Entonces se dirigió al restaurante, temblorosa, fría, aunque la temperatura de la calle superara los veinte grados. Y allí estaba ella, junto a sus padres y Henry, podía verles a través del cristal del recinto, sentados en una mesa, charlando, se les veía felices y risueños.
No, mentira, a todos no. Emma no.
Era hora de sincerarse, de dejar el miedo a un lado y enfrentarse a la situación más dura que jamás la había acontecido; la lucha contra sus propios sentimientos, entre su orgullo, su vanidad y su corazón. Tragaba saliva justo antes de acceder, paralizada en la puerta de cristal trasparente, adornada por unas letras con el nombre del restaurante, de un color rojizo, lo cierto era que Regina nunca había reparado en el color de las letras, menuda tontería.
Empujó la puerta con la mano, decidida, caminando hacia la rubia, que entreabría la boca al verla, al borde de emitir sonido se le cortada, Regina tenía la palabra.
–Mentí, fui una estúpida al pedirte que te marcharas –Luchaba por mantenerle la mirada, pero no lo podía controlar todo, como siempre ansiaba. Las lágrimas, el llanto era evidente–Y… lo siento, Swan, de verdad.
Tanto se sinceraba, tantos matices diferentes tenía su voz que logró estremecer a todos los presentes en la mesa. No prestó atención a la mirada atónita de sus ignorantes suegros, ni siquiera a Henry que amenazaba con sonreír en cualquier momento. Sólo no podía salir del asombro por la hermosura que trasmitía Emma, llorando estaba aún más encantadora. Daría la vida por convivir con cada matiz y cada brillo, fuese cual fuese la causa de este, que desprendían sus ojos claros.
Un amplio y tembloroso puchero se formó en los labios de esta, mirando a la morena que le estaba arrebatando la vida de la forma más cruel que existía, enamorándola. Se levantó, confundida, siendo ahora ella quien le robaba la palabra, no pensaba hablar, no pensaba añadir ninguna absurda palabra "No tiene importancia, me vas a ganar siempre que te lo propongas, me vas a tener comiendo de tu mano como una gatita que es alimentada tras un periodo de carencia" pensaba, mientras la tomaba en un cálido, dulce, cariñoso y sentido abrazo, dejando que sus lágrimas acabasen cayendo en el cuello de la alcaldesa, acompañadas de un suave sollozo.
Cuando desea corresponderla con sus brazos vuelve a la realidad, continuaba allí, estática en la puerta, paralizada, tal que si el suelo hubiese agarrado sus pies con toda la fuerza de ese patético y no mágico mundo. Sus ojos ahora sí se cargaban de reales y dolorosas lágrimas que le nublaban la vista hasta caer… No iba a ser capaz de traspasar la puerta, volvía a dejarse manejar por el terror, el pavor, la oscuridad…
Se marchaba, hasta que ella misma no se convenciera de que podía hacerlo, de que podía volver a amar sin miedos, hasta que no admitiese que confiaba en Emma, las cosas seguirían así, y quien sabe, hasta se arriesgaría a perderla.
Cuando emprendía camino de vuelta a la mansión, en ese momento en que el llanto y la angustia estaban presentes en su rostro, creando una armonía que sólo conocía la misma Regina, y sus espejos reflejantes de la gran mansión, Emma se giraba hacia la puerta, viéndola marchar, entreabriendo la boca, jurando que había sido un espejismo.
[No tengo muy claro el seguir con la historia, tengo algunas ideas pero no del todo pulidas… ¿qué opinan?, ¿debería desarrollarlo?]
