Disclaimer: Resident Evil pertenece a Capcom.

Advertencia: sangre, muerte.


Ha perdido la cepa del virus-C.

Es lo que dice en frente de un centenar de pares de ojos que esperan de él al menos una verdad agraciada a la cual aferrarse. Ojos apagados, párpados entornados, cansados, pieles pálidas, insanas. Pero están todos aquí, se han tomado parte importante de su vida, que podían gastar visitando a un ser querido, únicamente para escuchar a un pobre soldado recitar seis palabras que no aportan en nada. No lo dicen, pero Piers puede sentir sus esperanzas apagándose como las últimas brasas de una fogata.

Representantes de la Central, asesores, directores, líderes o tenientes de otras divisiones, los científicos que han pasado su existencia buscando curas que debilitasen los microorganismos que albergaban las armas biológicas.

Y Jill.

Por supuesto que ella iba a estar ahí.

Pero es todo lo que vino a decir. Obviamente podría explicar qué fue lo que vio en las instalaciones, describir la monstruosa y apocalíptica presencia de HAOS. Su grandeza, su piel viscosa y diáfana, sus ojos ambiciosos de carne, de vida, de sangre, los ojos sin párpados, el tono agudo y fracturado de sus rugidos, el largo descomunal de sus brazos, que en cualquier momento podía alcanzarlos, cogerlos y suprimir de ellos sus entrañas. En lo fácil que era cometer un desliz, y poner no solo tu vida, sino la de todo el mundo, en riesgo. La imposición que ejercía esa idea, que le susurraba maliciosamente en cada uno de sus descuidos. Podría contarles que los años de preparación con los simuladores holográficos de ningún modo serían suficientes para prepararlos ante una abominación como esa. Pero que un poco séptico como ese eran pocos en la Tierra. Eso esperaba.

Hay unos segundos de silencio tirante y afilado luego de su declaración. Obviamente no lo esperaban, demasiado cegados por la ambición de una victoria limpia y demasiado acostumbrados a que alguien como Chris llevara el peso del mundo sobre sus hombros.

Un hombre se aclara la garganta. Ojos celestes detrás de unas gafas de montura negra, pelo rubio largo y despeinado, ataviado con una bata blanca.

—Soldado Nivans, si recuerda más información con respecto al virus-C, nos gustaría ser informados.

A Piers le duelen los dientes de tan fuerte que los está apretando.

Está cansado, y está frustrado y enojado, pero esto es lo que tiene que hacer. Es parte del trabajo, algo que ocurre de vez en cuando, pero parte del trabajo a fin y al cabo.

La primera vez que Piers se presentó a una reunión internacional fue meses luego de haber egresado, apenas era un novato, pero Chris quiso que lo acompañase. Fue un total desastre, aparte de no comprender a los investigadores, estuvo a punto de tener una disputa con uno por su manera tan inmoral e inconveniente de especular para alguien que combatía el bioterrorismo. Chris tuvo que calmarlo y disculparse por él.

La segunda vez fue días después del incidente en la prestigiosa y religiosa academia Marhawa. De aquella vez no recordaba demasiado, aún en conflicto con sus emociones; el odio, la rabia, la impotencia, la nostalgia. Podía sentir a Merah en sus brazos, la sangre más negra que roja saliendo del hueco en su tórax, su trémula voz suplicando y pidiendo promesas y tosiendo y desvaneciéndose. Su cuerpo frío, languidecido, deshabitado.

No lloró, ni una lágrima, pero Chris supo entenderlo. Cuando se pasaba por mucho tiempo en la misma mierda, en algún momento se llegaba a tener cierta resistencia a ella. Piers siempre fue una persona que supo conservar todas sus piezas unidas.

El susurro del roce de las hojas llama la atención de Piers.

El científico lee los expedientes que tiene sobre la mesa unos segundos antes de levantar la cabeza y fijar sus ojos en él.

—Tenemos información de que fueron creadas tres cepas que contenían al nuevo virus-C.

—Cuando abrimos el maletín de Ada Wong encontramos solo un recipiente con el virus. Los otros dos habían sido ocupados.

—¿Presenciaron a los que fueron inyectados con la nueva cepa?

—No. Nuestra misión en ese momento era detener a Ada, fue una casualidad que nos hiciéramos con aquella muestra.

—Quien finalmente murió.

Los labios de Piers forman una línea. A pesar de su rabia, de su desesperación, es capaz de mantener el rostro sereno.

—Nosotros no la asesinamos, si a eso se refiere.

El hombre no responde, limitándose a escribir brevemente en la hoja antes de mirarlo con ojos que de repente han dejado de parecer jóvenes e inocente. El aire se espesa. Piers tiene el pequeño presentimiento que una palabra de ese hombre podía hacer más daño que la mordida de un zombie o que un gesto despectivo podría significar el fin de su carrera, pero se obliga a calmar su ansiedad.

La habitación que albergaba las más grandes posesiones tecnológicas de la BSAA desprende un hedor a cítrico y lejía. Los ventiladores gimen rastreramente, protestando por el polvo acumulado en sus entrañas en todos sus años de labor.

Al resto del personal le han comido la lengua los ratones.

—¿Tiene alguna idea de dónde pudo haberlo... habérsele caído?

Claro que sí, joder, por supuesto que sabe dónde.

Sin tan solo hubiera una cepa que rebuscar todo sería más hacedero, increíblemente más sencillo. La mayoría de esos hombres no tienen idea de que están detrás de un pensamiento, o tal vez de una utopía.

Piers no los corrige.

—En el mar —responde.

—No puede ser —se escucha entre el murmullo creciente.

No es lo que quieren oír, pero dejan de hacerle preguntas y le piden al resto del personal menos importante que se retiren. Algunos representantes de la Central sugieren que hagan una búsqueda alrededor de la zona de la detonación mientras que un capitán del Equipo Delta división sudamericana plantea colocar en cuarentena a todas las zonas pesqueras aledañas, en cuestión de que el recipiente se hubiera resquebrajado y el virus hubiera encontrado a un anfitrión.

El cúmulo de voces provoca un murmullo agresivo en el ambiente, un zumbido lejano y agresivo. Piers sabe que su trabajo esta lejos de haber terminado, así que busca una silla y se sienta lejos del disturbio, a la espera de nuevas órdenes. No podrá salir a menos que un superior se lo permita, sea quien fuese.

Se cruza de brazos, pero sus bíceps protestan cuando parte de la remera que los rodea se vuelve tirante y punzante sobre el remiendo.

Desde que lo rescataron de la cápsula hasta que un jet lo devolvió a Estados Unidos ha tenido la semana más larga y agotadora de su vida. Claro, había sido el único superviviente, además de Jake y Sherry, a la explosión de las instalaciones submarinas de Neo-Umbrella, pero eso no menguaba el hecho de que su sangre pudiera estar contaminada con el nuevo virus. Lo encerraron por cinco días en un cuarto aislante erigido en el establecimiento de investigaciones de la BSAA europea. Son medidas de seguridad, fue todo lo que lo informaron. A pesar de que Piers no preguntó, leer entre líneas no era especialmente complicado. Él simplemente aceptó su destino, todavía algo conmocionado con su fracaso personal y con la idea dando vueltas en su cabeza de que Chris, el hombre que lo había ingresado a la BSAA, estaba muerto. Al igual que con el caso de Merah, la cotidianidad del asunto lo trajo de nuevo a sus cabales con un gusto amargo y devastador.

Otras medidas que tomaron mientras estuvo encerrado, fue sacarle diferentes muestras de sangre a diferentes horas del día, en busca de algún agente patógeno en estado de incubación o latencia. El as del equipo Alfa se dejó hacer, sin protestas, sin negarse. Si la BSAA lo pedía, lo obtenía. A pesar de su sumisión, Piers estaba seguro que al otro lado de la puerta lo esperaban armados dos reclutas de la misma organización para la que trabajaba.

Los resultados dieron negativos, ningún tipo de microorganismo estaba acabando con su sistema inmunológico. Los investigadores se disculparon por mantenerlo encerrado, alegando que era parte del trabajo, y acto seguido, lo felicitaron por salvar al mundo y le dieron ropas nuevas y un comunicado de la Central junto a un pasaje de avión con destino a los Estados Unidos para ese mismo día.

—Chris también solía odiar las conferencias —se burla Jill, arrastrando una de las sillas para sentarse a su lado. Su pelo está más largo que la última vez que la vio, y más rubio—. Es un poco extraño, ¿no?, que estemos los dos aquí, sin él.

Ella cree que Chris está muerto.

Es raro siquiera pensarlo y como si fuera alguna clase de mal chiste, le deja un mal sabor de boca. Los capitanes representantes de su correspondiente división están ahí, a un par de metros, discutiendo, y la voz del capitán no es partícipe de la fragua. Piers no recordaba alguna vez haber estado antes en algún edificio de la BSAA sin él.

Y claro, Chris está muerto, pero no como ellos creen.

—Estoy cansado, eso es todo—contesta echando un efímero repaso al grupo de mentes brillantes que rodeaban la mesa. Chris en ningún tiempo llegó a despreciarlas, pero siempre le fastidió el hecho de que los tipos se demorasen en tomar decisiones cuando se supone que una gran parte de ellos eran las mismas personas que hablaban con ellos a través del radio en las misiones. Hace un gesto con la cabeza en dirección a los investigadores—. Querían asegurarse que no estuviera infectado con el virus-C.

Ella asiente.

—Lo entiendo. Pasé por algo similar luego de que Wesker me implantara el P30. Chris casi se ganó unas "vacaciones" cuando no lo dejaron ser uno de los guardias de mi celda.

—Recuerdo que Claire me contó algo sobre eso.

—Ella también intentó ser parte de la guardia. No son muy diferentes —Jill sonríe, un gesto más mecánico que sincero, y aunque está perfectamente oculto, Piers no es ajeno al destello de aflicción en el fondo de sus ojos.

Se pregunta si esos serán los mismos sentimientos que encontrará en los ojos de Claire cuando lo mire.

Esa tristeza, ese dolor.

Como si todo prácticamente todo se hubiera desecho, separado y roto.

Un nudo aprieta su garganta y él no puede mirarla por más tiempo. Los huesos de su cuello crujen cuando rápidamente tuerce el rostro en dirección al comité y se obliga a intentar parecer interesado en la disputa, a pesar de que un conjunto de frases envueltas y sin sentido son las que llegan a sus oídos. De pronto, la necesidad de que le den una orden es asfixiante. Es algo costoso ocultarle la verdad a la mujer que fue una importante compañera para el capitán, pero esto, su problema, era algo que solamente él podía solucionar.

—¿Piers?

La escena lo golpea repentinamente; Chris, a merced del monstruo, la oscura boca del arma dirigida a las reverberaciones alternadas entre grito y rugido. Las paredes gimen bajo el peso de toneladas de agua salada y carne putrefacta del esperpento. La bota de Chris da un paso hacia los sonidos cuando en cambio debería retroceder, y la otra lo acompaña en menos de una milésima de segundo. Obtiene tiempo a la cápsula para la eyección. El rugido es feroz, Haos está enfurecido. Puede sentir como golpea su cuerpo contra el metal, y como éste cede paulatinamente bajo la presión. La pared es lo único que los separa. Piers intenta, y golpea y grita y maldice. Las compuertas no se abren. Golpea el vidrio templado con la culata. Nada. Le dispara. En el vidrio queda un rasguño, una luz verde lo rodea por unos segundos, y un agudo pitido afirmativo la acompaña. Siente un nudo en la boca del estómago. No queda tiempo. Otro rugido. Piers grita, y su voz tiembla levemente. Está asustado, mierda, está jodidamente asustado y lo único que quiere es salvarle la vida al hombre que ha decido vivir de sus propias pesadillas. Usa palabras que lo harán reaccionar; Claire, Jill, BSAA, Merah. No funcionan. La culata de nuevo, y una y otra y otra vez.

¿En qué clase de retorcido mundo alguien podía terminar convirtiéndose en lo único que había intentado exterminar toda su vida? ¿Acaso el destino de algunos era perecer por sus propias maldiciones? ¿Sin siquiera tener el derecho a decidir?

¿Sin siquiera tener derecho a vivir?

Hay un recipiente vacío junto a los pies de Chris, la punta plateada y el cristal resplandecen entre vigas desmanteladas, agua filtrada y pedazos de escombros. Las paredes primero se quejan, se doblan hacia afuera y luego estallan. Llueve metal, agua, carne, sangre. Piers grita una última vez, pero el rugido herido, enfurecido, de HAOS, lo silencia. Aprieta su mano enguantada contra el cristal y la cápsula sale disparada a la superficie. Se golpea la cabeza con la pared por la fuerza del impulso, y todo es confuso, y angustioso y rápido.

Pero es consciente de una cosa.

A lo lejos, las profundidades lóbregas y abismales del mar son iluminadas con explosiones y rayos.

Nadie puede enterarse.

—¿Piers? —lo llama nuevamente Jill aumentando el tono de voz. Está preocupada, pero sus facciones son de un tono entre la sutil furia pasional y la imparcialidad. Las cejas levemente levantadas y el entrecejo arrugado. Se inclina hacia adelante en la silla y lanza una mano en su dirección. Entonces un fogonazo de realización surca sus ojos infectados—. Luces... distraído.

El francotirador la mira nuevamente, manteniendo la compostura a pesar de que esta se tambalea sobre un hilo. En los ojos de Jill siguen existiendo emociones a los que no quiere ponerles nombres.

Piers nuevamente desvía la mirada.

—No tiene que preocuparse, señora Valentine —responde con formalidad.

Piers es consciente de que Jill se ha percatado de que hay algo que él no le está diciendo, pero ella no insiste y él no intenta seguir con una cháchara que parece más profesional que amistosa. No sabe si ella lo hace porque no está segura o porque respeta su espacio, pero se lo agradece internamente. No sabe de qué es capaz de hacer Jill Valentine para obtener respuestas, pero está seguro de que, si ella llegara a preguntárselo, él se lo diría todo. Podría mentirle, pero nunca fue bueno para mantener sus pensamientos a raya, no cuando no le encontraba sentido al silencio. Una actitud que en varias oportunidades lo llevó a ganarse un regaño por parte del capitán o una pequeña discusión con un recluta del equipo.

Además, también está el problema de que simplemente no confía lo suficiente en ella. Jill fue compañera de Chris, no la suya. La relación entre ellos dos rayaba el profesionalismo, a veces incluso menos que eso.

El embarullado grupo del personal de la BSAA que rodean la mesa central está en medio de una ferviente discusión. Alzan los brazos, golpean con puños y palmas la mesa, no se sientan, apuntan el mapa que está en medio, aumentan el tono de sus voces. Las pocas personas —soldados, tenientes, novatos— que no discuten en el centro forman pequeños grupos lejos de la conmoción, esperando órdenes como Piers o simplemente atentos a que se tome una decisión. No era normal que tantas divisiones de la BSAA sean convocadas y la sala ha quedado pequeña.

Sin ventanas y con un sistema de ventilación pobre, el aire pronto se vuelve pesado y asfixiante.

Las horas pasan.

Cuando son cerca de las 02:00 P.M. el líder Alfa de la división Oceanía se aleja por un momento de la mesa central y se dirige a ellos con órdenes aprobadas por la Central de abandonar el cuarto de reuniones e ir a servirse comida en la cafetería que se encontraba en el ala este del segundo piso.

—Tienen una hora para servirse lo que quieran —dice con voz autoritaria. Alza la mano y hace un ademán—. Ahora retírense.

Todos abandonan el cuarto, incluyendo los que se muestras más reacios.

El rostro de Jill se contrae, no contenta, pero se despide de Piers y a continuación se marcha dando grandes zancadas. Piers toma una respiración profunda y se levanta caminando en dirección a la puerta, pero el mismo capitán del equipo Alfa que ejecutó las órdenes anteriormente lo detiene con una mano.

—Usted se queda, teniente Nivans.

Piers se lo queda mirando. Asiente respetuosamente.

—Sí, señor.

El hombre lo analiza con descaro pasando la mirada de abajo para arriba y viceversa. Lleva de indumentaria el uniforme militar de campo —sin armas— y una boina verdosa sobre una cabeza sin cabellos. Sus facciones son adustas, mandíbula ancha, piel áspera y arrugada, ojos negros, severos y hastiados, y una enorme cicatriz en donde alguna vez estuvo su oreja izquierda. Sus ojos lo miran con una mezcla de emociones entre el respeto y el asombro.

—Acérquese. Necesitamos hablar con usted sobre la nueva información que nos ha llegado desde la Central de Investigación.

En la superficie de la mesa se proyecta un mapa tridimensional a pequeña escala de la desmoronada central acuática perteneciente a la corporación farmacéutica Neo-umbrella. El científico imberbe de hace unos momentos toca la pantalla índigo que tiene entre las manos y el holograma gira sobre sí mismo unos grados a la derecha antes de volver a su posición original. Un agente de las Fuerzas Especiales junto a él, mientras mueve los labios frenéticamente, levanta la mano y señala unas habitaciones cercanas a la superficie.

El entrecejo de Piers se arruga, quiere saber cómo es que esas personas se las han arreglado para hacérselas con los planos de las instalaciones, cuando él lo único que dominaba recordar era la fatiga de su cuerpo, haciendo acopio de las últimas energías para salvar su vida, la del capitán y la de millones de personas; el peso sobre sus hombros. Los bramidos de Haos, el vidrio reforzado quejándose por el peso de la bestia, la resonancia de los pasos que daban y los pasillos cada vez más largos e infinitos y engorrosos.

Piers apoya las manos en el borde del inmobiliario, y ante los ojos expectantes de muchas personas, inclina la cabeza sobre la holografía. En el centro de la misma, puede distinguir un gran agujero rodeado a aberturas rectangulares.

Lo reconoce, claro que lo reconoce. En esa ubicación se había dado la metamorfosis, y posterior nacimiento, final de HAOS.

El líder Alfa de la división oceanía es el que toma la palabra.

—Tenemos declaraciones del equipo de rescate que lo encontró de que usted fue hallado dentro de una cápsula de escape cerca de lo que antes se creyó que era una planta petrolífera —con unas señas vagas en dirección al investigador joven, el holograma gira tenuemente a la izquierda y el líder aprieta un botón de la mesa que enciende un punto rojo en la imagen—. No hemos podido ver la cápsula, ni tampoco sabemos cuántas quedaban cuando usted tuvo que evacuar...

Piers capta inmediatamente el rumbo y tonalidad que están tomando sus ideas.

—Había una criatura —explica el francotirador, tomando en cuenta que HAOS hasta el momento solo estaba existiendo en su cabeza, y aunque no quería dar todos los detalles de su jodida y horrenda existencia, por lo menos podría explicar parte de ella—. Cuando el capitán y yo rescatamos rehenes de Neo-umbrella, nos encontramos con una crisálida que colgaba de las instalaciones —piel traslúcida, órganos visibles, estructura ósea humanoide. En cuanto parpadea, todo vuelve a su cabeza, claro como el agua—. Wong la llamó HAOS; el arma biológica definitiva que iba a transformar a todos los humanos en zombis.

La conmoción no se hace esperar. Rostros en blanco, rostros enojados, facciones sorprendidas y exclamaciones que los dejan sin aliento. No lo interrogan a pesar de la incoherencia de entregar una información tan relevante de manera tardía.

—Intentamos acabar con ella, pero su capacidad de regeneración nos dificultó el trabajo —comenta oteando el punto rojo ubicado a la altura de sus ojos. Hay objetos en la imagen que no le son ajenos, y casi puede verse a sí mismo corriendo entre contenedores, a la bestia acechándolo desde el mar—. La acorralamos en el cuatro anterior a las cápsulas de escape. Pensábamos que la habíamos derrotado, pero... —posa los ojos en los del líder Alfa— era una farsa.

—Por como lo dices, suena como si el virus-C le diera al individuo más inteligencia de la que tenemos registrada —refuta un investigador sentado al otro lado de la mesa, la antipatía deslizándose a través de las palabras.

—No quiero interrupciones —lo hace callar iracundo el líder—. No lo voy a volver a repetir.

El hombre arruga las cejas molesto, pero mantiene la fachada indemne y no vuelve a replicar.

—Esa cosa nos acorraló y cuando estábamos cerca de escapar fue cuando realizamos que la bestia era libre de irse, pero no lo hacía porque nos quería a nosotros. No podíamos irnos sin antes haber acabado con eso. El capitán Redfield hizo lo que creyó correcto. Salvó mi vida y sacrificó la suya para que HAOS no se atreviera a escapar con vida de las instalaciones.

Chris murió como un jodido héroe, eso es lo que dirán las noticias, los diarios y millones de personas. Reforzando la convicción del mundo al ser la leyenda, una vez más, de la que tanto parloteaban los reclutas. Pero únicamente Piers, quien vio los ojos tristes y cansados de Jill, quien aún tiene una noticia que transmitir a Claire, no lo siente en absoluto como un acto denodado. Sí, efectivamente Chris salvó a la humanidad, y como soldado de la BSAA, siempre estuvo preparado para caer en combate en cualquier momento.

Pero... se inyectó aquella maldita cosa.

Mierda, puede que la frustración de Piers no fuera tan malditamente grande, tan putamente significativa, si simplemente sus sentimientos se constituyeran de amargura, y es que el problema no quedó simplemente en su incompetencia por no prever los planes del capitán, sino también en la sensación de impotencia y culpa al presenciar, encerrado dentro de la cápsula, como Chris se aplicaba a sí mismo el condenado virus-C, que supuestamente, Piers debería haber llevado consigo.

Y luego Chris se transformó en esa cosa. Sin crisálidas, sin una clase de capullo externo marrón que cubriera su cuerpo para luego dar paso a la metamorfosis. Sin advertencias previas.

El soldado de oceanía da un paso al frente.

—¿Qué exactamente pasó ahí abajo? —pregunta y el tono de su voz parece más reconfortante que demandante— ¿por qué el capitán Redfield se vio obligado a sacrificarse?

Piers siente las palabras querer filtrarse a través de su garganta, picando, quemando. Las palmas de sus manos están resbaladizas a causa del sudor y una voz grita en el interior de su cabeza. Le advierte, que, si no dice la verdad, las consecuencias de sus actos no van a hacer nada más que agravar la situación. Científicos y soldados lo miran, quieren la verdad, y quieren ayudar. Pero ellos no pueden arreglar este problema. Su problema.

Piers afina la mirada y entre sus labios ahoga un suspiro. Ya está, ha tomado la decisión y sabe perfectamente lo que quiere decir.

Y no es simple, Piers jamás se hubiera imaginado que algún día les mentiría a los hombres de la Central, o a alguien que fuera parte de la BSAA. Sabe que se está engañando a sí mismo al decirse que las cosas serán más fáciles si la Central no se entera, pero también tenía conciencia de lo que pasaría si lo contaba. Si uno de ellos se enteraba de la naturaleza actual de Chris Redfield, sería buscado y luego su cuerpo empleado para experimentos.

—Fue la única opción que tuve, si es que se le puede llamar así —responde—. El capitán me noqueó y me encerró en la cápsula de escape, y antes de que pudiera recuperarme, la cápsula abandonó las instalaciones submarinas de Neo-umbrella.

Un corto silencio.

Entonces una mano pálida cae pesadamente sobre la mesa y todos giraron el rostro para mirar al científico que controlaba el holograma de las instalaciones submarinas.

—Hay algo que no termina por encajar—dice—. Si dos hombres no pudieron exterminar a un monstruo, ¿cómo pudo hacerlo uno?

Eso.

Es justamente el tipo de consulta que estaba buscando.

—Nunca dije que hubiera acabado con ella.

Tarde o temprano se van a dar cuenta de su farsa, lo sabe, pero cuando lo hagan él ya habrá terminado con el inconveniente. Únicamente él, y nadie más que él tenía que hacerlo. Se lo debe a Chris, y se lo debe a todos los hombres que murieron junto a él, luchando contra el bioterrorismo.

Un consentimiento de cabeza por parte del soldado de Oceanía y la mayoría de las personas que rodean la mesa se dispersan. Piers no es del todo consciente de lo que ha ocurrido, pero antes de que incluso pueda preguntárselo, el recluta llama su atención, indicándole que se quedara junto a él.

—Iniciaremos una búsqueda a gran escala, no solo del virus sino también del capitán Redfield —le informa. Se tantea el bolsillo que tiene a la altura del pecho y saca una hoja doblada que le entrega—. Bienvenido nuevamente a la BSAA, capitán —y está a punto de marcharse, pero Piers lo detiene dando un paso al frente.

—Quisiera ser parte de la investigación.

El hombre se lo piensa por unos segundos.

—Se lo informaré a la Central —responde y levantando una mano a su frente se despide.

Piers mira la espalda del soldado hasta que desaparece. Y en ese momento, con la mentira amalgamando sus entrañas, comienza a dudar de su lealtad a la BSAA. Mentirles no fue algo que hubiera pensado algunas vez antes, pero luego de la supuesta muerte de Chris y a esas horas encerrado, la duda sembró sus raíces antes de que pudiera rechazarlas. Necesitaba encontrarlo.

Jill pasa junto al general y lo saluda con un gesto de la cabeza hasta llegar a la altura de Piers. Traía un celular en la mano.

—Claire me ha llamado —comenta y Piers conoce el significado detrás de esas palabras. Se las ha preguntado varias veces—, dijo que no ha podido contactarse contigo a través de la BSAA y que yo he sido su última opción.

Piers no quiere darle vueltas al asunto.

—¿Quiere verme?

Le tiende el celular.

—Que te lo aclare ella.


El departamento es un gran cuarto de paredes azules y oscuras prácticamente vacío, con un sillón y con una televisión de las antiguas con una fotografía de dos personas sonrientes sobre el marco gris. También está Claire, sentado junto a él y no lo mira, pero él puede ver su reflejo en la pantalla negra y no quiere asignarle palabras a lo que ve. Ella luce tan cansada, triste y perdida, que puede sentir un aura familiar al que vivió con Jill. La diferencia fue que Jill no había tenido problemas de mirarlo a la cara.

—Supongo que quieres saber qué es lo que pasó.

Hay un poco de silencio y cuando Claire finalmente lo mira encuentra en su mirada de todo menos resentimiento. Ante aquella inesperada sinceridad, ahora es Piers quien no puede aguantar la mirada.

—Gracias —escucha.

No quiere mirarla.

—Claire, Chris está muerto —intenta explicar, como si ella no lo supiera. Es como si quisiera convencerse más a sí mismo que ella con su mentira—. Se murió protegiéndome.

—No sé lo que pasó allá, y tampoco quiero saberlo —explica y junta las manos entre las piernas—, pero no es como si nunca hubiera esperado que esto pasara... Siempre, cada vez que se iba, era una duda constante de si volvería. Una vez intenté convencerlo de que trabajara conmigo TerraSave pero Chris no creía que eso fuera para él y por supuesto que tenía razón. El bioterrorismo siempre lo dejó intranquilo, con miedo a lo que pudiera pasar gracias a las creaciones de Umbrella.

—Claire, intenté sacarlo con vida pero...

—Y yo siempre tuve miedo de quedarme sola.

—... fui muy ciego.

Silencio.

—No es tu culpa.

—Chis está muerto —repite Piers.

—Pero fue su decisión, ¿no?, no la tuya, Piers.

No es el tipo de cosas que Piers estaba preparado para escuchar. Lo suyo era ir al campo de guerra y salvar vidas, dar la suya a cambio de humanidad y matar a sus compañeros infectados en respeto a su vida como personas.

Se levanta del sillón y recorre la habitación hasta apoyar la espalda en la pared junto a la televisión. Frunce el ceño frustrado y sigue sin mirarla. Ella no lo está culpando y él no lo entiende, aunque lo sabe, porque a pesar de tener maneras distintas de contraatacar el bioterrorismo, Claire y Chris eran casi similares moralmente. O puede que tal vez la entienda, pero no quiero ser consciente.

No puede soportar más tiempo estar en ese lugar.

Pero antes...

—Podría ayudarme a buscarlo.

Claire no responde, sus ojos lo perforan como dos lanzas de hierro que han estado mucho tiempo sobre las brasas.

—Voy a hacer todo lo posible por encontrarlo.

Cuando por fin Piers se atreve a mirarla directamente, la sonrisa de Claire es fortuita y auténtica.

—La primera vez que me lo prometiste pasaste seis meses buscándolo y lo lograste. Claro que te voy a ayudar, Piers.