Disclaimer: No, no es mío, aunque tengo un Link para mí sola. Dedicado a él, por cierto. Perfecto
Pecado
La luna de las Diosas de Hyrule resplandecía con su plateado brillo en lo alto de la bóveda celeste. Un suspiro que se llevó el viento, al igual que sus rojos cabellos, al igual que sus esperanzas de volverle a ver.
Lake Hylia estaba lejos, pero sabía en su fuero interno que cualquiera de sus caballos podría llevarla velozmente allí. Epona estaba cumpliendo su misión con el Héroe del Tiempo, mientras ella sólo podía esperar.
Y ella no esperaría por nadie que no fuera suyo.
Un murmullo, una sutil caricia que cayó como un estremecimiento en su blanca piel, un llamado hacia la celebración de la locura, una innegable atracción hacia las sombras... Eso era, el poder de lo prohibido, la conciencia de saber que lo que hacían estaba mal, inmoral, condenado, un pecado en toda la regla...
El agua resbalaba por sus mejillas, caía de sus cabellos como una burla a quien la sostenía con esa posesividad que amenazaba con consumirla, mientras el frío de la sombra se convertía en calor al entrar en contacto con su propio cuerpo, arqueado sobre las piedras mojadas del suelo.
Malon había sucumbido a la seducción de la sombra del Templo del Agua. No por su semejanza con el rubio muchacho que la ayudó varias veces, sino por ese brillo peligroso en sus ojos, rojos como brasas, maliciosos y perversos, que atenazaba su aliento y su alma, que aprisionaba su cuerpo y su corazón.
Y luego, un silencio sólo roto por el rumor del agua, tan lejano como cercano, gotas que caían en todo el recinto, gotas que evidenciaban su propio desespero por retenerle, por atarle, por amarle, por no perderle, mientras sus ojos recorrían una vez más esa figura desnuda que parecía relumbrar como la luna de allá afuera.
Dark Link se volvió hacia ella y engulló su alma en un beso hambriento y posesivo.
Cuando despertó, estaba de vuelta en el Lon Lon Ranch.
No, no podía ser un sueño, no podía, era demasiado real para serlo...
Nayru, rezó ella mientras sus cabellos, tan similares al fuego de Din, corrían con el viento una vez más, acompañados de ardientes lágrimas, permite que pueda ver su humanidad antes de... antes de...
Y como un remolino, las sombras se alargaron, se estrecharon, dándole paso a un nuevo día. Un día en el que Ingo ya no la maltrataría, un nuevo día donde su padre y ella harían las tareas del establo con una tonadilla escapada de los labios del redimido hombre.
Un día que brillaría con un sol esplendoroso, mientras su corazón seguía entre las acuosas sombras.
