Impulsos.

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Dsiclaimer: Los personajes cuyo nombre el lector reconozca son propiedad del JK Rowling, solo la loca historia me pertenece. Espero que la disfruten.

Nota: Varios de los fragmentos así como la idea original están basados en otra de mis historias. Varios de los pasajes, comentarios y situaciones, ya fueron planteados anteriormente en la historia llamada Bella la cual ha sido eliminada y reeditada ahora con el nombre de Imperfecto.

Capítulo I: Quédate conmigo.

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Ron sabía que la muerte de aquellos hombres no era su culpa. Sabía que actuó de la manera correcta y que hizo lo que debía de hacer, que antepuso la misión como prioridad y que la muerte siempre era un riesgo inminente en un trabajo como el suyo.

También sabía que esa no era la primera vez y que por desgracia no sería la ultima. Sin embargo, este conocimiento no eliminaba de él esa sensación de culpabilidad y el absurdo pensamiento que, de haber planeado las cosas mejor, dos de sus hombres estarían hoy con vida. Pero ya no había nada qué planear, no había ni un paso que rectificar. Desde el inicio hasta el final, la misión fue perfectamente, fría y calculadamente planeada.

La muerte, era una moneda al aire en aquellos casos.

Cuando un nuevo miembro entraba a la organización, estaba firmando un contrato de por vida del que solo había dos formas de escapar: o morías o te jubilabas con honores.

Pero ¡diablos, ellos no tenían que acabar así! Eran demasiado jóvenes, apenas 20 años, aun les quedaba mucho por aprender. Si de algo era realmente culpable fue de no imponerse con demasiada fuerza, vamos no es que no lo haya ello, lo hizo y casi le cuesta el puesto, pero cuando las ordenes llegan desde arriba a los que están abajo solo les queda cumplirlas.

Sentado en el rincón de aquel bar de mala muerte, Ron dio otro trago a su vaso de Whiskey. El numero ocho de la noche.

El cabello más largo de lo normal, casi rozando su barbilla marcada por una insipiente barba que manchaba la zona de rojizo, los ojos azules brillantes y penetrantes ocultos en la oscuridad y sus sentidos en total alerta.

Podía estar borracho hasta el tope, pero él jamás bajaba la guardia.

¡Alerta permanente!

Así se lo repitió una y otra y otra y otra vez uno de sus mentores: Alastor Moddy.

—¿Otra copa, guapo?—, una melosa voz llegó hasta sus oídos. Ron de mala gana alzó la vista y se topó con un inmenso par de tetas enfundadas en un corpiño que poco podía hacer por contenerlas.

El pelirrojo no contestó, solo hizo un movimiento de cabeza y la mesera, con una sonrisa y mirada lasciva en el rostro, se dio media vuelta contoneando sus caderas de acá para allá exageradamente.

Ron no despegó sus ojos de aquel trasero, dándose cuenta que desde hacía tres semanas-las tres semanas en las que estuvo fuera del país cumpliendo con su misión en la fría Rusia-no se echaba un buen polvo. Así que, ¿quién era él para despachar algo que con tanto fervor se le ofrecía? Nadie.

—Aquí tienes—. La mujer, una rubia a todas señas peliteñida, con labios carnosos y piernas largas, dejó un vaso con el ambarino Whiskey dentro de él— ¿Algo mas que…—, la chica se inclinó sobre la mesa dándole a Ron una vista mas que perfecta de sus senos—…se te ofrezca?—, terminó mientras se chupaba el labios y recorría con la vista el duro torso de Ron encerrado en aquella camiseta negra.

El pelirrojo no contestó, solo la tomó fieramente de la cintura y la sentó sobre sus piernas a horcajadas. La chica lanzó un gritito que quiso ser erótico mientras comenzaba a contonearse sobre la entrepierna del pelirrojo que para ese entonces ya estaba tiesa y deseosa.

—¡Oh estás tan duro!—, dijo la chica mientras bajaba una mano hasta el sexo de Ron y comenzó a frotarlo sobre la dureza del jeans—, ¿cómo te llamas, guapo?—, preguntó mientras frotaba su centro contra Ron y le chupaba el lóbulo de la oreja.

—¿Qué importa el nombre si te voy a follar hasta que te duela?—, dijo Ron con voz entrecortada para luego meter la mano de golpe en la entrepierna de la chica, la muy zorra traía una falda hasta poco mas arriba de las rodillas y sin bragas.

De golpe metió dos de sus dedos en el sexo de la chica encontrándolo mojado y dispuesto para recibirlo. Para que clavara en ella su miembro duro e hinchado que en esos momentos dolía como el demonio por estar apresado por sus pantalones negros.

Ocultos como estaban en aquel rincón del bar, nadie se daba cuenta que ahí había dos personas listas para follar. Y justo cuando él estaba por liberar su hinchado miembro de entre sus piernas, el estruendo de cristales rotos, gritos y mesas siendo destrozadas lo puso en alerta. De golpe y sin importar que la chica fuera a dar contra el suelo, se puso en pie mientras notaba como cada músculo de su cuerpo se tensaba y sus ojos penetrantes recorrían el lugar sin dejar fuera ni un solo detalle.

Tentado estuvo en lanzarse de lleno hacia aquel alboroto cuando se dio cuenta que solo era una pelea de borrachos. Apretó los dientes mientras se mentaba la madre por no poder controlarse mejor.

—¿Pero qué mierda te ocurre?—, le gritó una voz desde el piso. Ron con el ceño fruncido se giró para encontrar a la rubia tendida todavía en el suelo y con un seno a punto de escapar de su blusa.

Si él hubiese sido un caballero, si hubiese puesto atención a los consejos de su padre de cómo tratar a una chica, él le habría tendido una mano a aquella mujer ayudándola a levantarse, pero, como no era un caballero y nunca le hizo caso a los consejos de su sabio padre, Ron solo se le quedó mirando un momento, sacó dinero de su bolsillo, lo depositó en la mesa y dio un paso hacia la salida casi pasando por encima de la mujer que lo miraba de hito en hito.

—¡Cabrón de mierda¡—, gritó la mujer a sus espaldas.

Haciendo uso de sus reflejos, Ron alcanzó a ladear la cabeza logrando que un vaso pasara rozándola antes de estrellarse contra la pared salpicándolo todo de Whiskey.

—Lástima, era un buen Whiskey—, mormuró para sí antes de abandonar el lugar.

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La noche de Londres se cerraba sobre ella, marcándolo todo a su paso de furia.

Sus andares, rápidos y firmes, retumbaban en la acera y poco le importaba si estaba rompiendo una norma de esas muy pijas que regían a la alta sociedad británica.

Odiaba, lo odiaba.

Todo lo que la rodeaba, todo con lo que creció. Cada diminuta piedra del camino que iba rumbo a su casa, cada pétalo de las rosas del jardín que ella misma cuidaba en primavera.

Detestaba todo aquello de lo que antes, muy tontamente, llegó a presumir.

Y es que, ¿qué le quedaba ahora?, ¿qué quedaba de aquella chica presumida que le pavoneaba a todos en la cara su mas nueva y carísima adquisición?, ¿qué quedaba de la engreída que se burlaba de los que menos tenían?

Nada.

Nada.

La realidad le había dado de lleno en la cara en forma de bancarrota y un matrimonio arreglado para salvar a su prestigiosa familia de la ruina. Y no quería. No quería hacerlo. No quería entregar su vida a alguien a quien no amaba, a un tipo al que apenas y conocía. No quería sacrificarse. No quería arruinar su vida.

Ella quería enamorarse, ella quería vivir. Quería comprarse cosas hermosas y que alguien le dijera lo bella que es. Ella quería que la consintieran y que el mundo continuara a sus pies.

Egoísta. Caprichosa. Superficial y fría.

Así era ella y así le gustaba ser.

No era la dulce heroína que se entregaba en pos del bienestar de los demás. No era de aquella que miraba el bien común antes que el propio.

A ver, ¿por qué no se casaba su papá con el tal Lestrange, si tan perfecto le parecía?, ¿por qué no iba él y se entregaba el hombre a cambio de una escandalosa suma de dinero?

Como una puta. Así es como la estaba tratando. Entregaba a su hija por dinero.

—¡Joder!—, gritó Pansy haciendo que un vagabundo tirando en la acera se levantara del susto.

Y es que se había dado cuenta de algo…ella…ella aún era virgen…Dios, una chica de 23 años ¡Virgen! ¿En qué bizarro mundo se podía encontrar una rareza como esa? Quizá, quizá era la razón por la que el tipejo aquel estaba tan empeñado. El cómo podía saberlo era un misterio, pero ella estaba casi segura que lo sabía.

—¡Aaaagg!—, gruñó con un muy poco elegante estilo mientras se pasaba por el largo y negro cabello sus finos dedos. De pronto tuvo una idea…

Y si…y si…

Pansy se mordió el labio dándose cuenta de lo que estaba pensando.

Porqué no. Ni mi padre ni nadie es mi dueño. Puedo hacer con mi cuerpo lo que se me dé la gana. Y para ser sinceros…si al final, si al final me…me…dios no quiero ni pensarlo, si al final me tengo que casar con ese imbécil…no quiero que mi primera vez sea con él. No. Será con quien yo quiera. Lo haré con quien me plazca. Es mi cuerpo, mi vida. Yo decido.

Y con estos pensamientos en mente, Pansy se dispuso a buscar en aquella noche oscura y fría de Londres

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Con las manos en los bolsillos de su pantalón negro, Ron deambulaba sin tener un rumbo fijo.

Sus pasos eran monótonos y el destino aun no marcado. El frío de la madrugada había ya despejado su cabeza y la borrachera dejado atrás.

Su mente en aquellos momentos estaba plagada de recuerdos, de voces, de imágenes. Podía escuchar las explosiones y los disparos tratando de alcanzarlo, de acabar con él. Podía ver la destrucción a su alrededor, los cuerpos de hombres y mujeres, de niños inocentes tirados en la helada calle, con la nieve cubriendo sus cuerpos, congelando sus miembros sin vida. Podía distinguir los rostros de sus hombres luchando junto a él, peleando por salir con vida, por lograr su misión y rescatar a los prisioneros…por volver una vez más a casa.

Cerraba los ojos y distinguía sus manos manchadas se sangre. Cerraba sus ojos y sentía el peso de aquel niño que murió en sus brazos. Cerraba los ojos y escuchaba el quejido de dolor de Lannyster siendo alcanzado por una bala…y olía la carne quemada de Dewitt.

Los dos demasiad jóvenes, los dos muertos.

Y él no pudo hacer nada para evitarlo. El ruido del claxon lo trajo de vuelta a la realidad. Dio un brinco hacia atrás y se salvó de ser atropellado por un automóvil. Ron se tomó la cabeza y cerró los ojos.

Había tanto ruido, tanto….no lo dejaba pensar, no lo dejaba respirar. Había sangre que lo ahoga y el olor a muerte inundando sus fosas nasales.

Si tan solo pudiera desaparecer. Si tan solo….dejara de existir por un momento.

Parado en medio de la noche, en un apestoso y horrible callejón, Ron se dio cuenta que debería de tomarse unas vacaciones. Total, no se lo podían negar. Y si lo hacían estaba dispuesto a romperle la nariz a su jefe, aunque su jefe sea su mejor amigo, Harry Potter.

Aunque no creía tener que llegar a tales extremos, después de todo él era el jefe de Estrategia y el líder en el momento del combate. El segundo al mando, claro que podía. Pero antes de tener que regresar al cuartel y hacerlo oficial, se obligaría a perderse en litros de alcohol…ya mañana pediría sus vacaciones.

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Debía confesar que nunca había pisado aquellos rumbos. Los que muchos conocían como el "Bajo Londres"

Bares de mala muerte y antros de perdición. Putas en las esquinas y borrachos en la acera.

Comenzaba a creer que aquel no era el mejor lugar para encontrar al hombre que estaba buscando. Pero es que lo menos que quería era enredarse con algún tipo de alta sociedad que luego le fuera con el chisme a su padre. Además, los conocía a todos y sabía que no había nadie que valiera la pena-bueno quizá solo su amigo Draco Malfoy, pero no se iba poner a follar con su casi hermano-. Entonces, como ella era una chica para la cual las cosas eran blanco o negro, feo o bonito, rico o pobre, decidió que, como no se buscaría aun imbécil ricachón de la alta sociedad, buscaría a un tipo común y corriente, pero joven y guapo de los barrios bajos.

Eso era lo que ella buscaba, de haber sabido lo que encontraría, no lo habría buscado jamás.

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Era otro bar de mala muerte, uno peor que el anterior. Por lo menos ahí estaban todos tan borrachos como para querer armar revuelo. Sentado de nuevo en la mesa mas apartada del lugar y con una botella del Whiskey-la había preferido, no quería meseras lanzándole vasos a la cabeza-se dedicaba a observar todo a su paso, desde la vieja y solitaria mujer sentada del otro lado, dormida sobre la mesa, el hombre moreno que se rascaba la panza, la prostituta que ponía cara de asco cuando un tipo la besaba, o el barman sonriéndole al guardia de la entrada muy pícaramente.

Dio un trago directo de la botella mientras la horrible música le perfora los tímpanos. Pero en esa ocasión quería ahogarse en el alcohol, quería dejar de pensar, dejar de creer que alguien de ahí está a punto de morir por su culpa, olvidar que en contadas ocasiones la seguridad del país y de miles de personas estaba sobre sus hombros.

Quería perderse y de ser posible, entre un par de buenas piernas.

Así que como buen estratega que es, haciéndole gala a su alias, Leo, Ron buscaba entre las presentes su próxima presa, pero pronto se dio cuenta que ninguna de ellas era lo que desea. Si, quiere perderse entre las suaves carnes de una mujer y descargarse en ella, quiere tocas sus tetas y llevarla al éxtasis, con sus dedos y luego su miembro, clavado entre sus piernas, pero eso significa que vaya a tomar a la primera mujer que se le cruce. No estaba tan desesperado.

Es más, al darse cuanta que poco iba a conseguir ahí, que bien podía solo perderse en alcohol, y solo en alcohol.

Para cuando la botella ya iba mas allá de la mitad, Ron decidió que era momento de irse del lugar, tomó una chaqueta que no recordaba que traía, pagó lo que consumió y se tras darle un ultimo trago a la botella, se dispuso a salir cuando alguien entrando en ese justo instante al lugar, lo dejó congelado en su sitio.

El cuerpo de Ron se paralizó y por unos instantes de olvidó de respirar y su corazón de latir. Movió la cabeza de un lado a otro pensando que talvez estaba más borracho de lo que imaginó y ya comienza a tener alucinaciones.

Y es que aquel tipo de mujer no debería ser real.

Total y completamente vestida de negro, con una gabardina que llegaba hasta la mitad de sus muslos, el cabello suelo cayendo bajo su hombros, blanca, tan blanca que se ve tentado al estirar la mano y comprobar su existencia y con aquel rostro de finas facciones y boca delicada y un par de ojos azules brillando temerosos, Ron estaba casi seguro que sí, definitivamente estaba ebrio hasta las manitas, borracho hasta el copete….

Porque nunca, jamás en su vida había visto una mujer como aquella. De golpe sintió la temperatura corporal subiendo y la sangre yendo a concentrarse hasta su sur, mas concretamente en su entrepierna. El deseo irracional por poseerla es están fuerte que parece marearlo y un sin fin de imágenes eróticas, en las que ella está bajo su cuerpo gimiendo escandalosamente mientras él la penetra, se reproducen en su cabeza.

Fue entonces que abandonó su deseo de retirase y volvió a tomar asiento con la botella de Whiskey entre sus manos fuertemente agarrada como si ella representara su tabla de salvación. Dio un profundo trago que se derramó por la comisura de sus labios, se limpió con el dorso de la chamarra y se dedicó a observarla.

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Intenta por todos los medios no formar aquella cara de asco que punga por salir. De verdad que lo intenta, después de todo, fue ella quien se quiso meter en un lugar como aquel. Pero es que nunca, jamás se imaginó que los barrios bajos de Londres fueran tan, tan…bajos ni que tanto tipo de gente anduviera por aquellos rumbos. Sí, era una niña pija que nunca había pisado una calle pobre en su vida, pueden culparla por ello.

Soltando aire lentamente, alzando la barbilla en un gesto arrogante y deseando que ahí, en el primero de aquellos bares que pisaba, tuviera algo de suerte.

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En un rincón, Ron la observaba atentamente estudiando sus movimientos y soltando una ligera carcajada al verla alzar la barbilla. Sí, no cabía duda que esa mujer nunca había pisado un bar de aquellos, es más, estaba seguro, por su porte y lo caro de su vestimenta, que esa chica nunca había salido de su mansión ni de su hermoso mundo hecho del oro de papi. Y en lugar de detestarla por eso, ya que si había algo que él odiara era aquellos que se pudrían en dinero mientras otros se morían de hambre-después de todo, había peleado durante 10 años, desde los 18, para combatirla-lo atrajo más, creando en él unas ganas inmensas por saber, ¿qué diablos la había traído a un lugar como aquel?

La miró sentarse en la barra y escrudiñar con sus ojos todo el lugar.

—¿Qué estás buscando?—, se preguntó a sí mismo mientras se inclinaba hacia delante con los codos apoyados en la mesa.

Varios minutos pasaron en los que ella no se movió, en los que él no dejó de mirarla, de maravillarse con esa imagen que lo hacía sentir febril y descontrolado. Con cada segundo transcurrido, con cada milímetro de ese largo cuello que él delineaba con sus ojos y que secretamente quería probar con sus labios, Ron sentía que estaba perdiendo el poco temple del que era dueño.

A los pocos instantes fue conciente que no solo su mirada estaba posada sobre ella, sino la de varios de los hombres presentes. Y fue entonces que experimentó una clase de celos que jamás había sentido. Era como si todos aquello estuvieran mancillando, solo por contemplarla, algo que ya le pertenecía. Se sintió con deseos de partirle la cara a todo el que posara sus ojos en ella para después ir hasta la chica, echársela al hombro y sacarla de ahí con dirección a su departamento para hacerle el amor hasta que ya no pudiera más.

A los pocos minutos la vio tomar su bolso y salir de aquel bar. La chica ni siquiera se percató de que él mismo se ponía en pie e iba tras ella.

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Sin voltear a ningún lado, Pansy salió del apestoso bar que ya le había colmado las narices. Tristemente se dio cuenta que ella jamás podía hacer algo como aquello y que fue una estúpida al siquiera pensarlo, en creer que se podía atrever. Se sintió patética e imbécil actuando coma la niña caprichosa que todo lo obtiene sin darse cuenta que ya era una mujer y que debía de enfrentarlo antes de salir corriendo y aferrarse a ideas absurdas que no tenían sentido.

Casi no podía contener las lágrimas de lo idiota que había sido.

¡Mira que buscar en un bar de mala muerte un hombre que la desvirgara!

Estúpida, estúpida, estúpida.

Porque eso era. No iba a encontrar al hombre que le hiciera el amor y le jurara una vida de felicidad. En aquel lugar no encontraría al ser que la amaría y protegería, que velaría sus sueños y…

Todo aquello eran tonterías de un sueño absurdo que jamás se iba a cumplir.

Apenas siendo conciente de dónde pisaba, Pansy limpiaba sus lagrimas sumida en sus pensamientos cuando fue a dar de bruces contra el suelo. Había pisado en un desnivel haciéndose daño en el tobillo. La pelinegra hizo una mueca de dolor mientras se tocaba la zona lastimaba con las manos.

—Pero mira lo qué tenemos aquí—, dijo una voz lasciva a sus espaldas que logró helarle la sangre.

—Parece que estás herida, ¿necesitas ayuda?—, soltó otra voz burlona desde su derecha. Pansy llena de terror se giró para ver cómo un par de hombres se cernían sobre ella.

—Es…estoy, bien. No necesito ayuda—, con el dolor punzante en su tobillo, Pansy trató de ponerse en pie pero no logro ni dar un paso cuando calló al suelo de nuevo.

La carcajada estruendosa de aquellos hombres penetró hasta el centro de su ser. Nunca antes había sentido un miedo tan visceral y doloroso como ese y lo único que deseaba era desaparecer de aquel lugar. De pronto se dio cuenta que había cosas peores que casarse con un hombre al que no amaba.

—Yo creo que sí, hermosa—, dijo la voz a sus espaldas. Pansy soltó un grito al sentir como el frío y apestoso aliento a alcohol se golpeaba la piel.

—¡Aaah!, ¡Suéltame, suéltame!— De pronto su cuerpo había sido tomado por la cintura y era arrastrado hasta la oscuridad de un callejón cercano.

La risa estruendosa y asquerosa de aquellos hombres se cernía sobre ella y el olor a putrefacción le colmaba las fosas nasales.

—¡Por favor, suélteme!, ¡No me haga daño, por favor!—las lagrimas de terror surcaban sus mejillas mientras hacía todo lo posible para soltarse de aquellas manos.

—¡Oh preciosura, verás cómo te haremos gozar!—. Aquella sonrisa lasciva se formó sobre el rostro del hombre mostrándole a Pansy sus dientes podridos para luego sacar la lengua y moverla de manera asquerosa muy cerca de su rostro.

—¡Nooo, por favor, nooo!, ¡ayuda, por favor!—. Entre el desesperado llanto entre cortado, Pansy gritaba y se retorcía al notar como, mientras uno la sujetaba fuertemente por las manos, el otro comenzaba a recorrer su cuerpo, pasando sus manos por sus pechos y muslos provocándole arcadas.

—No…por favor…suélteme…por favor.

Entonces de un momento a otro, sintió como el peso de aquel hombre era arrogado violentamente, escuchó, más que mirar, cómo un tercer hombre llegaba y apartaba a los otros de ella. Oyó sus cuerpos siendo golpeados contra el suelo o estrellados contra la pared, soltando verdaderos quejidos de dolor, mientras un hombre gruñía furioso con cada golpe que les propinaba.

De pronto todo quedó en silencio. Ya no más golpes, ya no más quejas, ya no más nada. Y en medio del silencio ella solo quería dejarse llevar en él y dormir, olvidar que todo aquello había ocurrido y despertar al siguiente día en su cama, que lo vivido se volviera solo una pesadilla.

Y justo cuando estaba por sumirse en la inconciencia, sintió como unos calidos brazos la rodeaban acomodándola contra un suave y duro torso. Como nunca en toda su vida, se sintió en casa y deseó quedarse ahí por el resto de sus días. Pansy se obligó a abrir los parpados encontrándose con el rostro más hermoso que había visto, con los mas poderosos y penetrantes ojos que jamás la habían mirado.

—¿Puedes oírme?, ¿estas bien?—, la voz gruesa y preocupada le llegó hasta sus oídos de, que aun estando en el estado que se encontraba, no pudo evitar sentir como un estremecimiento le recorría del cuerpo de pies a cabeza. Pero poco a poco la inconciencia se fue apoderando de sus miembros, haciéndola sentir pesada y cansada.

Y antes de perderse en ella, lo último que Pansy pudo escuchar fue la voz de aquel hombre diciéndole:

—Quédate conmigo, quédate conmigo.

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Gracias por leerme.

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