Disclaimer: Los personajes le pertenecen a S. Meyer, la historia es mía y pretendo que ustedes se enamoren de ella.
OS
Tu sangre por mi vida.
2 de Octubre de 1994.
Tengo 5 años, el mismo número que los deditos de mi mano. Mami me enseñó. Estoy sentado cerca de las escaleras en donde tengo la mayoría de mis juguetes regados. Mi cabello está corto porque mi mami me lo ha cortado hace un par de horas. Me gusta cuando mami acaricia mi cabeza. Mis zapatos nuevos están sueltos de los cordones pero aún no sé cómo amadarlos. Me tallo la nariz con el dorso del brazo y sigo jugando en el suelo.
Escucho un vidrio romperse y alzo la vista hacia la habitación de mami y papi. Papi no me deja estar cerca de ahí. Mami a veces llora cuando papi grita mucho. Cubro mis oídos, como mami me enseñó, porque sé que él comenzará a decir palabras feas.
— ¡Cállate puta! — y de nuevo se escucha otro golpe.
Me encojo de hombros y tiemblo.
— ¡Me importa una mierda! — grita de nuevo papi y yo levanto la frazada que mami me hizo, corro hacia una esquina donde hay abrigos y me oculto ahí, sin cerrar la puerta.
Piensa en cosas bonitas, piensa en cosas bonitas.
Me sostengo sobre mis pies con mi frazada contra el pecho y mis manitas sobre mis orejas. La sonrisa de mi mami viene a mi cabeza y me siento tranquilo.
Te quiero tanto, mi pequeño Edward...
— ¡No! — alguien grita y se escucha un golpe en la pared.
Me sobresalto por la sorpresa y apuño los ojos con fuerza porque tengo miedo de escuchar otra vez. ¿Por qué se enoja tanto? Mami hace todo para que papi esté contento. Se arregla bonito y se maquilla, incluso hace torta de chocolate para merendar. El chocolate me pone feliz, ¿por qué a papi no?
— ¡Ay! — escucho gritar y entonces abro los ojos de golpe.
Oigo los pasos pesados de mi papi acercándose y con ellos, una segunda voz: la de mami.
— ¡Por favor, por favor! — dice ella con mucha tristeza.
Me retuerzo en mi lugar incómodo, no me gusta que hable así. No se oye feliz.
— ¡Eres mi mujer! ¡Mi puta! ¡Mi esposa! Puedo hacer contigo lo que me plazca.
Me asomo entre los abrigos, con la puerta abierta y puedo ver a mami acostada en el suelo y temblando. Mis ojos pican con ganas, aguantando el llanto. Él la mira con una sonrisa en la boca pero no parece contento. El rostro de mami está rojo y morado y tengo un mucho miedo. No…
— ¡Por favor, Anthony! ¡No me pegues más!
— ¿Me darás ordenes tú? Maldita perra estúpida…
Y entonces, él la levanta del suelo y le jala su lindo cabello. El rostro de mami muestra que le duele. ¡Déjala en paz!, quiero decirle, pero ella me ha dicho que cuando él se enoja debo permanecer escondido… Hasta que se le pase.
Los cordones de mis zapatos están desamadados aun, pero camino lentamente hacia la escalera con mis manos bien sujetas a la frazada y lo veo de cerca. Papi parece otro. Mami dice que me parezco mucho a él y sé que no es así, yo jamás le pegalia a ella.
Y cuando menos me lo espero, él la golpea en la cara con su puño.
— ¡NO! —Grito desesperado porque mami comienza a sangrar. Tomó su pierna y me cuelgo de él con ganas. Papi me empuja como si fuera un estorbo y me da un golpe en la espalda que me duele mucho. Las lágrimas se me salen sin pensar pero no lo suelto, me duele pero quelo proteger a mami.
— ¡Quitate, Edward! — me grita y me patea lejos.
Mami me mira horrorizada y se levanta con fuerza del suelo, y pelea con él. Papi se ve más furioso y empuja de nuevo a mami.
— ¡A él no lo toques! — le grita y yo comienzo a dejar de llorar, no sé por qué.
Mi mente se queda nublada. No escucho los ruidos, ni mucho menos las palabras feas de papá. ¿Qué pasó?
Cuando parpadeo, todo está tranquilo y me asusto porque no la veo a ella.
— ¿Ma…mi?
Camino despacio para no tropezar y me asomo por las escaleras, donde tengo cuidado al bajar para no caerme. Y entonces, me siento feliz porque todo acabó. Me limpio la nariz con el brazo y no puedo evitar correr hasta su lado, para abrazarla.
Sonrío y me acuclillo frente a ella.
— Ya se fue — le susurro bajito y acomodo su cabello largo que se desparrama en el suelo. Sus rulitos brincan entre mis manos cuando los acaricio.
Cuando la toco, está fría. Mi mami está muy fría. Me preocupo y decido hacer algo por ella, como cuando me quedo dormido viendo el televisor y me cobija. Corro de nuevo escaleras arriba y cuando subo los primeros escalones, espero que me regañe porque sé que le disgusta que haga eso, le asusta y tiene miedo de que me lastime, siempre me está cuidando.
Pero ella no dice nada. Corro hacia el lugar en donde estaba escondido y tomo mi frazada para volver a donde estaba. Esta vez, bajo tomado del barandal y me desciendo lentamente, con una sonrisa en los labios. Me doy cuenta de que quizás mami si está dormida, y no quiero despertarla.
Me arrodillo frente a ella y de nuevo peino su cabello suavecito.
Me gusta su cabello.
Pero cuando paso mis manitas por su oreja, siento algo en los dedos y me asusto. Está húmedo y está tibio. Miro mi manita con curiosidad, ¿Mami tiró pintura roja? Su cabello se va hacer feo, pero creo que no le importa porque no se mueve. Creo que está muy cansada.
La cubro bien y siento mi cara pegajosa por las lágrimas, se siente rado. Me acuesto a un lado suyo y mis zapatos se manchan de la pintura roja que se le cayó a mami. Le doy un besito en la cara y sonrío.
— Todo está bien, mamita. Con mi cobija no tendrás frío— le prometo como cuando ella me cuide de las pesadillas, cuando escucho la voz de papito. Y de nuevo, me abrazo a ella pero no parpadea—. No te preocupes, yo te cuido.
20 años después.
…
Miro por la ventana de mi oficina mientras intento poner al margen mis pensamientos. Esto es cansado, apenas será el medio día y no he terminado las consultas de la agenda. Miro de manera mecánica las hojas que hay frente a mí. Todas ellas llenas de anotaciones que garabateo ausente mientras alguien me paga 10 dólares la hora por escuchar sus problemas.
Que fastidio.
— Señor Cullen, los señores Arnolds han llegado a su cita semanal — me dice la asistente, quien asoma lentamente la cabeza por la puerta.
Ella es rubia y es joven. Alguna vez pasó por mi mente tirármela, pero no busco problemas. Judith es una mujer menor de 26 años, quizás tiene 23, es soltera y vive sola. No quiero complicar mi empleo, más de lo que ya es. Sería difícil cuando deje de ser el sexo novedoso. Sé que le gusto pero hago todo por mantenerme frío y profesional. Luego recuerdo el anuncio que me hizo.
Suspiro, es un fastidio. La pareja de los Arnolds acude semanalmente a mí para hablar acerca de su hijo. Un niño que pescó una infección en los pulmones y que había muerto hacia un poco menos de 6 meses. Jennifer culpa a su marido por la negligencia que le dio a su propio hijo. Ella describe aquel acto como abandono, porque según a sus palabras, el padre jamás hizo caso de los síntomas del pequeño Tommy. Y Michael — el esposo—, se limita a callar todo, aunque sé que en su interior, él piensa que su esposa es una perra.
— Hazlos pasar— le ordeno a Judith y ella asiente.
Me acomodo en mi lugar y de paso, ajusto mi corbata deslavada color azul marino. No sé por qué razón pero me pongo ansioso. Ojala ya fuesen las 5:00.
La puerta se abre y ellos entran en silencio. Jennifer está ojerosa porque sé que ha llorado toda la noche. Michael, como siempre se coloca a su derecha con ambos brazos cruzados y el ceño fruncido. Puedo sentir que se odian, el ambiente es tenso. Como siempre, les pregunto cómo se encuentran y si han tocado los puntos importantes de su problema. Ella es la única que responde y por supuesto, no se queda con la ganas de ofender a su esposo. ¿Cuáles son las palabras claves que más menciona en cada frase que dice? Imbécil, hijo de puta, prepotente, idiota… La lista es larga.
Noto como el hombre de su derecha solo cierra los ojos para escuchar como su mujer se desvive para culparlo y yo no puedo evitar pensar cómo sería la manera más adecuada de callarla. Cuadro mis hombros de manera lenta y empiezo a garabatear, de nuevo…
— ¿Cómo te sientes respecto a eso? — le pregunto de manera clásica, casi como un cliché.
El hombre entorna los ojos y ella seca sus lágrimas con una servilleta arrugada y gastada.
— Me siento más sola que nunca — comienza—, a veces creo que Tommy sigue rondando por la casa y que está corriendo cerca del árbol que tenemos tras el jardín. Una parte de mí me dice que debería estar feliz porque él dejó de sufrir, doctor— y mi pluma comienza a moverse formando líneas en lugar de letras—, me siento levemente feliz porque sé que mi bebé sigue vivo dentro de otros niños… ¿Sabe que su pequeño cuerpecito salvó tres vidas? — alzo la vista y mi pluma se sigue deslizando por el papel. Asiento ligeramente como pidiendo que continúe—. Pero este hijo de perra… — mira a su esposo con la ira taladrándole el cuerpo del aludido—, no tiene el más mínimo remordimiento. ¡Lo sé!
Observo a Michael impaciente, que coloca sus dedos en su sien de manera cansada.
— Y, ¿Qué ha hecho al respecto Michael? — Inquiero sin dejar de dibujar sobre el papel blanco que está prensado en la tablilla de madera.
— ¡Nada! — responde enérgica —. ¡No ha hecho nada! Sale de casa porque dice que no soporta estar ahí, ¿Qué mierda cree que soy? ¿Un tempano de hielo? ¡Yo también siento el vacío de Tommy! — y de nuevo limpia sus ojos hinchados y escurridos en rímel cargado.
— Basta, Jennifer — por fin se digna a hablar el señor Arnolds de manera fastidiosa.
— ¡No! — grita ella y entonces comienzan a discutir.
Saco el aire de mis pulmones con pesadez y comienzo a hablar.
— ¿Cómo les va en el sexo? — pregunto de manera directa y entonces, el marido me atraviesa con la mirada.
Jennifer calla y baja la mirada. Sospecho que ni siquiera duermen juntos. Un silencio se instala en el consultorio y comienzo a escuchar el leve ruido del segundero del reloj. Cómo profesional, me limito a espera respuestas y a escribir. Garabateo una vez más y entonces me sorprendo de lo que mi propia inconsciente ha dibujado.
Mi vista se instala con determinación en el papel blanco donde debería estar haciendo mis anotaciones como profesional a cargo de la pareja, pero en lugar de encontrar líneas y líneas interminables de anotaciones, me encuentro con un dibujo perfectamente realizado en el borde blanco de la hoja, de la señora Jennifer Arnolds, sin blusa, con los senos al descubierto y una enorme marca en su cuello que he hecho con la tinta azul de mi pluma.
Paso saliva de manera ruidosa y parpadeo. Me encuentro en la realidad, como si alguien hubiese puesto MUTE en un televisor y de golpe, hubiesen subido todo el volumen. Michael Arnolds está gritándome.
—… ¡Y a usted qué mierda le importa cómo nos va en la cama! — me reclama y yo no hago más que quedarme quieto cuando sujeta las solapas de mi camisa.
— Suéltame, Michael — le ordeno y la hoja con aquel dibujo cae a mis pies.
El hombre me retiene por el cuello y alcanzo a ver la hoja que está a la vista de todos. Jennifer le ordena que me suelte, pero él no desiste. Coloco mi pie sobre el papel, ocultando la prueba de mis descarriados pensamientos.
— ¡Déjalo en paz! — grita desesperada y siento ahogar por la presión en mi cuello.
Ah, ¿Con qué así se siente? Puedo escuchar los latidos de mi corazón en mis orejas.
— Suél-taa-me — digo una vez y el refuerza el agarre pero sé que no durará mucho. Se cansará o moriré si no hago o hacen algo pronto.
Jennifer golpea el hombro de su marido, al par de que mi asistente entra con paso veloz a la sala con un par de guardias de seguridad. Yo jadeo de manera descontrolada mientras sujeto mi cuello con ambas manos y mi agresor pone resistencia.
— ¡Hijo de puta! — me grita al par que lo llevan a rastras fuera del consultorio. Judith me mira preocupada mientras Jennifer no puede reprimir el llanto.
— ¿Estás bien? — me pregunta mi asistente.
Yo asiento incapaz de poder decir algo más.
— Lo siento… — Lloriquea la señora Arnolds, toma su bolso y se marcha.
Comienzo a toser de manera ruidosa y Judith sale corriendo por un vaso rebosante de agua, que me entrega con preocupación.
— ¿Está usted bien, doctor Cullen?
Asiento de nuevo, sin dejar de colocar mi pie sobre el papel y me siento en el mueble.
— ¿Debería llamar al 911? — Inquiere y yo niego aun tosiendo.
— No-o — respondo—, est-o-oy bien— bebo de mi vaso una vez más y aclaro mi garganta—. Será mejor que continúe mi trabajo.
— De ninguna manera, doctor Cullen… — me toma de las manos y me mira con sus ojos cándidos y azules—, vaya a descansar a casa, lo merece.
Mis manos tiemblan, veo que ella me coquetea peligrosamente y me separo. Mantén distancia Cullen, es lo mejor. Tomo las hojas regadas en el piso y asiento en silencio. Ella trata de ayudarme pero se lo impido cortésmente.
— Creo que es buena idea… — asiento una vez más de manera nerviosa y enérgica, Judith me mira extrañada pero no me cuestiona, yo solo camino hacia la salida para tomar mi cazadora—. Hasta mañana, señorita Adams — ella sonríe y salgo por la puerta.
Camino presuroso hacia la salida de la clínica pequeña y sé que estamos solos porque los guardias se han retirado o al menos se limitan a no estar cerca. Estoy excitado, hace meses que no lo hago. Y el tacto de la señorita Adams, me ha descolocado. Tal vez sea la adrenalina del momento. Aprieto los ojos y acomodo de nuevo mi corbata. Pulso el botón del elevador y espero.
— Vamos… — susurro impaciente por salir de ahí y no follarme a mi asistente.
— Vuelve— escucho esa voz tan conocida y me retuerzo incómodo. Él está aquí.
Niego fugazmente y en el brillo de la pared metálica del elevador como mi reflejo, aparece un hombre parecido a mí, está cruzado de brazos y me sonríe. Es Anthony. Anthony a veces habla conmigo y me dice qué hacer. Me he resistido a obedecerlo durante años, últimamente mucho más hace un par de meses. Sus ojos verdes son los mismos que los míos pero en ellos, creo que puedo ver maldad.
— Vuelve— me insiste él.
— No, basta ya Anthony — susurro.
— Vamos, Edward — musita él — sé que quieres follártela desde que solicitó el trabajo. Es lo que necesitas para controlarte al menos.
Nervioso, al escucharlo palpo mis bolsillos y el elevador se abre. Encuentro triunfante un frasco de tranquilizantes y lo destapo de manera nerviosa mientras las puertas se cierran.
— ¿Vas a tomar de nuevo eso para dejar de escucharme? — me pregunta sonriendo, recargado en la cabina cuando yo he pulsado el número del piso y me he tragado dos pastillas—, sabes qué necesitas para despejar tu mente.
— Cállate— le ordeno respirando de manera áspera.
Los números comienzan a cambiar en rojo y la cabina desciende.
— No puedes deshacerte de mí— musita cerca de mi oído y se carcajea.
Aprieto mis manos a mis costados y sé que se pondrá insistente.
— No existes — le digo firme cerrando los ojos.
— Sino existo, ¿por qué me oyes? — Pregunta peinándose el cabello en el reflejo del brillante metal del elevador—, llevamos años juntos, Edward… ¿Por qué te resistes en dejarme salir otra vez?
Las puertas se abren de golpe porque alguien ha mandado a llamar al elevador. Anthony sonríe cuando una mujer de cabello negro, bidet rojo y traje gris ajustado, entra a la cabina. Yo veo como descaradamente, le mira el culo. Sé qué se imagina exactamente y yo niego. La mujer me sonríe amable.
— Buen día — saluda.
Yo me limito a sonreír pero no le respondo.
— Mira que buen culo — musita él tocándose la barba crecida y una de las pocas cosas físicas que nos diferencian. La observa perversamente desde los senos hasta las caderas—, te imaginas sí…
— ¡Basta! — grito y entonces, la morena me mira asustada.
Ella parpadea y pasa saliva sin entender lo que ocurre. Cuando me doy cuenta, mis nudillos están demasiado blancos por la fuerza que he ejercido sobre mis palmas. Sé que no lo entiende, sé que no entiende que no quiero seguir escuchándolo a él. El elevador aún no ha parado ni una sola vez desde que ella subió, mira a su alrededor y sabe que mis palabras no tienen sentido. Ella se preguntará, ¿Por qué ha dicho "basta"?, lo veo en sus ojos. No me ha ofendido en lo absoluto y yo solo me veo como un imbécil.
Lo sé, porque en la cabina, ahora, solo estamos ella y yo.
Anthony se ha ido… Por ahora.
…
Hace frío, porque estamos a inicios de diciembre. Camino calle afuera mientras presiono el botón de los peatones. Vivo en Manhattan, particularmente en Downtown o Bajo Manhattan, en el extremo sur de la isla, donde se extiende desde Battery Park hasta la calle 14 y es la parte más antigua de la ciudad. Sobre ella se elevan las torres del Financial District donde se encuentra el New York Stock Exchange o Bolsa de Nueva York. Esta parte de Manhattan se encuentra formada por barrios o vecindarios todos ellos con personalidad propia como Chinatown, Little Italy, Soho, Tribeca o Greenwich Village. Yo vivo en Little Italy y para llegar ahí, a veces tomo el taxi o el metro, esta vez he optado por el último.
Tengo que llegar a él y el sujeto de la pantalla que me da acceso al cruce de la calle, está en color rojo, por lo que hay un montón de gente esperando junto a mí.
Me siento aturdido y cansado, quizás hasta ligeramente mareado. Sé que es por los tranquilizantes pero es la única manera de mantenerme al margen, con todo. Escucho impaciente como detrás de mí, hay una mujer de cuerpo grueso que platica con otra acerca del matrimonio de sus hijos. Huele a perfume dulzón y barato y algunas joyas tintinean mientras ella mueve los brazos. Aprieto mis puños cuando el sonido del llanto de un bebé y un teléfono celular se conjugan. Me desespero. El dueño del celular no habla, grita cuando está contestando. Acto seguido, un adolescente salta de su patineta y puede escuchar su música de rap aturdiéndome los oídos.
Parpadeo dos veces en dirección a la pantalla, donde el monigote aún está en rojo, y espero impaciente cambie a verde. ¿Cuántos segundos han pasado? ¿Cuánto más tengo que esperar?
Cierro los ojos y entonces, un sonido me desconcentra.
— Lo siento — murmura una vocecilla tímida que me hace girar al completo la cabeza.
Mis ojos se abren a la par cuando encuentro una mujer castaña de rodillas con un montón de hojas y libros tirados en el suelo. Nadie hace por ayudarla, nadie y sé que eso es grosero, inclusive yo me he quedado estático. Tiene los ojos verdes como los míos, pero los de ella son más cristalinos, una bonita cintura que es oculta por un blazer de color verde y un vestido vintage negro estampado con flores rosas, botines cafés casi del color de su cabellera y medias negras. Su cabello está suelto y hace un movimiento con los dedos, colocándolo detrás de su oreja. La piel le es blanca y casi como la leche. Puedo asegurar casi cuál es su pulso y que está nerviosa y apenada, sus mejillas están sonrosadas.
Parece que el tiempo se ha detenido ahí, junto a la chica que aun recoge sus libros y hojas. Y entonces, suspiro. Huele a vainilla y a ¿fresas? El olor es embriagador, quizás una extraña combinación entre su perfume y su champú. Parpadeo alucinado, ¿Cuánto tiempo me he tomado para observarla? Me veo como un imbécil después de todo. Niego tres veces, colocando mis dedos en el puente de mi nariz y mi pulso se acelera.
Oh, no.
El monigote cambia al fin de color y la gente comienza a avanzar hacia la otra calle. La chica castaña ya ha recogido todo — muy mal por cierto — y camina con la multitud perdiéndose. Avanzo a paso lento e intencionalmente, me quedo detrás de todos para poder ubicarla. Ella camina en dirección norte, justo hacia el metro y obviamente, solo avanzo. Aprieto mis carpetas contra mi cuerpo y puedo observar su figura delgada entre las personas egoístas que han decidido ignorarla.
Camino sin pensarlo, ella entra a la estación a paso apresurado, agachando la mirada. Parece bastante tímida, ¿por qué? La curiosidad me carcome y tengo la necesidad inminente por averiguar quién es ella. En mi paso, un hombre me golpea el hombro con el suyo, sé que dijo algo, quizás una grosería… Pero yo estoy concentrando. Mi vista no pierde ese punto tan hipnotizante. La joven llega hacia los aparatos donde venden los tickets y presiona un botón para acceder a los andenes. No sé a dónde va, pero yo sigo mi camino.
Entro tras ella, quizás separados por unos 5 metros de distancia. Los ojos se me mantienen abiertos y creo que ni siquiera he parpadeado desde que pedí el pase peatonal. La sangre me recorre las venas con rapidez y mi respiración se hace errática. Subo cuando ella se acomoda en un asiento vacío. Yo guardo mi distancia pero no dejo de mirarla, quiero aprenderme su rostro, sus facciones, sus gestos. Es una criatura deliciosa y tímida. El metro comienza a avanzar mientras me sujeto de los pasamanos.
Paso los siguientes minutos, mirando de reojo a la mujer joven que está enfrascada mirando el suelo del lugar y observo que sonríe. Creo que le parece fascinante y no sé por qué. Quiero saber lo que piensa, quiero saberlo todo.
Cuando el metro llega a la siguiente estación, ella levanta la cabeza y sonríe de nuevo. Parece que las cosas sencillas le hacen feliz, es transparente y nada pretenciosa, una mujer particular en la ciudad de Nueva York. Se bajará y también una horda de gente apretujándose entre sí. La chica es amable, ayuda y espera a que los demás bajen antes que ella y eso me aventaja porque no me es difícil tenerla en mi vista. Salgo como últimamente lo he hecho, detrás de ella y puedo estar a menos de un metro de su cuerpo. Me siento ansioso, el vaho de mi boca sale escandalosamente cuando la chica gira su cabeza y su cabello expide un olor dulce de vainilla. Cierro mis ojos y aprieto las manos. Dios santo, me siento extraño y sé que con extraño me refiero a excitado… Muy excitado.
La sensación es más poderosa que cuando Judith me tomo de las manos, o cuando inclusive, el dibujo de la señora Arnolds que hice en mi libreta, me provocó una ligera erección. Me quedo estático y guardo distancia, pero quiero más. Imagino la sensación de tocarla y eso aumenta mis expectativas.
Ella camina hacia escaleras arriba para salir de la estación. Me doy cuenta de que lleva prisa y aunque no sé dónde nos encontramos con exactitud, no puedo permitirme parar. Miro hacia los lados para asegurarme de que nadie me está mirando y veo que todo el mundo está concentrando en su vida. La chica avanza calle arriba y yo le sigo. Casi tres cuadras después de la estación del metro, ella se detiene frente a una casa de tejado viejo y paredes blancas: su hogar. Entra lentamente después de muchos intentos torpes por encontrar la llave correcta de la puerta y la observo parado desde la esquina, donde hay un buzón azul que fácilmente podría ocultarme.
Al fin, entra y cierra la puerta y yo parpadeo, quizás por primera vez desde que salí desde el andén.
Veo hacia los lados y siento que estoy perdido.
— ¿Qué mierda estoy haciendo? — me pregunto a mí mismo y me golpeo la frente. Y entonces, sé que no he sido yo quien la ha seguido, sino Anthony.
…
Volver a casa no me es difícil, porque no me queda a más de unas 6 cuadras desde el punto donde me había llevado la chica. Sé que debo controlarme. Debo evitar que estas cosas vuelvan a suceder porque si no, Anthony tomará el control de mí. He podido con él durante años. En mi departamento no hay demasiado, no al menos demasiado pretencioso. Con el dinero de la herencia de mis padres podría tener un mejor estilo de vida pero he decidido trabajar por mi cuenta propia. Después de la muerte de mi padre, me vine a vivir a Nueva York para empezar una nueva vida. Recuerdo que no lamenté su pérdida, el viejo Anthony — mi padre—, era un hijo de puta que me maltrataba y golpeaba desde que me mi madre había…
Estudié psiquiatría y un tiempo después supe lo del testamento. Tenía menos de 20 años en ese entonces, pero los problemas con Anthony, comenzaron cerca de los 16. Una noche, mientras hacia algunos deberes en el patio trasero de mi casa, mi vecina Ashley salió llorando porque su padre la había abofeteado, ella era 3 años mayor que yo y por supuesto, yo estaba enloquecido por ella.
Cuando la vi llorando, no pude evitar acercármele y preguntarle cómo estaba. Como bien sabia, me contó todo y la invité a entrar a casa porque estaba fresco afuera. Subimos a mi habitación y le llevé un té para tranquilizarla, una de las pocas cosas que recordaba de mi madre era eso, que el té la calmaba. Y ahí, una cosa llevo a la otra. Y esa noche, perdí la virginidad.
Pero mientras el acto se desarrollaba, mi cuerpo no me obedeció como yo supuse que sería. Mientras la penetraba, tuve la inminente necesidad de asfixiarla. Quería verla jadeando más y más y aquello animaba más mi libido. Ella no sé quejó en lo absoluto al principio, creo que hasta lo disfrutó — hasta cierto punto—, hasta que comenzó a patalear y mis manos ejercieron más fuerza en su resistencia. Mis ojos se centraban en cada facción suya desesperada y me hizo sentir poderoso.
Ashley jadeaba incontroladamente y entonces, Anthony apareció por primera vez esa noche. Su repentina presencia me asustó y yo dejé de ejercer fuerza. No la asesiné, pero estuve a punto de hacerlo.
Desde entonces, él está conmigo. Solo un par de veces se ha apoderado de mí, las mismas veces que he tenido lagunas mentales y no recuerdo nada. Desde la primera vez que se apoderó de mi cuerpo, he escrito un diario. Aquella ocasión, no sé qué ocurrió conmigo. Anthony salió de casa y golpeó a varios sujetos al parecer en una riña de bar y se acostó con una mujer cuyo rostro no recuerdo. Al amanecer yo tenía golpes en las costillas y mi acompañante nocturna estaba en mi cama, con dos marcas moradas en el cuello porque había intentado asfixiarla, afortunadamente ella seguía viva.
— No mientas, sé que te encantó — se burló él esa mañana mientras se fumaba un cigarrillo recargado en la pared del baño. Yo — Edward—, coloqué mis manos en el lavabo confundido, sin saber lo que me estaba pasando.
Y aquí me encuentro, confundido de nuevo. Me desnudo del torso y enciendo un cigarrillo. Saco mi cuadernillo donde pongo mis anotaciones del día y escribo.
3 de Diciembre del 2012.
3: 47 pm
Anthony ha resurgido después de algunos meses de paz y tranquilidad. Sé que debo ser más cuidadoso con lo que hago, pero me es mucho más difícil cuando una mujer que me atrae está cerca. Hoy estuve a punto de mandarlo todo a la mierda y follarme a Judith o inclusive, a una de mis pacientes, pero he logrado dimitir las ganas de hacerlo. También me he sorprendido dibujando a la señora Arnolds desnuda y fría sobre una cama, debo eliminar esa hoja, porque sé que si alguien la ve las cosas se complicarían… Su marido ha intentado asfixiarme, cuando pregunté sobre su vida sexual, pude sentir un poco sobre lo que se siente que quieran matarte... No es bueno, pero Anthony piensa distinto.
Todo se fue al carajo cuando salí rumbo a la estación del metro y me he encontrado con una chica que parece ser mi maldita droga. No la conozco pero la he seguido — inconscientemente — hasta su casa. Ella es tan… Atractiva.
No sé por qué mientras la seguía imaginaba como se vería su boca semiabierta mientras la penetraba, sé que el pensamiento era más de Anthony que mío. Pero no lo niego, sus labios, quiero morder sus labios. Me encuentro desesperado. Si sigo así, Anthony ganará terreno y yo no quiero dañar a nadie.
Edward Cullen.
Tengo la necesidad de tomarme más tranquilizantes y lo hago. Me paso las pastillas sin agua y me recuesto en mi cama, estoy somnoliento.
— No sé qué pretendes drogándote, Edward— me dice Anthony sentado en un taburete de la habitación—, algún día no lo podrás controlar.
— Cállate, Anthony — le ordeno con los ojos cerrados.
— ¿Sabes lo que está logrando solamente? — me pregunta mientras camina por la habitación y yo lo miro extrañado mientras intenta ser lógico, pero no lo entiendo. Al notar que no es tan directo, bufa fastidiado—. Solo logras que me aburra aquí sin hacer nada, ¿Qué te impide tener un poco de acción en tu vida? Vamos, sabes que lo disfrutas… o ¿qué me dices de la chica del metro?
Mis ojos se abren con sorpresa.
— Déjala en paz — le ordeno—, ella no te ha hecho nada.
— ¿Qué no ha hecho nada? Mira — apunta —, su primer error fue cruzarse en nuestro camino — y sé que en eso tiene extrañamente razón —, además te gustó seguirla. Yo solo… Di el empujón para que subieses al mismo andén que ella. ¿O me lo negarás? Fuiste tú quien la seguiste, Edward… No fui yo.
— ¿Estás gastándome una broma de mal gusto? ¡Fuiste tú!— digo mirándolo fijamente a los ojos.
Él sonríe divertido y se cruza de brazos.
— ¿Y si fui yo, qué? No me vengas con que no te ha excitado incluso la idea, es un círculo vicioso Edward… ¿Olvidaste las sensaciones? ¡Eres más que eso! O, ¿Ya no lo recuerdas, Edward? Dime, ¿No te acuerdas qué fue lo que sentiste cuando Tanya murió?
Mis ojos se abrieron de golpe, recordándolo todo. Me mecí en mi cama como niño pequeño, escuchando la voz de Anthony. Lo recordaba vagamente, pero al fin y al cabo lo recordaba. Tanya había sido la primera en Londres, cuando viví un tiempo allá, fue un tiempo en que mi otro yo estaba más que descontrolado. De eso, no había pasado más de dos meses. Cuando la veía, era más Anthony que Edward. Tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano por no asesinarla después de mucho tiempo de seguirla y una noche… fallé.
Tenía inclusive fotos de aquel acto de asfixia atroz. Me sentí un enfermo mental. La parte racional de mí, quería suicidarse, mientras Anthony sonreía al mirar las fotos. De aquella sospecha de homicidio, salí libre. Nadie me culpó. Al parecer, sabía hacer las cosas sin dejar rastros de mi presencia. Nunca recordaba con exactitud cómo llegué a perpetuar ese crimen, pero Anthony se desvivía contándome los detalles atroces, mismos que él apuntó en mi diario.
Mi otro yo, también escribía.
5 de Octubre del 2012.
00:15 am.
Estoy sentado desde el borde la cama mientras el cuerpo de Tanya se seca al completo después de la ducha que le he dado. Le pinté las uñas de un color escarlata, siempre me gustado ese color. He lavado las sábanas para no dejar rastro de mi presencia. Cómo estamos en su departamento, la gente pensará que fácilmente ha sido un homicidio de un asesino serial, ¿en realidad eso soy?
Recuerdo cuando la conocí. La cacé por semanas siguiéndola hasta su trabajo y los lugares donde ella frecuentaba. Visité su casa un par de veces antes de poder acercármele y robar su ropa interior, los pequeños moños de sus sostenes y sus bragas.
El imbécil de Edward trató de reprimirme, pero no lo logró. Hoy mientras se preparaba para dormir, disfruté asfixiarla. Me gustó cuando su cara se cambió repentinamente de color y gestos, y hacía esfuerzos torpes para que la dejase en paz. También me he tomado el tiempo para limpiarlo todo… Edward debería estar feliz, nadie lo implicará…
Quiero fotos, muchas fotos. Ella tapada por sábanas blancas… Ella desnuda… Ella abierta de piernas, sus senos al descubierto, su melena rubia… Mi Tanya… Mi ella… Su cuerpo se marchitó porque he tomado lo que tanto deseo: su vida.
Escucho 'Fur Elise' mientras le corto un mechón de su cabello y lo tallo contra mi rostro. Se siente tan bien… Tan suave… Edward lo disfrutará también aunque lo niegue… Porqué sé que ha estado observando mientras la ahogaba y no hizo nada para detenerme.
Me iré antes del amanecer… Mañana, la policía lo sabrá pero no tendrá idea de dónde buscar, porque sé que Edward querrá irse. Sé que está consciente ahora… Sé que querrá hacer una estupidez… Pero no puede dañarme sin dañarse a él, porque somos uno mismo.
Anthony Masen…
Cada vez que leo esa página, mi alma se encoge…
Si es que tengo alma.
(…)
Ella está en su habitación con el cabello recogido. Sé que se desnudará pronto para darse una ducha. Una parte de mí piensa que sabe que la estoy observando. Me remojo los labios y mi respiración se descontrola cuando suelta su melena chocolate. Está de espalda y de pronto, camina hacia su cómoda y comienza a quitarse el pantalón y queda en bragas. Unas bragas negras bastante conservadoras pero muy bonitas.
La blusa le está estorbando, me agazapo sobre mi lugar porque sé que si sigue, me introduciré en su habitación para verla más de cerca. ¿Cómo te llamas extraña hermosa? Algo tienes que me mantiene aquí, mirándote. O ¿es que acaso lo sabes y lo haces intencionalmente? Mi pantalón comienza a apretarme y debo mitigar la búsqueda de la liberación.
Sigo mirando y ella se quita la blusa. La chica queda en sostén de color azul y se gira caminando descalza hacia su baño mientras se desabrocha el sujetador y lo deja caer al suelo. Bien, o ella es desorganizada o lo hace intencionalmente. Me remuevo, quiero entrar.
Vuelve a salir pero lleva una toalla blanca enredada sobre sus pechos, odio al maldito pedazo de tela que me separa de la expectativa. Ella sonríe y entonces deja caer la prenda y queda desnuda, frente a mi vista. Jadeo haciéndome hacia delante pero me controlo. Se moja un dedo con la boca y comienza a tocarse. Respiro bruscamente de nuevo, maldita sea, y comienzo a imitarla. Me siento, me palpo, me recorro con la mano. Se está masturbando para mí.
Cierro los ojos y la imagino, pero no puedo permitirme perderme todo el espectáculo. Cuando los vuelvo a abrir, ella está al borde la ventana con las piernas abiertas y un dedo dentro de ella. Gruño ruidosamente y me mira a los ojos, no tiene miedo y lo sigue haciendo. Sabe que soy el hombre de la estación del metro y le gusto, le gusto en realidad.
Veo sus redondos labios abrirse y exclamar un "Ah" bien pronunciado.
Tengo que entrar, tengo que hacerla mía. No sé qué quiera ella, ¿sexo?, ¿amor?, deseo darle todo a la vez, pero cuando avanzo hacia la ventana, lo veo a él. Anthony está con ella a su espalda y la está mirando. Lleva un cuchillo en su mano para poder amenazarla aunque sé que la asfixia en su manera favorita.
— ¡No! — grito al darme cuenta que la quiere dañar y él me sonríe cuando clava la daga en su dulce espalda. La chica gime y se desvanece en sus brazos.
Me quedo estático y él la abraza y le besa el cuello.
— Llegas tarde — me dice él.
— ¡HIJO DE PUTA!
…
Despierto sobresaltado y miro el reloj que me muestra la alarma de las 6:00 am. Estoy asustado y jadeando, ¿qué clase de pesadilla más infernal he tenido? Niego, sin saber cuántas veces lo he hecho. Al lado mío está mi diario abierto, lo cierro sin mirarlo y lo guardo en la cómoda que está al lado de mi cama. Maldita sea, no puedo creer lo que ha pasado por mi mente. Eso me pasa por leer esas cosas en la noche. Me levanto dispuesto a matarme el cuerpo haciendo ejercicio para poder sacarme de la cabeza mis recuerdos. En la caminadora pongo un poco de música rock y reproduzco Californication de Red Hot Chili Peppers.
Alzo mi vista y frente a mí, solo hay varios bosquejos de dibujos que nunca había visto. Detengo el reproductor de golpe y la caminadora, y me dirijo hacia ellos.
Son hojas blancas con dibujos hechos de grafito de lápiz. Veo mi mano derecha y está sucia y no sé por qué. En esas hojas hay un rostro que me es conocido, no puedo dejar de sorprenderme por la precisión de los parecidos. Es una mujer desnuda, el contorno de su cuerpo es delgado y solo cubierto por sábanas. Las manos la cuelgan por lo que parece un colchón y pueden notársele perfectamente la silueta de los senos, su cabello es largo y grueso, parece profundamente dormida.
Me acerco más porque desconozco los dibujos y abro mis ojos de golpe al mirar el dibujo en la base de su cuello, tiene una soga o una prenda suya quizá, que la sujeta con fuerza. Miro en toda dirección y el mismo dibujo con distintas poses, tapiza una pared entera de mi cuarto, y al mirar con mucha más atención al rostro de la mujer, noto que es la chica de la estación del metro.
Parece que Anthony se ha pasado la noche ocupado. Arranco algunos de ellos y los tiro a la basura. Necesito sacar eso de mi mente, necesito no volver a pensar en ella. Ni siquiera intentar acercármele o terminará como en mi sueño o en mis dibujos…
…
Desayuno solamente una taza de café negra y de nuevo, mis tranquilizantes. Debo ir al trabajo, aunque no estoy muy seguro si hoy habrá citas en el consultorio. Ausente miro mi título profesional en la sala de mi casa.
Universidad de Oxford.
Edward Anthony Masen Cullen
Médico Psiquiatra.
Al lado hay una foto de mi madre y mía, sonrío sin ganas.
No recuerdo demasiado cómo falleció. Intento no darle tanta importancia y tomo mi portafolio después de haberme colocado la cazadora.
De nuevo camino las casi 6 cuadras que me separan de la estación, esperando no encontrarme con una chica atractivamente tentadora. Cuando paso frente al domicilio tan conocido, ni siquiera lo miro, las imágenes de mis sueños y los dibujos de esta mañana, me tienen muy sugestionado. ¿por qué niña? ¿Por qué tenías que cruzarte en mi camino?
Entro a la estación con pensamiento ausente mientras una mujer de escote provocador me mira con una sonrisa. Cuando la veo, me guiñe un ojo y yo le sonrío amablemente. No nena, es mejor que no me intereses, te lo aseguro. No sé por qué espero escuchar una carcajada por parte de Anthony, diciendo alguna vulgaridad, pero todo está en silencio, bueno un silencio "normal".
Cuando llego a mi destino, salgo entre la gente apretujándome y camino hacia el consultorio. Saludo al señor Michaels quien siempre está sentado afuera de su tienda, escuchando música de los años 20's en un viejo radio. Nunca me responde, siempre asiente con la cabeza, y eso es ganancia.
Llamo al elevador y en un par de minutos, estoy en el piso de mi consultorio.
— Buen día, Judith — saludo a mi asistente mientras entro a la oficina.
— Buen día, doctor Cullen — responde y me sigue, donde coloco mi cazadora—, hoy usted tiene solamente tres citas.
— ¿De quién? — le pregunto sentándome en mi lugar y abriendo unas carpetas.
— Una es del señor Reynolds a las 10:00, el siguiente es la pareja de los Smith y por último la señora Ryans.
— Parece que hoy nos retiraremos temprano — bromeo y ella ríe.
Me quedo viendo hacia mis documentos cuando veo que su mano izquierda tiene la intención de tocarme. Me paro a tiempo y comienzo a hablar alrededor de la oficina. Un brillo de decepción se asoma en sus ojos azules, más me siento aliviado porque ni una sola vez hemos tenido contacto, exceptuando ayer.
— Deberíamos bien fijar las fechas de las próximas semanas. Serán vacaciones y tendremos que aplazarlas hasta enero.
— Claro, doctor Cullen — responde seria.
— Bien— suspiro —, es todo Judith.
La chica asiente y se retira, yo me devuelvo a mi asiento a preparar mis cosas, a la espera de un día tan monótono.
…
He acabado más temprano de lo que parece y salgo casi siquiera sin despedirme de mi asistente. Necesito ir a una tienda cerca de casa, casi no tengo suministros de herramientas de oficina y necesito un libro nuevo para distraerme. En mi ya sugerido camino, tomo el metro con la intención de que nadie me ponga demasiada atención entre la multitud de gente que se apretuja en la ciudad. Me abstengo de mantener contacto visual con alguien, Anthony solo busca el más pequeño de los pretextos para salir a flote.
Cuando salgo de la estación, meto mis manos en mi cazadora oscura y veo que comienza a nevar. Miro al cielo fascinado, me gusta la nieve. Camino aproximadamente unas 5 cuadras al sur de mi posición y veo cerca una pintoresca librería que también vende café. Bien, no podría ser mejor.
"Book & Coffee", sé que el nombre no es muy original pero no deja atrás mis expectativas. Entro con el absurdo tintineo de una campana, genial, justo cuando no quería llamar la atención todos me miran más de lo debido, en especial las mujeres.
Sonrío amable y entro aun sin sacar mis manos de mis bolsillos y camino escalones arriba a una terraza donde se encuentran largas filas de estanterías de libros. Me dirijo especialmente a una estantería que habla específicamente de filosofía. Paso los dedos largos por los tomos y me detengo a leer más de un título, esperando encontrar a Friedrich Nietzche.
— Anticristo, Anticristo… —murmuro suavemente sin poder encontrarlo, recorriendo las filas quizás demasiado rápido.
— Sí usted busca el Anticristo de Nietzche, está por este lado — me sugiere una voz que me hace sentir escalofríos en la espalda. No quiero alzar la vista, pero es inevitable.
Ahí está ella, la chica de la estación del metro. Viste un pantalón de color negro y una blusa azul que se adhiere gustosa a su blanca piel, los botines cafés de la última vez y una boina que cubre su cabello de manera colegial, se ve tan joven. Parpadeo sorprendido de lo hermosa que es de cerca. Sus labios son rosas, pero sin la ayuda de ningún brillo labial ni restos de maquillaje. Los verdes ojos que están frente a mí me estudian con fascinación y curiosidad.
Oh no, nena. No hagas eso, no muestres interés.
Me remuevo incómodo pero casi imperceptible, sé que a él le ha gustado. Lo sé. Y entonces, cometo el error de suspirar y su fragancia me remueve como un terremoto, huele a vainilla y a fresas juntas.
— Gracias… — digo solamente parpadeando y carraspeando frenéticamente, y entonces veo que amable, me tiende el manuscrito en mis manos.
— De nada — responde apenada.
Trato de controlarme en algo más que no sea ella y miro el libro y la pasta dura es recorrida por mis dedos. Debería de irme, debería de largarme lo más pronto posible de aquí, pero no quiero, una parte de mí no quiere. Cuando pienso detenidamente a quien no le gustaría irse de la librería, sé que es a mí, Edward Cullen no quiere alejarse aún de la inocente chica.
— Ah… ¿Tendrán café fresco? — inquiero golpeando nerviosamente la tapa del libro con la punta de mis dedos. Ella abre los ojos porque de algún modo creería que me iría.
— Sí — responde solamente y camina lentamente hacia abajo, cuando mira que no la sigo — extrañamente no la sigo como un loco, se detiene y me sonríe—. Por aquí, por favor.
— Claro.
Camino a paso sugerente tras la chica de cabellos castaños, esperando que mi estancia en la librería no complique más las cosas. De algún modo — estúpidamente— espero que nadie se le ocurra mencionar cosas sobre su vida personal, o quedaré más que carcomido por la curiosidad, intentando no salir corriendo en busca de más respuestas. Lo mismo que sucedió con Tanya.
Ella me coloca en una mesa del fondo, parece bastante privado y me agrada. Yo me siento en un mueble acolchonado y fácilmente puedo descansar la espalda ahí, pero me limito a quedarme erguido, como si esperase escuchar alguna pistola que me obligara a salir corriendo como en una carrera de relevos.
— ¿Cómo le gustaría su café? — Me pregunta sonriendo.
No, no hagas eso. Bajo la mirada intentando mitigar las sensaciones.
— Sorpréndame, señorita…— y sonrió, de esa manera que sé que desarma intencionalmente a las mujeres. ¡¿Qué está haciendo, Cullen?! ¡No!
Bajo la vista una vez más y cuando la levanto, ella me mira fascinada aunque sonrosada.
— De acuerdo — responde ella y me sonríe, mordiéndose los labios y se marcha.
Mi entrepierna aprieta, siento que estoy descontrolando y sacudo la cabeza dos veces para mitigar mis pensamientos.
— Ella es atractiva — dice Anthony cruzado de piernas y frente a mí, ojeando un libro para adultos— ¿Te imaginas cuando la estés bañando…?
— Basta, Anthony — le ordeno.
— ¿Por qué me sugieres que me detenga, Cullen? ¡La chica es toda una bomba! Su cuerpo es la dinamita y sus labios son los fósforos… Tú eres el niño que puede encender esos fósforos, hazlo.
— Me iré de aquí en cuanto termine el café — le digo inseguro.
— ¿Irte? Es lo que menos quieres… Pregúntale su nombre, vamos. Lo demás podrás averiguarlo en su casa… Cuando la visites.
— ¡NO! — Grito demasiado fuerte como para alguien que está en una librería.
No me doy cuenta de que no estoy solo. La chica me mira extrañada con la taza de café en sus manos y se ve preocupada. Los clientes nos miran con atención pero más a la chica, debe ser porque he gritado como un loco.
— ¿Está bien?
Parpadeo y me siento desarmado, sus ojos me muestran que le preocupa mucho.
— Disculpa… Es que… Recordé algo…
— JAJAJAJAJA, imbécil — se bufa Anthony y por un momento desaparece dejando el libro de lado.
— No se preocupe, ¿señor…?
Parpadeo ante su intención, desea saber mi nombre… No me queda más remedio que decirle la verdad. Creo.
— Edward Cullen — me presento parándome de la silla y ella me tiende la mano.
Pienso detenidamente si estoy tocando peligrosamente los límites de lo prohibido y como buen amante de la adrenalina, le correspondo. Un subidón de electricidad me hace cosquillas en la palma derecha. La siento, es tan suave y no puedo evitar cerrar los ojos en una fracción de segundo y mirar su rostro. ¿Qué significa esa expresión? Parece perpleja y levemente sorprendida, ¿qué pasa por tu mente, nena? Se ruboriza al instante pero no suelta mi mano, por lo que cortésmente la retiro y acomodo mi corbata de manera nerviosa.
— Isabella Swan — se presenta la mujer frente a mí. La tímida criatura tiene nombre, un nombre que bien podría ser pronunciado cuando llegue al orgas…
— Mucho gusto, señorita Swan.
— Llámeme Bella— me propone.
— Bella — repito
Sonríe, le gusta y me gusta cómo se escucha mi nombre en mis labios.
— Bien, ¿se le ofrece algo más, señor Cullen?
Niego, aunque sé que sí se me ofrece algo más.
— Díme Edward, por favor. No soy tan viejo como para que me llamen de usted.
Un sonido maravilloso sale de entre sus labios, su risa de campana. Las palmas de mis manos se hacen puños en la tela de mi cazadora, Dios, esto es tan descontroladamente excitante. ¿Cuándo había sido la última vez que una risa me había puesto tan ansioso?
— De acuerdo, Edward… Si se te ofrece algo más, estaré por allá— y apunta tras la barra donde hay un chico muy concentrado haciendo unas cuentas.
Asiento y le sonrió, lo más amble que puedo y ella se retira relajando los hombros. Me pregunto vagamente si ella es así con los demás clientes y me encuentro ansioso por saber si me teoría es cierta. La idea no me agrada, no quiero que se porte así con los demás, solo conmigo. Me bofeteo mentalmente, ¿qué te ocurre Cullen? ¡No puedes celar a una mujer a quien acabas de conocer!
Aclaro mi garganta y tomo la taza rebosante de café y crema. Mmm, está suave, ¿Cuándo fue la última vez que probé café descafeinado? Es relajante y dulce, me gusta. Doy otro sorbo y me encuentro fascinado con el sabor. ¿Ella lo preparó especialmente o hay una máquina que lo hace igual para los clientes? Sonrío para mis adentros pensando en lo primero que se me ha venido a la cabeza y vuelvo a tomar.
— ¿No te estarás interesando realmente en la chica, cierto? — pregunta Anthony amargándome el momento.
— Pensé que te habías ido — comento abriendo la tapa del libro.
— ¿Y perderme toda esa estupidez de "Llámame Edward"? ¡Por Dios! Con la 'primera' ni siquiera te presentaste. ¿Rompiendo la rutina?
— Ella no…— le refuto casi gruñéndole.
— No soy brujo ni adivino, Edward… Pero sé que esa chica, será tu detonante.
Miro al hombre que está enfrente de mí, viste de negro y la barba la tiene muy crecida. Suspiro, ¿Por qué no me deja en paz? No he tenido nunca en mi vida un momento normal y de intima felicidad con nadie. Giro mi rostro y veo a la chica parada de puntas intentando alcanzar un libro de una estantería, fácilmente podría ser bailarina de ballet y sonrío. Ella murmura unas 'gracias' cuando el chico que está de turno le ayuda y le sonríe demasiado. Aprieto de nuevo mis palmas en mi propia ropa y parpadeo de nuevo, no quiero evidenciarme demasiado cuando sé que alguien podría verme.
Decido no tentar más mi suerte, los extraños sentimientos hacia su persona me descolocan. Es demasiado nuevo para mí. Bebo de un trago los restos de la taza del café y Anthony me mira sorprendido, ¿No se esperaba que yo me fuese tan pronto? Niega con la cabeza a sabiendas que lo hago por protegerla y me dirijo a la caja registradora. Mi altura le sobrepasa casi unos 20 centímetros por lo que tiene que mirarme hacia arriba de manera que la imagen de ella y mía resulta que la estoy intimidando.
Bella me sonríe pero muestra decepción cuando nota que me estoy marchando.
— ¿Cuánto es por el café y el libro? — pregunto intentando mantenerme distante y frígido ante cualquier tipo de encanto inesperado que ella podría mostrarme.
— Del libro son 12 dólares, el café invita la casa.
Alzo la ceja extrañado y parpadeo.
— ¿En serio? No quisiera causarte problemas… — le sugiero entregándole dos billetes de 10.
Ella sonríe y me cobra exactamente lo que me ha dicho.
— Insisto — me dice—, además no ha sido nada. El café es de mi casa, aquí la máquina se ha averiado y esta tarde apenas vendrá el técnico. No te preocupes, Edward, yo invito.
Mis ojos se abren a la par. ¿Por qué es tan amable conmigo? Miro a los lados y veo el letrero sobre la enorme cafetera que dice: FUERA DE SERVICIO, DISCULPE LAS MOLESTIAS. Alrededor, los demás clientes solo tienen sus libros y me miran extrañados porque soy el único con una taza — eso explica por qué me colocó en un lugar privado y por qué la veían raro—, y me siento extrañamente ¿especial? Ella me devuelve el cambio al ver que mis palabras se atoran en mi garganta. Detrás puedo sentir la mirada de Anthony viendo boquiabierto la escena. Él también está sorprendido. Nadie se había portado así conmigo antes.
— ¿Por qué? — pregunto al fin.
— ¿Por qué, qué?
— ¿Por qué la amabilidad?
Alza los hombros en gesto evasivo y hace un puchero con los labios, los fósforos.
— Te veías tenso al entrar, no lo sé… Creí que necesitabas con qué relajarte un poco.
Me siento desarmado, ¿una persona que puede leerme el alma?
— Tú no tienes alma — contesta Anthony ante mi pregunta y se para cerca de la chica tocándole el cabello. Ella no siente, soy el único que puede verlo. Los ojos de Anthony se quedan clavados en su cintura y en su trasero. Luego su mirada asciende a su cuello y veo como se muerde los labios al ver su pulso pasar. Respiro ásperamente, no quiero que la toque.
— Basta — murmuro incapaz de hacer algo más, afortunadamente ella no me escucha. Anthony se aleja de la chica y comienza a vagar por mí alrededor, viendo a los demás clientes ausentes. Me relajo y suspiro—. Gracias.
— Por nada— dice ella, sin saber que no se lo he dicho directamente a su persona.
— Bien, hasta luego — le digo con la esperanza de que mis palabras no se cumplan.
— Hasta pronto, Edward — me comenta con mucha amabilidad y se muerde de nuevo los labios.
Me derrito, si por mí fuese le pediría su número telefónico, le invitaría un café, ¿le gustará demasiado el café? Niego una vez más. No, no puedo.
— Adiós — le digo solamente y me giro. Cuídate pequeña Bella, cuídate de mí.
No me giro siquiera para mirar su expresión pero escucho un leve jadeo de decepción. Ella está decepcionada, ¿Por qué?, ¿Qué más quería? Ella no entiende el favor que le estoy haciendo. A los lejos, si alguien pudiese vernos, podría ver a dos hombres en un mismo cuerpo, iguales caminando hacia la salida, uno se llama Edward Cullen, vive como una persona más de la multitud de la ciudad Nueva York y posee un empleo de tiempo completo en un consultorio que ni siquiera es propio en el área de psiquiatría y el otro, igual a él pero con mirada mucha más profunda. Se llama Anthony Masen, un asesino serial con perversiones sexuales inimaginables, que desea con ansia a la chica que me ha invitado su propio café, de la librería.
Estoy descontrolado, severamente descontrolado. Debo hacer algo o la vida de la chica sucumbirá está noche si no lo impido.
(…)
Me sobresalto y despierto. Me siento ansioso una vez más y recuerdo lo que pasó en la librería, ¡Carajo! No debí, no debí haberme quedado en la librería, miro mi reloj y noto que son las 9:00 am, suerte que hoy no hay trabajo. Me tallo la cara con las manos y noto que el motivo de mi repentina despertada es porque alguien está tocando la puerta con ganas.
No llevo camisa y me coloco solamente una chaqueta y mis pantalones de mezclilla deslavados.
— Espere un momento — grito abrochándome el cierre y los golpes insisten—. Carajo —, murmuro.
Abro la puerta, aun somnoliento, y encuentro a dos oficiales de policía en mi umbral.
— ¿Doctor Edward Cullen?
— Sí, soy yo— respondo incapaz de comprender qué sucede.
— Somos los agentes de la policía Prescott y James del departamento del FBI, ¿Tiene algunos minutos?
Mierda, ¿qué ha pasado?
— Por supuesto, pasen— los invito.
Caminamos a la sala, me alegro de que el lugar no esté hecho un chiquero. Cada uno se sienta frente a mí con ademán intimidante miran alrededor de la sala.
— ¿En qué puedo ayudarlos? — les pregunto cómo cordial anfitrión.
— ¿Conoce usted a la señorita Adams? — me pregunta el hombre que responde al nombre de Prescott.
— Por supuesto, es mi asistente en el consultorio psiquiátrico que dispongo.
Ellos se miran entre si y asienten.
— ¿Sabe usted si la señorita Adams tenía conflictos con algún novio o alguna persona?
— No que yo sepa, la señorita Adams y yo mantenemos una relación profesional estricta desde el momento en que llegué a Nueva York. Nunca fuimos tan cercanos, así que ni siquiera sé si tiene pareja.
El hombre de al lado está apuntando en una libreta y no me ha mirado.
— ¿Dónde estuvo entre las 12:00 am y las 3 de la madrugada?
Aspiro bruscamente.
— Aquí, durmiendo— respondo.
— ¿Hay alguien que pueda respaldar su argumento?
Niego con la cabeza.
— Vivo solo— y me acomodo en mi lugar—, no pude haber salido de mi departamento — y ambos me miran a la vez—. Estoy consumiendo somníferos para dormir y últimamente lo hago más de lo que debería— aseguro aunque no lo estoy del todo. No sé por qué Anthony tiene que ver con esto.
— Bien — responde Prescott.
Muevo las manos de manera nerviosa, la curiosidad me pone ansioso.
— ¿Pasa algo con la señorita Adams?
Ambos se miran de nuevo pero esta vez, el hombre que responde por el apellido de James me mira seriamente.
— La señorita Jennifer Adams fue encontrada en su casa esta mañana con señas de estrangulamiento. Su hermana mayor la encontró cuando no respondió a los llamados de la puerta.
Abro los ojos de golpe, sorprendido.
— Dios santo.
— ¿Notó algo extraño estos últimos días respecto a ella?
Sí, noté algo extraño en mí, no en ella.
— No— contesto.
— Bien, creo que es todo doctor Cullen. No queremos interrumpir más su mañana.
— No se preocupe, oficial.
Ambos se paran hacia la puerta y hacen un asentamiento con la cabeza.
— Sí sabe algo, no dude en llamarnos— me comenta James y me entrega una tarjeta. La tomo entre los dedos y asiento.
— Lo haré.
— Que tenga buena mañana, doctor Cullen. Con permiso.
Parpadeo y asiento. Cierro la puerta sin poder evitar recargarme en ella. Coloco mis manos en mi cara y me deslizo hacia el piso. No puedo sacar conclusiones porque no recuerdo nada, pero algo me dice que tiene que ver conmigo, con él.
— Mierda, ¿qué hiciste Anthony?
Camino demasiado a prisa hacia mi recámara y entro como remolino buscando alguna señal en cualquier parte de la habitación. Como siempre todo está revuelto, pero hago caso omiso de ello y me dirijo hacia mi escritorio donde es más probable que encuentre algo y para mi mala suerte, ahí están. Junto a la computadora — que está conectada a la impresora de láser—, están las impresiones de varias fotos y los recortes de las mismas. Mi cara se horroriza de solo verlo. Hay decenas de ellas, muchas de las que menos me pensé imaginar encontrar. La señorita Adams está desnuda y enredada entre sábanas blancas y el cabello parece recién lavado. Mi diario también está abierto y puedo ver un mechón de cabello rubio entre las páginas, pegada a la foto donde ella tiene la mano extendida bajo su cabeza.
Es la letra de él, la identifico. Es ligeramente diferente a la mía, pero al fin y al cabo es diferente.
4 de Diciembre del 2012.
01: 15 am.
Volver se ha sentido tan bien y me ha costado menos trabajo que cuando la "primera" sucumbió. Judith hacia un tiempo me estaba tentando. Edward se resistió por lo menos dos meses después de la "primera vez". No fue difícil entrar a su casa porque en cuanto me vio, sonrió con ganas. Creo que de alguna manera me estaba esperando.
Creo que Judith creía que estaba loco por ella, bueno… En realidad eso es cierto, pero no el sentido de la palabra.
Primero la seduje, más nunca la besé. En su locura pasional me dejó atarla de las manos con sus propias bragas a los postes de la cama. Fue grandioso tener el control y entonces sin más preámbulos, la comencé a asfixiar. Me di cuenta del verdadero potencial que tenía y que en cierto momento me había dejado de importar a tal punto que le cedí el control total a él. Esto es lo que soy, esta es la verdadera razón por la cual vivo. Este soy yo.
Asesiné a Judith Adams y fue lo más placentero que he hecho en meses.
…
Me siento asqueado, incapaz de continuar leyendo las atrocidades que ha plasmado en mi cuaderno. Me siento en el borde de la cama con ambas manos en mi cabeza, impotente. Me doy cuenta de que podría haber sido atrapado por la policía y justo en este momento habría de estar siendo cuestionado por decenas de acusadores señalándome con el dedo índice. Y no los culparía en lo absoluto. Estoy enfermo, estoy maldito por dentro. Pobre Judith, ¿habrá sufrido demasiado al momento de su deceso?
Me paro de mi lugar y comienzo a gritar desesperado. En la ventana contigua de la habitación, donde hay una pequeña repisa y donde se encuentran mis libros viejos, está parado Anthony dándome la espalda.
— Deberás estar feliz, ¡¿no es cierto?! — le grito con rabia—. ¿Por qué tuviste que hacerlo Anthony?
— Sólo sucedió — me responde aún sin mirarme.
— ¡¿Cómo puedes decir eso?! — exijo saber—. Judith era mi asistente, te dije que no la tocaras… Yo… ¡Te lo ordené!
Anthony me mira receloso, y a medias sonríe. En sus ojos puedo ver que es incapaz de sentir culpa. Lo miro detenidamente y puedo ver que en realidad ni siquiera hace caso de lo que pasa a su alrededor. Tiene esa sonrisa maléfica en su rostro que describe que ha tenido una noche entretenida, sabrá Dios haciendo qué cosas.
Lo repudió y de nuevo camino por la habitación con la mano en el puente de la nariz, pensativo. Soy casi incapaz de poder siquiera hacer congruentes mis palabras con mis pensamientos.
— ¿Por qué quieres destruirme? — le inquiero sin más.
Y de la nada me mira estupefacto.
— ¿Qué mierda…?
— Lo que oíste… ¿Por qué, Anthony?
Suspira y sigue ignorándome al menos con su vista. Relaja sus hombros y enciende un cigarrillo en silencio.
— Tú no entiendes en realidad lo que está pasando. Te niegas más de lo que en realidad disfrutas hacerlo, Edward. Esto es lo que eres, es lo que siempre tendrás presente en tu vida. Nadie más que tú, sabe que estaré contigo hasta al final y en algún punto de tu vida, tienes que ceder ante tus deseos. Somos animales, ¡que equivocados están los que nos llaman "racionales"! Vivimos bajos los sentidos más bajos. Sexo, gula, envidia… ¡No! — grita— ¡No hablo de los pecados! Se llaman instintos, Edward. Esto es quienes somos, quien eres… ¿Cuánto tiempo más soportarás esto? Te llamarán loco antes de que siquiera tú mismo te encuentres muriendo de sobredosis.
Lo miro estupefacto y él vuelve la mirada hacia la ventana. Apaga el cigarro en el marco de la misma y saca el humo por la boca haciendo un gesto brusco.
— Estás loco, puedo controlarme— le aseguro sin saber si mis palabras son ciertas o no—. No… No puedes manejarme a tu modo solo porque tú dices que es "normal". ¡Esto no es normal! No lo es… — niego varias veces con la cabeza.
— Ni tú mismo te crees eso. Sabes que en algún punto ganarán más tus ganas de consumar tus deseos que lo que te lleves delante de tus pies…— y entonces se calla de golpe y noto como cambia de postura.
Como no he dejado de caminar por la habitación su silencio me perturba. No es normal que deje de parlotear en medio de una discusión en la que sabe que es muy probable que tenga razón, que no soy tan fuerte como supongo y aseguro que soy.
— ¿Qué ocurre? — pregunto carcomido de la curiosidad.
Anthony no responde y veo que se mueve agazapado hacia la ventana. Las yemas de sus dedos se clavan en el marco blanco con furia, resistiendo el impulso de salir disparado hacia afuera y su respiración se hace áspera y entrecortada. Parece un animal atrapado en una jaula y la imagen es un poco intimidante. Nunca lo había visto de ese modo y comienzo a sospechar que es porque ha visto algo que lo ha vuelto loco. Anthony es puro instinto. Su mente no tiene la más mínima idea de lo que significa ser coherente o prudente.
— Siempre es así… — murmura con una sonrisa en los labios que por primera vez en mi vida, me da escalofríos.
— ¿De qué hablas?
— Siempre vienen a nosotros…
Paso un trago enorme de saliva y me doy cuenta de que sus pensamientos y los míos están indudablemente conectados.
Y entonces se relame los labios y yo camino hasta su lugar para poder ver tras la ventana.
Mi respiración se hace brusca en cuanto veo a lo que se refiere.
Giro mi cara hacia mi derecha y veo un espejo. Mi reflejo da miedo. Él da miedo. Daría miedo a cualquiera que lo viese. Se ve… Me veo ojeroso y descuidado. Toco mi cara con la punta de los dedos y mi reflejo sonríe.
Soy Anthony Masen, soy Edward Cullen a la vez.
Mi reflejo en un espejo, el único presente en la habitación junto conmigo se relame los labios cuando ve que la silueta de Bella toca la puerta de mi departamento.
— No, ella no — le digo.
La puerta suena débil y tímidamente.
— Es mi turno para jugar — me dictamina Anthony.
— ¡No podrás contra mí! — le hago saber mirándolo con fiereza.
— ¿Quieres ver como lo hago? ¿Quieres ver lo débil que eres?
— ¡No te atrevas a tocarla, Anthony! ¡Ella no!
La puerta insiste otra vez y puedo intuir que ella ha escuchado voces.
— ¿Hola? — pregunta Bella desde la puerta abajo.
Y él sonríe de manera sardónica.
— Yo soy fuerte, tú no Edward Cullen. Nunca podrás conmigo y nunca podrás contra tus propios instintos— me amenaza Anthony.
Paso saliva ruidoso y él vuelve a sonreír. No puedo más.
… Bajo las escaleras de manera rápida. Me acomodo el cabello rebelde con las manos frente a un espejo enorme que hay en el pasillo y abro la puerta. Ella se ha girado hacia la calle y ha bajado los escalones escasos que dan hacia la calle.
— Isabella — la llamo sutilmente y ella se gira sobre sus propios pies y me sonríe.
— Hola — responde y puedo notar que mi saludo la ha hecho feliz.
Se muerde los labios y vuelve a subir los escalones que dan hacia la entrada del departamento pero sin acercarse mucho a mí. Su cuerpo se ve tan frágil y pequeño entre el montón de abrigos que trae. Miro el cielo y veo que sigue nevando. Me pregunto sin planearlo, cómo se sentirá su cuerpo tibio sin tantos metros de tela encima. Respiro ásperamente en cuento ella se acomoda un mechón de su cabello tras la oreja. Puedo notar incluso el pulso de su corazón por debajo de su membrana fina. Paso saliva en silencio, ¿Acaso soy un viejo vampiro sediento?
— ¿Quisieras pasar? Está helando afuera— le invito.
Ella me mira recelosa y mueve sus manos de modo nervioso.
— Yo solo quería entregarle esto — y acto seguido busca entre su bolso y saca un pequeño bulto que pone delante de mis manos con timidez. Alzo una ceja, perplejo y reconozco su billetera, es decir, mi billetera—. Es suya— me replica con la mirada baja.
— ¿Dónde estaba…? — pregunto.
— En la cafetería — contesta con un leve sonrojo en las mejillas y yo me remuevo de mi lugar ligeramente, no sé por qué hace que mi entrepierna apriete—. La dejó en la caja registradora y como no volvió por ella, decidí…
— Traerla — completo su frase.
La castaña asiente sin más y de nuevo baja la mirada.
Me doy cuenta de que sigue sin responderme acerca de mi invitación de pasar o no. Yo quiero que entre y pase un tiempo conmigo, porque de verdad puedo permitírmelo. Quiero estudiar de cerca a esta deliciosa criatura que está frente a mí, con ese señuelo de pétalos rosados sobre sus mejillas y esos ojos verdes esmeraldas que me miran con fascinación.
— ¿Quisieras entrar…?— le conmemoro dando un paso hacia delante y ella se siente intimidada y atraída a la vez.
— Señor Cullen… —carraspea y da un paso hacia atrás—. Yo solo he venido a entregarle su billetera.
Sonrío, la chica es lista. Tiene ese instinto natural para el peligro y me hace sentir ansioso. Es como una buena jugadora en un tablero de ajedrez.
— No me llames señor, no me llames señor Cullen— y noto que me llamará por el nombre—. Y mucho menos Edward.
Ella cierra los labios de golpe y sé que está confundida.
— Me dijo… Es decir, me dijiste que te llamara por el nombre de Edward… — propone porque cree que se ha equivocado.
— Llámame Anthony — sonrío abriéndole la puerta de mi departamento para que ella entre y mira hacia el fondo con sospecha—, y por favor pasa. Insisto. Tu buena obra merece que no mueras de hipotermia y bebas una buena taza de café caliente.
Isabella se muerde los labios delicadamente y suspiro fuertemente.
— Tal vez… Podría tomar una taza…— comenta moviendo los dedos de modo nervioso y sonríe.
— Adelante… Isabella…— la invito con una sonrisa en los labios.
Comienza a caminar en dirección adentro para que pueda acceder a la pieza y a paso lento, por fin entra a la sala.
Como toda buena presa, mira por dentro para curiosear y conocer el entorno de su campo de juego. Camino tras ella mirando su achocolatada melena y no puedo evitar mojarme los labios en cuanto gira su blanco y delgado cuello. No, no es el momento. Así no funcionan las cosas. He observado a Isabella desde que Edward se la topó pero eso no quiere decir que podré asesinarla en mi casa. Muevo la cabeza dos veces a manera de tic y por supuesto, ella no lo nota.
— Ponte cómoda — le pido mientras sigue escudriñando las paredes con sus ojos y no encuentra un punto fijo del cual aferrarse. No nena, no hay mucho que saber de mí.
— Gracias — responde y opta por sacar sus manos de los bolsillos y frotarlas entre sí para tomar calor.
— Me dijiste que te gusta el café… — le comento caminando hacia la cocina y encendiendo la cafetera.
— Sí — contesta con un sonido gutural y ausente. La chica está entretenida viendo algo pero no estoy seguro qué, porque no estamos en la misma habitación.
Comienzo a verter el agua y el café, esperando que esté pronto. Me siento extraño y ansioso a la vez. Nunca había tenido tanto autocontrol. Oh si, esto para mí es autocontrol porque de haber estado en otra situación, ella ya habría de estar justo ahora con ambas manos en su adorado cuello y desnuda. Y no precisamente en ese orden. Niego de nuevo. No, aún es muy pronto para eso. Quiero primero conocerla, saber qué tipo de mujer estoy cazando. Tan pronto como me doy cuenta, el café está listo y lo sirvo en dos tazas decentes que Edward tiene guardadas en las estanterías y camino en su dirección.
— Aquí tienes… — le digo a la par que mis respiración se hace brusca pero solo yo me doy cuenta. Isabella se ha quitado todos los metros de tela que antes cubrían su pequeño cuerpo y ahora, un pequeño suéter de tela fina y azul la cubre. Viste un pantalón color negro que se adhiere muy bien a sus piernas y unos botines que parecen ser sus favoritos. Se ve tan joven y tan colegial. Fácilmente podría pasar desapercibida por una chica de 20 años. Bueno a lo que mi experiencia con mujeres me hace saber.
— Gracias— responde tomando la taza entre sus manos y me dedica una sonrisa suave.
No sé qué contestarle, ¿de nada? No, no es la mejor respuesta. No al menos para mí. No creo que pueda estarme agradeciendo por la taza de café y busco las respuestas entre mi contorsionada cabeza y no encuentro la indicada.
— A ti — contesto, e Isabella me mira extrañada. Hay un brillo en sus ojos que no puedo explicar. Nena, ¿qué pasa por tu cabeza? —. Dígame, Isabella— continuo antes de que mis pensamientos se descarrilen—, ¿cómo le ha ido?
— Anthony, me pediste que te llamara por tu nombre — comenta confundida aún—, así que yo te pido que me llames Bella, ¿lo recuerdas?
Bella, me gusta Bella pero así la llama Edward. No quiero llamarla como él. Me hace sentir extraño porque Edward ya no existe.
— ¿En verdad insistirás que te llame Bella? — le pregunto mirándola fijamente a los ojos.
— Sí-i — responde hipnotizada por mi mirada y luego parpadea desviando mi vista.
De acuerdo, le atraigo. Eso es bueno, ¿lo es?
— ¿Puedo llamarte Isabella?
— ¿Por qué?
— Me gusta más que Bella.
Parece confundida pero creo que su nombre no le agrada por alguna razón.
— Isabella está bien — comenta y toma su taza de café.
— Isabella…— sonrío y la acompaño—. Gracias por traer mi billetera. No me había dado cuenta.
— Eso supuse porque no volviste por ella a la cafetería… — y bebe de su taza haciendo un gesto amargo entre los labios.
Me siento culpable.
— Disculpa, acostumbro a beberlo muy negro. Yo… No… Recibo demasiado visitas…
¿Por qué me siento así? ¡Nunca me había importado beber café negro y poca azúcar y ahora la opinión de la chica me importa mucho! ¿Y ahora le rindo cuentas de cuanta gente viene a verme?
Oh sí, Isabella. Últimamente me visitan a menudo. Esta misma mañana he recibido la visita de dos policías a causa del asesinato de Judith Adams, asesinato que yo perpetúe.
— No te preocupes — sonríe—, está bien para mí.
¿Qué significa eso?, ¿Es demasiado amable o muy condescendiente?
Me pregunto sutilmente si es así siempre y decido seguir indagando en su vida.
— ¿Has disfrutado del libro que compraste? — me pregunta perdiendo el hilo de mis pensamientos. Parpadeo. Yo no compré el libro, fue Edward pero debo reconocer que el libro era muy bueno.
— Ha sido bastante interesante — le contesto—, tomando en cuenta que Hitler quería conquistar el mundo a causa de una malinterpretación de ese manuscrito — bebo el café y rio—. Está hecho para psicópatas ¿no crees?
Isabella me mira perpleja y suspira.
— Estás muy bien informado, Anthony.
— Sé un poco de eso — comento ausente mientras la miro directamente a los ojos. Ella se ve un poco intimidada debido a mi mirada pero no hace nada por removerse de su lugar. Cuadra los hombros y trata de verse menos apabullada pero veo que fracasa al poco tiempo que mis ojos se encuentran con los suyos y bebe de nuevo de la taza de café. Sus labios hacen un sutil movimiento cuando se los moja y siento las aletas de mi nariz dilatarse. No, no puedo actuar aquí.
— Creo que debería de irme — dice a la par que se para y comienza a ponerse los metros de tela que le cubren el delicado cuerpo.
No me gusta esa noticia pero tampoco puedo plantearle que se quedé conmigo, ¿o sí podría?
— ¿Tan pronto?
Isabella me mira a los ojos cuando abrocha el último botón de su abrigo y asiente.
— Debo volver a la cafetería, este es mi hora de almuerzo y no puedo dejar a mi compañero solo.
Me quedo pensativo ante sus palabras, ¿acaso ella sacrificó la hora de sus alimentos por venir a tomar una amarga taza de café, venirme a entregar una billetera que ni recordaba y entrar a la casa de un asesino? Oh Isabella… No sé qué decirle más y cuando lo pienso, siento escalofríos.
— Gracias — me limito a decir y ella se encamina hasta la puerta asintiendo.
— No es nada, Anthony— y sonríe. No quiero que se vaya aún. Tenerla aquí me gusta y quiero que permanezca más tiempo conmigo. ¿Debería pedirle su número telefónico? —. Hasta pronto — se despide y baja los escalones lentamente.
Algo me dice que busca algo más de mí pero no sé qué es exactamente. No puedo siquiera imaginarlo, porque perdería el control de mis pensamientos.
— Hasta pronto— le aseguro.
E Isabella asiente y suspira de nuevo, bajando los últimos escalones y caminando hacia la calle. No dice nada más porque no es necesario. Tampoco quería irse y eso me da una idea de lo que en realidad busca de mí. No me meto al departamento hasta que su figura se pierde entre la gente. La deseo. La deseo más ahora que ha estado en un espacio tan cerrado a solas conmigo y ha compartido un espacio privado que nunca antes nadie había visitado. Nadie lo había hecho, porque Edward jamás me lo había permitido. ¿Esto es lo que verdaderamente se siente? Por años solo he hablado con él, sólo con él y ahora quiero más de lo que acabo de obtener. Quiero más.
Yo Anthony Masen, deseo a Isabella Swan y tengo el presentimiento de que no podré estar lejos de ella.
Día 1: La oveja del sacrificio.
7 de Diciembre del 2012.
11:35 pm
Este es el primer día en que no me he resistido a saber de la pequeña Isabella. La he seguido hoy desde el principio del día hasta el final de la noche. Ya ni siquiera asisto al consultorio porque ni siquiera me importa mantener la fachada de que sigo ejerciendo como psiquiatra y ahora que Judith no está, las cosas se tornarían un poco extrañas. He decidido tener una nueva bitácora de lo que podría llegar a ser Isabella Swan para mí, o como mejor la llamo yo, 'la oveja'. Mientras escribo me doy la tarea de recordar y apuntar los puntos más importantes de su día, imprimo algunas imágenes a anexar.
1.- Sale de casa cerca de las 8:00 am, para después de dirigirse puntual a su trabajo en la librería y en el café.
2.- Hoy vestía una chaqueta negra y un pantalón color caqui que se ajustaba a sus caderas y a sus muslos. Debo admitir que el color azul le va de maravilla cuando lo usa en cualquier prenda, especialmente en la interior. No pude evitar mirar.
3.- Se portó amable con su compañero de turno, el mismo que ha estado con ella últimamente pero no del modo en el que se comportó conmigo la última vez. A este le presta una atención sutilmente amable, pero no como expresar que siente un deseo por él. El chiquillo no me agrada en lo absoluto y debo admitir que me irrita. Es exasperante.
3.1.- Su nombre es Michael Newton y no es más que un enclenque enamorado. Veo como la mira y no me gusta.
4.- Isabella casi no ingiere alimentos, esto me hace pensar que delgada figura y su traslúcida piel tiene un por qué. No me gusta.
5.- Cerca de la tarde la vi salir. Su trabajo es de medio tiempo porque estudia en la universidad. Aún no sé qué.
6.- Cuando vuelve a casa toma el mismo camino. No es de sorprenderse que su rostro sea muy común entre el montón de gente que se atreve a viajar por metro, pero por supuesto ella pasa desapercibida. No para mí.
7.- Su hora de llegada es alrededor de las 8:30 pm. Hoy solo se retrasó un poco porque viajó al supermercado por algunos víveres. Tendré que verificar si esto es diario.
8.- He tomado algunas fotos mientras camina por el parque que hay frente a su departamento antes de entrar. Algo ahí le llama su atención. Quisiera saber qué.
Isabella apagó las luces en punto de las 11:24 pm, no pude hacer más que quedarme ahí hasta que todo se quedó en silencio. Me hace preguntarme qué es lo que estará haciendo, si es que de verdad ella está dormida o solamente está hablando por teléfono con alguien. La curiosidad me carcome… Me gustaría entrar ahí. Me encantaría.
Anthony Masen
(...)
PRIMERA PARTE DEL OS FINALIZADA, LA PRÓXIMA SEMANA PUBLICARÉ LA SIGUIENTE SI ESTE OS LLEGA A VARIOS FAVORITOS Y MUCHOS REVIEWS.
GRACIAS POR LEERME.
ANDO RENOVADA DE IDEAS xD
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