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Su sombra
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1: Sueños y realidad
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Se levantó con la sensación de haber tenido el mismo sueño de nuevo. Un sueño largo pero del que siempre recordaba pocas cosas. Un fantasma de pelo blanco y ojos verdes, una familia con una hija mayor y un hijo menor, un motociclista desarreglado (y era algo suave decirle así), un hombre adulto en una cama haciéndole... bueno, prefería no recordar esa parte.
Y el brujo chino. Era una de las últimas cosas que recordaba. El brujo chino tomando su muñeca y mordiéndole, para beber su sangre. Después, sólo tenía en la cabeza la figura de ése chico fantasma, con la mirada perdida, bajo el agua.
Y eso era lo que más le dolía ver.
Pero no se sentía del todo triste. Le dolía el corazón cada vez que se despertaba, pero, al mismo tiempo, se sentía bien.
Se desperezó, sentado en su cama, y se frotó los ojos, bostezando. Apagó el despertador que seguía sonando sobre su mesa de luz y se puso las pantuflas antes de agarrar su ropa y de irse al baño. Se dio una ducha y terminó de despertarse, aunque la mezcla de sentimientos seguía presente. Cuando volvió a su pieza, ya añado y vestido, tendió su cama y buscó medias y zapatillas.
Se sentó en la cama un momento, mirando su reloj. Faltaba rato para entrar a la escuela, así que se quedó pensando unos momentos. El sueño tenía que significar algo, ¿pero qué? ¿Era su futuro?
Sacudió la cabeza, intentando despejarse. Tenía que ir a la escuela, y ya se la iba a hacer tarde. Bajó a la cocina y tomó un desayuno liviano: no creía poder soportar más que un té con leche y unas tostadas con queso. Fue a mirarse por última vez en el espejo, y no vio nada extraño: era un chico normal, blanco, ojos verdes y pelo marrón hasta un poco más debajo de los hombros. Se hizo una coleta antes de salir de su casa, cerrándola con llave.
-Oh, Diosa- suspiró mientras caminaba hacia le edificio -¿por qué sueño ésas cosas?-
"¿Y por qué me siento excitado al ver a ése hombre teniendo sexo con un muchacho que debe ser de mi edad?" pensó, algo sonrojado. Por más que viera a otro chico –de pelo negro- con ése hombre, estaba convencido que era él mismo. Y debería sentir algo por eso, pero le parecía casi natural, y que le pareciera natural era natural para él.
Y no lo entendía.
-Buenos días, nadie- murmuró, cuando llegó a su aula. Las pocas personas que había allí ni siquiera se voltearon a verlo. Él ni se molestó: después de todo, no había nadie se su especie ahí.
Se sentó en su banco y sacó las carpetas destinadas a su primera clase. Cuando sonó el timbre, los alumnos entraron al trote, haciendo el barullo cotidiano y retrasando la clase cinco minutos. Eso le molestaba, tanto a él como al profesor Lancer, quien ya había entrado al aula, pero era inútil intentar razonar con la "frívola adolescencia"
-Bien clase, creo que ya se han enterado que éste será mi último año frente a alumnos- un "¡bien!" se oyó en el fondo, pero el profesor no le prestó atención –así que espero que demuestren que los adolescentes de hoy piensan en algo más que en frivolidades y hormonas-
"Han sido más de treinta y cinco años al frente de la enseñanza secundaria. He tenido alumnos que me han llenado de orgullo, y otros que me han decepcionado. Espero que se tomen en serio su educación, y se esfuercen en sus exámenes. Cada una de las cosas que les enseñamos aquí les serán de utilidad como base para sus estudios superiores, y para ciertas situaciones de la vida- recorrió con la vista a la clase, encontrándose con pocos rostros atentos al frente –Y espero que las apariencias engañen, en este caso"
Después de eso, empezó a pasar asistencia.
-Thompson, Evan-
-Presente- dijo Evan, aún pensando en su sueño.
-La mascota del profe- dijo un chico rubio y corpulento, a sus espaldas.
-Señor Baxter, cuide su lenguaje, o nútralo con palabras más adecuadas- dijo el profesor.
-Si señor- dijo el alumno, con voz falsa.
La clase empezó, pero Evan, por primera vez, no prestó atención. La clase de literatura era su favorita, y el profesor Lancer era apasionado por su profesión, pero había algo que no le terminaba de entrar en la cabeza. Algo se le estaba escapando. Recordaba vagamente una figura que cambiaba de niño a joven, y de joven a anciano y otra vez a niño, aunque no podía precisar en qué parte de su sueño estaba. O quizás estaba en todas partes pero no lo había visto.
Cuando terminó la clase miró por la ventana, distraído, sin preocuparse por levantarse de su banco. Después de todo, no tenía necesidad de salir al patio, porque allí estaría Max Baxter, jugador estrella del equipo de la escuela, presumiendo de cualquier tontería, esperando para burlarse de él. Quizás le volviera a echar en cara que su padre, el gran Dash Baxter, era un jugador estrella de un equipo que estaba por entrar a la liga nacional, y que él, su hijo mayor, estaba destinado a se su sucesor, y a superarlo. Y que el padre de Evan sólo lo veía una semana al mes, cuando tenía suerte.
Evan sintió algo extraño en su cuerpo y, sin saber bien por qué lo hacía, espero un par de minutos. No había oído nada, pero había una... algo que le hacía sentir que era mejor quedarse quieto por un rato si quería saber qué era. Se quedó mirando la ventana, con la vista perdida en su reflejo y lo que había mas allá, hasta que giró su cabeza hacia arriba del pizarrón.
No supo por qué miró el reloj que estaba allí, pero de algo estaba seguro: había visto a alguien reflejarse en el reloj. Alguien quien había desaparecido, sorprendido por su movimiento repentino. Alguien de piel verde, y con una capucha... ¿celeste? ¿violeta?
Pero había estado ahí.
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Cuando por fin volvió a su casa, seguía pensando en ése ser que había visto en el reloj. Porque estaba seguro que había alguien ahí o, por lo menos, su reflejo. No había nadie frente al reloj, ni nada que pudiera cuasar ése reflejo. Y su fuera una persona, no tendría la piel verde.
Quizás fuera un fantasma, pensó, y una pequeña sonrisa asomó a sus labios. Un fantasma que estaba vigilándolo pórquele iba a decir que él era en realidad un elegido para salvar... algo. Le iba a decir que tenía un gran poder, un potencial escondido, cualquier cosa, y que tenía que cumplir una misión. Y mientras la cumplía, iba a encontrar a alguien que lo quisiera, que no lo lastimara ni se burlara de su familia... Si es que se podía decir que la tenía.
Entró en su casa, tan solitaria como cuando salió. Su madre era una ejecutiva en una empresa multinacional de turismo, y pasaba la mayor parte del tiempo en otros países, hablando en otros idiomas y hablándole por teléfono cada noche. Su padre, en cambio, era reportero gráfico y en ése momento estaba en Canadá, cubriendo un encuentro de naciones para luchar contra la pobreza, o algo así.
Cerró la puerta y se recargó en ella, triste. No le gustaba estar solo, pero no tenía otra salida. Sus padres lo querían, pero no podían dejar de trabajar. Cada vez que volvían se sentía feliz, pero a veces pasaba un mes hasta que lo volvía a ver, y si bien les había dicho que quería ir con ellos, se habían negado. Su padre iba a lugares peligrosos y no quería poner en riesgo su vida, y su madre sabía que su hijo no resistiría tantas vacunas y precauciones para ir a los países a los que ella iba. Eso sin contar con que dejaría de ir a la escuela, y no confiaban del todo en la educación vía internet.
-Podrás venir con nosotros cuando hayas terminado la escuela- le había dicho su madre, cuando cumplió dieciséis. Una semana después de la fecha, porque sólo en ése día estaban los tres juntos.
De eso distaban tres meses. Evan se aplicaba todo lo que podía para terminar la escuela lo más rápido posible, y alejarse de toda la población-masa que lo rodeaba. El no seguir la tendencia de la mayoría tenía su consecuencias, pero prefería estar solo a ser uno de ellos. Se despegó de la puerta y fue a prepararse la merienda, sin muchas ganas.
Le faltaba algo.
Y no eran amigos o un novio –ya tenía bien claro que no le gustaban las chicas- sino algo más... personal. Íntimo si se quería, pero le faltaba algo. No tenía tarea ni apetito, pero tenía que comer algo, así que se llevó un vaso con yogurt a su pieza.
Se echó en la cama y empezó a leer. Tenía bibliotecas enteras llenas de cientos de libros que había leído de cabo a rabo. Quizás porque en ésos libros, se podía llegar a un final feliz. No sonrió cuando recordó algo que le había dicho su madre, medio en broma "Nos pedías tanto que te leyéramos cuando eras chico, que te enseñamos a leer antes de los cinco años" Había empezado a leer a los cuatro.
Y no había parado desde ése entonces.
Cerró el libro poco después de abrirlo. Decir que se sentía solo era quedarse corto. No encontraba motivos para seguir de ésa manera, y no iba a venir su hada madrina para cumplirle tres deseos, ni un semi-gigante a decirle que era mago, ni un vampiro que quería que él fuera su Portador, ni alguno de sus compañeros que necesitara un hombro para llorar, ni su príncipe azul a enamorarlo y hacerle sentir que podría ser amado, así como tampoco iban a venir sus padres a decirle que se iban a quedar con él en vez de irse a Indonesia.
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Lo primero que se preguntó Evan al despertarse fue la hora. Estaba oscuro, y él se había quedado dormido después de haber llorado. Odiaba hacerlo, pero ya no le importaba; después de todo, nadie iba a reprochárselo. Porque no había nadie cerca de él.
Se acordó de Oliver, el estudiante de intercambio que había venido a su escuela desde Francia, un año atrás. Era alto, delgado, con un estilo interesante de vestir, culto, amable y totalmente homosexual. En los primeros días, Evan sólo lo miraba, curioso, hasta que Oliver se le acercó y empezaron a hablar. El francés lo hacía sentir bien, y tardó poco en darse cuenta que estaba enamorado. Tirando a la mierda todo prejuicio, e ignorando las posibles consecuencias de su accionar, se lo dijo a Oliver. Él se mostró muy apenado, diciéndole que ya tenía un novio en Francia, y que lamentaba haberlo hecho ilusionarse.
Tres semanas después, Oliver regresó a Francia, dándole un beso en los labios y diciéndole que lamentaba el haberlo hecho sufrir. Evan sabía que era sincero, pero el dolor de haber sido rechazado por su primer amor aún le dolía. Oliver le había dado su primer beso, y le había hecho sentir lo que era estar enamorado, por lo cual le estaba muy agradecido pero...
No se había vuelto a enamorar.
Y tampoco creía que alguien pudiera enamorarse de él.
-Hey, mundo. Si me muero, ¿sentirías algo?- preguntó al aire.
Y sabía la respuesta.
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Y al final, a pedido de las lectoras –y mediando las amenazas para que lo continuara- decidí hacer la segunda parte de cierto fanfic conocido por todas. Este primer capítulo lo escribo antes de publicar el último capítulo de "Hijo del Agua" –que ya está escrito desde hace días- para que vean que no pierdo el tiempo. El pequeño detalle es que en las próximas cuatro o cinco semanas voy a enfrentarme a muchos parciales y a varios finales, así que espero poder actualizar pronto.
Nos leemos
Nakokun
