Todo lo Humano que podemos ser.

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De un salto pasó el alambrado que lo dividía del gris y deprimente patio. El cuadrado de cemento era una de las tantas zonas prohibidas en medio de la ciudad de Londres. Era una forma de acortar camino y él lo sabía gracias a años de experiencia que había adquirido por aquellos callejones y calles.
Era un día triste, nublado y ventoso. Con insistencia el aire soplaba contra su cuerpo y despeinaba, aún más, su alborotado cabello, tapando cada tanto sus ojos, de un color esmeralda, del camino. No había casi personas en la calle, la visible tormenta que se iba acercando se encargaba de retener a la gente en sus casas, en el trabajo, o en cualquier lugar bajo techo y a protección del agua. Él caminó a través del cemento con paso tranquilo, disfrutando de la temperatura, de la cual también resguardaba su cuerpo gracias a una cómoda chaqueta.

Saltó otro alambrado saliendo de aquel cuadrado con agilidad y práctica, y cayó sobre el duro pavimento de la calle. Miró unos segundos a su alrededor y luego echó a andar a la derecha. El pasaje, ya que eso era, era estrecho y sucio, y viejos y algo corroídos edificios se alzaban a ambos lados. Luego salió a otra calle, una un poco más ancha pero igual de desordenada y silenciosa, y empezó a caminar hacia su derecha. Así se mantuvo su ritmo por un largo rato. Cada tanto tarareaba alguna canción que cruzaba su mente, otras veces se contentaba con patear alguna lata vacía, con cierta frecuencia tosía y, una vez, se acomodó la gastada bufanda negra que ofrecía, de alguna manera, protección a su garganta.

Al final llegó a una avenida en donde autos iban y venían, apurados por llegar a destino antes que la lluvia se largara. Una tenue neblina se estaba empezando a formar. Él miró un par de veces a ambos lados y luego se largó a cruzar, relativamente a mitad de calle, lejos del semáforo.
Corrió hacia el otro lado.
Frente a él se alzaba una alta reja y, adentro, una gran extensión de musgo, lápidas, árboles y una infinita niebla eran visibles. Aquel lugar era un cementerio. Con rapidez y determinación dio una mirada a su alrededor y, luego de un segundo de inseguridad, trepó la sólida, fría y metálica verja con la misma agilidad con la que había saltado arriba de los alambres y, cuando llegó a la punta, pasó con prisa al otro lado, cayendo con ambos pies de un salto, ayudándose con su mano izquierda a tener un aterrizaje más suave.

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Del otro lado de la avenida, un hombre siguió los movimientos del joven con la mirada. Cuando el otro terminó, el extraño cruzó la calle y se dirigió a la entrada del cementerio, entrando luego de convencer al hombre que cuidaba el lugar.

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El muchacho tosió nuevamente pero continuó su recorrido entre las tumbas. La humedad y el frio estaban luchando contra las defensas de su cuerpo y, a pesar que su organismo hacia lo imposible por vencerlos, él sentía que su garganta le estaba empezando a molestar.
Luego de varios minutos paró frente a una simple y lúgubre lápida. El nombre de su difunta madre estaba escrito con tosquedad sobre la fría piedra, y musgos crecían a su alrededor y en ella. Él clavó sus ojos con tristeza en la lápida, su pelo, en ese momento no tan rubio y opacado por el tiempo y la humedad, caía sobre su rostro y un intento de una destrozada sonrisa se asomó, con cierta agonía interior, en sus labios. Se agachó y se puso en cuclillas, tocó la piedra con su mano derecha mientras sus zapatillas estaban a medio hundir en el barro.

En ese momento, una gota cayó del cielo.

La lluvia que hacía algún tiempo amenazaba, estaba empezando a caer. Gotas y más gotas chocaron contra su pelo y ropa, en su pantalón se mezclaron la suciedad que había juntado en la ciudad y el agua, su chaqueta y bufanda se estaban comenzando a empapar.
Su pelo goteaba, el diluvio golpeaba con fuerza Londres.

En su rostro se deslizó una silenciosa lágrima que se mezcló con el agua de la lluvia, combinando su gusto a sal y resignación con uno dulce y liberador. Tosió una vez más pero permaneció en la misma posición, su mente vagando a recuerdos y momentos ya vividos tiempo atrás. A pesar de que ya habían pasado varios años desde la muerte de su madre (de su padre solamente tenía un vago recuerdo de cuando era apenas un niño pequeño) y estaba en su último año de escuela, el dolor de su muerte era algo que todavía tenía mucha dificultad en sobrellevar.
En ese momento tenía diecisiete, casi dieciocho años. Tuvo que enfrentarse contra la vida cuando apenas entraba en la adolescencia y, desde aquel entonces, vivía en el viejo y detestable orfanato, en el cual, en el presente, ya estaba desde hacía cinco años. Después de haberse quedado sin un familiar que quisiera hacerse responsable de él (su madre había dado a luz a cuatro hermanos más grandes que él, los cinco, en total, de distinto padres, exceptuando a dos que eran gemelos, pero ninguno de sus hermanos había aparecido devuelta después de la muerte de ella), la suerte había decidido que iba a tener que luchar solo durante varios años, en los cuales no fue adoptado y se unió a varios grupos de jóvenes de su edad de los cuales nunca recibió un buen ejemplo, y que, como ninguno le convencía del todo, siempre los abandonaba, hasta que decidió quedarse solo . Sus notas escolares eran promedias, cosa que sorprendía a todos, ya que él casi no ponía esfuerzo en sus estudios y, en la mente de sus profesores, eso significaba que en aquel muchacho sin padres y abandonado por la vida había un intelecto y una inteligente muy poco común en cualquier chico promedio.

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El hombre corrió un mechón de pelo rubio mojado, que antes de la lluvia había estado limpio y cuidado, de su rostro, y observó en silencio al muchacho que se encontraba a una cierta distancia, en cuclillas frente a una tumba mientras una expresión melancólica bañaba su rostro en recuerdos y en tristeza.
Pasaron varios minutos y ninguno de los dos se movió. Luego de un cuarto de hora, en la cual la lluvia amainó hasta convertirse en una constante y molesta llovizna, el hombre se empezó a acercar con lentitud hacia la figura del otro.

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El ruido de pasos sobre los charcos de barro a su izquierda trajo su mente a la realidad. Giró con rapidez la cabeza hacia ese lado mientras se paraba e intentaba que sus piernas se desentumecieran. A una no tan larga distancia, una persona se encontraba observándolo. Él cerró los puños y frunció un poco las cejas, el hombre le era vagamente familiar, pero no conseguía dar con quien era. También dio gracias a un Dios casi inexistente para su propia Fe, que las lágrimas que se había dado el lujo de soltar (cosa que no permitía nunca) estaban mezcladas con la lluvia en su rostro.

Silencio.

"¿Qué quieres?" preguntó molesto y con desconfianza el muchacho luego de unos minutos, ya que al parecer el otro no se iba a gastar dando explicaciones ni nada. Además, ya había vivido lo suficiente como para saber que estar solo con alguien desconocido en un lugar lejos de todo ser viviente (los muertos no pueden defender a alguien desde sus sepulcros) es una idea muy poco inteligente y él no era ningún estúpido.

El otro, en vez de responder, se acercó un par de pasos hasta estar a un metro del otro y ojos celestes se clavaron en verdes. El joven abrió los ojos por completo, ese rostro, esos ojos….

"Vos…¿Quién sos?" preguntó, negando internamente lo que su mente le había dicho con un susurro a su subconsciente: - es tu padre -.

"¿No me recuerdas?" le contestó en un murmulló el hombre. Las gotas seguían cayendo con ininterrumpida monotonía. Él era más alto que el joven, un largo y oscuro sobretodo cubría su figura y su pelo era unos centímetros más largos que los del otro.

"No." Dijo rápidamente, escondiendo sus verdaderos pensamientos "Si, vos sos alguien a quien aprendí a odiar y que seguiré odiando".
Se negaba a decir lo contrario, a afirmar que aquel hombre que había aparecido de repente luego de tantos años sin previo aviso era su padre, aquella persona que lo había abandonado y defraudado, aquella persona que tendría que haberse encargado de la vida que él mismo había creado…en su propia falla.

El muchacho se alejó con cierta desesperación notable en sus movimientos de aquella persona que siempre había detestado. Con pasos apresurados llegó la reja del cementerio. Miró atrás de el y vio su figura caminando en su dirección. Tosió una vez y maldijo, esa tos estaba empeorando. Suspiró, trepó la verja metálica, saltó al otro lado y corrió lo más lejos que pudo, intentando dejar el pasado atrás.

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Nota de Autor

Una idea simplemente. No se si alguna vez voy a continuarlo o no, quería escribir algo con Punk Inglaterra.
Espero que haya quedado claro que el muchacho era UK y el hombre era Francia... ideas random son las buenas ;)

También me gustaría aclarar que el nombre "Todo lo Humano que podemos ser" lo saqué de este estribillo de "We Believe" de Good Charlotte:

We are all the same
Human in all our ways and all our pains

Comenten que a lo mejor la sigo! =D