El tacto de mi piel tersa te pone nerviosa. Puedo sentir como se te ponen los pelos de punta cuando apoyo mi mano en tu delicado brazito.

Y ríes, como si aquella escena fuera parte de un juego que nunca antes habías probado.

Y yo río, y siento una punzada de culpa al contemplar mis futuras acciones. Todavía puedo detenerme, pero tus orbes café me invitan a lo prohibido. Y ríes otra vez, y tú risa cantarina también me invita a lo prohibido.

Con cuidado bajo una tira de tu musculosa (la cual tiene un elefante rosado estampado al frente). Me observas desde abajo, curiosa, y sin comprender mis atrevidos movimientos.

"¿Quieres que te enseñe un nuevo juego?" Susurro, muy cerca de tu oído. Siento como te estremeces entre mis fornidos brazos, y asientes, intimidada por mi repentina cercanía. Entonces, beso tus labios virginales, y te robo parte de tu inocencia.

"La gente que se quiere se da besos" Afirmas, nerviosa "¿Tu me quieres, Andy?"

Tus mejillas se sonrosan, y tus extremidades tiemblan.

"Con todo mi corazón, Bonnie, y por eso, hoy voy a darte más que besos. Voy a enseñarte aquel juego que realizan dos personas que se quieren mucho y necesitan demostrárselo"

En tu rostro dibujas una expresión confusa, y luego abres bien grande tus brillantes ojos.

"Creo que lo vi en las películas. Hacen ruidos raros y se mueven raro. Mama siempre me tapa los ojos en esas partes"

Repentinamente, dirijo mi mano zurda a tu tibia femineidad. Comienzo a acariciarte por arriba de tu pantalón, y tú gimes en voz baja.

"¿Te gusta, Bonnie?"

Y asientes, y tiemblas.

Y ese, ese fue el inicio de aquel pecado que me dio un pase para quemarme en las llamas del infierno.