A/N: Hola de nuevo! Antes de nada, agradecer el apoyo que le habéis dado a mis otras historias y decir que no las he abandonado, para nada, solo que estoy en un momento un poco caótico de mi vida y la musa anda rebelde últimamente. Al contrario que la mayoría, no soy demasiado fan de las navidades, así que quería haceros un regalo, que a la vez ha sido mi terapia para estas fechas. Es una historia que llevaba muchos meses en mi cabeza, bastante distinta a las que he escrito hasta ahora, más oscura y con vampiros. Espero que os guste, y como siempre, espero leer vuestras opiniones. Muchas gracias y felices fiestas.
Advertencia: Esta historia Transcurre en un tiempo y mundo totalmente imaginarios.
IF IT KILLS ME - CAPÍTULO 1: EL PACTO
A sus dieciocho años, Elena Gilbert había vivido más desgracias de las que cualquier joven de su edad debería verse obligada a experimentar. Todo había empezado con la muerte prematura de su madre y su hermano a causa de un accidente de coche al que ella había sobrevivido. Luego, habían seguido los constantes desacuerdos y peleas con su padre, quien la había colocado muy por debajo de su ambición y su deseo de convertirse en alcalde. Más tarde habían llegado la desolación, la tristeza y una guerra civil descarnada y sin piedad que había terminado por arrasar Mystic falls, la ciudad en la que había crecido. Una lucha absurda impulsada por su propio padre, John Gilbert, y su deseo de ser amo y señor del mundo. Una guerra contra los vampiros, unos seres superiores en fuerza, resistencia y últimamente también en número.
Pero John, quien además de alcalde se había convertido en el líder del consejo anti-vampírico de Mystic falls, parecía ser el único que no se daba cuenta de esa realidad. Él y sus seguidores, quienes le seguían a ciegas y cumplían su voluntad sin rechistar, creyendo que John, con su labia y su carisma, tenía, tal y como él decía, la formula para liberar a la ciudad de aquellos monstruos. Unos monstruos que eran mucho más rápidos, más fuertes, más experimentados y entendidos en la lucha, y sobretodo, inmortales. Pero la ambición de John no tenía límites, por eso, su prepotencia y sus fantásticas ideas habían llevado a Elena a experimentar uno de los momentos más traumáticos de toda su vida.
Aquella fría noche de abril, en el centro del salón de la mansión de los Lockwood, que era el centro de actos oficial de la ciudad aún después de que la familia perdiera la alcaldía, Elena sentía las miradas de todos y cada uno de los asistentes clavándose en su piel. Algunas eran de compasión, otras de lástima, de horror... pero también había sonrisas disimuladas y miradas de odio. Y no podía culpar a los habitantes de Mystic falls por ello. Precisamente, gran parte del pueblo se había reunido allí aquella noche gracias a una de las ideas geniales de su padre.
Los vampiros habían intentado camuflarse entre la población del pueblo durante siglos, consiguiéndolo durante mucho tiempo. Hasta que John había llegado al poder. Entonces, había empezado la persecución, la estigmatización y la separación física de las razas. La separación del pueblo literalmente en dos. A los niños humanos se les explicaba desde pequeños que los vampiros eran seres monstruosos, a quien debían temer e incluso matar sin dilación y los vampiros atacaban y arrasaban el lugar en cuanto tenían la mínima oportunidad movidos por el deseo de venganza. Elena, a pesar de que no le gustaban los vampiros como al resto de su especie, encontraba ese odio irracional y absurdo. Durante años, los miembros del consejo habían conseguido mantener más o menos protegida la ciudad, sin embargo, recientemente los vampiros se habían vuelto superiores en número y cada vez se hacía más complicado alejarlos del núcleo humano de Mystic falls. Por eso, para ganar tiempo, John y sus hombres habían propuesto una tregua.
Un pacto macabro que consistía en que una vez cada seis meses, los vampiros con más poder e influencia en su comunidad entraban en la zona humana de mystic falls y escogían, como si de trozos de carne se tratara, a unos cuantos jóvenes que les servirían de alimento. Era algo totalmente improvisado, al azar en ocasiones, y nadie podía ni esconderse, ni negarse. Eran las normas y debían acatarse por el bien de la comunidad. Incluso habían tenido la desfachatez de disfrazarlo de festividad. Los vampiros escogían un grupo de unos cinco o seis, generalmente jóvenes, quienes a partir de ese momento les pertenecían y no tenían derecho a abandonar la zona vampírica de Mystic Falls sin su permiso. De esta forma, el consejo se aseguraba de que no hubieran más ataques por parte de los depredadores y así su población dejaba de disminuir a ritmo vertiginoso. Por su parte, los vampiros dejaban de ser perseguidos y torturados y además obtenían alimentación sin ningún esfuerzo. De esta forma, habían logrado conseguir que una falsa sensación de paz y tranquilidad reinara en el pueblo.
- Pero es imposible. No podéis llevárosla a ella - balbuceó John clavando los ojos en su hija, quien permanecía pálida e inmóvil en medio de la sala, todavía sin poder creer que aquel vampiro acabara de señalarla con el dedo.
- ¿Imposible? ¿Porqué es imposible, John? ¿Es que a caso tu hija no es como las demás?
Aquel monstruo volvió a mirarla y Elena sintió un escalofrío. Era extremadamente apuesto, como la mayoría de los de su raza. Corría el rumor de que al convertirte en vampiro tu belleza se acentuaba, se volvía más evidente e irresistible. Eso explicaría la arrolladora presencia de aquel hombre. No debía ser mucho mayor que ella, apenas unos cinco años, pero lo que más perturbó a Elena fue la frialdad que encontró en sus ojos cuando se encontraron con los suyos propios. Eran dos piedras azules, de un azul turbio, que no expresaban ningún tipo de emoción. Era como si estuvieran tan muertos como lo estaba él.
La gente empezó a murmurar tras la insinuación del vampiro y John, que siempre había sido un cobarde, prefirió no echar más leña al fuego. Elena sabía, no porqué él se lo hubiera dicho, si no porque conocía lo suficientemente a su padre como para imaginarlo, que John había hecho alguna especie de pacto para que ella jamás formara parte de los elegidos, eufemismo que a veces usaban para designar a aquellos que iban a convertirse en bolsas de sangre a domicilio. Y en el fondo, a pesar de estar aterrada y tener ganas de echarse a llorar como una niña pequeña, su parte noble no podía evitar alegrarse de que a su padre acabaran de darle un poco de su propia medicina.
- Vamos, niña, que no tenemos todo el día – gritó otro de los vampiros. Este también era joven, pero no poseía el mismo magnetismo que el anterior. Tenía el cabello castaño y los ojos oscuros y Elena juraría que se habían dirigido a él como Kol segundos antes. El tal Kol estaba ya rodeado de cinco muchachas, temblorosas y visiblemente muertas de miedo.
Elena las miró y tragó saliva. Aunque su padre se lo mereciera, y aunque llevaran meses intentando comerles la cabeza con que debían resignarse por el bien social si tenían la suerte de ser elegidas, Elena Gilbert no se había doblegado jamás en la vida y no pensaba hacerlo entonces. Nunca había estado conforme con ese acuerdo monstruoso y no pensaba convertirse en una pieza de ganado. Por encima de su cadáver.
Una mano le aprisionó el antebrazo y ella hizo lo que estaba prohibido e incluso penalizado por ley: pataleó, gritó e incluso mordió. Por desgracia, aquellos monstruos eran extraordinariamente fuertes así que fue inútil. Las otras chicas se llevaron las manos a la boca, sorprendidas por el espectáculo que ellas tanto habían reprimido y alguna se atrevió a dejar escapar algún sollozo. Sin embargo, la revolución duró poco, y sin ningún tipo de esfuerzo, las chicas fueron llevadas al exterior de la casa y separadas en distintos grupos.
Los pies de Elena ni siquiera tocaban el suelo mientras Kol la sujetaba con brusquedad de la cintura y la alejaba de la mansión Lockwood. El tipo se detuvo cuando llegaron hasta un coche y entonces el frágil cuerpo de Elena impactó contra la carrocería.
- ¡Estate quieta de una jodida vez! - Gritó el vampiro – si fueras otra, ahora mismo estarías muerta. - añadió arrinconándola entre su cuerpo y el vehículo. Elena giró la cara, asqueada, cuando escuchó una voz conocida en la lejanía.
- ¡Elena! - los gritos imprevistos bastaron para que, por un segundo, Kol se despistara y aquella voz tan familiar pudiera llegar hasta ella. Era Matt. No fue más que una décima de segundo, pero el chico logró acariciarle el brazo y el costado y le gritó la promesa de que la sacaría de allí.
- Que tierno... me habría llegado al corazón, si a estas alturas continuara latiendo. - dijo una cuarta voz. Una voz grave que le heló la sangre.
Mientras Kol se llevaba de allí a Matt, Elena se quedó en manos del propietario de aquella voz: el vampiro de los ojos azules. Él la agarró del cabello, pero Elena siguió manteniendo la cabeza todo lo alta que pudo. Podrían arrebatarle la libertad, pero no pisotearían su orgullo.
- Quien era el muchacho ¿Tu novio? Ha sido muy valiente. - preguntó el vampiro con una pícara media sonrisa. Elena le aguantó la mirada, dejándose hipnotizar por el azul de aquellos ojos tan intrigantes.
- No.. no le hagáis nada... por favor – susurró. No podía arriesgar la vida de Matt. Había visto como se lo llevaban y aunque dudaba que pudiera librarse de una paliza, esperaba que no se ensañaran demasiado con él. Matt era un chico muy dulce, con el que solía salir desde el instituto y no tenía nada que ver con todo aquello. Además, estaba perdidamente enamorado de ella, y aunque fuera egoísta, Elena confiaba en que ese amor que antes tanto la había agobiado la ayudara ahora a escapar de aquella situación.
- ¡Te he hecho una pregunta!
El vampiro tiró de su cabello con tanta fuerza que a Elena se le escapó un grito de dolor. Pero no respondió.
- Con que tenemos agallas. Interesante – murmuró aprisionándola contra su cuerpo. Elena notó inmediatamente el calor que irradiaba en su espalda y un escalofrío le recorrió la columna vertebral cuando el aliento del vampiro rozó su oreja – No juegues conmigo, princesita. Tienes todas las de perder. Respóndeme. ¿Es tu novio?
Ella cerró los ojos con fuerza y su sentido común la hizo asentir con la cabeza.
- Buena chica. Ahora vamos.
- P...pero... ¿qué vais a hacer con él? – balbuceó.
El vampiro esbozó de nuevo aquella media sonrisa que no le llegaba hasta los ojos y Elena reprimió un escalofrío.
- No estás en posición de hacer preguntas, señorita.
Acto seguido, abrió la puerta del coche y Elena se vio empujada hacia el interior sin ninguna delicadeza. Se golpeó contra el asiento trasero de mala manera y su cabeza impactó en el proceso contra una superficie dura. Escuchó como los seguros del coche se bloqueaban y unos brillantes ojos marrones la miraron a través del retrovisor.
- Llévala a casa. - Escuchó aturdida en la lejanía la voz del vampiro de los ojos azules.
- Hecho. - respondió el chófer - Nos vemos allí, Damon.
Damon. Fue lo último que escuchó antes de que todo se volviera negro.
