Era un día lluvioso. Después de tres meses por fin la vida parecía volver a la normalidad. Sir John nos había invitado a una excursión al campo sin embargo el regreso se estaba volviendo básicamente imposible. El camino era lodoso y la visión bastante limitada. A pesar del clima torrencial, el Coronel Brandon, quien obviamente nos había acompañado, nos cuidaba desde su montura. Últimamente se había vuelto distante conmigo. Se negaba a permanecer en la misma habitación si mi mamá o mi hermana no nos hacían compañía y ni hablar de la falta de conversación. Las discusiones sobre Goethe, Donne o incluso Shakespeare eran ya inexistentes y ni siquiera una disputa para establecer quien era el mejor compositor de la época parecían atraer la atención del Coronel. Mi desilusión era enorme. Después de todo esperar que un hombre te ame luego de haberlo insultado de la peor manera, de haberse reído de él una y otra vez, de haberlo despreciado durante tanto tiempo, era simplemente ilógico. Ahora que mi corazón estaba volcado hacia Cristopher Brandon, él parecía alejarse para siempre. De pronto, una sacudida en el carruaje regresó mis pensamientos al presente, y gritos de pánico llegaron a nuestros oídos.

-¡El carruaje! Desengancha los caballos. – su voz, siempre templada, ahora denotaba un terror inmensurable.

Cómo bólido la puerta se abrió y nos urgió a salir. El puente por el que pasaba el carromato se estaba desmoronando y la caída era inminente. Sólo quedaban unos segundos antes de tal fatalidad. Primero mi madre y luego Margaret, lograron escapar del transporte cuando la caída llegó. El agua estaba helada y los pinchazos de dolor no tardaron en manifestarse en mi pecho y espalda. Era el fin. La noche estaba ya presente y mi rescate asemejaba mas una misión suicida. De pronto un brazo fuerte me tomó por debajo de los míos y me condujo hasta la orilla. El Coronel estaba aterrado. Buscaba mi rostro desesperadamente entre la penumbra con el afán de conocer mi estado.

-Miss Marianne, ¿! Esta usted bien!?

-Coronel Brandon… - dije yo tratando de controlar mi respiración después de aquel terrible suceso – si, estoy bien.

La tormenta había provocado que el cauce del río fuera demasiado alto para cruzarlo, y el único puente estaba destruido. Brandon solo había podido nadar hasta la orilla más cercana que desafortunadamente era la opuesta a la que todos se encontraban y al camino que debían seguir.

-John, lleva a todos al refugio más cercano que puedas encontrar. Yo haré lo mismo con Miss Marianne. Mañana buscaremos una forma de cruzar. –

-De acuerdo Cristopher. Cuídense mucho.

Después del intercambio de palabras, el coronel me tomó del brazo y juntos caminamos a través de la tormenta hasta encontrar una cabaña. Estaba abandonada y lo único que pudimos encontrar fueron un par de sillas y una mesa de madera.

-Entre Miss Marianne, por lo menos nos podremos proteger de la lluvia y el frío. Me temo que deberemos pasar aquí la noche.

Mi ropa estaba helada y con un escalofrío mi cuerpo demandó calor. Al parecer el Coronel Brandon se percató de ello y, puesto que dentro del lugar no había leña para la chimenea, se dispuso a romper una de las sillas y a encender el fuego de la manera más rústica posible.

-Estos muebles bastarán para mantener el fuego durante la noche, pero me temo que tendremos que compartir la habitación.

Sin embargo mi cuerpo se encontraba entumecido y el habla no era una capacidad que aún conservara. Me encontraba encogida frente al fuego pero temblaba incontrolablemente.

-¡Oh, por Dios, Miss Marianne! Está helada. Perdóneme, pero si desea conservar su salud debe quitarse las ropas mojadas. No se preocupe. Como caballero que soy prometo no mirar y no divulgar lo acontecido a ninguna persona mientras viva.

No pude más que mirarlo y asentir levemente. Rápidamente desató mi vestido y me despojó de mis ropas hasta quedar solo en camisón, el cual estaba tan mojado que prácticamente estaba transparente. De igual forma el coronel se quitó su saco, corbata y botas y, rodeando mis hombros con su brazo nos acercó al fuego para que el calor penetrara en nuestros cuerpos. En la penumbra pude distinguir un gesto de profundo dolor.

-Lamento que tenga que pasar la noche a solas conmigo Coronel. Se cuan indeseable le es mi compañía últimamente. – logré articular difícilmente entre mi entumecimiento.

Ante esta afirmación, su rostro palideció y su mirada se clavó en la mía. Con una respiración entrecortada se dirigió a mi, su voz llena de desesperación.

-Miss Marianne. ¿Cómo es posible que crea tal cosa?, usted es la única compañía que espero con ansias en cuanto abro los ojos por la mañana.

-Pero últimamente… usted no quiere… ni siquiera me mira…

-Miss Marianne… Marianne, debes entender. Estar a tu lado día a día, sabiendo que solo provoco asco en ti, me mata. Cada vez que te miro mi cabeza olvida quien soy y solo pienso en tomarte entre mis brazos y… y… por Dios! Cuanto lo siento, yo…

Mis labios detuvieron las palabras del Coronel cuando tocaron los suyos. Conforme el beso se fue intensificando mi mano pasó de su mejilla a su cuello. Con una mano apoyada en el suelo y la otra en mi cuello el Coronel fue poco a poco subiendo la intensidad también. Su lengua comenzó a explorar mi boca y nuestra respiración aumentó hasta que de pronto el Coronel Brandon se detuvo. Apoyó su frente en la mía y con los ojos cerrados esperó hasta que tuvo la tranquilidad suficiente para poder articular oraciones coherentes.

-Marianne, espera… debo detenerme. No puedo controlarme cuando se trata de ti. Por eso me alejaba. Pones mi mundo boca abajo. Y no voy a arriesgarme a perderte por dejarme llevar por este inmenso amor cuando sólo existe amistad en tu corazón para mí.

Mis manos tomaron su rostro. Mis ojos clavados en los suyos y de mis labios deseosos salió la declaración más firme y verdadera que en mi vida había hecho.

-Cristopher, yo te amo. No podría vivir sin ti. Si no te tuviera mi corazón se partiría en mil pedazos. Te amo con toda la fuerza de mi alma.

-¿Te casarías conmigo entonces?

-Sí, si me quieres a pesar de lo tonta que he sido, sería la alegría de mi vida convertirme en tu esposa.

-¿Si te quiero? Marianne, yo te amo, más de lo que jamás he amado a nadie en mi vida.

-Entonces…- dije mientras ponía mis rodillas a los costados de su cadera - por favor no te detengas.

Y diciendo esto nuestras bocas se unieron nuevamente en magna pasión. Cristopher es todo un caballero, pero también es un hombre y, aunque dos meses después me convertí en su esposa, esa noche me convertí en su mujer. Nadie supo jamás que pasó con nosotros. Al día siguiente salimos de la cabaña y caminamos hasta encontrar ayuda. Lo demás es historia. Siete meses después de nuestra boda, el pequeño Cristopher Alan Brandon llegó a nuestras vidas y mi única angustia fue el no poder tranquilizar a mamá cuando, como toda la gente a excepción de Cristopher y yo, creyó que el parto se adelantó dos meses. Cristopher me preguntó un vez si me arrepentía de aquella noche.

-Amor mío – respondí besando sus labios sosteniendo a mi niño – no hay un solo momento junto a ti del cual me arrepienta.

FIN