El canto de un sinsajo
Disclaimer: Personajes de Suzanne Collins.
Historia original.
I
Ahora mismo Katniss se encuentra en la Arena, junto con Peeta, está de espaldas a él, recuerda brevemente la escena de los charlajos y no pudo evitar atemorizarse. No puede pasarle nada a Prim, no ahora. No ahora que Katniss está allí, lejos de ella. Aunque Peeta haya querido cambiar sus emociones y evitar que se vuelva maníaca en la arena, aún no puede controlarse. Pero debe ser fuerte, porque todo Panem la mira ahora y sabe que debe mostrarse capaz de todo, aunque sus debilidades salgan a flote.
Sin dar demasiadas excusas, le dice a Peeta que la acompañe hasta la playa. No quiere sentirse sola en un momento como éste y Peeta es el indicado, la conoce más que los demás.
Ambos miran a direcciones distintas, ella mira el agua mientras él mira la selva. Comienza a tranquilizarse, lentamente. Mira al cielo y ve la luna, intentando descifrarla, lo único que consigue es que Peeta comience a hablarle.
—Katniss...
Pero después se volvió todo blanco.
Es una mañana de abril cuando Katniss se despierta y ve al chico del pan dormido junto a su lado, lanzando algún que otro ronquido que hace que ella ría levemente para no despertarlo. Empieza a recordar su sueño: el Quarter Quell. Hace mucho no soñaba sobre los Juegos, tampoco es que quisiera, pero raramente piensa en como dejó de soñar con esas cosas. Las pesadillas no dejaron de existir para ella, aunque ya no las sueñe tan frecuentemente como antes. Todo se lo debe a Peeta, quien con mucho trabajo, logró hacer que Katniss dejara de soñar siempre con el pasado.
Se levanta de la cama y abre las cortinas y las ventanas, ve las flores que delicadamente cultivó hace unos días con su hija y se siente feliz por el comienzo de un nuevo día. Siente un chillido pero lo único que ve es a Muffin, la gata de la familia. No es que le gusten los gatos, ya bastante tuvo con Buttercup, pero ella no le da, ni siquiera, ninguna atención a Muffin.
—Ve para allá, vas a despertar a Peeta —hace señas con la mano espantándola—. Ah, gata maldita.
Sin querer, lo dijo en voz alta, pero Peeta ya estaba despierto, mirando la escena como si fuera un nene chiquito curioso de ver que sucede.
—Es la gata —le dice a él—, siempre la gata.
—¿Ves Muf? Ya la pusiste de mal humor —dice Peeta, levantándose de la cama y tomando a la gata con las manos. Katniss solo mufa. —Está bien, está bien, para ti también hay.
Deja a la gata irse de la habitación y toma a Katniss de la cintura. Peeta sonríe maliciosamente y comienza a hacerle cosquillas. Katniss odia las cosquillas.
No saben en que momento, ambos están otra vez en la cama, riéndose. La castaña no se quedó de brazos cruzados y Peeta recibió su dosis de cosquillas también.
—Eso es para que aprendas que la gata es puramente molesta —reprocha ella.
—Sólo la tomé y le di cariño.
Katniss bufa y se levanta de la cama. Peeta comienza a seguirla.
—En cualquier momento echo a la gata y a vos de la casa.
—A los niños también les gusta. Es por eso que la trajimos.
—Los niños se quedan.
—Claro, y Peeta se queda solo.
—¡Por supuesto! Eso es por las cosquillas de recién.
Cuando bajan de las escaleras ven por la ventana a los chicos jugando en el patio trasero de la casa, mientras recolectan flores en una canasta lila que Sae la Grasienta les regaló años atrás.
Cuando entran de vuelta a la casa, Katniss y el niño toman las flores de la canasta y las dejan en un florero mientras que Peeta y la niña de ojos azules, al igual que él, llevan el desayuno al living.
Una vez que ya comieron, un canto se hace presente en la casa y los cuatro giran sus cabezas hacia la ventana.
—No puede ser —dice Katniss tapándose la boca con su mano.
—¿Qué es mamá? —pregunta el niño.
—Un sinsajo —logra decir ella.
Rápidamente, los niños salen corriendo en busca del ave y Peeta y Katniss los siguen atrás sin perder su rastro.
Cuando el sinsajo se posa en un árbol, Katniss le susurra a su hija en el oído:
—Es hora de que cantes la canción que te cantaba cuando tenías cinco años. Si al sinsajo le gusta tu voz y tu canción, no dudará en repetir tu melodía.
La niña comienza a cantar y pronto el sinsajo le sigue su ritmo. Luego llegaron más sinsajos –seguramente escucharon que una hermosa voz cantara por el lugar– y repitieron sin parar toda su canción.
Lo increíble de todo, es que la niña heredó la voz de la madre.
—Peeta... —dice Katniss mientras ve a los niños bailar cerca del árbol— ¿crees que es tiempo de enseñarles el libro?
—Si, lo entenderán —le dijo, tomándola de la mano y yendo juntos hasta el árbol donde los sinsajos se posan en él.
¡Ay! Que difícil es no saber como se llaman los hijos de Katniss y Peeta.
Esta escenita va cerca del epílogo, no sé si ubicarlo antes o después de él, pero da igual. Va con un poquito de humor al principio (me deprimí demasiado con el epílogo del libro, así que acá va algo distinto).
