Capítulo 1: El encuentro

Sus delgados dedos continuaban apretando aquel delicado cuello, dejándola al borde de la asfixia. Sus ojos se encontraban desorbitados y las pupilas completamente dilatadas; los temblores comenzaron a aparecer, un frío sudor empezó a caer por su frente, pero él seguía concentrado en ejercer aquella mortífera presión. Era como si intentara detener a aquel demonio que venía atormentándolo hace tanto tiempo y lo viese reflejado en aquella débil mujer que ahora tenía enfrente.

Los ojos de la joven se cerraron lentamente; ya no se resistía, se había rendido ante lo inminente. En cuestión de segundos, todo se habría extinguido... Y no sólo para ella.

Mientras, un par de enfermeros tomaron rápidamente al joven de brazos y piernas, sujetándolo con fuerza, y un paramédico preparaba una jeringa que clavó en cuestión de segundos en una de las extremidades del chico. Luego de unos minutos, lo dejaron sobre una camilla y lo trasladaron hacia una de las habitaciones de aislamiento de la clínica.

Por otro lado, una chica de cabello extrañamente rosado atendía a la joven lastimada en otra habitación. Para su suerte, la presión sobre las carótidas no había sido la suficiente como para producir una isquemia. La vigiló unos minutos mientras contabilizaba los tiempos del respirador manual. Al asegurarse de que la respiración ya se encontraba normalizada, la mujer sacó de sus bolsillos un pequeño frasco de ungüento, el cual esparció sobre la magullada piel de la chica inconsciente. Guardó el frasco y midió las pulsaciones por sexta vez. Suspiró con notorio cansancio, apartó el flequillo que caía por su frente y terminó por abandonar aquel cuarto.

Sus pasos retumbaban a través del silencioso pasillo; estaba acostumbrada al seco sonido del pequeño tacón al chocar contra el piso de blanca cerámica, era parte de su rutina diaria recorrer aquellos rincones. Era la mujer responsable de que el lugar funcionara lo mejor posible, sin quejas por parte de pacientes, sin problemas por parte del personal médico.

Tantos años de estudio finalmente habían valido la pena. Tsunade, su maestra, la había dejado a cargo del departamento de psiquiatría. Al principio le había parecido algo extraño, pero luego se dio cuenta de que representaba todo un reto, tal y como a ella le gustaba. De todas formas, no debía bajar la guardia, no deseaba que se volvieran a repetir ese tipo de incidentes dentro de su sector y, mucho menos, que afectaran al personal y a sus seres queridos.

Luego de unos minutos, llegó a lo que parecía ser una sala de estar, donde se encontró con una mujer rubia visiblemente nerviosa.

-¿Cómo está? –se apresuró en preguntarle apenas la vio aparecer.

-Por ahora sedado. No despertará hasta dentro de unos días –respondió la pelirrosa.

La rubia bajó la mirada, su expresión era realmente indescifrable. Su rostro reflejaba tristeza, vergüenza, temor y por sobre todo, resignación.

-Ya no puedo hacer nada. Vamos a tener que internarlo.

-No te preocupes, haremos todo lo que podamos. El proceso de desintoxicación será lento, pero es lo mejor que puedes encontrar en Tokio por estos días –explicó la médico.

-Gracias Sakura, en verdad.

-Temari, él va a estar bien. De eso puedes estar segura. –Le regaló una sincera sonrisa.

Cerca de ellas, dos chicos observaban la escena esperando el momento oportuno para interrumpir la escena. Uno de ellos vestía completamente de negro, color que contrastaba con su pálida piel y a la vez armonizaba con su cabello y sus ojos oscuros. El otro, era todo lo contrario; de rubia y brillante cabellera, ojos azul profundo y un llamativo atuendo compuesto por pantalones de mezclilla azul, una remera anaranjada y zapatillas de lona con caña.

Pasados unos minutos, la blonda mujer se encontraba nuevamente sola en aquella sala, momento que aprovecharon ambos chicos para acercarse y entablar una extraña conversación. Ella, al verlos, esbozó una especie de sonrisa que fue incapaz de mantener por más de unos segundos.

-Así que ya se enteraron.

-Lo siento mucho, Temari –dijo el rubio mientras se acercaba a ella y la estrechaba entre sus brazos. Ella no pudo evitar soltar un par de lágrimas.

-Estamos acá por trabajo, no por relaciones personales, Naruto. Por favor, mantén la compostura –reprochó el pelinegro.

-Cállate, tú no entiendes nada –respondió algo molesto el otro joven.

-Vamos Naruto, puedes decirme de qué se trata –interrumpió Temari.

El rubio suspiró, mientras dudaba un par de segundos. Definitivamente no era su fuerte dar malas noticias.

-Necesitamos hablar con Gaara. Ya registramos su apartamento y encontramos ciertos indicios que lo relacionan con una banda de narcotraficantes muy importante en este distrito –se adelantó el pelinegro-. Es necesario que lo interroguemos lo antes posible.

-Lo que dice Sai es cierto, Temari. Si tu hermano no coopera, podría ir a prisión –terminó el otro chico.

Pronto, el rostro de la mujer tomó una expresión lo suficientemente definida como para que ambos jóvenes pudieran interpretarla... horror.

Ella lo sabía, o al menos, lo sospechaba desde hacía algunos meses. Su pequeño hermano siempre había sido algo "especial". No hacía amigos, hablaba poco y cuando lo hacía, siempre era para criticar algo o a alguien. Aquella personalidad violenta lo había convertido en un verdadero misántropo. Además, ese maldito insomnio que lo consumía desde que tenía unos siete años; le era imposible comprender como un niño tan pequeño podía tener problemas para dormir. En realidad, ahora se daba cuenta de que su hermano y todo lo relacionado a él, era imposible de comprender.

Luego de divagar unos momentos, e intentar calmarse, fue capaz de soltar algunas palabras.

-Pues si desean hablar con él, tendrán que esperar un par de días. Sakura me ha dicho que estará inconsciente por algún tiempo, ya que lo han sedado. Llegó realmente mal, estaba incontrolable.

Naruto suspiró, cansado. Siempre había considerado al menor de los Sabaku No como una persona cercana. Se conocieron durante su adolescencia, y a pesar de que en un principio se había llevado pésimo, luego de haberse agarrado a golpes hasta casi asesinarse mutuamente, se habían agarrado algo de confianza.

Mientras, Sai le pasaba unas tarjetas a la chica, las cuales contenían los números de sus teléfonos celulares en caso de que tuviera alguna novedad.

Ella se acercó al rubio, y con mirada suplicante se despidió.

-Hasta pronto Naruto. Haz todo lo que puedas... por Gaara. –El chico cambió su expresión para revelarle una sonrisa.

-No te preocupes, haré todo lo posible. –Miró a su compañero-. Haremos todo lo posible. –El pelinegro sólo sonrió, aunque sus ojos se mantenían inexpresivos.

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-Sé que puede resultarte difícil, pero eres de las pocas que poseen mi confianza en este lugar. Inténtalo y si en realidad no puedes hacerlo, te sustituiré por alguien más –terminó la pelirrosa.

-No te preocupes, Sakura... creo que podré hacerlo –respondió, mientras una tímida sonrisa se asomaba entre sus labios.

La pálida joven se puso de pie y se retiró de la oficina. Aún era temprano y ahora tenía a cargo sólo a un paciente; un tipo complicado, pero uno al fin y al cabo.

Pronto llegó a la habitación de aislamiento, la cual era la recomendada para los casos de adicciones. Ingresó sin golpear la puerta, todo se encontraba en orden y en silencio. Posó sus ojos sobre el joven que yacía en la camilla y se acercó hasta él. Grande fue su sorpresa al notar que se encontraba completamente amarrado; precaución tomada por los enfermeros para evitar arrebatos violentos.

Sus ojos se encontraban cerrados y su pálida piel contrastaba con el cabello de color rojizo que caía sobre su frente; aún así, aquello le parecía armonioso. Su nariz era pequeña y perfilada, parecía de chica, y sus labios eran delgados, algo azulados. Gracias a esto último, notó que el joven estaba completamente destapado, por lo tanto, aquel color era a causa del frío de la habitación, podría convertirse en hipotermia. Tomó un par de frazadas del armario ubicado por detrás de la camilla y las puso sobre el delgado cuerpo del pelirrojo. Lo arropó hasta algo más arriba de los hombros y lo contempló unos segundos más. Definitivamente le era imposible creer que aquel chico hubiera intentado ahorcarla un par de días atrás. Ahora debía usar blusas de cuello alto para esconder los hematomas producto del descontrol de su paciente.

Su respirar era acompasado. Podía apreciar el subir y bajar de aquel delgado torso en completa tranquilidad; se acercó un poco más, para observarlo mejor. Inconscientemente, una de sus manos se deslizó por la mejilla del joven hasta llegar a su frente, de donde apartó un poco de cabello.

Sintió su corazón congelarse al notar aquellos ojos verdes completamente abiertos y fijando su mirada en ella. Enrojeció por completo y se apartó unos pasos hacia atrás, no sabía bien si por miedo u otra cosa. El joven volvió a cerrar los ojos y suspiró, abriéndolos nuevamente, y esta vez, con la vista hacia el techo de la habitación.

Notó que todo lo que le rodeaba era completamente blanco, incluida la vestimenta de aquella muchacha que seguía allí, observándole como una idiota.

Pronto dejó de concentrarse en ello debido a un punzante dolor que comenzó a afectar la zona frontal de su cabeza. Era como si alguien golpeara insistentemente esa zona, un molesto dolor palpitante que comenzaba a crispar sus nervios.

-Oye tú, necesito algo para la migraña –dijo con una voz rasposa y un tono demandante.

Ella no respondió, sintiéndose extrañada ante tal petición. Creyó que el chico reaccionaría diferente al verse encerrado en aquel lugar y, además, completamente amarrado. Definitivamente ese joven era algo curioso. Enigmático y curioso.

-Puede llamarme Hinata.

-Puedo llamarte estúpida si lo deseo, que más da. Sólo haz tu trabajo y dame un maldito calmante –contestó, sin mirarla.

Nuevamente esa sensación ¿Miedo? No lo tenía claro, mas nada pudo hacer para responder el violento sarcasmo. Tomó la ficha del paciente que se encontraba colgada en la parte distal de la camilla y revisó los datos. Después se volvió hacia el pelirrojo e intentó hilar un par de oraciones.

-Lo siento, pero por el momento me es imposible aplicarle algún tipo de medicamento. Luego de que lleguen los resultados de los análisis de laboratorio, veré como puedo ayudarlo.

-¿Acaso estás sorda, o realmente eres estúpida? Te dije que me dieras el maldito calmante… ¡ahora!

Hinata dudó por unos minutos. La voz realmente la intimidaba, pero al fin y al cabo debía hacerse valer. Ese era su trabajo y ningún mocoso malcriado iba a venir a subvalorarla ni a ofenderla.

-M-me parece que el sordo es usted, joven –indicó con la voz algo temblorosa-. No puedo prescribirle medicamento alguno hasta que tenga los resultados en mi poder.

Gaara la miró hastiado, aquella debilucha se atrevía a contradecirle. Trató de levantarse, pero la resistencia de las correas era más fuerte; además, él se encontraba en un estado bastante deplorable debido a la falta de alimentación y a las constantes noches de insomnio. Lo anterior, sumado a sus pequeños cócteles de anfetaminas, cigarrillos y algo de whisky lo habían convertido en la sombra de lo que había sido tiempo atrás.

Ella se alejó unos pasos, pero al ver que las ataduras estaban seguras, se forzó a recuperar la calma.

-Si lo desea, puedo pedir algo de comida para usted, y podríamos retirar el suero que lo ha estado alimentando por estos tres días –continuó la muchacha.

Él se refugió en lo único que le quedaba, el silencio. Tampoco pesaba oponerse a todo lo que le ofrecieran, al fin y al cabo, tampoco era un idiota, y además, tenía algo de apetito.

La chica sonrió al notar el rostro algo más relajado del pelirrojo, alejándose de la expresión violenta.

Salió del cuarto, dejando la puerta cerrada tras sí. Pronto logró interceptar a una enfermera de turno, la cual partió de inmediato rumbo a la cocina en busca de lo que Hinata le había pedido.

Mientras, la futura médico esperaba con su espalda apoyada sobre la pared del pasillo contiguo. Cuando la enferma apareció, la joven se apresuró a recibir el carro sobre el cual era transportado el alimento.

Abrió la puerta con cuidado e ingresó con la comida para su paciente. Acercó hasta la camilla una mesita de hospital, de esas que poseen rueditas y que puede acomodarse a la altura de cada paciente. Del velador, sacó algo parecido a un control remoto, con el cual cambió el ángulo de inclinación de la camilla, dejando a Gaara en una posición más cómoda para poder comer. Colocó la bandeja de comida sobre la mesita, acomodó los cubiertos y se retiró un poco para no importunar al joven.

-Si crees que la comida llegará hasta mi boca por arte de magia, pues he de creer que eres bastante ilusa, así que podrías partir por desatar mis brazos al menos, a no ser que quieras darme de comer –comentó con tono frío, aunque al menos, no violento.

La joven sólo pudo responder con un intenso rubor sobre sus mejillas. ¡Cómo había podido ser tan idiota! Aún así, no estaba segura sobre que decisión tomar. Si lo desataba, el chico podría descontrolarse y verse expuesta nuevamente a sus arranques de ira. Por otro lado, el sólo hecho de imaginarse ayudándole a alimentarse, le producía una graciosa sensación en el estómago.

-Creo que... prefiero la segunda opción –contestó tímidamente, mientras intentaba sonreír.

El joven no pudo evitar empalidecerse aún más, si aquello le era posible. Aquello había sido tan solo una ironía y ella se lo había tomado en serio. ¿Por qué demonios no lo desataba y ya? ¿Acaso... había vuelto a ocurrir?