¡Hola a todo aquel que haya entrado a esta historia por las razones que fueren! Desde hace mucho tiempo he querido escribir algo de Gintama, pero por ese humor y excentricidades que el autor mete, preferí desistir y preservar la esencia de este genial anime/manga XD Pero gracias al último arco que ha sido animado, mi hyper por este fandom renació. Especialmente por Kamui *-*9 Así que fui débil y comencé a escribir :'D Claramente no será un oneshot, pero tampoco un fic usual de los que frecuento hacer. Espero le den una oportunidad, no me atrincheren por no "ser tan Gintama" y todo eso. Sin más, ¡disfruten!
Capítulo 1
Broken
La trémula llovizna nocturna, la penosa luna que solo dejaba asomar la mitad de su rostro para observarlo todo y el taladrante silencio, conformaban el amplio escenario que se tendía a su alrededor y que lucía como un cuento interminable donde lo único seguro era el punto de partida.
Pero no le importaba lo sólido que resultaba el angosto camino que transitaba, tampoco poseía interés alguno en las gruesas paredes naturales de bambú que le cobijaban y mantenían a todos alejados de lo que aquel mundo natural pudiera alojar; lo único verdaderamente interesante para sus pupilas, era el regio pastizal de trigo que le recibió con su dorada tonalidad en cuanto comenzó a atravesarlo.
¿Pero en qué instante todo comenzó a cubrirse de un estruendoso carmesí y romper el hilo de sus pensamientos? ¿Qué se supone que era esa bestia que yacía a metros de distancia, siendo atacada por esos tres robustos guerreros y aniquilada por completo por la vehemente embestida de un parasol?
—…¿Abuto…? —el nombre salió de manera automática, sin siquiera desearlo. Y su mirada no se despegó ni un instante de aquel viejo conocido.
—Luces como si hubieras visto a un muerto regresar de su tumba —expresó con cierta burla mientras se cubría del inclemente monzón y dejaba que el agua se encargara de limpiar la bermellón suciedad que se había impregnado en su arma.
—La Tierra es un sitio demasiado amplio como para que termináramos encontrándonos de nuevo —inquirió con más serenidad. Incluso un pequeño suspiró escapó de sus adentros—. No recuerdo que una flota de semejante renombre tuviera tiempo para hacer expediciones y ponerse a cazar pequeñas bestias salvajes —mencionó, cruzándose de brazos.
—Deberías sonreír un poco o se te agrietará el rostro —esa sonrisa burlona y semejante comentario provocaron que el ceño de la chica se marcara magistralmente—. Vamos, vamos, tranquilízate. Ya suficiente trabajo tengo con proteger el trasero del capitán como para lidiar con algo más.
—Eso es porque ustedes le dejan hacer lo que se le place —señaló sin mucho interés—. Supongo que no pueden evitar dirigirse hacia su propia extinción.
—Ey, ey —lo mejor que podía hacer era calmar sus ánimos.
—Vice-capitán, necesitamos que venga inmediatamente —la plática fue interrumpida en cuanto uno de los subordinados del castaño se aproximó.
—¿Y ahora qué es lo que sucede? ¿No te das cuenta que estoy intentando negociar? —se quejó.
—Pero es que…las reservas se han agotado. Y su estado está empeorando —notificó alarmante. Abuto simplemente se quedó callado.
—¿Qué se supone que hacen en la Tierra? ¿No pudo resistir más tiempo y vino por la cabeza de aquel hombre? —no era difícil predecir los movimientos del ex capitán de la Séptima División del Harusame.
—Recuerdo que tu carta de despedida decía algo como…que no querías volver a saber nada de ninguno de nosotros ni de nuestro estúpido capitán —podría haberlo dicho con sonora seriedad, pero quedaba claro que le provocaba cierta risa. Especialmente por lo contradicción encontrada entre lo que dijo y estaba haciendo ahora mismo.
—Deja de molestarme —espetó con cierto malhumor tras darle la espalda—…¿En qué clase de persona me convierto si soy incapaz de acatar una simple promesa como esa? Tsk…Además, ¿por qué están aquí? En este territorio no encontrarán más que…
—…Fuimos atacados…y no hemos salido bien parados de ello…
—¿Cómo has dicho? —le encaró una vez más, con aires de interrogación en sus agitadas pupilas rubí—. ¿Quién podría tener la fuerza suficiente para doblegar a un grupo de Yato como ustedes? Suena rotundamente ridículo.
—¿Por qué no lo compruebas por ti misma, Oshin?
Conocía los parajes que se apreciaban más allá de ese campo de trigo y lo que escondía tan meticulosamente esa monumental cascada de aguas cristalinas y piedras de río. Sin embargo, lo que no tenía respuesta para ella era el motivo por el cual se habían encargado de sellar tan magníficamente bien la entrada de tan profunda cueva subterránea.
No emitió palabra alguna y permitió que la roca que le obstaculizaba el paso fuera retirada por uno de los hombres que le había escoltado hasta ese lugar.
—…¿Pero qué…demonios significa todo esto? —su espasmo fue comparable con su creciente confusión y la inercia de caminar hacia las entrañas de esa oscuridad penosamente iluminada por unas cuantas antorchas—. ¿Qué fue lo que pasó? —se giró hacia la persona que tenía que darle respuestas.
—Como mencioné, fuimos atacados.
—Eso no explica lo que estoy viendo aquí.
Más de diez individuos permanecían tumbados sobre el suelo, tiritando y balbuceando incongruencias que solamente eran audibles para ellos mismos. No obstante, lo que más llamaba la atención no era ese estado de vulnerabilidad, sino esas púrpuras motas que habían comenzado desde la mitad de sus rostros hasta el resto de su cuerpo.
—¿Qué se supone que son esas manchas?¿Qué es lo que está pasando? —exigió saber a toda costa.
—Durante la batalla, un extraño humo empezó a invadir el campo de batalla. Todos los que lo aspiraron comenzaron a presentar esas extrañas manchas —relataba, avanzando hacia ella. Sí, en verdad se le veía preocupado y angustiado al respecto—. Si solamente se tratara de eso, no existiría problema alguno.
—¿Qué síntomas han experimentado? —cuestionó tras agacharse frente a uno de los convalecientes—. Parecía estar checando su pulso y verificando que no tuviera fiebre.
—Desde que respiraron ese humo comenzaron a sentirse débiles, sus sentidos empezaron a fallar y su fuerza fue mermando rápidamente. Y para cuando las manchas aparecieron en sus cuerpos, se presentó un evento todavía más desagradable —explicó quien indudablemente podría ser calificado como el médico de la tripulación—. La más pequeña cantidad de luz les provocaba un severo daño…—sus palabras fueron corroboradas en el momento en que retiró las vestimentas superiores del paciente que Oshin se encargaba de examinar.
—…Sus quemaduras…son bastante horribles… Es como si hubieran estado expuestos al sol durante mucho tiempo.
—La luz solar no era siquiera fuerte y gozaba de gruesos ropajes —profirió.
—…Un veneno como tal no es, pero…está matándoles lenta y tortuosamente…—estableció la pelinegra con total desagrado—. ¿Con quién demonios se metió esa cabeza hueca ahora? —miró de soslayo a Abuto.
—Olvidas esa parte en que literalmente nos volvimos enemigos de medio universo —así había sido desde que apoyando al Kiheitai intervinieron en Edo y se enfrentaron tanto al Shinsengumi como al Yatagarasu. Sí, se convirtieron en un abrir y cerrar de ojos en los más buscados.
—Eso solamente me indica que hay demasiadas personas allá afuera que quieren empalarlos y tener su cabeza adornando su chimenea —mencionaba con un humor siniestramente negro.
—No sé quién o quiénes estén detrás de todo esto. Lo único que tenemos claro es que han encontrado un modo de neutralizar la potencia de los Yato —sentenciaba el castaño con malhumor y unas ansias inútilmente suprimidas de irse y exterminar al culpable de tan insolente asalto.
—Y al hacerlo, no son más que unos pequeños cachorros con endebles colmillos.
—Por el momento he encontrado un modo para disminuir los efectos de este extraño síndrome. Pero no es permanente. Es apremiante encontrar un antídoto —dijo una vez más el médico—. Lamentablemente la gran mayoría de los ingredientes están agotándose debido a las dosis continuas que tengo que darles para mantenerlos lúcidos.
—Solamente dime de qué plantas hablamos y yo me haré cargo del resto —pronunciaba la joven tras levantarse—. Mis servicios son costosos, ténganlo en cuenta.
—Creo que esto nos saldrá un poco más caro —mencionaba con burla—. Tus servicios deberán incluir mantener sedado a nuestro estúpido capitán.
Nuevamente siguió los pasos de Abuto hacia el exterior sin decir absolutamente nada. Su cabeza ya se mantenía más que ocupada en pensamientos que no le traerían beneficio alguno y que sin embargo florecían uno tras otro, como si tuvieran autonomía propia, como si no les importara en lo más mínimo que ella no quisiera hondar nuevamente en ellos.
Sonrió fugazmente al punto que su gesto se esfumó en el instante en que la fría gota de lluvia se escurrió por su mejilla hasta el húmedo suelo.
—La vida en verdad debe ser lo suficientemente irónica como para tener que encontrarme con la persona de la que estoy intentando escapar… ¿Qué fascinación encuentran las personas en esos acontecimientos azarosos que denominan como coincidencias? ¿Y por qué razón tuvimos que encontrarnos?
El olor a moho, la luz artificial de esas lejanas lámparas, la frialdad del concreto y esos grueso barrotes oxidados que le privaban de la libertad, se habían convertido desde el primer momento en que sus ojos abandonaron el inconsciente, en su escenografía diaria; donde lo único que variaba era el rostro del carcelero.
Dentro de su estado de reclusión no se hallaba sola. Había quienes permanecían en las esquinas lejanas de la celda, estaban los que se paraban frente a los barrotes y proferían insultos a quienes les miraban desde el exterior con mofa creciente y finalmente también estaban los que asimilaron su realidad y optaban por ahorrar energías.
Ella formaba parte del tercer grupo.
—Todos nos preguntamos cómo fue que venimos a dar hasta este sitio —mencionó uno de los tres hombres que descansaban sobre el suelo; él era el más alto y con un cuerpo lo suficientemente robusto que costaba creer que no pudiera encargarse de los grilletes que llevaba en manos.
—Parece ser que nos pillaron con la guardia baja y hemos terminado aquí…como reces sin marcar en espera de ser vendidas —observó sus gruesas esposas y después miró el sucio piso en el que estaba sentada.
—¿Y qué se supone que llevas a tus espaldas? —la curiosidad del segundo hombre arremetió.
—Como pueden verlo por ustedes mismos, es una cajonera —mencionó para los indagadores—. La llevo a todos lados, ya que es mi…—ninguno de los presos dijo nada más. Lo que más temía había llegado.
—...Estoy seguro de que encontrarán algo que les sea útil en la mercancía que recién adquirimos —los Amanto se habían convertido en el peor enemigo de la especie humana desde el momento en que descendieron a la Tierra y se produjo aquella encarnizada guerra—. ¿O es que andan buscando algo en específico? —cuestionó el extraterrestre a sus particulares clientes—. ¿Niños para que sirvan de carnada? ¿Fuerza de trabajo?¿Mecánicos?¿O tal vez…un poco de diversión? —su mano cabía perfectamente en el espacio que había entre los barrotes, facilitándole el fiero agarre a esa desprevenida fémina—. Tenemos para cada gusto.
—¡Suélteme, suélteme en este momento! —gritaba aterrorizada la mujer.
—Deberías sentirte orgullosa de poder servirle a nuestra raza. Especialmente a criaturas tan poderosas como lo son los Yato —vociferaba sonrientemente el hombre.
—Ni las mujeres ni los niños son de nuestro interés —habló melodiosamente el de cabellera vermillion—. Si te seguí fue porque pensé que tenías algo realmente interesante que mostrarnos. Pero veo que nos has hecho perder el tiempo —esa sonrisa lucía encantadora, pero escondía un siniestro y obvio deseo.
—¡N-N-No, c-claro que no, Kamui-dono! —se retractaba rápidamente—. En esta jaula tenemos muchas cosas interesantes. ¿Qué le parece un miembro del clan Dakini como mascota personal? ¿Un médico profesional?¿O tal vez una especie de…boticario?
—Dudo rotundamente que una panda de mercenarios tenga la necesidad de los servicios que un boticario es capaz de ofertarles.
El resto de los prisioneros palideció en el instante en que esa mujer abrió la boca, captando la atención de quien indirectamente los había condenado a no conocer nunca más el término de libertad. ¿Es que no se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Si seguía parlando ocasionaría que todos murieran allí mismo bajo el desplante de su opresor.
—Corríjanme si me equivoco —su llana oración fue dirigida para esos dos Yato.
El rubí de su mirada embonaba con su alba piel y le convertía en el característico más notable de su apariencia física. Luego se encontraba el oscuro azabache de su larga y lacia cabellera que se mantenía suelta, escurriéndose sobre sus hombros y espalda.
Un pantalón de mezclilla, botas largas marrón, una blusa blanca sencilla y una gorra de aviador, era toda la vestimenta que llevaba consigo y que le bastaba para ir por allí practicando tan particular profesión.
—En cierto modo podría sernos de utilidad —tomó la palabra Abuto, pensándose el asunto—. Gracias a cierto capitán estúpido que tenemos nuestros médicos abordo tienen más trabajo del usual.
—Empiezo a creer que no sabes precisamente a lo que me dedico —murmuraba para el castaño que consideró como practico ponerle como asistente médico.
—Mmm… Si tú lo dices —a Kamui poco o nada le interesaba. Estaba aburrido—. Aunque igual luce bastante frágil. Podría estropearse con facilidad —eso sonaba totalmente a una amenaza pasiva.
—En ese caso únicamente tiene que deshacerse de ella, Kamui-dono —le siguió la corriente el malicioso vendedor de esclavos—. Lo que ve aquí no son más que objetos desechables. No debe preocuparse por si uno se rompe o algo.
—¿Puede considerarse esto como buena suerte o como una sentencia de muerte? —no comprendía ese sentimiento de envidia que percibía en quienes no habían sido elegidas por esos barbáricos hombres. Para ella lo único que había cambiado era el nombre de su dueño y la jaula en la que sería encerrada.
Fue sacada de su celda, conservando todo su equipaje y esos opresores pedazos de metal entumeciéndole las muñecas. Y sin tener tiempo de objetar, fue orillada a avanzar y seguir calladamente a quienes se habían convertido en sus nuevos dueños.
El exterior de la nave resultaba tan deprimente como la decoración interna. ¿Pero se podía esperar otra cosa de un grupo de hombres que se dedicaban a pelear a través del universo?¿Y cómo es que podían vivir entre semejante desorden?
—Es aquí donde vivirás de ahora en adelante —glosó quien se había encargado de darle un rápido recorrido por todo el interior de la gran nave—. Si quieres tener una vida larga te recomiendo que no hagas enojar a nuestro tonto capitán.
—Para ser tan temido, no pareces cortarte con adjetivos ofensivos hacia su persona —decía la pelinegra con una delgada línea que se curvaba en una media sonrisa.
—Ya te irás dando cuenta de cómo es —para alguien como él, destrozar grilletes era de lo más simple; con presionarlos con sus dos manos era más que suficiente para tornarlas chatarra—. Listo.
—Gracias —en verdad se sentía mejor ahora que podía mover libremente sus muñecas—. Por cierto, soy una boticaria, no un médico. Yo solamente elaboro los medicamentos que prescriban los médicos.
—Se oye como alguien que podría envenenar a una persona sin problema alguno —bromeó.
—Podría hacerlo si quisiera —estableció con un tono de lo más normal—. Aunque eso no debería preocupar a un Yato como tú. Hasta donde tengo informado, son sumamente resistentes a poderosos venenos. Y en todo caso de querer hacerlo, sería asesinada por alguno de ustedes antes de que siquiera pudiera llevar a cabo el plan.
—Posees una lengua muy filosa, niña —la verdad es que no estaba esperando que le hablara tan deliberadamente de un posible asesinato en su cara y mucho menos si este estaba dirigido a su especie.
—Si yo soy una niña, entonces tú eres un vejestorio —señaló con vileza. Incluso ese serio rostro dio lugar a una mirada burlesca y una sonrisilla.
—¡¿Vejestorio?! —primero su tonto capitán y ahora esa extraña. Nadie parecía quererlo respetar.
—Además, no sé de dónde me ves lo de niña —se cruzó de brazos, permitiendo que ese par de atributos se encargaran de callar totalmente al Yato.
—…Ah, bien, me retracto por ello…
Las reglas dentro de la nave eran simples y consistían básicamente en no entrometerse en el camino de ninguno de los miembros de la tripulación, y en realizar las tareas que les permitirían continuar siendo de utilidad. Y por esa simple razón, no comprendía con exactitud por qué había sido degradada de su oficio para convertirse en una mesera más que tenía que llevar comida en la brevedad posible para aquellos hombres que poseían un apetito que daba tanto miedo como su insuperable fuerza física.
—Oshin-chan, deberías ser más sonriente. Si a ellos no les agrada tu actitud podrían matarte —la pelinegra al fin se había quedado estática, aguardando junto con dos meseras más a que fueran requeridas.
—Lo siento, pero no me gusta sonreír falsamente para agradarle a nadie —criticó severamente—. Mientras haga bien mi trabajo no tienen razones para asesinarme.
—Te lo decimos por tu bien, ya que eres nueva y no sabes cómo funcionan las cosas aquí —habló la segunda que le hacía compañía.
—Agradezco sus consejos, pero no los requiero —les comunicó con tono neutral—. Lo único que me pregunto es cómo pueden engullir tanta comida como si fueran aspiradoras vivientes.
—¡Oshin-chan! —le regañaron ese par.
—¿No huele a quemado?
No eran desvaríos de la pelinegra. Realmente estaba sucediendo un verdadero caos dentro de la cocina y no pintaba nada bien. No con todo ese humo negro que empezó a colarse hacia lo que pobremente podía ser denominado como un comedor.
Sin embargo, el problema no era en sí el pequeño incendio que comenzaba a propagarse, sino lo que le siguió.
—¡¿Qué es lo que le ha pasado?! —gritó horrorizada una de las jóvenes en cuanto contempló a su camarada tirada sobre el suelo, con espuma saliéndole de la boca y la mirada totalmente perdida.
—Guarda silencio y no aspires nada hasta salir de aquí —ordenaba Oshin con un paño sobre sus fosas nasales mientras se dirigía hacia la salida con la joven siguiéndole los pasos—. Esto es insuficiente, dame tu blusa también.
—¡¿Pero qué locura estás diciendo?! —habían salido del comedor, cerrando la puerta de inmediato, dejando que todo ese humo fuera encerrado en esa única sala, terminando de condenar a quienes no pudieron escapar a tiempo—. ¡¿Qué se supone que estás haciendo?! —Oshin estaba usando su blusa para tapar cualquier fuga. Y no parecía tener la paciencia suficiente para esperar que esa mujer reaccionara—. ¡¿Pero qué…?!
—¿Quieres matarnos a todos? —respingó ya con la prenda de la otra mujer entre manos para terminar su trabajo—. Me sorprende que algo que es capaz de matar a un ser humano haya podido hacerle eso a un Yato.
—Creo…que tenemos problemas —llamó a la oji carmín en cuanto contempló que en el pasillo en el que se encontraban aparecieron esos intimidantes hombres con intenciones que rozaban la hostilidad. Y no únicamente eso, venía alguien más que conocían perfectamente.
—Yo mismo la vi anoche preparando esos extraños polvos que colocó dentro de una pequeña botella…Mencionaba que estaba harta de ser tratada como un simple animal y que se encargaría personalmente de todos ustedes —ese terrícola que tenían en frente, era el mismo que ostentaba el título de médico y que ahora estaba encargándose de levantarle falsas acusaciones.
—Si eso es cierto no tenemos más razones para mantenerla con vida —aquel Yato no conocía la palabra condolencia y se encontraba apuntando su sombrilla al rostro de la acusada. Un solo movimiento era suficiente para jalar el gallito y volarle la cabeza allí mismo.
—No soy la persona que buscan —afirmó, sin despegar la mirada de quien se convertiría en su ejecutor—. Y voy a comprobarlo.
Su pie chocó contra una pequeña piedra, haciendo que rodara frente a ella, indicándole que había pasado el tiempo suficiente desconectada como para no percatarse que había llegado hasta las entrañas más recónditas del bosque; era un área a la que solamente se podía acceder cercando la cascada.
Abandonada y roída por los años, la pequeña choza se mantenía de pie, ante la inclemencia del tiempo y el paso de los años. Todavía era lo suficientemente integra como para poder albergar en su interior a cualquier excursionista perdido y agotado por el largo viaje.
—Nada bueno ocurre cuando pasas tanto tiempo callada —Abuto le miraba desde el rabillo del ojo, aguardando alguna reacción. Lo único que contemplaba era una mujer empapada por la lluvia que deseaba tanto quedarse como irse.
—Estaba conmemorando cosas innecesarias —especificó para quien le observaba—. ¿Hemos llegado? —preguntó por metro trámite, porque estaba claro que habían arribado al lugar correcto.
—Procuren no asesinarse mutuamente —ironizó, permitiéndole el paso.
—Si está como el resto de tus hombres, poco o nada podrá hacerme —disertó, ya frente a la única puerta con la que gozaba ese refugio temporal—. Una bestia con colmillos tan afilados no puede ser domesticada tan fácilmente.
Abrió la puerta sin mayor titubeo, enfocándose en lo único que había venido a buscar. Fue en ese instante cuando sus propias palabras se convirtieron en un amargo y desgarrador sabor de boca.
Sus pupilas fluctuaban recelosas, incapaces de creer lo que estaba viendo tan ridículamente cerca y que sin embargo sentía que se hallaba tan lejano para considerarlo como irreal. Pero lamentablemente, todo estaba ocurriendo; lo supo en cuanto lo que quedaba de esos vividos zafiros se postraron en ella.
—…Los efectos en él demoraron más en desarrollarse y por esa razón él continuó peleando hasta que su propio cuerpo le hizo parar.
—Ha perdido…mucha sangre…—los vendajes cubiertos de tan preciado líquido vital permanecían en la esquina más lejana, apilados y tan recientes que todavía conservaban tan bermellón tono—. Y todo su brazo derecho…está totalmente…
Sus pasos eran lentos pero bañados en firmeza. Su atención quería apartarse de esa incomprensible escena y centrarse en lo que tenía. No obstante, la objetividad se le iba de las manos peligrosamente; y eso no haría más que entorpecer su trabajo.
Tomó asiento a un costado de su lecho, justamente del lado donde aquel brazo había sido pintado por completo con un desagradable morado. Luego percibió su tranquila respiración y las heridas que había recibido en todo el pecho, meticulosamente vendadas para impedir el sangrado.
Seguidamente estaba esa vaga mirada que parecía en cierto modo reconocerla y, por otra parte, desconocerla por completo. Sí, esos altivos ojos que tanto recordaba no estaba allí. El hombre que había conocido por un año entero se había desvanecido sin que se diera cuenta y había dejado atrás un penoso caparazón que ella se negaba a aceptar.
—…Al no sentir los efectos de inmediato, siguió aspirando más de ese humo y las consecuencias por ello son mucho más gravosas que con el resto —murmuró como si estuviera en automático—. Aunque ahora que lo pienso, el resultado hubiera sido el mismo aún si hubiera llegado a experimentar algún síntoma.
—Cuesta creer que el hombre que está botado allí declaró convertirse en el hombre más fuerte del universo.
—Estoy segura de que se encargó de no dejar a nadie de pie —extendió su mano derecha hacia el rostro, con premura, como si le temiera. O tal vez existía otro motivo para su cautela.
—¡Ey, maldita sea ¿pero qué estás haciendo?! —exclamó Abuto tan rápido como sus sentidos se lo permitieron—. ¡Detente…!
Su mayor error había sido confiarse y tener la guardia baja solamente por considerar su actual condición. Lo supo instantáneamente en cuanto su muñeca fue sujetada con la fuerza necesaria para mantenerla quieta el tiempo suficiente como para que el malherido Yato fuera capaz de tumbarle contra el suelo, estampando de lleno su puño libre en su vulnerable abdomen.
El piso cedió ante la potencia del embiste y dejó semi-enterrada a la joven entre escombros y polvo.
—Solamente a ti se te pueden ocurrir hacer estupideces como estas —Abuto sujetaba con fuerza a su descontrolado capitán. Salvando a la pelinegra de una muerte segura.
—N-Ni…siquiera alguien como él podría…tolerar esa cantidad… Se dormirá en poco tiempo —ese desagradable sabor a hierro continuaba en toda su boca sin importar que ya hubiera escupido toda la sangre que ese embiste le hizo derramar desde sus entrañas. También estaba el dolor que le entumeció toda esa zona blanda.
—Tú y tus maniobras poco ortodoxas —ella no mentía. Un pequeño dardo había sido clavado en el cuello del joven capitán con el poderoso somnífero que lo había mandado al mundo de los sueños—. Claramente les dije que no fueran a matarse.
—…Ungh…Para estar debilitado todavía tiene mucha fuerza —no tenía prisa alguna en ponerse de pie y simultáneamente, deseaba recuperar el aliento—. Pero me siento ofendida por no recibir su mejor golpe.
—Tú en verdad estás demente —estipuló, sonriente y con cierto regocijo.
—¿No te lo dije antes, Abuto? Odio a ese hombre y todo lo que representa… Lo aborrezco al punto en que quiero matarlo y salvarlo a la vez.
