Hola a todos. Este es un fic de DracoxHermione, pero antes de empezar tengo que hacer unas aclaraciones.
En este fic es en otra época, poco después de la Edad Media, cuando mandan los aristócratas y pueden vender o comprar a los esclavos como si fueran simples objetos.
Los Malfoy son una de las familias más influyentes y poderosas que hay y Hermione no es más que una simple esclava que trabaja para ellos.
Advertencia: Este fic está en proceso de renovación. Por lo que podréis notar mucha diferencia entre la calidad de este capítulo y los siguientes.
Otra Época
Capítulo 1: Primer contacto
—¡Ginny!... ¿Ginny, dónde estás? —La joven esclava buscaba a su íntima amiga por el gran castillo. Su pelo castaño estaba enmarañado y su piel morena parecía aún más oscura a causa de la suciedad.
—¡Hermione! —gritó otra muchacha que también trabajaba allí. Era una chica de pelo oscuro y ojos verdes que corrió hacia Hermione a toda velocidad. Tenía una expresión de horror en la cara que a Hermione no le gustaba nada. Era un mal presagio.
—¿Qué pasa, Layla?—preguntó, preocupada, la chica.
Layla se apoyó en sus rodillas, intentando recuperar el aliento. Sentía que le faltaba el aire en los pulmones. Cuando, al fin, consiguió calmarse, miró a su compañera y dijo con la voz rota y los ojos humedecidos:
—Han vendido a Ginny.
—¿Qué? ¿Cómo que la han vendido? ¿A quién? —gritó la castaña, alterada.
No podían habérsela llevado. Ella era lo único bueno que tenía en ese infierno en el que trabajaba y vivía. Las humillaciones, el cansancio, las órdenes y los castigos eran más llevaderos cuando ella la abrazaba. Era más que una amiga, era una hermana. No podía dejarla ir.
—A un señor que se encaprichó con ella. Al parecer le ofreció a nuestro señor una buena cantidad de dinero y él aceptó vendérsela —explicó la joven, intentando inútilmente mantener la calma. Sus manos temblaban.
Hermione se quedó petrificada por un momento. No podía ser...Ginny, no...Habían estado juntas desde niñas. La única razón por la que todavía no había perdido las ganas de vivir era ella, su mejor amiga. ¿Por qué querían quitársela de las manos? ¿Por qué tenían que llevarse a lo único bueno que tenía?
Súbitamente, empezó a correr hacia la salida del castillo. Tenía que buscar a Ginny fuera donde fuera. No importaba el lugar. Ella la encontraría. Tenía que hacerlo.
El señor Lucius Malfoy se llevó un trozo de la carne a la boca, deleitándose con su sabor. Era la de mejor calidad. En su mesa sólo cabían las cosas buenas. Y eso no se reducía únicamente a las exquisiteces que le servían sus cocineros, sino también a las buenas noticias. Lucius disfrutaba tomando decisiones beneficiosas para él, y siempre se las anunciaba a su hijo Draco mientras comían juntos. Ése iba a ser uno de esos momentos.
—Draco, hijo, creo que ya va siendo hora de que contraigas matrimonio, ¿no te parece? —soltó Lucius, bebiendo un sorbo de vino de su fina copa.
Draco levantó la mirada de su plato. Otra tontería de su padre. Estaba harto.
—¿Tan pronto? Aún tengo diecinueve años, padre —se quejó el joven. No le gustaba la idea de casarse a tan poca edad, pero mucho menos el hacerlo con alguien por la que no sentía nada.
—Eres lo suficientemente mayor —dijo su padre —.Estoy interesado en que te cases con la hija de Parkinson. Voy a hacer unos tratos con él y...
—Un momento —le interrumpió —. ¿Parkinson? —preguntó, asqueado e incrédulo, golpeando los cubiertos contra la mesa —. ¿Pansy Parkinson? Padre, no es más que una interesada que se acerca a la gente por su dinero.
—Mira, Draco...—estaba a punto de rebatirle, pero una vez más fue interrumpido. Esta vez, por los gritos de una chica.
—¡Soltadme! —gritaba Hermione. Dos guardias la sujetaban de ambos brazos, llevándola prácticamente a rastras hasta la gran mesa donde comían los dueños del castillo.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, con autoridad, Lucius. Le molestaba muchísimo que le interrumpieran en medio de la comida, y más aún cuando estaba tratando un asunto de vital importancia.
—Encontramos a esta esclava intentando fugarse, señor —contestó uno de los guardias, empujando y tirando a los pies del hombre a la pobre chica, que cayó sobre sus maltratadas rodillas.
—No es verdad, yo sólo...—intentó excusarse la joven, atreviéndose a mirar a los ojos al aristócrata.
—¡Silencio, esclava! —gritó su amo, asustándola.
El hombre se levantó y miró a la castaña como si no fuera más que escoria. ¿Quién se había creído que era para hablarle directamente y sin su permiso? — Nadie intenta huir de aquí y se queda sin castigo. ¡Llévenla a la celda! ¡Tres días sin comida ni bebida! —gritó de nuevo, sin importarle las lágrimas de la pobre chica.
Los guardias volvieron a llevarse a la esclava, agarrándola por los antebrazos. Draco vio cómo lloraba, desconsolada. Por un momento pudo contemplar sus ojos castaños llenos de lágrimas y sintió compasión por ella. Miró a su plato e intentó seguir comiendo, pero se le había quitado el hambre. ¿Tres días sin comida y sin bebida? ¿Acaso quería matarla?
En su mente, volvió a aparecer la imagen de la pobre chica. Draco no era partidario de los esclavos ni mucho menos. Adoraba su fortuna y le repugnaba la idea de pesar que el azar podría haber hecho que naciera pobre. Sin embargo, ¿quién podría tratar a otra persona con tanta crueldad?... Ah, sí...su padre...Aun así, no podía parecer un blando delante de él, por lo que cada vez que cometía una injusticia, él miraba para otro lado y hacía como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, esa tarde no pudo mostrar indiferencia ante un asunto de tal gravedad. El llanto de esa esclava resonaba en sus oídos, atormentándolo. Quizás se había pasado con el vino.
Lucius volvió a llenar la copa de su hijo, al verla vacía, y continuó con su charla, dando razones estúpidas, pero Draco ya no escuchaba. Estaba pensando en otra cosa. No se quedaría con los brazos cruzados ante esa injusticia, pero tendría que esperar al anochecer, cuando su padre se hubiera acostado.
Cogió la copa y apuró hasta la última gota. Tenía que estar muy borracho para hacer lo que pensaba hacer.
Al caer la noche, la chica, ahora más tranquila, se encontraba tirada en el frio suelo de aquella sucia, oscura y húmeda mazmorra. Tristemente, sollozaba por todo lo que le había pasado ese día. Sólo deseaba quedarse dormirda y que sus sueños fueran mejor que la realidad.
—Son unos monstruos— se decía a sí misma —. Odio a los Malfoy...
Su estómago empezó a reclamar comida. No solían darle mucho para comer, pero de algo a nada había mucha diferencia. Su estómago rugió de nuevo, haciendo que la pobre chica se retorciera mientras se abrazaba la barriga con los brazos.
De repente, oyó un ruido que provenía de detrás de ella. Asustada, se levantó de un salto y observó cómo unas rocas de la pared empezaron a moverse hasta dejar a la vista un pasadizo secreto del que salió el joven Malfoy.
—Señor, ¿qué estáis haciendo aquí? —preguntó, con el corazón encogido.
—Ven conmigo — ordenó, jalándola del brazo y llevándola dentro del pasadizo, el cual se cerró en cuanto hubieron metido el último pie.
Anduvieron cerca de dos minutos por el totalmente negro túnel. Poco a poco empezaron a ver un destello de luz a lo lejos, y segundos después llegaron a la salida, que daba a la habitación del chico.
La soltó de la mano y se le quedó mirando unos segundos. Parecía estar aterrorizada. Temblaba, y sabía que no era por frío.
—No voy a hacerte nada malo —aclaró.
La chica apenas levantó la mirada, pero Draco pudo notar la duda en su expresión corporal. ¿Por qué tendría que ayudarla ese chico si ella sólo era una simple esclava? No tenía sentido. Debía tener algo más entre manos.
Draco se acercó a ella y la agarró del brazo para acercarla un poco. La joven percibió el olor del vino. Al parecer el muchacho estaba algo ebrio. Aun así, continuó con la cara bajada. Los esclavos no podían mirar a los ojos de sus amos, a menos que éstos se lo permitieran.
—Estás muy fría y pálida —observó el chico —. No creo que pudieras soportar tres días sin comer ni beber nada —le dijo, tocando su mejilla.
La castaña se estremeció al contacto. Nunca la había tocado un hombre y el simple roce de alguien superior a ella la hacía temblar.
—¿Por qué me ayuda? —preguntó ella, débilmente.
—Yo no soy tan cruel como mi padre...—dijo él a duras penas. Estaba mareado, ni siquiera sabía bien lo que estaba haciendo. —Te quedarás en mi habitación estos tres días.
—¿Y si el señor Malfoy se entera? —preguntó con miedo de sólo imaginárselo.
—Mi padre no toma demasiado en cuenta a los esclavos. Simplemente les pone el castigo y después se olvida de ellos —contestó el rubio, alejándose un poco para dejarle espacio —. Al fin y al cabo son eso, esclavos. Hay cosas más importantes por las que preocuparse.
De repente los rugidos del estómago de la chica empezaron a resurgir haciendo que ésta se sonrojara y olvidara por completo lo que uno de sus amos acababa de decir.
—Tienes hambre, ¿verdad? No has comido nada desde esta mañana —calculó —. Espera aquí —diciendo esto, salió de la habitación, dejando sola a la chica, que estaba un poco confundida. Siempre había creído que el hijo de su amo era igual que él. Despiadado, cruel, sin corazón...Siempre estaba serio y no miraba demasiado bien a los esclavos. Aunque también era verdad que no los trataba tan mal como Lucius. A lo mejor no era tan malo como ella creía.
Al pasar un par de minutos Draco regresó a la habitación con una tela blanca en el brazo. Hermione no pudo descifrar que tipo de ropa era.
—Estás muy sucia y también parece que tienes frío. Tómate un baño caliente. Te devolverá la temperatura normal— le dijo, indicándole un cuarto de baño dentro de su habitación. Ella lo miró con duda una vez más —. No entraré. Toma este camisón — dijo dándole el blanco vestido. —La chica lo agarró, notando la suavidad del tejido.— Cuando termines de bañarte dame el vestido que llevas ahora. Lo mandaré a lavar.
Ella asintió sin rechistar y se dirigió al cuarto, donde disfrutó de un maravilloso baño y se pudo relajar. No se lo podía creer. Ya no recordaba la última vez que había tomado un baño así. Siempre aseaban a las esclavas con cubos de agua fría y nada de jabón. Esa bañera era el paraíso, y si hubiera podido, se hubiera quedado ahí dentro toda la vida.
Al salir del baño, se puso ese camisón blanco que le había traído el joven. Le quedaba perfectamente. Se miró en un gran espejo que había. Era increíble, no parecía ella. Ahora limpia y con ese bonito vestido de noche se veía muy diferente.
Salió del baño y vio cómo un viejo mayordomo dejaba una bandeja con comida sobre la mesa y empezaba a repartir los platos con parsimonia. Después de acabar, salió de la habitación. Draco estaba sentada en la mesa, en una de las dos sillas.
—Perdonad...— le llamó Hermione.
Draco dirigió su mirada a ella, quedándose sorprendido por el cambio. Nadie diría que era una esclava vestida de esa forma. Sonrió, satisfecho.
—¿Ya has acabado? —preguntó. Hermione asintió. —Deja el vestido encima de la cama. Ahora llamaré para que lo laven. Ven aquí. —La enclava se acercó lentamente, manteniendo la distancia con él. — Siéntate conmigo a cenar. Pedí que trajeran comida para dos.
La chica miró detenidamente los deliciosos platos que había sobre la mesa y tragó saliva. Nunca la habían invitado a comer semejantes manjares. Debía estar soñando. Sí, seguramente era eso. No podía ser real.
—Vamos, siéntate y come. No me hagas rogarte —volvió a decir con una agradable sonrisa—. No seas tímida, puedes comer todo lo que quieras.
Hermione le observó por un momento. No sabía cómo era realmente ese chico, pero al menos parecía amable bajo los efectos del alcohol. Debía estar muy ebrio para tratarla de esa forma. La chica sonrió, sin demasiada confianza, y se sentó delante de él a comer.
Draco fue el primero en llevarse un tenedor a la boca para infundirle confianza. Por la mente de la esclava parecía estar pasando frases como "Aquí hay truco" o "Me va a envenenar para quitarme de en medio".
Hermione agarró uno de los tenedores y pinchó un trozo de carne. El sabor era espectacular. Jamás había tenido el placer de comer algo tan rico. Sintió necesidad de engullir con ansia, pero debía mantener la compostura delante de su amo.
—¿Por qué huiste? —preguntó de repente el chico. Hermione levantó la mirada. — Ya sé que a los esclavos no se les trata demasiado bien, pero sería peor que anduvieras por ahí sin techo donde dormir, ¿no crees?
—No fue por eso...— respondió ella con una voz muy suave, que casi ni se oía.
—¿Entonces? —la instó a seguir.
—Fui a buscar a alguien —respondió, dejando en el plato el tenedor.
—¿A quién? —preguntó curioso, sin saber si estaba diciendo la verdad.
—A Ginny Weasley. Es otra esclava que trabajaba aquí. Vuestro padre la vendió, mi señor...—Las lagrimas empezaron a emanar de sus ojos. —Era como una hermana pequeña para mí. No quería perderla —con esto dicho, rompió a llorar silenciosamente, llevándose las manos a la cara.
—Conque fue por eso...— dijo él, mirando hacia el techo, pensativo. Cogió la copa llena de vino y se la tragó de un buche. Notó cómo el alcohol se le subía a la cabeza —. Yo te ayudaré.
Hermione levantó la vista, sorprendida. Definitivamente, su amo estaba delitando.
—¿Por qué hace todo esto? Sólo soy una simple esclava.
—No lo sé —contestó.
Hermione pudo notar el color rojo de sus mejillas. Estaba totalmente borracho.
—Gracias por todo, señor—sonrió, dulcemente.
—Puedes llamarme Draco.
—¡Pero, señor…!—exclamó, horrorizada—. Eso sería una falta de respeto por mi parte. Vuestro padre me mandaría a azotar.
—Mi padre no se enterará. Ahora come, o te quedarás así de pálida para siempre —bromeó —. Pero con cuidado. Tu estómago no está acostumbrado. Podría hacerte daño.
—Está bien —respondió ella, volviendo a sonreír. Seguramente, a la mañana siguiente todo sería distinto y el joven se arrepentiría de todas sus atenciones para con una esclava, pero por el momento, iba a disfrutar cada instantes, pues en la vida de una esclava no cabían demasiados momentos felices.
Continuará…
