Todos los personajes que aparecen en esta historia son propiedad de Rumiko Takahashi, y los utilizo sin ninguna intención de lucro.

El ladrón de corazones

La rosa prohibida

Se notaba con claridad la inclemencia de los rayos del sol puesto en lo más alto de la ciudad cuando el taxi se detuvo, justo en la entrada del Dojo Tendo. A pesar de que el calor se mezclaba de forma asfixiante con el fresco de la temporada de invierno, apreciaba sentirlo en carne propia nuevamente. Después de estar más de cuatro meses en el hospital, era bueno saber que ahora podría terminar de recuperarme en la casa del señor Soun, un amigo de mis padres.

No recuerdo mucho sobre lo que sucedió en el accidente que sufrí, para ser sinceros, olvidé bastantes pasajes de mi vida, aunque bueno, ya es bastante fortuna el que siga con vida después de caer de un sexto piso y estar en pie para contarlo. Aún guardo los vestigios de tal hazaña en el dolor de todo el cuerpo al respirar, la enorme cantidad de vendas que cubren gran parte de mi cuerpo, la incómoda escayola del pie y los parches en la cabeza.

Mi mamá se adelantó en bajar del coche para rodearlo y abrir la puerta de mi lado, ayudándome a salir del vehículo. A mis veintitrés años, me sentía como un niño indefenso, pero en esos momentos no podía hacer nada más que aceptar su ayuda, o quedarme echando raíces en el asiento de pasajeros hasta que terminara de sanar y pudiera salir por mis propios medios.

Contuve la respiración por varios segundos, para luego sacarlo en un profundo resoplido, en parte por el dolor causado al pararme del auto, recargando todo mi peso sobre la muleta, y por otro lado, la visión de la enorme casa a la que arribamos. Era gracioso porque ella me comentó que llevaba viviendo en ese lugar por más de siete años y, sin embargo, no era capaz de recordar ninguna vivencia allí.

Aún así, sabía que todos los que vivían en esa casa eran gentiles y bondadosos, al menos la mayoría. Sé que mientras estuve en el hospital todos se estuvieron turnándose para cuidarme y no dejarme solo ni un momento. Ya con el sólo hecho de ayudar a mi madre y al viejo, tenían mi completo agradecimiento, después vería la forma de compensarlos, era lo mínimo que podía hacer en gratitud.

El taxi se marchó y nosotros nos adentramos despacio al interior de la casa, con ella sujetándome del brazo por si llegaba a perder el equilibrio, más bien, para darnos firmeza a los dos, le faltaban fuerzas, su rostro había perdido un poco de la lozanía que antes portaba, también estaba más delgada, y no era para menos, podía imaginarla sin quererse despegar de mi lado mientras luchaba con mi inconsciencia. Pero ahora tenía enmarcada esa hermosa sonrisa de gusto, la que me dejaba entrever que pronto volvería a ser la misma de antes.

Mi madre dejó la maleta con la ropa a un lado de la puerta y recorrí con la vista todo el lugar, parecía demasiado tranquilo, cómodo y acogedor. "No está mal" pensé, además, el enterarme de que en esta casa contaban con un Dojo a disposición para entrenar, me llenaba de muchísima emoción, no había olvidado que parte de mi vida era la dedicación a las artes marciales, no por nada era había terminado convertido en uno de los mejores maestros en todo Japón.

El corredor lucía vacío, y yo todavía conservaba el nudo en la garganta por el nerviosismo, rogando a todos los dioses porque los doctores tuvieran toda la razón al decir que había muchas posibilidades de que me recuperara del cuadro amnésico, sino, iba a ser una constante diaria el torturarme pensando en que podría estar olvidando cosas realmente importantes.

— ¿Asustado?— Coloco la mano en mi hombro y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.

—Jeje, no, pa-para nada—. Tartamudeé, ¿a quién engañaba? me estaba matando de los nervios y los pies amenazaban con desplomarse sin fuerza.

—De seguro están en el comedor, vamos para allá—. Con un leve empujón hizo funcionar mis piernas, avanzando hacía donde ella pedía.

Al pararnos en la puerta, todos los presentes voltearon a vernos, sumamente sorprendidos por nuestra llegada. De los inquilinos, en primera instancia sólo había reconocido a Kasumi, al Dr. Tofú y a mi papá, aunque con él, bien hubiera soportado la inmensa pena de dejarlo en el olvido.

A Don Soun Tendo, Nabiki y Akane, tuve oportunidad de conocerlos el día que desperté hace una semana, hasta que me dieron de alta en el hospital, parecían buenas personas, y a ninguno de ellos parecía molestarles el cuidarme.

— ¡Ranma! Qué bueno que ya estás aquí. Por favor, toma asiento—. Kasumi me ofreció con la amabilidad de siempre. La recordaba siempre preocupándose por el bienestar su familia y tratar de que todo estuviera siempre bien. Así que me alegraba de que por fin ella y el Dr. Tofú estuvieran comprometidos.

— ¡Ven muchacho! Siéntate a comer con nosotros—. Exclamó Don soun. Lo había olvidado por completo, pero desde el instante en que nos presentaron y pude ver su preocupación a través de esas cataratas imparables de agua, me había tratado como un hijo, más que el abusivo de mi padre, y por ello, le tenía bastante confianza.

—Sí, no te preocupes, no eres parte del menú del día—. Soltó con guasa, Nabiki. Era una buena chica, con todo y que al conocerla pude ver el ligero interés que tenía por todo aquello que tuviera valor monetario. Más que nada, cuando empezó a insinuarme la remuneración que debería recibir por cuidar de mí.

—Me alegro que ya estés bien—, me sonrió Akane—. Hazle caso a papá y acompáñanos—. Me brindó con el mismo gesto agradable. Sin duda alguna, era la más bonita de las hijas del Sr. Soun. Esa alegría que desprendían sus ojos le hacían verse aún mejor y había cautivado mi corazón desde el primer momento en que la conocí.

Correspondiéndole a su sonrisa le hice caso, y junto con mi madre, nos sentamos en el espacio que guardaron para nosotros. Después de esperar unos momentos a que se me pasara el dolor que supuso el flexionarme, la boca se me hizo agua ante tanta delicia junta. Sí, lo recordaba bien, Kasumi era una estupenda cocinera y podía asegurar que se había esmerado más por esta ocasión en especial.

Con la mano temblorosa cogí un tazón y su tenedor, comenzando a servirme unos trozos de pescado, pollo y cualquier otro manjar que encontrara al paso, dejándome embriagar por la apetitosa presentación de los platillos y el delicioso olor que desprendían los alimentos al clavarle los cubiertos.

— ¡Buen provecho!—. Después de la oración por nuestros alimentos, todos empezamos a comer. ¡Y por todos los santos que estaba delicioso! Meses enteros alimentándome por medio de una sonda, y otra semana sobreviviendo al infierno de la insípida comida que servían en el hospital, eso sin dejar de lado el temible trato de las "amables" enfermeras, hacían que esto supiera a gloria.

Durante la comida, no pude evitar notar la tristeza en los ojos de Akane, quién hacía lo imposible por evitar mirarme a los ojos, y cada vez que coincidíamos, no podía negar que ese sentimiento me causaba un vuelco en el corazón, porque sentía que podía ser el culpable.

Además de esto, sentir la mirada de escrutinio de los demás era algo estresante, cosa que en parte me motivaba a jugar a ser un detective en búsqueda de respuestas para resolver mi caso.

Al atardecer, toda la familia volvió a sus actividades normales, la curiosidad del recién llegado había pasado. Mis padres fueron a dejar mis cosas a la habitación que habían acondicionado para mí, mientras esperaba sentado en el borde del corredor, mirando extasiado el salto de los peces en el estanque. Viéndome como ellos, libres en la inmensidad de su charca, y a su vez, reducidos a ese espacio tan pequeño comparado con un río o el mar. Yo había dejado el estanque por el mar, pero estaba varado con esa incómoda ancla blanquecina en el pie, y la cruel ignorancia por no saber qué había afuera.

También me perdí en el suave mecer de los árboles y la fresca brisa que chocaba con mi cara, haciendo que entrara en una somnolencia profunda y me tirara en la duela para descansar, aprovechando que nadie estaba cerca en ese momento.

— ¿Cómo te sientes?—. Akane tomo lugar a un lado mío para hacerme compañía.

— Creo que bien—, me senté al instante como un resorte, haciendo que los músculos de la espalda respingaran, —es cosa de días para que me quiten la escayola y las vendas; son bastante molestas—. Me alegraba infinitamente porque ella se acercara, con mi forma de ser, hubiera tardado semanas o meses en iniciar una conversación.

—Me imagino—, contestó amable—. Pero no te enojes, todo es para ayudarte a sanar.

—Claro, esa es la única razón por las que no me las he quitado y las he tirado a la basura.

—No tienes remedio—. Me sonrió, siempre eres demasiado testarudo.

—Sí, ya me lo han dejado claro todos los que me han visitado, incluyéndote—, Confesé con pena, más era la verdad, otra cosa que debería haber dejado en el bote del olvido. — Y dime, ¿qué hay de ti? ¿Cómo te va?—. Pregunté con enorme curiosidad. Sabía que al conocer a su hermana tendría que conocerla a ella, sin embargo, había olvidado cualquier vivencia junto a Akane, y lo lamentaba de sobremanera.

—Hago lo posible por sobrevivir—, se sonrojó levemente mientras llevaba su tersa mano al estómago—. Llevo semanas enteras sufriendo mareos y nauseas, sólo deseo con ansía el día que por fin desaparezcan.

—N-no te preocupes— le miré con ternura—. Al final todo esto habrá valido la pena, y al verlo, te olvidarás de todo el sufrimiento que has pasado. Además, tienes muchas personas a tu alrededor que te apoyan.

Ambos reímos con ganas al referirnos al tema del olvido, y aunque me causara una terrible zozobra, lo mejor que podía hacer era vivir el momento, ya habría tiempo para preocuparme por los detalles.

Y en este instante, lo que atraía con fuerzas a mi corazón era Akane, ese bello ser que había llegado a iluminar mi vida y que no se había separado de mi lado desde que había vuelto a la consciencia, que se preocupaba, junto con mi madre porque estuviera bien y que transmitía esa tranquilidad que me calmaba en mis momentos de dolor y en los que pensaba que jamás saldría de aquél terrible lugar.

—Dime, Ranma, ¿has recordado algo más?—. Me interrogó con serenidad.

—Sólo algunas cosas, pero nada que sea importante—. Suspiré con tristeza. Al paso que iba, terminaría por envejecer sin terminar de conocerme.

—Te fe, te lo aseguro, pronto estarás como nuevo—. Ella se movió de su asiento para quedar más pegada a mí y colocar la mano sobre la mía. Haciendo que mis mejillas se cubrieran de carmín.

—Se-serviría si me dieras algunas pistas—. Dije en broma, pero bien podría salir algo bueno de lo dicho, al saber que no la recordaba, pudiera contarme más de sí, algo que me ayudara a traerla de regreso de aquel oscuro baúl de olvido.

—No, es mejor así, además, podría caerte mal un si recibes demasiada información de una—. Akane desvió la vista para contemplar la caída de la noche y el alzamiento de la brillante luna llena que iba tomando su lugar en el firmamento.

—Tienes razón, no debería forzar tanto al destino. Todo vendrá cuando deba ser—. Le sonreí a plenitud, moví los dedos de la mano, de modo que quedaron suavemente entrelazados con la de ella y desvié la vista hacía arriba, sólo que en lugar de la blancura de la luna, sólo venía a mi mente la imagen de Akane.

Me preguntaba vanamente si habría estado enamorado de ella con todos mis recuerdos en su lugar; si mi corazón había intentado acercarse antes de que fuera demasiado tarde, a lo mejor éramos buenos amigos, quizás lo intentamos y algo salió mal, con las tonterías que me han contado que he cometido, no lo dudaba ni tantito.

En fin, el único consuelo era poder admirarla a la distancia, con esa mirada de ángel, los labios rojizos, dignos candidatos para ser besados en cualquier momento, la cabellera sedosa y azulada, recogida en una coleta y la blancura de la piel desnuda que no alcanzaba el cobijo de su camisón y que me llamaba a protegerla con ahínco. Acariciando la tersura de su mano, deseando con locura que fuera su mejilla…sus labios…

Sólo había una mínima cantidad de "detallitos" que impedían acercarme a ella y tratar de pretenderla: la extrema timidez que me dejaba sin habla al menor intento de articular una palabra agradable, el relumbrante anillo de bodas que anunciaba a los cuatro vientos que su corazón era de alguien mas...y esa tierna pancita de embarazada que le hacía verse aún más hermosa de lo que ya era.

Continuará

Notas

Hola, ¿Qué tal? n_n aquí vengo con otro fic, cuya idea nació en medio de la ociosidad de un viaje en autobús.

He decidido estar haciendo los capítulos cortos, con la intención de estar actualizando seguido y no quedarme estancada por falta de tiempo al ligar las ideas.

Ahora, hablando de los detalles del fic. Lamento volver a escribir en primera persona, pero necesito escudarme lo más posible en la inocencia del chico n_n. Por otro lado, en el final me estoy debatiendo entre dos opciones, pero hay un 85% de posibilidades en que no sea un final feliz, así que si no gustas de leer este tipo de historias, quedas enterado de antemano.

Saludos y nos vemos pronto.