Llegó a su departamento, dejando su bolso en la sala antes de dirigirse a la cocina para prepar un vaso de leche con chocolate.

Su kwami no la siguió, saliendo únicamente cuando escuchó la puerta del dormitorio de la azabache cerrarse.

Después de todo sabia lo duro que resultaba ese día para su portadora.

Marinette se quitó los tacones y la ropa sastre para fundirse en una playera azul demasiado grande para su silueta, todo para esconderse bajo las frazadas de su cama, con las luces apagadas, a espera del llanto.

Desde que él ya no estaba sentía que su vida había perdido el sentido y ese día en especial sentía cada parte de su cuerpo roto.

De nada le había servido ser una heroína, ni ser una buena persona para evitar aquello, después de todo, nada podía hacer ante una enfermedad.

Él se habia ido, no volvería jamás y a ella solo le quedaba el recuerdo de su vida juntos.

Inhalando profundamebte su olor que se perdía con el propio por los años que llevaba usando la prenda, cada vez que necesitaba consuelo.

Aun podía recordarlo, dejando el trabajo de lado para girarse a verla con su más bella sonrisa.

"¿Cómo te fue en la escuela princesa?"

Odiando no poder recordar el cálido tono de su voz.

"Mira lo que papá preparó para ti mi cielo" decía mentalmente la chica, recordando la figura de su padre que le ofrecía una rebanada de pastel con fresas.

"¡Soy el gigante que protege a la princesa!" se decía mientras reproducía la imagen de su padre, con los brazos extendidos en un intento cómico de parecer abominable mientras jugaba con ella.

—Papá, eres un gigante —dijo en la penumbra, recordando lo grande e imponente que parecía su padre cuando era apenas una niña.

Recordaba lo extrañado que la veía cada vez que la encontraba hablando con una imagen de Adrien, el modo que tenia para alentarla cuando no se creía capaz de triunfar y los cálidos abrazos y besos que le daba cada día.

Marinette se había prometido no llorar cuando él se fue, pero cada día que pasaba le era más difícil mantener esa promesa.

Se recordaba una y otra vez que a él no le gustaría verla llorar, pero no podía mantener sus sentimientos ocultos todo el tiempo.

A veces la melancolía se le asomaba, en especial cuando pasaba cerca del parque que solían frecuentar.

Recibiendo siempre la misma pregunta "¿Estas bien Marinette?" A lo cual siempre contestaba que si, cuando en su mente decía que no lo estaba.

El llanto la invadió y no intentó evitarlo.

Se odio por no ser lo suficientemente fuerte para no hacerlo, anhelando creer en sus propias palabras en cada "estoy bien, todo estará bien".

—¿Princesa? —la voz masculina apenas fue escuchada a través de las frazadas y el sonido de su llanto.

Aún así, sabia perfectamente de quién se trataba.

La de ojos color cielo no se movió, esperando que el chico enfundado en cuero negro se fuera y no insistiera.

Que se fuera como lo había hecho en su adolescencia, cuando todo en su vida había cambiado.

—Marinette —la chica enterró las uñas en las frazadas, prometiéndose que no se las quitaría de encima, sin importar cuánto lo intentara el súper héroe.

Estaba lista para pelear por su protección cuando sintió que era aprisionada por la cintura.

—No estás sola princesa, me tienes a mi. Siempre.

Y sin pensarlo más la azabache se giró, abrazando al chico rubio que le prometía consuelo.

Y aunque eso no arreglaba nada, se sintió bendecida de tenerlo a él para unir los pedazos de su roto corazón.

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