Capítulo 1
I
Residíamos en una pequeña casa en los suburbios, a unos doscientos kilómetros del centro metropolitano más cercano, a las afueras de un poblado de más o menos quinientas mil personas. La casa contaba con dos habitaciones (la usábamos para Armin o Mikasa, que solían venir a pasar algunos días con nosotros durante las vacaciones de la universidad o de temporada; por parte de Mikasa, ella solo iba a vigilar), una pequeña cocina, una sala con un televisor que prácticamente nunca se encendía, un par de sillones y una cochera para un automóvil.
El lugar era bastante seguro y estaba muy cerca de la universidad, la cual se ubicaba en el centro de la ciudad. Nunca estábamos solos; puesto que los vecinos eran familias jóvenes con hijos pequeños siempre podíamos contar con que había algún vecino fuera, en la calle, regando las plantas o lavando el auto.
La circulación de autos era fluida y había tiendas de conveniencia cercanas. Nada estaba demasiado lejos y el aire era fresco a todas horas.
En resumen, era una zona preciosa y yo amaba vivir ahí.
Rivaille y yo compramos esta propiedad hace algunos años, antes de que nos casáramos, es decir, hace un año. Llevábamos saliendo desde hacía más de 5 años hasta que, sorpresivamente, él me propuso matrimonio.
Rivaille ascendió rápidamente de un puesto de policía local a líder de escuadrón para tácticas especiales. Sinceramente, jamás me gustó que tuviera ese puesto, o que trabajara en la Corporación, para ser exactos, pero era lo que él amaba. La correcta ejecución de la ley... A veces me pregunto si amaba más a su trabajo que a mí.
Por mi parte, me encuentro estudiando un master en artes plásticas. No tenía una carrera prolífica como artista pero presumía las ventas incidentales de algunas de mis obras. Me especialicé en pintura al óleo y estaba planeando un viaje a la Escuela de Artes de Inglaterra.
Rivaille siempre decía que mis cuadros no eran malos, y sé que no mentía.
El día de nuestra, hace un año, fue un día de primavera. El sol cálido que no quema, la nieve que se derritió hace mucho tiempo, y el viento que recuerda de donde viene y hacia a donde va y trae el presagio del verano.
Usamos trajes blancos y Rivaille se veía muy atractivo tratando de ocultar su bochorno. Petra tomó muchas fotografías, lloró cuando Rivaille le agradeció el haber velado por él mientras era su asistente, durante su labor de policía local. Todos insistieron en que él sería un buen esposo y mi madre, que estuvo con nosotros en todo momento al organizar el evento, dijo que no podía estar más orgullosa de nosotros.
Yo aún conservo todas las fotografías. Incluso en las que Rivaille se sonrojaba ante tanta atención, y en las que Mikasa, llorosa, trataba de no lanzarse a su cuello. Ese día lo atesoraré para siempre. No he olvidado ni un solo detalle.
Recuerdo esa noche, en la que Rivaille me tomó dulcemente y repitió sus votos mientras me besaba con ternura.
Yo no hacía más que llorar. Era como un sueño.
Pero, como siempre pasa, el sueño llegó a su fin.
A las 2:00 p.m. mientras preparaba la cena recibí una visita. Entonces Rivaille ya era líder de escuadrón y no tenía un horario de labores fijo. Había días en los que llegaba, comía algo, y se iba. Había días en los que no lo veía hasta la mañana siguiente. Jamás me dio explicaciones y yo nunca se las pedí. Ese día en particular no había regresado desde el día anterior, asumiendo que volvía temprano me emocioné de más al momento de correr y abrir la puerta.
Corrí limpiándome las manos con el mandil que llevaba.
El timbre solo sonó una vez.
- ¡Riva-…!
- …
Hubo dos veces en las que una llamada de teléfono casi me provoca un infarto: Una vez, cuando llamaron de la Corporación diciendo que Rivaille estaba desaparecido, cuando lo encontraron, tres días después, se hallaba en las afueras de la ciudad persiguiendo a un secuestrador que había raptado a una niña.
La segunda vez, fue para decirme que Rivaille había ido a parar al hospital debido a un desgarre muscular producto de haber tratado de levantar el auto de una persona, quien estaba atrapada en el interior, lesionada gravemente durante un choque.
Esta vez no fue una llamada.
El comandante Erwin Smith, líder del departamento de tácticas especiales de la Corporación, estaba ante mí, en la puerta. Y lucía como si la peor de las desgracias acabara de suceder. Que ahora que lo pienso bien, mi impresión fue totalmente atinada. Comenzó a hablar, pero ¿qué era lo que decía? Observé que llevaba un paquete envuelto en plástico transparente, el contenido era una chaqueta igual a la que él llevaba, en ella, se asomaban las insignias de la Corporación, y otras tantas cómo reconocimiento al cumplimiento del deber. Como coronándolo, el gorro reglamentario del uniforme.
El señor Smith llevaba el gorro propio debajo del brazo, en gesto solemne. Su expresión adusta no abandonó su rostro ni aun cuando tomé el paquete con mis manos temblorosas y él realizó el saludo militar.
- Lo siento mucho, Eren.
- No... - fue lo único que pude gemir antes de entender que algo horrible le había sucedido a mi esposo.
Rivaille había muerto.
II
Hacía mucho tiempo, días, meses o años que...
No…
Jamás había llorado así antes.
No recuerdo con claridad qué pasó después de que recibí la noticia.
Quizá me desmayé, es lo más probable. Recuerdo los ojos azules de Erwin mirándome. Impávidos, con un dejo de dolor. Después, todo es color negro.
Rivaille falleció en el "heroico cumplimiento del deber", recibiendo seis disparos, de un arma calibre cuarenta y tres, en el rostro durante un pequeño enfrentamiento con narcomenudistas.
Una llamada anónima alertó a las fuerzas de la Corporación de un grupo de narcomenudistas acercandose a la ciudad. Los altos mandos decidieron no hacer uso del equipo S.W.A.T. y, en cambio, enviarían a un escuadrón del departamento de tácticas especiales. El escuadrón liderado por Rivaille.
El departamento de tácticas especiales gozaba de buen entrenamiento, equipo técnico avanzado y una organización impecable.
Pero ellos se especializaban en asuntos urbanos y jamás habían asistido a un combate donde sus fuerzas y armamento eran casi equiparables a los del enemigo.
Hanji Zoé, la mano derecha del comandante Erwin y mejor amiga de Rivaille, tenía lágrimas en los ojos mientras me contaba todo eso. Lloraba de ira y de rabia por que los cerdos burocráticos enviaban a los escuadrones a morir para evitar usar los recursos en el manejo del costoso equipo S.W.A.T.; costaba una fortuna tan solo mantener la sincronización con el equipo viejo, dijeron.
Erwin no pudo más que estar de acuerdo y aunque aseguró todo para arriesgar lo menos posible a su personal (o por lo menos, eso me contó Hanji), casi todos los que estuvieron presentes en el enfrentamiento murieron.
Se disculpó conmigo, y aunque vi algo más en sus ojos cuando cruzó la puerta, nunca supe si era dolor, pena o la más profunda lástima.
Las causas exactas de la muerte de Rivaille, así como las circunstancias del tiroteo nunca fueron completamente claras.
No vi el cuerpo jamás.
La recepción se dio en un cementerio privado. No más de quince personas. Mis padres se quedaron abrazándome en respetuoso silencio. Mientras Mikasa y Armin lloraban detrás de mí.
También ahí lloré. Lloré quedamente, sintiendo como mi vida se iba apagando poco a poco. Lloré mientras el ataúd se deslizaba lentamente sobre los rieles, y rechinaban los goznes de los arneses.
Una llovizna suave se precipitó sobre los presentes. Un trueno estalló en la distancia y, acto seguido, comencé a gritar.
Caí de rodillas sobre el pasto mojado hipando y gimiendo. Esto no podía estar pasando. Rivaille no podía estar muerto. Rivaille…
Rivaille no…
…
Un momento después la lluvia dejó de caer sobre mí y a mi lado estaba Erwin, el comandante que organizó y envío a sus hombres, el escuadrón de Rivaille y a Rivaille mismo a la muerte, guardándome de la lluvia con su paraguas.
Quise lanzarme a su yugular. Quise tomarlo de su impecable camisa y estrellarlo en el pasto mojado y en lodo y gritarle que él debería estar ocupando el lugar de Rivaille dentro de aquél ataúd, y que él era el único culpable y maldecirlo, y escupirle en la cara todo el odio que debería tenerle si no fuera porque en verdad le apreciaba.
Le apreciaba de tal manera que nunca lo culpé. Ni una vez.
Ni siquiera dos meses después, cuando me violó la primera vez.
Debía haber estado enfermo.
En ese momento, cuando hube terminado mi ataque de histeria, me levanté apoyándome en Erwin. Musité un "gracias" y avancé hasta pisar la tierra blanda, recién escavada. La lápida me miraba inerte, ignorante de mi dolor.
Gemí un par de veces y volví a llorar, presa de mis recuerdos.
La lluvia ya no golpeaba mi cara, gracias al hombre a mi lado.
Erwin se inclinó lentamente sobre mi hombro, y dijo:
- Ahora soy parte de tu familia, Eren.
En ese momento, esas palabras se me antojaron consoladoras y llenas de compasión.
Como dije, debí haber estado enfermo.
