El Fantasma De Ti.
Erilenne.
Algo turbio y oscuro se oculta tras un doloroso pasado compartido, y al encontrarse, volver a amar parece ser imposible mientras los fantasmas de sus vidas continúen convirtiendo el presente en una tortuosa realidad.
Capítulo 1. Ilusión Del Primer Amor.
La tenue luz de unas cuantas velas revelaban apenas, entre la oscuridad de una acalorada habitación de hotel, el cuerpo desnudo de un hombre que caía pesadamente al costado de su acompañante.
— Cielos, eso fue grandioso — Expresó agitado, intentando contener la fuerza de su respiración. Después de aquel acto lleno de lujuria, de alcanzar el clímax, se sentía en gran parte agotado.
La mujer a su lado sonrió extasiada y buscó acomodarse en pecho del hombre. — Es solo el comienzo del inmenso placer que te daré —. Esas fueron sus palabras antes de tomar nuevamente los labios aún calientes e hinchados para besarlos con pasión. Entonces él recorrió con ambas manos su espalda humedecida por el sudor.
— Debo decirte que aunque la idea es bastante descabellada… Me encanta. — Susurró de nueva cuenta excitado. Quien se encontraba encima de él era el pecado de la lujuria hecho mujer, mismo que lo volvía loco completamente y por lo tanto, el separarse, distaba mucho de la realidad.
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Narita, Chiba, Japón. Año 2011.
— ¡No! Por favor no — Gritó desesperada y entonces despertó. Era la centésima vez que tenía ese horripilante sueño desde su compromiso con el joven Kouga. Limpió las gotas de sudor de su frente y exhaló profundo — ¿Por qué otra vez? —. Se preguntó cómo en cada despertar. Pero precisamente en ese día, aquel sueño la molestaba aún más por tratarse de la fecha en que se casaría.
Desde hace tres meses, se comprometió en matrimonio con Kouga Fujita, un empresario multimillonario de una empresa pescadera muy importante no sólo en Chiba, sino en todo Japón. Lo conoció a finales de la universidad, misma en la cual ella estudió becada debido a sus excelentes calificaciones. Entonces él, un atractivo y perseverante hombre la cortejó día y noche hasta conquistarla. Sonrió ampliamente al recordarlo pero luego el brillo de sus castaños ojos desapareció. El problema radicaba en aquel sueño que no era una fantasía sino una realidad, la cual vivió meses atrás, antes de comprometerse. Recordarlo lograba enchinarle la piel, el rostro desfigurado por la pasión de aquel hombre, todavía lo tenía clavado en su memoria.
— No dejaré que me afecte, es hora de comenzar — Dijo sacudiendo su cabeza, intentando borrar esos recuerdos.
Se levantó rápido de una cama no muy grande, ni tampoco muy cómoda, pero era lo que tenía.
Kagome Higurashi era una chica humilde, recién graduada, de 23 años de edad. Una mujer tranquila y centrada que se encontraba perdidamente enamorada, o al menos así lo creía, de un joven de hermosos ojos celestes de igual edad pero con una situación económica brutalmente distinta a la suya.
La muchacha cepilló su abundante y larga cabellera azabache, la sujetó en una coleta alta y se vistió con una sencilla blusa de tirantes verde acompañada de una falda corta color café. Salió de la pequeña habitación rumbo a la cocina para desayunar pero los fuertes golpes en la puerta principal la detuvieron haciéndola saltar del puro susto.
— Kagome ¡Kagome! — Escuchó gritar y entonces supo de quien se trataba. Suspiró aliviada.
— Pero ¿Qué son esos gritos Sango? — Reclamó al abrir la puerta. La joven entró haciéndose la occisa. — No es posible que aún no comiences a alistarte, por Dios Kagome ¡Hoy te casas! — Le dijo aterrada al adivinar por su facha, que la pelinegra acababa de levantarse.
— No exageres, apenas son las diez de la mañana — Sonrió.
— Menos mal estoy aquí para ayudarte — Aseguró guiñándole un ojo y después cerró la puerta.
El nombre de esa carismática chica era Sango Dazai, su mejor amiga desde la infancia y la cual se mudó a Tokio dos años atrás en busca de mejores oportunidades laborales, actualmente trabajaba para la empresa "Taisho Asociados" pero precisamente en esa fecha se las había arreglado para conseguir unos días libres, después de todo era Kagome quien se casaba y eso solo sucedía una vez en la vida.
A petición de Kagome, ambas se dirigieron a la cocina. Al entrar, Sango se familiarizó inmediatamente con el ambiente. Una pequeña mesita cuadrada en el centro con una canastilla llena de panes, las dos sillas de madera desgastada, a tres metros una estufa eléctrica que parecía más parrilla que otra cosa debido a su simple apariencia y enfrente de ella el refrigerador gris. Sango caminó hasta él y sacó las primeras frutas que observó junto a un bote de yogurt. La pelinegra por su parte, abrió la única ventana ubicada al lado de la mesa. Inhaló una bocanada grande del aire puro de la mañana para después sacar los vasos y platos.
Se sentaron juntas y comenzaron a comer, la jornada de ese día sería muy larga.
— No sabes cómo te agradezco que estés aquí conmigo — Le dijo enfocando los también ojos castaños de la muchacha. Ella sonrió, como si no pudiera ser más lógico estar con ella.
— Hey Kagome — Colocó el tenedor sobre la mesa — Sé lo especial que es este día para ti. —Aseguró posando la mano encima de la de su amiga. La pelinegra entristeció, bajando la mirada. — Por eso mismo no sabes cómo me duele que la familia de Kouga… — Un nudo se formó en su garganta — No me acepte. — Tragó con fuerza. Sango suspiró angustiada.
Aquello era verdad, la multimillonaria familia Fujita, jamás consentiría que su único heredero se casara con una mujer tan simple tan… Pobre. Pero Kouga, un joven tan rebelde e ingobernable, amenazó con abandonar el cargo de la empresa a fin de casarse con esa chiquilla insignificante, y con su padre, el cual, además de viejo estaba enfermo, por ningún motivo les convendría que el ojiceleste se retirara, así pues, no tuvieron otra opción más que la de aceptar esa boda, aunque claro, ningún Fujita asistiría.
— Pero tienes el amor inquebrantable de Kouga, no hagas caso a lo demás — Intentó animarla. Kagome no contestó debido al fuerte nudo en su garganta. Luchó para no llorar, de verdad el rechazo de la familia le afectaba bastante.
— No sé qué se creen esos sujetos, tú eres una mujer hermosa y además estudiada… — Comenzó a decirle con seguridad pero no observó reacción en su amiga. Se mordió el labio del coraje hacia los Fujita y precipitadamente se levantó de la mesa. — Ya basta, hoy es tu día, me imagino que no querrás ir con esa cara a casarte.
Kagome esbozó una sonrisa. Su novio no se merecería eso. Unirían sus vidas para siempre porque lo amaba y él a ella a pesar de su status social. — Tienes razón — Aseguró con la vista iluminada y llevó un pedazo más de melón a su boca.
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Shinjuku, Tokio, Japón. Año 2011
— Con permiso padre — Anunció al entrar con la voz gruesa y varonil — ¿Ha visto a Sango? La he estado buscando pero no sé dónde se metió— Le informó apenas avanzó hacia el gran escritorio, mirando al hombre que yacía sentado sobre una cómoda silla reclinable. — Oh… perdón Inuyasha— Enfocó inmediatamente los profundos ojos dorados del hombre— La muchacha me pidió unos días y ya sabes, no pude negarme— Confesó el hombre de avanzada edad con una sonrisa traviesa en los labios. Inuyasha exhaló resignado ante la amabilidad de su padre y miró sus también ojos dorados, cansados y rasgados pero hermosos y brillantes como los de él mismo. — Usted nunca cambiará padre, ya le pediré a alguien más que envíe estos documentos.
Inuyasha se sentó delante de él y colocó el par de documentos que traía sobre el escritorio de Inu Taisho, su padre y dueño de la empresa. Aflojó un poco su corbata y enseguida el viejo Taisho notó el semblante de preocupación y angustia sobre la cara de su hijo menor. — ¿Todo bien? — Se atrevió a preguntar, encontrando su mirada con la de él. El ojidorado pasó la mano por su cabeza, descubriendo su oscuro fleco. Suspiró afligido. — El día de hoy me he levantado con un pésimo presentimiento— Confesó molesto, arrugando el ceño. — ¿Y de qué se trata? — Preguntó curioso inmediatamente al escucharlo mientras apoyaba ambos brazos sobre el escritorio caoba.
—¿Reunión familiar?. —Escucharon de repente una voz fría, sombría y bastante familiar que interrumpió enseguida la respuesta de Inuyasha. El ojidorado hizo una mueca de molestia y se giró en su silla para encontrarse con el esperado rostro de su desagradable hermano mayor. —Ah…Sesshomaru.. —Musitó desganado. El hombre sonrió con malicia. Cerró la puerta y caminó con porte y elegancia hacia sus familiares.
—¿Qué te trae por aquí hijo mío? .
—Sólo vine a traerte unos informes — Mencionó con frialdad y sin expresión alguna en el rostro.
Sesshomaru, primogénito y el mayor de los Taisho, era un hombre muy frio y bastante pedante. Rara vez se aparecía por la empresa y cuando lo hacía era estrictamente por asuntos laborales. Prefería dedicarse a trabajar en la sucursal ubicada en Shibuya, Tokio; ya que detestaba a sobremanera a su medio hermano Inuyasha por un motivo tan infantil, el cual era el tener que compartir los bienes Taisho con un sujeto que no era hijo de su misma madre.
—Vaya, si no es por eso, no visitas a tu anciano padre — Reclamó afligido y con la voz suave a un hombre que pareció no tomarle la más mínima importancia y que además, ni siquiera le respondió.
A Inuyasha en verdad lo colmaba esa actitud indiferente. Se mordió el labio para contener la cordura que amenazaba con desaparecer, pero entonces sintió la penetrante y dorada mirada de Sesshomaru que le dijo con burla. —No vendré mientras éste imbécil continúe por aquí. —Soltó sin más, con desprecio y burla a la vez, suficiente para que Inuyasha se levantará precipitadamente de la silla y lo retara con la mirada, apretando los puños. —Estoy harto de ti,¿ por qué no simplemente desapareces? —Masculló, rencoroso. El mayor de los herederos sonrió complacido. Siempre lograba sacarlo de sus casillas. Inu Taisho solo los observó cansado de su mala relación e Inuyasha salió hecho una furia de la oficina azotando fuertemente la puerta.
Una vez fuera del despacho de su padre, intentó moderar su sobresaltada respiración, y de pronto, el fuego de sus apasionantes ojos dorados cambió al ver la figura femenina, monumental y bella de su querida esposa.
Kikyo, ¿qué haces aquí? —Se dirigió hacia ella, preguntándole suavemente. Ella al verlo sonrío y enrolló sus pálidas manos en el cuello del ojidorado. —Buscándote mi amor, ¿qué otra cosa?
Inuyasha se sintió extrañado. Kikyo no asistía casi nunca a la empresa. Dentro de sus dos años de matrimonio recordaba haberla visto por ahí si acaso unas cuatro veces. Ella no era una mujer a la cual le gustaran los negocios, pese a ser la millonaria heredera de una cadena hotelera localizada en la costa de Japón.
—Bueno, el verte por aquí no es nada común. —Tragó con dificultad — Me da incluso un mal presentimiento.
La mujer de pálidos rasgos esbozó una sonrisa y fijo sus castaños ojos en los de su esposo —De verdad eres tan exagerado. Inuyasha sujetó su cintura y la miró con ternura. —De verdad estoy preocupado Kikyo.
Estaba enamorado de su esposa, de eso no tenía dudas, pero también era cierto que lo exasperaba esa actitud despreocupada, liberal y fría que muchas de las veces tenía. Kikyo era una mujer de mundo, le encantaba salir, comprar, viajar y asistir a fiestas y reuniones de sociedad. Todo lo contrario a él, un hombre serio, centrado y ocupado en su trabajo, nada más. Posiblemente Kikyo tenía eso que a él le faltaba y por eso la amaba, así lo pensaba.
—Estoy aquí para hacer una cita contigo, quiero recompensarte por mi viaje de mañana — Expresó sensual, provocadora. Enrolló en uno de sus dedos un mechón del cabello negro de Inuyasha y se aproximó a sus labios, besándolos.
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Un joven custodio, de singular cabellera gris con un extraño mechón negro enfrente, le ayudó pasándole unas gruesas toallas a través de la puerta de un baño, el cual era enorme y de lujoso mosaico gris. Podía escucharse el abundante agua caer de la regadera y el vapor cálido salir en el momento en que abrió la puerta. Un joven más, de estatura media y con una extraña moja plateada en su cabeza, se encontraba parado junto a la puerta de la lujosa habitación de una increíble mansión localizada en una zona exclusiva dentro de Narita.
—Joven Kouga ¿necesita algo más? — Consultó cortés el hombre mientras cerraba nuevamente la puerta del baño
—Ginta, no me hables con tanta formalidad , lo mismo va para ti Hakaku — Lo escucharon pedirles y ambos sonrieron. En realidad más que su par de guardaespaldas, eran sus amigos del alma. Los conocía desde muchos años atrás y desde siempre le habían sido fieles como su misma sombra.
En ese instante Kouga salió con una de las toallas amarrada a su cintura, dejando ver su definido cuerpo, el cual, no era muy musculoso pero se encontraba bien marcado.
—Kouga finalmente conseguirás casarte con la señorita Kagome— Mencionó Hakaku desde su ubicación. El ojiceleste sonrió triunfal mientras se veía en el espejo ubicado frente a su cama. Era demasiado vanidoso.
—Claro, Kagome tenía que ser mía sin importar lo que costara— Aseguró muy serio, con la voz ronca. Se dirigió al vestidor y comenzó a secar los restos de agua para después colocarse un bóxer azul.
—Y vaya que nos costó conseguirlo— Rememoró Ginta, alzando ambas cejas. —Incluso tuvimos que hacer aquello…— Añadió Hakaku.
A Kouga le molestó considerablemente el comentario e inmediatamente salió para darles unos buenos golpes en la cabeza. —No quiero que vuelvan a mencionarlo nunca, ¿entendido? —Sentenció, con la voz grave y el rostro deformado por el enojo. Los empleados bajaron la mirada, sobaron su cabeza y finalmente emitieron. —Lo sentimos, nos queda claro.
El ojiceleste apretó los dientes. Desearía haberles dicho un par de cosas más, en ocasiones eran tan insolentes, pero sinceramente no quería recordar ese suceso, lo mejor era olvidarlo.
—Tráiganme mi traje— Se limitó a pronunciar.
Ambos jóvenes acataron sus órdenes inmediatamente, avanzando hacia un ancho closet, color terracota, donde cada uno deslizó una puerta. Ginta tomó una delicada camisa blanca de algodón, manga larga, perfectamente planchada. Al mismo tiempo Hakaku descolgó un traje negro mate, suave, demasiado elegante. El saco se abrochaba por dos botones y al final de cada manga tenía otros tres. Finalmente se encaminaron hacia su joven amo quien los miraba aún molesto, de pie, con los brazos cruzados.
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Le faltaba darle el último toque. El rímel a sus largas, abundantes y curvadas pestañas. Mismas que Sango siempre anhelaba tener cuando de maquillar a su amiga se trataba. Llevaba ya algunas horas arreglando a Kagome para esa fecha tan especial. Su boda.
Había acentuado mucho más las ondas naturales de la pelinegra, convirtiéndolas en rizos que sujetó en un peinado recogido, adornado de unas cuantas flores blancas. Kagome poseía una belleza natural, siempre se lo había dicho, por lo cual le realizó un maquillaje ligero, algo de polvo, un labial rosa palo, un poco de delineador para profundizar sus ojos y el rímel para destacar sus hermosas pestañas.
—Ya estás lista amiga, te ves tan bella— Halagó, con la voz entrecortada y mirándola de frente. La pelinegra se sonrojó levemente. —Eres tú la que haces maravillas conmigo Sango— Sonrió agradecida. La muchacha negó con la cabeza en señal de ser falso lo que su mejor amiga decía, Kagome era hermosa.
—No me has contado como te va en Tokio…
Sango suspiró y se dejó caer sobre la cama de Kagome. —Esos Taisho me tienen loca —.
—¿Taisho? — Preguntó sin poder evitar reír por el comentario.
La muchacha también sonrió. Si tan solo la escuchara su jefe.
—Anda cuéntame— Pidió la pelinegra, permaneciendo aún sentada frente al pequeño tocador de su recámara.
—Verás, la empresa de los Taisho se dedica a la compra venta de propiedades. No puedo decirte que son millonarios pero ganan muy bien— Le contó, con la vista perdida en el techo.
— ¿Y tú que haces ahí? — Consultó Kagome, girándose en la silla y apoyando el rostro sobre el respaldo. Sango volteó a verla y esbozó una mueca irónica. —La secretaria del señor Inu Taisho y la mandadera de Inuyasha.
Kagome arrugó el ceño —¿Su mandadera? ¿Te trata mal ese cretino? — Interrogó con suma preocupación y la joven de cabello castaño se echó a reír. —No, es solo que únicamente se dirige a mi cuando necesita que mande o lleve algo— Kagome la observó dudosa— Es buena persona, no te angusties—Se apresuró a aclarar.
—Tal vez deba ir un día de éstos, para asegurarme. — Sango comenzó a reír, incrédula — ¿Tú viajar a Tokio? Ni de broma— Detuvo sus intenciones y la pelinegra la miró agraviada— Además estarás muy ocupada siendo la esposa de Kouga Fujita. — Le dio una mirada pícara y la muchacha se ruborizó.
—Sí, pero eso no quiere decir que no me gustaría conocer Tokio y el lugar donde trabajas. — Se levantó de la silla y caminó hacia ella, mirándola fijo— Comprobar quizás las intenciones del tal Inuyasha Taisho— Intentó delatarla, esperando ver la reacción de la joven secretaria.
Sango comenzó a reír por tercera vez, pero en esta ocasión a carcajadas, incluso tuvo que abrazarse del estómago para contenerse. —Ya sé lo que me quieres dar a entender Kagome, y no, distas mucho de la realidad, el señor Inuyasha no es para nada mi tipo— Aseveró, convincente.
—Vaya…—Entristeció dando un largo suspiro. —Pensé que podría tratarse de un interesante romance entre jefe y empleada— Terminó un tanto desilusionada.
Sango, también era una muchacha muy hermosa, esbelta, bonito cuerpo y de larga cabellera color chocolate. Pero parecía estar muy cerrada en cuanto a situaciones amorosas desde hace ya varios años. Kagome se sentía algo apesadumbrada por tal motivo, deseaba de todo corazón encontrará a un hombre que la amara tanto como Kouga a ella, su único y primer amor.
—Dejemos de hablar de mí, es hora de ponerte el vestido— Rompió el silencio que de pronto se formó. La muchacha azabache sonrió suavemente y su amiga le correspondió.
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Inuyasha acarició su delgado cabello, humedecido. Minutos atrás había sido suya, como tantas otras veces. Ocasiones en las que los consumía el deseo y terminaban de aquella manera, pero de alguna forma, siempre acababa con un extraño vacío en el pecho. Respiró ampliamente.
—No quisiera que te fueras mañana— Insistió cauteloso, por centésima vez en la semana.
Kikyo realizó un gesto molesto y se incorporó de la cama, recargando la cabeza en el musculoso pecho del hombre. —Ese es un tema ya hablado Inuyasha— Enfocó sus dorados ojos y su voz sonó exasperada.
El ojidorado la observó, dolido. Ella simplemente no entendía que no quería separarse de su lado. Necesitaban pasar más tiempos juntos. Mantenían un matrimonio de dos años y aun así, creía no conocerla por completo. Sus viajes eran demasiado frecuentes, innecesarios desde su perspectiva. Y él, la amaba, como solo un desesperado sabía hacerlo.
La pelinegra notó el semblante entristecido de su marido, entonces lo besó suavemente en los labios y le dijo. — Anda, vamos a comer cariño—. Enseguida se levantó de la cama, cubriendo su figura con la sábana blanca. Inuyasha la contempló, sin pronunciar palabra. La vio dirigirse al vestidor, soltar la sabana mientras reía y se dejaba admirar. Kikyo era muy coqueta, vanidosa, creída. El ojidorado esbozó una media sonrisa pero no presentó la reacción que Kikyo esperaba.
— ¿Nos bañamos juntos? — Intentó provocarla, levantando una ceja.
—No querido, muero de hambre— Se negó e Inuyasha se sintió desilusionado.
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Un Ferrari blanco de última generación, adornado por rosas blancas, arribó frente a una humilde casa, de tan solo un piso, con pintura verde olivo ya desgastada, una pequeña puerta de herrería, sin ventanas hacia el interior.
La gente que pasaba, miraba sorprendida el lujoso automóvil y las jovencitas quedaban maravilladas al notar, por la decoración del mismo, que el espectacular vehículo iba sin dudas por la novia.
De él, bajó un joven bien vestido, impecable, que se dirigió hacia la puerta, golpeando con su puño sutilmente.
Dentro de la casa, una joven de cabello azabache se estremeció de pies a cabeza al escuchar el llamado en la puerta.
— ¡Llegaron por ti amiga! — Exclamó Sango, eufórica.
Observó en ese momento el rostro lleno de pánico de la muchacha. Los nervios finalmente hacían su aparición.
—Tranquila Kagome, todo saldrá bien— Intentó calmarla mientras se ponía frente a ella. Kagome comenzó a inhalar y exhalar repetidamente. — ¿Cómo me veo? —Le preguntó nerviosa. Sentía que el cuerpo entero le temblaba.
—Fantástica— Aseguró, con una sincera sonrisa.
Kagome llevaba un vestido color perla, strapless, ajustado hasta la cintura para después dejarse caer en un vuelo más o menos amplio. Llevaba bonitos detalles bordados y algo de brillo, pero no en demasía. Su cuello lo adornaba una finísima gargantilla de diamantes, obsequiada desde luego, por su prometido, al igual que los deslumbrantes diamantes que portaba como pendientes. El anillo de compromiso era realmente una locura. Kagome incluso temía por su dedo cada vez que salía a la calle.
Sango, por su parte, lucía un ceñido vestido de tirantes color fucsia. El cabello lo llevaba suelto, liso, hasta el final de la espalda. El color chocolate del mismo contrastaba perfectamente sobre el rosado de su atuendo. En cuanto a joyas, portaba solamente unos aretes sencillos de oro heredados por su madre.
Ambas se abrazaron fuerte, con cariño. Después, la secretaria le dio un ramo de rosas rojas.
—Gracias— Musitó apenas Kagome al recibirlo. Sango observó cómo sus ojos comenzaban a cristalizarse — No llores— Pidió, tomando sus hombros, mirándola fijamente, conteniendo sus propias ganas de también hacerlo.
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— ¿Vas a ordenar? — Consultó Kikyo al notar como su esposo parecía perdido en la carta. Inuyasha levantó la vista — Claro — Respondió, pero en realidad deseaba tratar un tema delicado para ambos y no encontraba una forma de cómo abordarlo. —Pediré un plato de Buta-Jiru ¿y tú?
—Pollo Teriyaki— Contestó la pelinegra mientras acomodaba su largo cabello. Inuyasha alzó un brazo y realizó una seña al mesero para indicarle que estaban listos.
El joven se aproximó e inmediatamente tomó su orden. Después se retiró e Inuyasha se enfocó en el rostro de su mujer, quien miraba a través de la ventana, el gentío que pasaba junto al refinado restaurante japonés. Tragó con dificultad. Kikyo era tan impredecible.
—Sé que es difícil para los dos… —Comenzó y la mujer de rasgos pálidos lo miró de reojo — Pero quisiera preguntarte sobre el tratamiento de… ya sabes… —Continuo temeroso, tenso. Kikyo arrugó el ceño.
— ¿Por qué tienes que sacar ese tema en estos momentos? —Le reclamó enfadada, elevando un poco el timbre de su voz. —No tienes idea de lo mal que me hace sentir — Prosiguió llorosa. Inuyasha se sintió fatal, ni siquiera pudo pronunciar palabra.
Desde hace más de un año, Inuyasha, como todo hombre recién casado y ansioso por formar una familia, le había pedido a su esposa un hijo, un fruto de su amor, pero desafortunadamente, tras repetidos intentos, Kikyo no lograba quedar embarazada, motivo por el cual la pelinegra se encontraba sometida a un tratamiento de fertilidad, luego de que a su marido le descartarán un posible problema.
—No te preocupes, ese es uno de los principales motivos de mi viaje, iré a ver al Dr. Fujitaka para que me diga cómo va todo — Le informó rompiendo el silencio formado, pero aun viéndolo ofendida. El ojidorado posó su mano sobre la de ella. —Perdóname — Pidió con ternura en sus ojos, sintiéndose culpable. Kikyo se volteó sin contestarle.
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La boda se efectuaría en uno de los vastos jardines de la mansión de Kouga, cuya ceremonia sería únicamente por la vía civil, ya que ambos decidieron dejar la unión religiosa para el momento en que sus padres aceptaran su amor. Aun así, el ojiceleste planeó una celebración en grande.
Los enormes portones de la residencia se encontraban abiertos de par en par, el pasto se veía verde, hermoso, brillante. El aire cálido de inicios de primavera chocó ligeramente en el rostro de Kagome al momento en que Ginta la ayudó a bajar del auto. Maravillada, observó el camino de lirios blancos esperándola, escuchó correr el agua de las fuentes de cantera del interior. Suspiró largamente, sintiéndose tan feliz.
Mientras avanzaban hacia la entrada, el corazón de la pelinegra se oprimió de alegría al ver a su abuelo, madre y hermano menor delante de ella. Finalmente si habían asistido, pese a todas las negativas anteriormente dadas.
—Mamá, abuelo, Souta…—Sollozó con la voz quebrada, abalanzándose a su madre, quien la recibió con los brazos abiertos. —Pareces una princesa— Dijo con ternura. Kagome entonces intentó sonreír pero falló al hacerlo cuando la escuchó. —Pero sabes que no está bien que te cases con ese multimillonario joven. — Aseveró.
La pelinegra había escuchado ya tantas veces ese consejo, tantas, que en ese momento no daría inicio a una nueva discusión. —Y tú sabes que lo amo, mamá— Se separó de su abrazo, dándole una sonrisa amable.
—Por eso decidimos venir querida Kagome— Intervino el abuelo sujetando su brazo —Vamos, que yo te acompañaré. Kagome asintió y lo miró agradecida.
—Me da gusto que hayan venido, significa mucho para Kagome— Expresó contenta Sango mientras caminaba junto a la señora y Souta.
Al andar, acompañada de su anciano abuelo, Kagome no podía dejar de admirar la decoración, las mesas manteladas, los centros de mesa, la cristalería, todo, todo parecía ser un sueño. Los invitados, quienes vestían intachablemente de etiqueta, observaban sorprendidos a la novia, lucía espectacular, nadie podía siquiera imaginar que se trataba de una joven muy humilde.
De repente, el corazón de la muchacha se detuvo por un segundo al verlo parado ahí, esperándola, observándola con sus ojos azules que combinaban con el cielo de ese día. Se veía tan guapo, gallardo, varonil. Los labios le temblaron y él le sonrió, entrelazando su mano, mirándola enamorado, impactado por su belleza.
—Cuídela mucho— Se apresuró a decir el anciano, con voz firme. Kouga lo enfocó, serio. —Más que a mi vida— Garantizó y el viejo sintió un dolor en el corazón. Su Kagome se iba.
—Te ves increíble— Pronunció el ojiceleste al tiempo en que miraba al anciano retirarse hacia la multitud. Su corazón palpitaba fuerte. Kagome se sonrojó. —Tú también— Le dijo, emocionada, como nunca antes lo estuvo.
Tomados de la mano, con mil sensaciones recorriéndolos a ambos, caminaron hacia una mesa bien adornada, donde los esperaba un juez, con documentos sobre ella y listo para dar inicio al enlace matrimonial.
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Inuyasha la miró angustiado, cruzado de brazos, mientras ella subía a su lujoso convertible rojo.
—Nos veremos pronto cariño — La escuchó decirle y un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
— Te amo Kikyo — Expresó, con el sentimiento a flor de piel, abrazando su cabeza y entrelazando sus dedos en su largo cabello negro.
—Y yo a ti… No lo olvides —Le guiñó el ojo, sonriente. Entonces encendió el auto y arrancó.
El ojidorado tragó con fuerza, observando como el vehículo se alejaba y se perdía en la oscuridad, llevándose consigo lo que el tanto amaba, su esposa, quien sencillamente parecía no querer estar a su lado. Siempre viajando… siempre. En ese instante, como nunca antes, se sintió terriblemente sólo.
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Entraron en la habitación, cubierta por penumbras. El empresario la llevaba cargando en brazos y la muchacha lo observaba nerviosa, inquieta. La fiesta había terminado, los invitados finalmente se retiraron, ahora estaban completamente solos. Kagome comenzó a sentir que le faltaba el oxígeno.
—Eres tan hermosa —Susurró apasionado en su oído al colocarla sobre el ancho y afelpado colchón.
—Kouga yo…— Intentó decirle algo, lo que fuera. La verdad es que estaba tan nerviosa e inclusive asustada.
—Tranquila… sólo déjate llevar— Le pidió casi en un murmuro. El corazón de Kagome se estremeció al ver el fuego de sus ojos. Lo amaba, claro que sí, pero tenía miedo, bastante.
—Es qué aquella vez… —Intentó recordarle, al sentir los labios húmedos de Kouga sobre su cuello. El ojiceleste se detuvo, levantó la mirada y enfocó los vidriosos ojos castaños de la muchacha. —Todo estará bien, yo te haré olvidarlo todo — Aseguró y ella sintió que podía confiar en él. Comenzó a besar sus labios, experimentando mariposas en el estómago pero que no lograron borrar por completo su nerviosismo. Kouga por el contrario, comenzó a sentirse consumido por una oleada de pasión.
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—Así que finalmente Kouga se salió con la suya — Mencionó un hombre de edad avanzada, muy elegante, sentado junto a otro de similar apariencia.
—Sí, lo consiguió— Le contestó con rabia. Caminó hacia el librero del despacho, para tomar nuevamente de él, la copa de vino que anteriormente había puesto.
—La muchacha es muy linda, pero…— Elevó ambos párpados —Es bastante insignificante, sin duda lo único que busca es la fortuna Fujita — Aseguró, asqueado. El otro anciano dio un gran sorbo a su bebida y después sonrío malicioso. —No te preocupes, ese matrimonio no durará. — Desde su asiento, el viejo lo miró intrigado y preguntó. —¿Por qué lo dices?.
—Ya lo verás…— Le dijo simplemente, con la mirada perversa.
Continuara…
Pues bueno, después de muchos años de no escribir, debido a mi profesión, he decidido regresar con esta historia que ha rondado mucho mi cabeza y espero que les guste. Han quedado muchos cabos sueltos, que se irán descubriendo conforme avancemos. Fue difícil escribir parte de una vida en la que Inuyasha y Kagome no están juntos, pero recuerden, que no es siempre el primer amor el único en nuestras vidas, así que ya iremos avanzando, no se preocupen.
Sin más, espero que les haya gustado y se puedan tomar el tiempo de dejarme algún pequeño comentario, el cual es importante para mí.
Saludos.
Erilenne.
Marzo, 2014.
