Hola sempais :D, bienvenidos a mi fic. He estado últimamente trabada con hacer un intento de ItaDei que sinceramente, no ha querido salir a la luz ¬¬UU, pero en uno de mis "momentos especiales" se me ocurrió esto... No sé si se le puede considerar mi shounen ai de ItaDei más... ¿inocente XP? No encuentro la palabra, en una relación amistosa pero ligeramente romántica de ambos eweUU porque la verdad, se me antoja como que será SasoDei e KisaIta, pero con los choques de la pareja ItaDei.
En fin... Espero que lo disfruten :D
Naruto no me pertenece, es de Masashi Kishimoto. Si fuera mío ustedes jamás habrían conocido a los Akatsuki XP jejeje, broma :D
No diré que es amor.
1.
.
.
¿Tienes miedo?
La simple pregunta le helaba la sangre. ¿Cómo podría sentir miedo? Su corazón había soportado muchos dolores pasados, aflicciones que quemaban su garganta por las noches. No sentir absolutamente nada por nadie ahí,… Solo así se podía mantener a salvo. Hasta ahora lo había logrado, manteniendo selladas tras sus labios las palabras que tanto le daban vueltas por las oscuras noches en la guarida. Él era un poderoso criminal. Era el frío e inmutable Itachi Uchiha, prodigio –y al mismo tiempo, asesino– de la familia a la que una vez perteneció.
Miró nuevamente aquellos ojos azules, tan brillantes como el cielo en los soleados días de verano. No sentía ni pizca de vergüenza ó miedo por lo que estaba a punto de hacer. Sus cabellos rubios le caían sobre el rostro y cubrían la mitad de su cara, la mitad de su sonrisa provocativa. Itachi todavía sentía un curioso hormigueo ahí donde las yemas de los dedos del otro le acariciaban el rostro.
La brisa que le había causado tanto frío ahora estaba muy lejos. El susurro del viento al mover las hojas de los árboles quedó apagado por el zumbido en sus orejas. ¿Cuándo se había convertido en un cobarde?
–¿Tienes miedo, Itachi?– susurro el rubio con una sonrisa picarona, y un destello de excitación cubrió sus ojos. El moreno tragó saliva.
–Dei…da...ra…
–Chst.
Puso los dedos índice y medio sobre los labios del pelinegro. Itachi los miró y luego volvió la mirada a Deidara. Su respiración movía ligeramente los cabellos del pelinegro. Cerró los ojos mientras sentía aquel roce, aquel choque de sus labios contra los otros: Cálidos, deseados, se atrevería a decir cariñosos. Le provocaban emociones que hace años no sostenía dentro, algo olvidado.
Itachi abrió los ojos. Deidara lo imitó. En el silencio supieron la respuesta a una pregunta que no había sido formulada…
.
.
El pergamino estaba en sus manos y sus ojos cafés resplandecieron de orgullo al ver la sangre que corría a sus pies. Sabía que era la cosa más sencilla de todas eso de recuperar el pergamino de la aldea de la Cascada, pero había esperado que los enemigos demostraran un poco más de capacidad y lo entretuvieran lo suficiente como para que el largo viaje de la guarida a la aldea hubiese valido la pena. Pero no. Se había aburrido bastante.
A su lado otro hombre pereció producto de las explosiones de su compañero. No se tomo la molestia de mirarlo, pero sabía que el rubio caía desde su pájaro de arcilla en las alturas y aterrizaba con habilidad en el piso, luciendo su larga cabellera rubia y levantando la cabeza, asomando una sonrisa orgullosa.
–¿Lo ha visto, Sasori no danna?– preguntó con voz altiva, mientras se ponía de pie y sonreía todavía más –Mi arte ha alcanzado su máxima expresión, hum.
El pelirrojo alzó una ceja, fingiendo que apenas si había notado la presencia de su compañero.
–¿De qué estás hablando, mocoso?– preguntó mientras se erguía y sonreía burlonamente –¿Sigues llamando arte a tus explosiones?
Deidara frunció el ceño.
–Podría llamar a sus marionetas arte, danna, puesto que a usted lo considero también como un artista, hum– hizo una inclinación de cabeza, que más bien se vio burlona –Pero por supuesto, jamás podré decir que son arte verdadero, hum. Porque son las cosas efímeras, (como una explosión) la verdadera esencia del arte.
Al pelirrojo se le contorsionaron un poco sus finos rasgos ante el comentario de su alumno. ¡Qué maleducado era! Y sin embargo, resultaba mejor que estar con aquella senil serpiente. Sasori volvió a sonreír.
–¿Cómo podrían ser tus burdas explosiones un símbolo de arte verdadero, mocoso?
–¡¿Eh? ¡Mira quién habla! El señorito de las marionetas, hum.
La sonrisa del pelirrojo desapareció en el instante. El rubio sonrió maliciosamente.
–Eres un negado– terminó Sasori. El menor frunció el ceño.
–Me has quitado la palabra de la boca, hum.
–Hmph. ¿Tendré que hacer que entiendas a golpes, Deidara?
–El que necesita una buena zurra es usted, Sasori no danna, hum.
Sasori metió el pergamino en su capa, sacó otro e invocó a un par de marionetas. Deidara sacó de sus bolsas atadas en la cintura un poco de arcilla, las bocas de sus manos hicieron ruidos de excitación.
–Siempre he querido medir mi arte frente al tuyo, danna, hum.
–A mí eso no me interesa. Pero ya es tiempo de que te enseñe la belleza del arte eterno y la superioridad que tiene sobre algo tan absurdo como tus explosiones.
Las discusiones de arte entre ambos eran muy comunes. Algunos ninjas heridos gravemente los miraban incrédulos mientras los artistas de Akatsuki se atacaban, tanto verbal como físicamente. Uno de ellos se arrastró por el camino, esperando poder enviar un mensaje a refuerzos para que vinieran y acabaran con los Akatsuki.
Mientras tanto Deidara creó un pájaro de arcilla y salto sobre el lomo, emprendiendo el vuelo mientras arrojaba arañas de arcilla.
–¡Eh!– gritó Sasori mientras destruía todas éstas –¿Quién te ha dicho que te puedes marchar?
–¡Digamos que me he cansado de su arte, hum!– gritó Deidara mientras continuaba con su ataque, destruyendo los cuerpos de los ninjas de la aldea de la Cascada que todavía estaban en el piso.
–¿Más explosiones? Deidara…– comentó Sasori con una sonrisa, mientras hacía gráciles movimientos y acababa con las bombas –¿Te has dado cuenta de que tu supuesto arte ha caído en un cliché?
Pasaron unos minutos. Una de las marionetas de Sasori fue destruida.
–¡Tsk!– gruñó Sasori mientras esquivaba otra araña. Escuchó la carcajada de Deidara, incluso a pesar de la altura que los separaba.
–¡Una menos!– exclamó el rubio –¡Espero que no haya sido una de sus favoritas, danna, hum!
–¡Baja y pelea, Deidara! ¡No seas un cobarde!
–¡EH!– gritó Deidara, con un tic en el ojo y frunciendo el ceño, luego sonrió burlonamente –Lo dice usted que siempre se esconde en Hiruko, espiando y atacando desde las sombras, hum.
–¡Le dice ciego al sordo!
Deidara sonrió todavía más.
–Me lo estás poniendo más dificil de lo que creía, hum.
Un halcón salió volando de entre los árboles. Sasori lo miró un segundo, dándose cuenta de que el animal llevaba una bandera color rojo. Deidara aprovechó la ocasión para que una de las arañas cayera cerca de donde el pelirrojo.
–¡KATSU!
Sasori atrajo la marioneta hacia sí, y ésta se interpuso entre la bomba y su cuerpo. La fuerza del impacto entre ambas le hizo retroceder y dar ligeros traspiés en su intento de no ir de camino al suelo. Sus hilos de chakra desaparecieron y volteó a ver al rubio, que permanecía ignorante del ave.
–¡DEIDARA!– gritó Sasori. El rubio tomó su grito como señal de "pedir tiempo" y rió a carcajada limpia, otorgándose una victoria precipitadamente –¡El halcón, mata al animal!
Deidara paró en seco al escuchar eso y se giró la cabeza sobre sus hombros para ver el halcón, sorprendido por la orden repentina de su maestro. Antes de poder decir nada, una shuriken fue lanzada en su dirección. Hizo que el pájaro en el que iba montado realizara una acrobacia en el aire, sosteniéndose de la arcilla para no perder el equilibrio.
Entonces, desde las alturas notó como tres escuadrones de ninjas se dirigían hacia ellos. Bufó, molesto. Luego, recupero un poco de su entusiasmo al pensar que sería un entretenimiento más antes de regresar a la guarida, a su aburrida y rutinaria vida.
Los ninjas llegaron a su dirección. Y otra batalla comenzó.
. . .
La sangre corría por el camino. Deidara tenía algunas heridas en el cuerpo, su ave había terminado en el suelo, a unos metros de ambos Akatsuki. Ya casi no le quedaba arcilla. A su lado, Sasori había envenenado a otro ninja más. Ni siquiera se había molestado en sacar una sola marioneta, y eso frustraba a Deidara, porque él se había gastado tanto en su conflicto de temperamentos artísticos y la primera batalla y ahora le quedaba muy poca.
Sasori le dio una patada a un ninja en el estomago y sonrió victorioso, mientras que Deidara lanzaba otra araña de arcilla y la hacía explotar. Deberían de retirarse. De repente, un ninja logró conectar un golpe en su mentón y lo empujo hacia un lado, tirando en el proceso a Sasori.
–¡Idiota!– gritó el pelirrojo cuando cayó de costado. Deidara maldijo por lo bajo, volviendo a crear una pájaro pequeño y arrojándolo contra el ninja que le había golpeado, haciéndole explotar.
–¡Maldito!– gritó el rubio, poniéndose de pie. Sasori imitándole justo un segundo después.
Diez ninjas los tenían acorralados y otros veinte salían de la espesura del bosque. Deidara golpeó a uno de los ninjas en el estomago y lo arrojó hacia atrás. En ese mismo instante, otro ninja se arrojó sobre el rubio por la espalda.
–¡Cuidado, Deidara!– Sasori tomo del brazo al enemigo y tiró de él para que el ninja cayera al suelo. Sintió un tirón en la capa de Akatsuki cuando el sujeto le quito el pergamino –¡Dame eso, idiota!– gritó mientras lo cogía y luego usaba su katana para asesinar al ninja. Deidara se giraba y eliminaba a otros dos ninjas.
Todo ocurrió muy rápido. Uno de los ninjas que venían de entre los arbustos, enorme y gordo, comenzó a hacer unos sellos, justo cuando Sasori trataba de volver a meter el pergamino en su capa, éste empezó a iluminarse, se desplegó y una serie de símbolos empezaron a cubrir la mano de Sasori, hasta el hombro, luego la cabeza y todo el cuerpo. Sasori parecía ser el pergamino, con el cuerpo lleno de una extraña escritura. Se había quedado inmóvil, con una mueca sorprendida en el rostro.
Deidara se quedó mirando a su maestro. La boca del pelirrojo estaba abierta y de ella salía un gemido doloroso. Deidara no supo qué hacer cuando el pelirrojo cayó con un golpe sordo en el suelo, con los ojos abiertos de par en par. Deidara notó como incluso sus ojos cafés parecían estar entintados.
–¡SASORI!– gritó el rubio. Se acercó y pateo el pergamino lejos de su maestro, pero el cambio no se produjo. Los ninjas estaban demasiado cerca, y Deidara supo que tendría que irse ó ahí yacerían ambos artistas.
Con lo último que le quedaba de arcilla, Deidara creó varias bombas de arcilla y las arrojó a la cara de sus enemigos. Cuando éstas explotaron, Deidara se agachó y recogió el cuerpo inerte del pelirrojo, corrió hasta donde se había quedado el resto de la avecilla dónde había volado durante la discusión de arte. Echando a Sasori sobre su hombro, hizo que la arcilla empezara a brillar. A punto de explotar, Deidara se convirtió en una nube de humo y desapareció junto con su maestro.
Re apareció en otro punto del bosque. Tiró al suelo a Sasori y se hinco a su lado.
–¡SASORI!– gritó, mirando de arriba abajo a su maestro. El cuerpo de él aún seguía teniendo aquellos peculiares símbolos –¡SASORI NO DANNA, HUM!
Los ojos del pelirrojo se habían vueltos blancos y de un momento a otro el cuerpo del pelirrojo empezó a tener espasmos. Deidara miraba de un lado a otro. ¿Sasori podía tener eso? ¡Era una marioneta! ¿Qué había pasado? Todo era culpa de aquel pergamino. Pero… ¡Qué iba a hacer él!
–¡Sasori no danna!– gritó Deidara, al borde de un colapso nervioso, mientras levantaba a Sasori del suelo y lo zarandeaba con fuerza para que reaccionara, sin éxito –¡Despierte! ¡Vamos, despierte!
Lo único que recibió como respuesta fue un gemido, que en realidad, le pareció más como si Sasori hubiese gritado y su voz se hubiera ahogado antes de poder llegar más alto.
0*0*0
La lluvia caía sobre su cabeza y él la recibía, casi gustoso. Aquellos días, el agua que caía del cielo parecía llevarse, arrastrar sus penas… Ó así le gustaba pensar a él. Había estado fuera de la guarida durante las últimas cinco horas, mirando el cielo oscurecerse y los truenos ser los únicos que iluminaban las grisáceas nubes. En las inmediaciones de la cueva donde ahora Akatsuki se alojaba, él se mantenía sentado en una roca, esperando un no sé qué.
Su día había estado como cualquier otro. Había despertado, cambiado, desayunado y sentado a leer durante la mañana. En la tarde había ido a recoger unas setas para una medicina que ayudaba bastante a sus ojos y no había vuelto a regresar a la guarida durante el resto del día. Encontró un tranquilo claro y se sentó en aquella roca, mirando la nada, a veces cerrando los ojos e inhalando profundamente, fingiendo que sentía una paz que realmente no tenía dentro.
Aunque debía confesar que aquel silencio era realmente bien recibido. La suave brisa le acarició la piel y removió sus cabellos hacia su rostro. Con los ojos cerrados durante el último par de minutos, escuchaba atentamente el susurro de los árboles. Abrió los ojos. Una familia de conejos se refugiaba en su madriguera. Frunció el ceño.
Eran cuatro conejos. El grande era gris, el mediano color negro con manchas blancas. Y dos conejos completamente negros. Una familia. A Itachi, aquella palabra se le antojaba tan dolorosa que…
Entre las sombras y los arbustos se escuchó crujir una rama, e Itachi inmediatamente sacó un kunai y apuntó en aquella dirección. Alerta, forzó un poco la vista para divisar algo. Vio salir dos sombras, sorprendentemente conocidas.
–Deidara– dijo en un susurro, mientras bajaba el kunai y parpadeaba sorprendido.
El rubio había pasado uno de los brazos de Sasori sobre sus hombros sosteniendo su mano con la suya, y sostenía el resto del peso del pelirrojo pasándole una de las manos en la cintura. El rubio jadeaba, mantenía el ceño fruncido y miró a Itachi.
–¿Qué esperas para ayudarme, hum?– casi gritó Deidara, dando traspiés. Itachi no dejaba de mirar la cabeza gacha del pelirrojo –¡Reacciona, idiota!
Itachi sacudió la cabeza y guardando el kunai se acercó a ambos artistas. Pasó el otro brazo del pelirrojo sobre sus hombros y ayudó a Deidara a llevar a Sasori a la guarida. En el camino, notó las extrañas marcas que Sasori tenía pintadas en las manos, desde las yemas de los dedos hasta la muñeca, e Itachi entonces notó como también estaba marcado el cuello y rostro.
No se atrevió a preguntar qué había pasado.
0*0*0
Kakuzu salió de la habitación junto a Pein. Ambos estaban completamente serios, sus frentes perladas por el sudor del esfuerzo. Deidara se puso de pie casi de un salto e Itachi que se había mantenido de brazos cruzados, dio un par de pasos hacia delante, mirando con detenimiento a los recién llegados.
–¿Cómo está Sasori no danna, hum?– preguntó Deidara. Kakuzu lo miró y se encogió de hombros.
–Estará bien– dijo con voz taciturna –Pero aquel pergamino por poco lo mata. Unos minutos que no llegaras a tiempo y no habríamos podido hacer nada.
Pein miró a Deidara con el rinnegan brillando.
–¿Me podrías decir qué fue lo que pasó?– preguntó con su característica voz grave y cortante. Deidara lo miró y tragó saliva ruidosamente. Itachi permaneció mirándolos a ambos.
–No lo sé, hum– contestó el rubio con sinceridad –Sasori no danna había recuperado el pergamino y de repente… un sujeto hizo unos sellos y entonces el pergamino envolvió a danna con aquellas extrañas marcas, hum.
Pein se quedo callado. Kakuzu no supo qué decir. Itachi se adelantó.
–¿Perdieron el pergamino, entonces?– preguntó con voz tajante. Deidara lo miró de manera furibunda.
–No te tienes que quedar si lo que menos te preocupa es la salud de Sasori no danna, hum.
Itachi lo ignoró.
–Supongo que no importa. Las pérdidas pudieron ser mucho peores si Sasori hubiese muerto– dijo Pein, suspirando. Los Akatsuki se sorprendieron del lado humanista del líder –Lamentablemente, tendrá que estar en cama dos semanas, sino es que más…
–Konan podría encargarse de descifrar aquellos extraños símbolos en el cuerpo de Sasori– sugirió Deidara.
–¿Lo tiene en todo el cuerpo?– preguntó Itachi.
–Sí– contestó Kakuzu, frunciendo el ceño –Ahora sí parece una verdadera marioneta.
Itachi se quedo callado, Deidara miró a Kakuzu como si fuera a lanzarle veneno por los ojos.
–Deja de burlarte, Kakuzu– ordeno el líder –La situación se puede volver un poco más delicada de lo que es ahora si continúas así.
Kakuzu se encogió de hombros.
–Era una manera de decir que ahora Sasori no se puede mover por sí solo– se defendió –Al menos no tenemos que preocuparnos por estar al pendiente de sus necesidades básicas.
–Sí– contestó Deidara, sarcásticamente –Es una suerte, hum.
Itachi consideró que ya no tenía por qué estar ahí, así que dio media vuelta y se retiro.
Mientras andaba por el pasillo no dejaba de recordar cómo Deidara había defendido a Sasori en aquellos momentos, y ni mencionar lo preocupado que se veía por el estado del pelirrojo. El rubio era quizá el único capaz de preocuparse por alguno de la caótica organización y eso era una extraña y tierna capacidad. Ó quizá no era el único, pero era el que lo demostraba más abiertamente.
Itachi era de los que pensaban que demostrar los sentimientos a manera tan deliberada, podía ser peligroso, en especial si se trataba de un criminal. Sin embargo, había que admitir que Deidara era más bien… introvertido, hasta que de arte se trataba. Aquella impulsividad era mera forma de ser.
El Uchiha se metió a su habitación y recostó en su cama. Miró el techo durante indeterminado tiempo, y solo hasta que la guarida quedo sumida en un completo silencio, se atrevió a cerrar los ojos y pensar en dormir.
Pasaron un par de horas cuando sus ojos se abrieron en las penumbras. Tenía en la cabeza un extraño impulso de ponerse de pie y salir del cuarto. A juzgar por lo oscuro que estaba todavía sería madrugada. Agudizó el oído, pero no escucho absolutamente nada. Se mantuvo quieto hasta que su pierna derecha se entumeció por no moverse. Al fin, decidió sentarse y frotarse la cara con las manos. Intentó localizar el pensamiento que lo había despertado, se encontró con la mirada furibunda de Deidara. Y Sasori tendido en la cama de su propia habitación.
Se puso de pie y salió con pasos sigilosos. Se acercó hasta la habitación de Sasori, donde por debajo de la puerta notaba una luz de lámpara. Toco quedamente la puerta.
–¿Quién?– preguntó la voz de Deidara. Por alguna razón a Itachi se le encogió el estomago.
–¿Puedo pasar?– susurro. Deidara se quedó en silencio, e Itachi prefirió tomar eso como un "sí". Abrió un poco la puerta, solo para que su cuerpo pudiese atravesar el umbral de la habitación. Deidara lo miró con el ceño fruncido, sentado en flor de loto en el suelo, al lado de Sasori, que todavía tenía el cuerpo completamente lleno de esos símbolos.
–¿Qué quieres, Itachi?– preguntó Deidara, de forma déspota. Itachi cerró la puerta tras de sí y se mantuvo parado, examinando las ojeras que crecían debajo de los celestes ojos del rubio.
–Quería saber cómo estaba– se limitó a contestar.
–Pues no ha cambiado en nada, hum.
Hubo un silencio. Itachi caminó en dirección a la mesa donde Sasori dejaba sus marionetas y se recargó en él, rato después sentándose encima, sin dejar de observar a Deidara. El rubio había pasado los primeros minutos mirándolo, como si lo estuviera examinando, pero ahora cabeceaba contra la cama de Sasori. Itachi sintió repentina compasión hacia el chico.
–¿Por qué estás tú aquí, Deidara?– preguntó en un susurro. Deidara se obligó a levantar la mirada.
–¿Por qué te interesa, hum?
Itachi se encogió de hombros.
–No es normal que uno de nosotros esté tan al pendiente de otro– se limitó a responder –Y en realidad, dudo que sea una buena idea demostrar que lo quieres.
Ante este comentario, Deidara levantó la mirada contra el Uchiha, ligeramente sonrojado.
–Yo no lo quiero, hum.
Itachi sonrió burlonamente, pero se quedo callado. No quería tener problemas con el rubio… Más de los que ya tenía.
–En fin…– susurro el pelinegro –Supongo que deberías descansar. Que Sasori no pueda ir a ninguna misión no significa que tú…
–Yo sabré lo que me hago o no, Uchiha– interrumpió el rubio –En todo caso, tú no tienes por qué estar aquí, hum.
Itachi no dijo nada, pero tampoco se movió.
0*0*0
Era quizá haber pasado cinco noches seguidas desvelándose que Deidara estaba perdiendo la razón. Ahora estaba recostado en su cama, dando vueltas. No lograba comprender el por qué Itachi había estado yendo a visitar a Sasori durante su… lapsus de problemas. El pelirrojo todavía no abría los ojos, y costaba creer que siguiera vivo, las marcas en su cuerpo todavía no se desvanecían, pero Kakuzu había dicho que no tardarían en desaparecer.
Pensando en Sasori no podía evitar traer a la mente a Itachi. Sinceramente, el pelinegro se había comportado de una manera muy amigable con él y se había preocupado por Sasori. De no ser por ellos dos, el pelirrojo pasaría todo el día solo, sin que ningún Akatsuki diera una vuelta ó se asomara siquiera a su alcoba.
Deidara volvió a acomodarse en su cama. En alguna parte de su ser sentía que no debía dejar a Itachi solo con Sasori. El Uchiha se había estado preocupado mucho por estar presente estas últimas noches. Y ahora incluso se había ofrecido a quedarse solo con el pelirrojo.
El rubio no podía creer que fuera el Itachi que conocía y, que a propósito, odiaba. Permaneció dando vueltas de un lado a otro, no podía conciliar el sueño. Dos horas después por fin cerró los ojos y se durmió.
0*0*0
Según Itachi, todos buscaban la manera de no sentirse solos. Incluso criminales como ellos debían de tener a alguien a quién recurrir. Deidara tenía a Sasori, y después de esto, el pelirrojo debería de darse cuenta de que si necesitaba un momento para confiar en alguien, ese debía de ser Deidara.
Itachi, sin embargo, ni siquiera con Kisame podría sentirse conectado. Mucho menos con otro miembro de la organización. Era extremadamente dificil hablarles a personas que sinceramente, querrías repeler.
El Uchiha no era malo. No era un criminal. Todo lo que había hecho, había sido para asegurar la paz en Konoha, para no ver más sangre, para que no se derrumbara el hogar de Sasuke… Tenía que haberlo matado, pero no había podido.
Seguía mirando a Sasori. La verdad es que sentía tristeza por lo que le había pasado, sea lo que sea que le hubiera hecho aquel pergamino, porque en esos instantes le recordaba a cuando Sasuke enfermaba y tenía que pasar el día recostado, rogándole a Itachi que se quedara y leyera sobre la historia de su aldea. Por supuesto, sabía que Sasori no querría que le leyeran, como a un niño pequeño. Pero el hecho de haber recordado a su hermano y estar sentado al lado de la cama del pelirrojo le producía una extraña sensación de querer hablarle como un día lo había hecho con Sasuke.
Lo miró unos segundos. Era increíble pensar si quiera que Sasori le llevara casi 13 años de diferencia y se veía… al menos 5 años menos que él.
–Sé que de poder rehusar mi compañía en estos momentos, lo harías…– susurro Itachi, sin apartar la mirada del pelirrojo –Pero… si estás escuchando… Si puedes saber todo lo que ha estado haciendo Deidara por ti los últimos días… (Además de pensar que es una estupidez) creo que tú lo agradecerías…Después de todo, debes de tener un lado bueno… Al parecer, todos lo tenemos.
La única respuesta que recibió fue el silencio del pelirrojo.
La mañana comenzaba a aclararse e Itachi salió de la habitación con pasos sigilosos. Sus ojeras estaban más pronunciadas que nunca y por supuesto, se sentía cansado. Cerró la puerta quedamente, necesitaba una taza de café. Al salir se sorprendió de ver ahí a Deidara. El rubio lo observaba, recargado en la pared del pasillo, había alzado una ceja.
–Sasori está bien– dijo Itachi, sintiéndose extrañamente intimidado. Deidara se separó de la pared.
–Ya sé– respondió Deidara, mirándolo todavía de manera inquisitiva.
Hubo un silencio entre ambos, aumentado por el silencio en el que estaba sumido el resto de la guarida.
–Bien…– susurro Deidara, mirando a todas partes, al parecer incómodo. Itachi esperó a que continuara –Debes estar cansado, hum.
–En realidad…No– contestó Itachi, encogiéndose de hombros.
–¡Vaya!– exclamó Deidara, con una sonrisa –¡Debes ser más resistente de lo que me he permitido creer, hum!
Deidara estaba tratando de sonar amable. Itachi sonrió amargamente.
–No tienes por qué fingir amabilidad, Deidara.
El rubio se sonrojo ligeramente y miró a Itachi con el ceño fruncido.
–No estoy tratando de ser amable contigo, Uchiha.
–Bien. Supongo que no tiene importancia.
Itachi estaba a punto de irse. No quería verse demasiado… como era él en realidad. La confianza es algo que no se podía permitir nunca con alguien como los Akatsuki. En lo personal le tenía… recelo, a ambos artistas, porque parecían detestarlo con ganas. Alguna vez se puso a pensar por qué y llegó a la conclusión de que no debía de importarle. Pero resultaba casi doloroso ver cómo ahí lo detestaban con tantas ganas, cuando en su hogar lo habían adulado y Sasuke lo había abrazado, admirado… querido.
La primera vez que vio a Deidara y el rubio extendió su sonrisa, pensó que tenía la misma determinación que Sasuke. Itachi pudo haber sentido algo en ese momento. Después nada. Ahora… no sabía a qué se debían esas explosiones de sentimientos que le ocurrían al ver a Deidara. Durante las últimas noches habían platicado un poco, habían estado en la misma habitación, soportándose y… conviviendo como nunca lo habían hecho.
Sentimientos encontrados. Itachi frunció el ceño mientras Deidara suspiraba y volteaba a mirar a otro lado, como preguntándose si sería buena idea sugerir lo que estaba a punto de decir.
–Creo que deberías descansar un poco, Itachi…– susurro –Sinceramente… no tenías por qué hacer nada de esto.
Itachi se encogió de hombros.
–Sasori necesitaba que se estuvieran al pendiente de él… Y eras el único que parecía…
–Hablo de que no tenías por qué molestarte cuando sabes perfectamente que Sasori no danna y yo, te odiamos, hum.
Itachi miró a Deidara mientras los minutos pasaban con un profundo silencio. El rubio lo miraba sin arrepentirse del comentario, quizá porque quedaba implícito aquel sentimiento. Sin embargo, no era mutuo, porque pese a todo, Itachi no tenía nada contra ninguno de los artistas.
–¿Y?– logró preguntar, indiferente. Deidara frunció el ceño.
–…Deberías de odiarnos también, hum.
–¿Por qué?
Deidara arqueo ambas cejas, incrédulo de las palabras de Itachi.
–Eres un raro, hum.
Otro silencio. Itachi se sentía pesado y quería dormir, pero no quería ser el primero en retirarse. Deidara se mordía el labio con fuerza.
–¿Crees que Sasori no danna estará bien si nos descansemos un poco, hum?– preguntó de repente. Itachi lo miró, frunciendo el ceño.
–Yo…
–Kakuzu dice que tardará un par de semanas en despertar si quiera… así que… no debería de importarle, hum.
–Supongo que no.
Itachi se pasó la lengua por los labios. Decidido a que no tenía caso seguir sosteniéndose en pie para solo escuchar el silencio, se dio media vuelta y empezó a andar hacia su habitación. Antes de poder decir nada, Deidara le cogió del brazo y le hizo parar. Sorprendido, el Uchiha se giro a verlo.
–Pensé que quizá no debía de molestarte…– empezó a decir el rubio, en un susurro –Salir un rato a recibir aire fresco, hum.
–¿Recibir… aire fresco?– repitió Itachi, sorprendido. Deidara frunció el ceño, era considerablemente más pequeño que el Uchiha, pero se veía bastante decidido –¿Contigo?
–Sí.
¿Para qué querría salir contigo? Fue la primera cosa que quiso preguntar el Uchiha, pero para entonces a su garganta había llegado algo completamente distinto.
–Estaría bien– respondió. Después de unos segundos, frunció el ceño y en silencio analizó sus últimas dos palabras. Deidara había sonreído con eficacia, como si haciendo eso se anotara una victoria más.
–De acuerdo. Entonces vamos, hum.
Itachi quiso declinar la oferta –esta vez hacerlo de verdad– pero se limitó a seguir con pasos lentos al rubio hacia la salida de la guarida.
TO BE CONTINUED
