El miedo ya se ha apoderado de ti.
No tienes a dónde ir: la soledad ha sido tu única amiga desde que viniste al mundo, y tu hogar, las calles.
Fuiste mala, chiquilla. Las circunstancias eran difíciles para una joven como tú; huérfana, débil y enfermiza, vacía de amor y cariño. Tu pérfido y hostil entorno no hizo más que agravarlo. Pero no te opusiste a ser íntegramente abrazada por las tinieblas que ya anidaban en tu corazón.
Difundiste la insidia y la hipocresía; las mentiras y engaños eran los únicos valores morales por los que te regías. Tu mezquindad y carencia de integridad me repugna, niña.
El odio que sientes hacia mi persona ahora mismo es comprensible: sabes que te lo mereces, lo cual despierta rabia y aversión.
Mas en vez de dedicarte a enrabietarte, deberías ponerte a pensar en lo que has hecho y el castigo que recibirás por ello.
Oh, ¿qué dices, pequeña? ¿Por qué te he escogido a ti?
Bueno: ¿recuerdas las punzadas en la nuca, la sensación de ser observada? ¡Me declaro culpable! Tranquila, no eres ni serás la única. Siempre los observo, a todos. No soy un ángel de la guarda, ni un demonio con ansia de torturar: tampoco un humano corriente.
Me caracterizaba la indiferencia: sencillamente, contemplaba mundos y sus habitantes. Tengo una curiosidad insaciable, he de decir. Nunca interactuaba con los especímenes a examinar, hasta mi llegada al mundo humano.
Sois tan egocéntricos, ruines, indecorosos y despreciables. Disculpad si generalizo, soy consciente de la existencia de una minoría de congéneres los cuales no merecen ser tachados de ello. En mí creció un impetuoso deseo de enderezar a vuestra raza y limpiarla de aquellos quienes creéis que podéis mancillar y devastar a los vuestros junto al planeta en el que vivís.
Así que supongo ya tienes la tan deseada respuesta.
Ahora, pasemos a la acción.
Gritar no va a ser de ayuda, pequeña estúpida.
Voy a enseñarte lo que es el silencio, un término cuya acepción dudo conozcas.
Dime, ¿te duele? ¿Sufres al sentir la aguja colándose entre tus labios, el grueso hilo uniéndolos? ¿Saboreas el gustillo metálico de tu propia sangre?
Oh, claro: ya no puedes hablar.
De tu boca ya no brotarán más mentiras, improperios, provocaciones o súplicas.
Las barbaries antes dichas y que te quedaban por decir hoy son enterradas.
¡Qué pálida estás!
Unamos ésas pestañas, negras, largas, espesas, y no mirarás con rencor o perversión jamás. Hagamos de tu lechosa piel un lienzo sangriento, de tus cuerdas vocales un arpa celestial. Y con la melena cobriza, una maraña que no podrás desenredar.
Bajo tus uñas se asienta el líquido bermellón, una mezcla de mi carne y de la tuya.
Ahora una venda recubrirá las suturas, deben cicatrizar. No te mataré: lo harás tú.
El silencio te volverá loca, eco en tu mente habrá. Añorarás pronunciar vocablos, valorarás el no haber escogido las frases correctas. Y cuando escuches a la próxima víctima, los gritos serán lo único que oirás.
Querrás hacerle callar, o ayudarle, pero te será imposible.
Anhelarás la quietud que otrora rechazaste.
Ustedes, mis oyentes, empezad a preguntaros:
¿Seréis el motivo por el que ésta muchacha morirá?
