(C) Avatar: The Last Airbender
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ECLIPSE
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Por Lux Lunar
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Sábanas de seda, una colchoneta firme, almohadas de pluma de ganso. Era todo lo que necesitaba en ese momento, y para su horrible suerte, era algo de lo que debía despedirse ahora. No, no quería, era demasiado cómodo y placentero como para dejarlo ir tan pronto. Apretó los ojos, decidida a quedarse un rato más en aquella fresca cama alquilada. Los rayos del sol atravesaron las cortinas de la ventana y Katara tuvo que abrir los párpados con pesar. Sabía que no podía quedarse un día más en Ba Sing Se. Esa misma tarde debía partir a la Tribu Agua del Sur para reunirse con su familia.
La Maestra Agua se estiró entre la sábana de seda color olivo, preparándose para ponerse de pie y comenzar los preparativos de su partida. Frunció el morro, aceptando su destino con resignación. Salió de la cama con la pijama puesta para dirigirse al cuarto de baño y darse una ducha fresca. Usó las lociones aromáticas que había comprado unos días antes en uno de los spas a los que asistió. Permaneció en la tina de baño meditando por un largo rato, jugando con el agua.
Era la primera vez que viajaba sola al Reino Tierra, sin la compañía de Sokka, de Toph o de Aang. Como embajadora de su tribu, tenía la tarea de reunirse con los representantes de otras naciones para consolidar acuerdos y firmar tratados. Katara se sentía tan útil y satisfecha cuando alguien le cedía la palabra para escuchar su punto de vista del tema del que estuviesen tratando.
Después debía acudir a las cenas de la nobleza para conocer a todos aquellos que la consideraban una mujer importante para la reconstrucción de las cuatro naciones. Y algunos debían pensar que ya estaba bastante cansada de tantas reuniones y banquetes de gala, pero la verdad es que no lo estaba. Por el contrario, la estaba pasando de maravilla. ¿Y por qué eso la hacía sentir mal de momento? ¿Era que prefería quedarse a gozar de los placeres de Ba Sing Se en vez de ver a su familia?
—No seas tan superficial, Katara —se reprendió a sí misma.
Por supuesto que quería ver a su abuela, a su padre y a su hermano, pero en ese instante, también quería pasarse un par de días más entre las comodidades del gran Reino Tierra. Pero qué importaba, si no podía. El día anterior, el secretario del Rey Kuei le entregó su boleto de viaje para el navío que la llevaría al puerto de transporte externo, en la Fortaleza del General Fong. Era oficial, se marchaba de aquella linda habitación y de Ba Sing Se.
Mientras se vestía con su vestido azul al estilo kimono, Katara recordó que su hermano le había pedido uno de esos panqueques de avellanas que tanto amaba. Ah, sí, debía pasar a la panadería antes de abordar el tren. Ya tenía en su bolso un par de objetos decorativos que pensaba repartir a sus amigos en la tribu. Después de tomar el desayuno, se encargaría del pequeño encargo de Sokka.
Katara terminó de trenzar su cabello, acomodándose el cabello sobre su hombro. Se observó una vez en el espejo, pensando que lucía bonita. Sonrió, y luego creyó que era demasiada vanidad. Arqueó una ceja para sí misma, dándose cuenta que no importaba qué tan fea o bonita fuera; ella, una mujer de veinte años, era también una Maestra Agua Control experimentada y la Embajadora Oficial de la Tribu Agua del Sur… eso era bastante vanidad, y más que suficiente en su expediente de vida por ahora.
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Las ocho de la mañana y apenas escuchaban murmullos entre los pasillos del Palacio Real de Ba Sing Se. Era algo que su tío Iroh le había advertido; las costumbres de esta sociedad no eran iguales que en la Nación del Fuego, donde se comenzaba el día al alba. Ahí todos parecían ser adoradores del Señor del Sueño. Para él, eso era una pérdida de tiempo. La mañana debía aprovecharse desde el primer rayo de luz. Y si era posible, en ocasiones antes de que la oscuridad se marchara.
Toda la mañana, había estado dándole vueltas a un asunto que lo perturbaba desde hace meses. La Nación del Fuego, la más poderosa de las naciones, estaba pasando por un declive económico del que nadie de sus antepasados hubiera previsto antes. La distribución del fondo caudal inició con éxito; sin embargo, dos años de altibajos en los recursos financieros estaban causando un posible desastre económico del que hasta ahora, no sabría ni cómo reponerse. Y ahí estaba ahora, frustrado por tener que pedir ayuda. El plan de un préstamo no debía parecer que era indispensable para solventar sus problemas financieros. Por el bien de su nación, nadie debía ni siquiera imaginárselo.
En ese momento, el Señor del Fuego ya estaba vestido y peinado, de pie en uno de los balcones del palacio. Observaba como las personas iban de un lado a otro, algunas en silencio, otras sumergidas en conversaciones matutinas. Alcanzó a ver a uno de los representantes del buró político del Rey Kuei, que estaba abriendo la bocota para bostezar con ganas. Todo ese desvelo se debía seguramente al banquete de la noche anterior, del que no tuvo oportunidad de presenciar porque había rechazado «amablemente» la invitación del rey. Recordó cómo su tío le reprendió por eso. ¿Cómo era posible que el Señor del Fuego se hubiera negado a asistir a un banquete que había sido preparado especialmente para los representantes de la Nación del Fuego? Oh, y su tío no se detuvo ahí con su sermón.
Ahora que lo recordaba, su tío Iroh tampoco se había levantado temprano esa mañana. Probablemente ahora ya estaba de pie preparando el té y el desayuno, si no era que ya había abierto las puertas de su tienda. Era buen momento para regresar, viendo que nadie se acercaba a él y que lamentablemente para su tío, no se había cruzado con alguien digno de ofrecerle una disculpa por su inasistencia la noche anterior. Así que Zuko se dio la media vuelta de regreso a la zona comerciante del Sector Alto de la ciudad. Moría de hambre.
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El humeante té de jazmín estaba en la tetera. Iroh lo había colocado en la charola, listo para que uno de sus ayudantes lo llevara a la mesa de uno de sus clientes. Era algo sorprendente para él ver su casa de té al tope de llena en un jueves por la mañana. Oh, pero presentía que conocía la razón de tal aglomeración, y esa razón tenía un nombre. Seguramente muchos sabían que su sobrino estaba de visita en la ciudad, y como era común, él se había hospedado en su casa, justo a espaldas de la tienda. A Iroh le era curioso que algunas cosas no cambiaban.
Sonrió, satisfecho con ver la casa llena, y se dio media vuelta para comenzar a esparcir las hierbas de ginseng en el agua hirviendo. En ese momento, una voz familiar apareció en la entrada de su tienda. Era esa dulce y agradable voz femenina que tanto le alegraba escuchar.
—Mesa para una persona, no importa si debo compartirla —indicó la chica al ver que cada mesa del lugar estaba ocupada.
—¡Pero qué sorpresa tan más agradable! —dijo Iroh acercándose a la recién llegada—. Katara de la Tribu Agua del Sur en Ba Sing Se, y para alegrar mi mañana, está aquí, en mi humilde casa de té.
La joven castaña sonrió con calidez.
—¡Iroh! —La Maestra Agua se acercó a él para darle un abrazo—. No podía partir de la ciudad sin antes haber visitado el Dragón del Jazmín.
—Fue una decisión sabia, ¿sabes? El día de ayer recibí la entrega de un nuevo proveedor que está innovando con el té de ginseng.
—Oh, entonces podré probarlo esta vez.
—Por supuesto que sí. También podrás saborear la esponjosa tarta de zarzamora que he horneado esta mañana.
—Eso me encantaría —dijo, y después miró a su alrededor, percibiendo el murmullo de los clientes—. Pero creo que tenemos un problema con el tema del espacio. Veo que no hay alguna mesa para mí. Aunque… no me importaría sentarme en el suelo…
—No debes preocuparte por eso. Hay una mesa disponible para ti, sólo espera un momento.
Katara vio que Iroh se dirigió a la parte trasera del mostrador, donde estaba la cocina y los hornos. Aprovechó ese momento para darle un vistazo a la tienda. De verdad que era un lugar lujoso; sencillo, pero opulento. Las paredes estabas cubiertas de mantas verde de dos tonos diferentes. Katara estrechó los ojos a una pequeña escultura de un simio con ojos de rubís justo en el mostrador. Estaba segura de que había visto ese adorno el algún otro lado… pero no recordaba dónde.
—¡Aquí está tu té y tu tarta de zarzamora!
En cuanto Katara giró sus talones, encontró a Iroh frente a ella con una bandeja de plata, donde había una tetera, dos tazas de té y una tarta de zarzamoras. La joven maestra amplió los ojos cuando el ex General le puso la bandeja en las manos, haciendo que perdiera el equilibrio porque no esperaba que ella debiera cargar con su desayuno.
—Gracias.
—Ahora, ve hasta el final del pasillo, hasta la puerta de la derecha. En un momento estaré contigo. Ahora debo supervisar la siguiente ronda de té.
—Oh. Cl-Claro —sonrió con esfuerzo, ya que casi derrama el té—. Te esperaré… por allá.
Iroh desapareció nuevamente por la cocina, y Katara con pasos lentos se dirigió al pasillo que el Dragón del Oeste le había señalado. Bueno, parecía que él estaba un poco ocupado con una larga lista de pedidos y con todos los ayudantes enfrascados en atender las mesas; no estaba de más echarle una mano llevando su propio desayuno al cuarto secreto que tenía en la parte trasera de la tienda.
La puerta estaba ahí y Katara vio que estaba cerrada. No parecía que iba a poder abrirla mientras cargaba la bandeja con el té. Echó un bufido, pensando que tenía que ingeniárselas. Podía dejar la bandeja en el suelo o quizá podía deslizar los dedos su mano izquierda para sostener el manojo de la puerta corrediza. Intentó lo segundo, haciendo un verdadero esfuerzo por no derramar el té que aún hervía en la tetera. Sus dedos rozaron la madera, estaba a punto de atorarlos en el huequillo de la puerta. Nada, estaba bien atorada. Puso la bandeja en el suelo y se incorporó, cuando de repente la puerta se abrió bruscamente por dentro. Katara ahogó un jadeo y amplió los párpados por la inesperada intromisión. Pero más que eso, por encontrarse con quien menos esperó encontrarse en ese instante. Era nada menos que el Señor del Fuego.
Zuko la observó con la misma sorpresa. Era obvio para los dos que ninguno se esperó encontrarse en ese momento ni en ese lugar.
—¿Katara?
—¡Zuko! —exclamó con alegría.
Katara se lanzó a él para darle un afanoso abrazo. Él no se lo esperó, pero alcanzó a cacharla. Sonrió, y le devolvió el gesto enrollándola entre sus brazos. Casi al instante, la Maestra Agua se separó para mirarlo con una sonrisa en los labios. Habían pasado alrededor de dos años que sus caminos no se cruzaban. Katara recordó la última vez que se vieron, cuando ambos asistieron a una celebración otorgada por la familia Beifong, en Gaoling. Zuko acudió acompañado de un sequito de nobles de su nación y de su prometida Mai. Parecía un recuerdo tan lejano, aunque Zuko no parecía tan diferente. Estaba más alto, quizá.
El Señor del Fuego recordó la misma celebración en la que compartieron el banquete a una mesa de distancia. Ella había asistido con el equipo Avatar, y él con sus consejeros. Katara, la mujer más importante de su tribu, rodeada de personas que querían conversar con ella. La recordó ruidosa y demasiado entusiasta. También recordó que Mai había dicho que hablar con la Maestra Agua era soportable y agradable los primeros diez minutos, luego sentía que la cabeza le quería explotar.
—Pero ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó ella.
—Es la casa de mi tío. Vine a visitarlo.
—¿Dejaste sola a la Nación del Fuego por hacer una visita familiar? —dijo, poniendo una mano sobre la cadera e inclinando la cabeza hacia un lado—. Eso es tan lindo.
No era verdad, era una visita de negocios, y el adjetivo de lindo le pareció extraño.
—Bueno, la verdad es que vine a Ba Sing Se para reunirme con el rey Kuei. Llegamos hace dos días, y nuestra reunión será esta tarde.
—Vaya. Si hubiera sabido que estarías aquí te hubiera buscado antes, para ir a comer o algo así. Pero hoy tengo que despedirme de Ba Sing Se y volver a la tribu.
—Oh, tienes que irte.
—Sí. Mi trabajo aquí ha terminado… por ahora —Katara sonrió y miró hacia la puerta—. Al menos, podemos compartir el desayuno.
Zuko notó la bandeja con la tetera y la tarta que estaba en el suelo. Lo agradeció, porque moría de hambre. Katara dio un paso hacia adelante, dispuesta a recoger la charola, pero él se adelantó para levantarla del piso. Ella alzó una ceja, creyendo que eso era algo inusual en él. Cuando lo vio en la celebración de los Beifong, le pareció que Zuko estaba muy altivo y formal. Típico de la realeza de la Nación del Fuego.
El Maestro Fuego colocó la charola en la mesita y luego ambos se sentaron en los cojines que estaban regados en el suelo, frente a frente. Katara cortó la tarta y Zuko sirvió el té. Ambos se enfrascaron en una tranquila conversación que se amenizaba por el olor de las hierbas en el agua humeante. Katara quería saber cómo la estaba pasando como Señor del Fuego. Él trataba de contarle algunas de sus actividades como líder de su nación, pero Katara notaba que no se sentía cómodo hablando de ello, como si no quisiera revelar demasiado, así que cambió el tema hacia su profesión como embajadora.
—Este trabajo es absorbente, y cuando no estoy haciéndolo, siento que me estoy perdiendo de algo. No sé si puedo explicarlo, pero sé que es donde quiero estar. Las personas confían en mí y yo trato de hacer todo lo posible por darle una solución a los problemas que nos involucran a todos, como representantes de cada nación. Todos tenemos opiniones diferentes, pero de eso se trata, debo hacerles entender que debemos unificar nuestro pensamiento para el bien común.
—Ya veo que encontraste el empleo perfecto para hacer lo que más te gusta —comentó Zuko, sin mala intensión, mirando la tarta mientras trataba de partir un pedazo. Cuando levantó la mirada, Katara lo observaba con el ceño interrogante. Zuko sonrió—. Ya sabes… dar órdenes y tomar el control de la situación.
—¿De qué estás hablando? —dijo ella, incrédula—. Lo haces ver como si fuera una manipuladora adicta al control.
—Disfrutas que todos hagan lo que quieres, no lo niegues.
—Discúlpame por intentar mantener el orden —comentó con cierto sarcasmo, excusando sus acciones—. Y por si no lo sabes, respeto las opiniones de mis colegas. No todos tenemos la misma visión de lo que se llama «paz». Es un trabajo duro, aunque parece que no todos lo ven así.
—Eso debe ser un problema para una Maestra Agua que detesta que la contradigan.
Katara abrió los labios, exagerando el sentimiento de ofensa, y por un momento vio la sonrisa escondida en los labios de Zuko mientras masticaba un trozo de la tarta. La chica de la tribu estrechó los ojos. ¿Se estaba burlando de mí?
—¿Asi que me consideras una loca del control, Señorito del Fuego? —Zuko casi se atraganta cuando la escuchó llamarlo de esa forma. Ella sonrió con suficiencia—. Bien, al menos no voy por ahí diciéndole al mundo lo perfecto que soy, esperando que todos me adoren y santifiquen mi preciado y sobrevalorado honor.
¿Sobrevalorado honor…?
—¿Te caíste de un árbol y te golpeaste la cabeza? —dijo él—. ¿De dónde sacas que quiero ser perfecto?
—Oh, ¿te dolió la verdad? —Katara ladeó la cabeza y sonrió con fingida ternura—. Eso de ser tan engreído a veces, hace que florezca tu sensibilidad, ¿no lo crees?
—¿No te mordiste la lengua? ¿Quién fue la primera que se puso sensible cuando escuchó la verdad?
—Tan bueno eres para decir verdades, pero no puedes lidiar con tus propios defectos.
—¿A quién se le ocurrió nombrar embajadora a una loca de la Tribu Agua? —se burló, triunfal, y se llevó la taza de té a los labios.
—Yo no llamaría loca a una maestra que puede hacer que ese té se desparrame en toda tu cara.
—Inténtalo, y veremos si disfrutas comerte una tarta carbonizada.
Katara le estrechó los ojos, estudiándolo. ¿Asi que al petulante Señor del Fuego le gustaba burlarse de ella? No se lo hubiera esperado. Todavía lo consideraba demasiado ensimismado como para que se dignara a soltarle esas palabritas sagaces. Ah, pero no se imaginaba con quién se enfrentaba. Tal vez tenía un poco de razón; a ella pocos se atrevían a retarla. Katara sabía cómo usar bien sus armas.
Zuko levantó una ceja, desafiante. ¿A la campesina de la Tribu Agua le gustaba faltarle al respeto al Señor de la nación más poderosa del mundo? Si tan sólo reconociera su obsesión por tener la razón todo el tiempo, él no tendría que recriminárselo. Pero había osado por llamarlo engreído, y sensible. No lo conocía. Qué atrevida. Allá en el Polo Sur les hacía falta una severa dosis de modales.
El tenso silencio pudo haber durado un rato más, de no haber sido porque la puerta se abrió y un alegre Iroh entró a la pequeña sala de té, sosteniendo una tetera con más té. Ambos desviaron la vista a su anfitrión. El hombre de la blanca barba notó una extraña atmósfera. Hacía calor, y no era sólo por el arte del té. Eso le hizo sonreír. Oh, la juventud.
—Perdón por haber tardado tanto en venir, pero el salón de té parecía reventar. Y eso es algo bueno, que debo agradecerle a mi sobrino —dijo, mirando al susodicho—. Algunos de mis clientes preguntaron por ti. Parece que la noticia de tu visita corrió rápidamente en Ba Sing Se, y muchos se han entusiasmado por saber de ti, Zuko.
—No tienen por qué entusiasmarse. No soy una celebridad —respondió el Maestro Fuego, dándole un mordico a la tarta.
—Para ellos, que un amable y apuesto Señor del Fuego visite su ciudad, es razón para entusiasmarse —comentó Iroh—. Muchas personas consideran que eres la representación del cambio que la Nación del Fuego necesitaba. Estás en la mira de muchos ojos, querido sobrino.
—Tío, no digas esas cosas.
—Tu tío es un hombre sabio, y sabe lo que dice —añadió ella.
—Oh, que una joven tan bonita como tú me llame «un hombre sabio», es más halagador de lo que imaginas —Iroh rio.
Zuko rodó los ojos —Le das demasiado crédito, tío.
Katara notó que no iba a detenerse —¿No debería alegrarte todo ese entusiasmo que le causas a las personas, Zuko? Yo pensaba que a los engreídos les gustaba ser el centro de atención.
Iroh amplió los ojos, sorprendido por las palabras de la embajadora. Miró a su sobrino, curioso por saber cómo reaccionaría a ese inesperado reproche. Para incrementar su asombro, Zuko pareció tomarlo bien, pues se veía tranquilo, y hasta lo vio sonreír.
—Pensaste mal. Pero dejaré pasar tu pequeño error. Lo entiendo, ¿qué puede saber una campesina de la Tribu Agua sobre ganarse la admiración de otros?
Y decías que no eras engreído, tú, estúpido Señorito del Fuego, pensó Katara, al tiempo que lo fulminaba con la mirada.
—¡Zuko! —le reprendió su tío. Se sorprendió de ver que Katara comenzó a reír.
—No te preocupes, Iroh —dijo ella, mirando al de la cicatriz en el rostro—. Zuko y yo nos llevamos así desde que viajábamos juntos con el equipo del Avatar. La verdad es que ha sido agradable ver que aún podemos burlarnos de nosotros mismos. Ahora somos adultos, y estas bromas no nos ofenden. ¿Verdad, Señorito del Fuego?
¿Con que no vas a parar? Zuko no dejaría que ella ganara esa pugna llamándolo de esa manera. Iba a contratacar… ¿pero cómo? Se había creído muy astuta diciendo que como personas adultas que ambos eran, no iban a ofenderse con esos comentarios en realidad. Ya veríamos si no logro hacerte crispar. ¡Pero demonios, qué podía responderle!
Para su molestia, el tiempo se le acabó. En ese momento uno de los ayudantes de Iroh entró para interrumpirlos. El muchacho dijo que una de las familias más adineradas de la ciudad acababa de llegar, y querían saludar al dueño del Dragón del Jazmín. Iroh pareció emocionado con la idea, indicándole al mesero que iría en un minuto.
—Temo decirles que esto es uno de los gajes del oficio de su servidor, ¡y de verdad que es muy agradable! Lamento no poder acompañarlos a tomar el té.
—Está bien, Iroh —dijo Katara, sonriéndole—. De todas maneras, ya debo irme. El barco que me llevará a la Fortaleza del General Fong se va a mediodía, y debo estar en la estación del tren en dos horas.
—¿Tan pronto te vas? —cuestionó tristemente el viejo bonachón—. Pero tú y Zuko aún no han convivido lo suficiente. A mi sobrino le hace falta reunirse más seguido con sus viejos amigos, y esta parece ser la oportunidad perfecta.
Katara desvió la vista al susodicho. Zuko puso los ojos en blanco. Katara alzó una ceja, notando que él no estaba tan emocionado con la idea de compartir el tiempo con ella. Qué amigo tan necesitado de compañía, ajá. Pensó que haberse visto esa vez, fue bueno; pero no necesitaban más tiempo juntos.
—No es mala idea, pero en realidad, debo partir. El navío de Ba Sing Se no es el transporte más fluido que conozcamos.
—Tío, si se retrasa, perderá el barco —interpeló Zuko, intentando sin mala intención no estropear sus planes—. Además, no tiene caso que se quede otro día, mi tripulación y yo dejaremos la ciudad esta misma noche. No sería justo.
—¡Pero qué idea tan inteligente has tenido, sobrino mío! —La repentina exaltación del ex General hizo que los otros dos dieran un respingo, sin entender de qué hablaba—. Parece que todo está destinado a ser como debe ser. Si tu barco partirá esta noche, entonces tú mismo puedes llevar a Katara a las afueras del Reino Tierra. Eso evitará que deban separarse tan pronto, y en su lugar, pasaran un par de días juntos en la compañía uno del otro, en un relajante viaje por el mar.
Ellos volvieron a verse. ¿Acaso era un buen plan? Katara no estaba segura. La verdad era que le tenía mucha estima a Zuko, lo consideraba un amigo de verdad, a pesar de las diferencias en sus estilos de vida. Verlo de nuevo había sido agradable. Pero siendo sincera, sentía que no eran tan íntimos. Y era obvio que a él le gustaba molestarla. ¿Por qué querría pasar una semana entera en compañía de un altanero Señor del Fuego que disfrutaba despotricarla?
—Hay un inconveniente con tu súbito plan, tío —argumentó el muchacho—. No viajaremos por el lago que conecta a la Fortaleza del General Fong. Nuestro barco tomará rumbo hacia el río que desemboca en la Bahía Camaleón, en el Mar del Este. No hay forma de que podamos llevarla hasta su barco.
—¡Por Agni, tienes toda la razón! Eso lo hace aún más perfecto —Iroh estaba causando ceños fruncidos en los otros dos—. Si viajan por el Mar del Este, llegarán justamente hacia las orillas del Polo Sur. Katara no tendrá que trasbordar de un barco a otro, y tú podrás llevarla directamente a su hogar.
Esto estaba yendo muy rápido, y Katara no había podido decir nada.
—Iroh, sé que haces esto por amabilidad, pero de verdad, no quiero desviar a Zuko de su destino. No quiero hacerlo más complicado. Mi viaje de regreso a casa ya está organizado.
—Pero este plan es mucho más práctico. Y no vas a desviar a nadie. Además, Zuko estaría muy complacido de que lo acompañes en su viaje. ¿Verdad que sí, sobrino?
Cuatro ojos se posaron en él.
Zuko se forzó en no rodar los ojos. ¿Cómo podía preguntarle una cosa así? Era obvio que no iba a negarse a llevarla. En parte que parecía un plan práctico, una razón más importante es que era ella. La consideraba su amiga, una de esas amigas que no ves nunca, pero de quien te complace recibir noticias. Y no debía mentirse, había disfrutado hacerla enojar cuando creyó que la moralista y madura Embajadora de la Tribu Agua no reaccionaría ante su provocación. Esa charla que mantuvieron había logrado disipar el estrés que le causaba su reunión de esa tarde con el Rey Kuei. Además, la expresión de Katara le decía que esperaba conocer su decisión. ¿Ahora quién tenía el control, campesina?
—Está bien, puedes venir con nosotros —dictaminó el heredero de la Dinastía de Fuego, fingiendo nulo interés en el asunto.
Sólo miren cómo disfruta hacerme un «favor» el Señorito del Fuego. Katara pensó en negarse, o hacerse la difícil. Pero la presencia de Iroh le importaba, y no quería verse berrinchuda frente a él. Ella era una mujer que tomaba buenas decisiones, y sabía que viajar con Zuko era lo correcto. De esa forma llegaría más pronto a casa, y claro, le haría compañía al «Señorito Solitario».
—Ya que has insistido Iroh, y que parece ser un plan práctico, aceptaré la invitación.
—¡Estupendo! —exclamó el hombre—. Le pediré a uno de mis muchachos que empaque una caja de té y una orden de pastelillos de limón. Los disfrutarán en el viaje.
Katara observó a Zuko, y con cierto recelo se preguntó si los pastelillos de limón sería lo único que disfrutaría en el viaje.
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¡Gracias por leer! Espero que lo hayan disfrutado. Y espero leer sus opiniones. ¿Qué les pareció?
Ah, como disfruté escribiendo.
Lux
