomodarse su gorra, e irse caminando hacia dónde estaba Turquía.


Wa! Yo siempre vi a Grecia como el primo grande de ellos dos :3 Esto surgió en un momento de locura D: Si leyeron hasta el final, ¡muchas gracias por leer! Espero que les haya gustado. Opiniones por review :P Me gustaría saber que opinan.