Anuncio de responsabilidad: Todos los personajes pertenecen a Andrew W. Marlowe, a pesar de que han encontrado su propio camino a mi corazón.


—¡Hey, Beckett! —El grito de Esposito trajo a la detective de vuelta a la tierra.

—¿Qué? —Kate alzó la vista y miró al otro lado de la oficina abierta, donde se encontraba su detective— Oh, perdona Espo. ¿Decías?

—Ya estás pensando en él, ¿verdad? —insinuó Ryan desde su silla, con el tapón de un bolígrafo metido en la boca. Tanto él como Esposito llevaban una sonrisa satisfecha en el rostro.

—¿Qué? No… no. Yo sólo… —Pero la voz de Kate se apagó y sintió que se ruborizaba. No podía negar lo que era obvio.

—Ya… Lo entendemos. —Esposito movió las cejas y le dio con el codo a su compañero. Ambos se acercaron hasta la mesa de Kate.

—Le echas de menos —afirmó Ryan en voz alta mientras aparcaba su trasero en el borde del escritorio de Beckett.

Ella enseguida le hizo callar y miró a su alrededor por miedo a que alguien pasando cerca le hubiera oído. Cuando levantó la vista de nuevo hacia Esposito y Ryan, se encontró con sus caras sonrientes, sus divertidas pero comprensivas miradas, y terminó por suspirar, lanzando los brazos al aire en señal de rendición.

—Vale, sí —confesó en voz baja. Se inclinó hacia delante y apoyó los brazos sobre la mesa—. Le echo de menos. Han pasado cuatro horas y ya le echo de menos. ¿Contentos? —Kate soltó un pequeño gruñido y se dejó caer hacia atrás en la silla, pellizcándose el puente de la nariz y cerrando los ojos. Había extrañado el trabajo, mucho, pero ahora que le tenía a él en su vida era diferente.

—No te preocupes —dijo Esposito en un tono compasivo—. Eso lleva su tiempo.

—Va a venir de todos modos, ¿no? —añadió Ryan.

Beckett miró su reloj.

—Tendría que estar aquí en una hora —dijo, y fue incapaz de evitar que una media sonrisa se extendiera sobre sus labios—. Gates accedió a dejarle venir una hora cada día, por ahora. —La mente de Kate empezó a divagar de nuevo, pero al alzar la vista captó las miradas burlonas de ambos detectives y se puso seria—. De acuerdo, caballeros. De vuelta al asunto… ¿Dónde nos encontramos en el caso? ¿Algo nuevo?

Ellos de inmediato se enderezaron e irguieron los hombros, cambiando el chip a modo profesional.

—Hemos rastreado la última llamada que la víctima recibió en su móvil... —comenzó Esposito y luego Ryan le cogió el hilo.

—...Vino de un teléfono público en la esquina noroeste de… —Ryan comprobó los datos en su bloc de notas—, Broome con la calle Orchard, en la zona baja del este de la cuidad.

—De acuerdo. Vosotros dos id hasta allí y...

Fue interrumpida por los chicos.

—Y comprobad si hay cámaras de seguridad y testigos —dijeron los dos al unísono con un tono exageradamente burlón. Ella les dirigió una mirada fulminante y les hizo un gesto para que se marcharan. Se fueron silbando alegremente hacia el ascensor.

Kate rotó su silla noventa grados hacia la derecha y miró la pizarra, todavía muy vacía. Apenas contenía un par de datos que habían recopilado del homicidio. Pero dado que llevaban solamente media mañana en el caso, no estaba tan mal.

Sólo podía ser su suerte; el primer día de vuelta al trabajo y un cuerpo fresco decidía aparecer antes de salir el sol. Una llamada a las 5:45 a.m. y Beckett estaba saliendo por la puerta de casa antes de que sus sábanas se hubieran enfriado. Su mente viajó hasta casa, a… ¡No, Kate!, se reprendió a sí misma, concéntrate. Regresó a la pizarra. La víctima —un abogado de alta clase de 55 años de edad—, había sido encontrada detrás de un contenedor de basura en un estrecho callejón. Un solo disparo a la cabeza, estilo de ejecución. Puesto que todavía tenía encima la cartera y el móvil, un robo podía ser descartado. Pero una cosa sí que faltaba, sus llaves. Así que después de examinar la escena del crimen, Beckett y los chicos se habían dirigido al doble ático de la víctima y lo habían encontrado patas arriba. Los técnicos forenses estaban analizando ahora el apartamento. La hipótesis del equipo era que lo más seguro alguien quisiera algo de la víctima por lo que valía la pena matarle. Muy posiblemente algo relacionado con uno de sus casos legales. Beckett estaba esperando una lista con los nombres de los clientes del abogado.


Una hora más tarde, tras haber leído el informe preliminar de la autopsia que Lanie le había hecho a la víctima, Beckett se dispuso a revisar las imágenes de la cámara de seguridad de un banco cercano a la escena del crimen. Sin embargo su cabeza no dejaba de girarse automáticamente cada vez que oía el 'ding' del ascensor. Y cada vez volvía a bajar la vista a la pantalla de su ordenador, decepcionada. Pasaron otros veinte minutos. A Kate le estaba costando mucho trabajo concentrarse. No era capaz de prestar atención a la gente que pasaba caminando por delante de la cámara de seguridad del cajero automático. Inquieta, se puso en pie, cogió el marcador azul y añadió un par de notas a la pizarra. Cuando hubo terminado, dio un paso atrás y se apoyó contra el lateral de su mesa, contemplando el panorama en su totalidad. El ascensor se detuvo en la planta de homicidios, pero esta vez Beckett se abstuvo de mirar por encima del hombro. Las puertas se abrieron y de la cabina salieron risas masculinas. Esposito, Ryan y…

La detective despegó el trasero de su mesa de un salto y se apresuró —sin llegar a correr— para encontrarse con ellos a medio camino.

—Ya era hora —le dijo a Castle, frunciéndole el ceño—. Dijimos a las once. ¿Por qué has tardado tanto?

—Perdona, cielo. Hace una mañana tan espléndida que decidimos venir andando. —El escritor sonrió y Beckett no pudo evitar devolverle el gesto. A continuación, la detective aflojó las correas de la mochila portabebés que Castle llevaba atada al torso y sacó al bebé que estaba durmiendo dentro.

—¡Beckett, le has despertado! —la reprendió Esposito.

—Estaba durmiendo tan profundamente… —dijo Ryan.

—Callaos los dos —dijo ella mientras acunaba al bebé de tres meses en sus brazos—. Es mi hijo y puedo hacer lo que quiera con él. —La detective les dio la espalda y meció al pequeño contra su pecho—. Hola, cariño... —le arrulló dulcemente.

—Lo que os digo chicos —intervino Castle—. El niño la siente. Quiero decir que realmente puede sentir la presencia de su madre. Cada vez que Beckett da un paso dentro de la habitación, los ojos del niño se abren de golpe. Siempre. —La mirada de Rick se posó sobre Kate y el bebé—. Nunca he visto algo parecido. Un verdadero vínculo entre madre e hijo.

Ella miró brevemente a Castle por encima del hombro e intercambió una sonrisa afectuosa con él. Luego se alejó del grupo y se dirigió hacia su mesa, plantando una docena de besos en las suaves mejillas y la cabeza del bebé. Los tres hombres la siguieron.

—Mamá te ha echado mucho, muchísimo de menos, tesoro —le susurró la detective a su hijo, tomando asiento en su silla.

Castle dejó la bolsa de los pañales sobre la suya propia y terminó de desatarse la mochila portabebés.

—¿Y qué hay de mí? —preguntó—. ¿También me has echado de menos?

—Claro —respondió ella en voz baja de forma automática, sin apartar los ojos de su hijo. Al momento Kate oyó que los chicos se aclaraban la garganta. Alzó la vista y vio que ambos estaban mirándola con una mueca de incomodidad en sus rostros.

—Qué.

—Creo que has herido los sentimientos de papá —explicó Esposito, y él y Ryan desviaron sus miradas hacia Castle. Kate también volvió la vista hacia el escritor. Los labios de éste estaban curvados hacia abajo en una mueca de pena, su mirada llena de dolor. Beckett puso los ojos en blanco en un gesto de exasperación; a veces creía que tenía dos bebés en casa. Pero esa era una de las cualidades que le gustaban de Rick.

Asegurándose de que no había nadie cerca, Becket se levantó de la silla, se aproximó al escritor y le dio un dulce beso en la mejilla.

—Por supuesto que te he echado de menos, cariño —le murmuró.

Castle sonrió y le pasó un brazo por detrás de la cintura. La apretó contra él y de repente le estaba dando un profundo beso en la boca. Pillada desprevenida, los labios de la detective se fundieron con los de él por acto reflejo. Castle llevó su otra mano a la nuca de Kate y enredó los dedos en su cabello. Ella se acercó algo más a él, pero entonces oyó a gente carraspear. Alguien incluso silbó. Rompiendo el beso al instante, se separó de Castle y miró a su alrededor. Media comisaría estaba mirando en su dirección. Esposito tenía los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa descarada en los labios. Johnson y Rubens sonreían de forma parecida desde la fotocopiadora. Ryan los miraba entre divertido y repugnado. Las mejillas de Beckett se sonrojaron profundamente.

—Eh… Estás sujetando un bebé en tus brazos, jefa —comentó Ryan, arqueando las cejas—. No es nada que debiera ver todavía.

—Si necesitáis algo de tiempo a solas… —insinuó Esposito. Entonces dio un paso hacia delante y robó al bebé de entre los brazos de su madre—. Eh, pequeñín. Ven aquí con tus tíos.

Kate empezó a protestar pero decidió dejarlo ir. La multitud aún los estaba mirando.

—¡Está bien, gente! —exclamó—. ¡Se acabó el espectáculo!

Con un murmullo general, todo el mundo se dispersó, regresando a sus mesas y retomando sus actividades.

—¡Eh! ¡Lleva puesta nuestra camiseta! —comentó Esposito con una risa, refiriéndose a la camiseta que él y Ryan le habían regalado al bebé cuando había nacido. Era de color gris claro, con el escudo de la policía en el frente y el texto que leía: "NYPD: lo más fino y mono de Nueva York"—. Muy apropiado para venir a la comisaría —opinó Esposito y Kate asintió con una sonrisa.

—Entonces… —dijo Castle tras ella, atrayendo la atención de la detective—, ¿me pones al día?

Beckett se volvió; él estaba examinando las fotografías de la víctima y las anotaciones en la pizarra blanca.

—Claro. Eh… William Gable, abogado. Fue hallado esta madrugada por el servicio de recogida de basuras en un callejón no muy lejos de... —Kate se distrajo de nuevo, sus ojos desviándose hacia donde Esposito y Ryan estaban entreteniendo al bebé. Le estaban cantando una canción y éste se reía suavemente. Un grupo de dos oficiales y una ayudante civil habían formado un corro alrededor de los dos hombres y miraban embelesadas al pequeño mientras le hacían carantoñas. Con una sonrisa en los labios, Beckett disfrutó del panorama otro segundo y después se volvió de nuevo hacia Castle—. Perdona. Gable recibió un disparo en la cabeza...

—¿Estilo de ejecución? —la interrumpió Castle.

—Sí, una bala de 9mm. Su casa ha sido puesta patas arriba. Hablamos con el conserje de su edificio. Vio a la víctima por última vez ayer por la tarde. Dijo que llevaba un maletín pero no lo hemos encontrado en el callejón, así que probablemente el asesino se lo llevó con él. ¡Chicos! —llamó Kate y les hizo señas para que se acercaran.

Los dos detectives se reunieron con ellos junto a la pizarra, dejando a las dos oficiales y la ayudante civil para que regresaran a su trabajo.

—¿Qué me habéis traído de vuestro viaje? —preguntó Beckett.

—¡Ah, sí! —Esposito levantó un dedo. Le entregó el bebé a Ryan y sacó su pequeña libreta de notas—. Hemos tenido suerte —dijo el detective—. Hay una cámara de tráfico que apunta directamente a la cabina telefónica. Nos van a enviar el vídeo. También hemos hablado con la propietaria de una tienda de tejanos que hay delante del teléfono público. Una tal… Melanie Fanner. Vive encima de su tienda. Estaba en casa anoche y dice que oyó a un tío gritar… —Esposito siguió leyendo de sus apuntes.

—De acuerdo. Buen trabajo, caballeros. Vamos a...

El bebé empezó a llorar y todas las cabezas se volvieron hacia Ryan.

—Yo no he hecho nada. Lo juro —se defendió el detective.

Beckett le cogió el bebé de los brazos.

—No te alteres, Kevin. Sólo tiene hambre. —La detective metió su dedo meñique en la boca del bebé y el pequeño se calló al instante—. ¿Qué vas a hacer cuando nazca tu niña? —le chinchó.

—Bueno, todavía me quedan cuatro meses para prepararme —dijo Ryan, encogiéndose de hombros y metiendo las manos en los bolsillos.

—¿Vas a tener una niña? ¿Cómo es que yo no lo sabía? —se quejó Castle.

—Nos enteramos ayer de que es una niña. —La sonrisa de Ryan era inmensa.

—¡Enhorabuena, hombre! —Castle atrajo a Ryan hacia sí y le dio un abrazo de oso—. ¡Jenny tiene que estar encantada!

—Sí. Los dos lo estamos.

—Bueno, Espo. —Kate le dio un codazo a su camarada—. Tú y Lanie tendríais que ser los siguientes.

Los ojos de Esposito se abrieron como platos.

—¡Sí, Javier! —comentó Ryan con aire de suficiencia—. ¿Cuándo le vas a hacer la gran pregunta a Lanie?

—¡Hé, hé! —Esposito levantó las manos—. Yo… Nosotros sólo… ¡No es de vuestra incumbencia!

Todos se rieron del detective repentinamente aturullado.

—¡No es divertido! —añadió Espo, enojado—. Estas insinuaciones empiezan a ser muy molestas.

Tras una par de risas más, Ryan dijo:

—Perdona, tío. Tienes razón.

Castle le palmeó el hombro a Javier de forma amistosa.

—No volveremos a sacar el tema...

—Gracias —dijo Espo.

—...hasta mañana —terminó Castle con una sonrisa juguetona y Espo le dio un pequeño empujón.

—Muy gracioso.

El bebé comenzó a quejarse otra vez en los brazos de su madre.

—Muy bien —dijo Beckett—. Voy a darle de comer a este pequeño.

—Em... —Esposito dio un paso hacia Kate, mirándola de repente con cierta timidez—. Todavía… Esto…, ya sabes. —El detective le señaló el pecho con un dedo—. ¿Todavía le… amamantas? —tartamudeó finalmente.

—Claro… —respondió Kate despacio, arqueando las cejas—. ¿Por eso Gates nos ha permitido que le traigamos cada día?

Esposito asintió, comprendiendo, y sonrió tímidamente. Ella se dio la vuelta y cogió la bolsa del bebé de camino a la sala de entrevistas.


Diez minutos más tarde, Beckett estaba cómodamente sentada en uno de los nuevos sofás que la comisaría había comprado cuando Castle entró en la sala. Cerró las persianas de las ventanas más próximas a Kate, se sentó a su lado y se inclinó hacia delante para rozar un beso sobre el pelo castaño del bebé.

—¿Cómo lo llevas? —le preguntó a la detective en una voz suave y dulce—. ¿Es duro?

Ella le miró brevemente a los ojos y asintió.

—Es más difícil de lo que pensaba —murmuró, cogiendo uno de los pies del bebé en su mano.

Castle presionó sus labios contra la sien de Kate.

—No he visto a Gates en su despacho —susurró.

—Tenía una reunión en las oficinas centrales. Volverá más tarde.

Castle tatareó un 'mmm' y luego propuso:

—Podría quedarme un rato más.

Ella soltó una suave carcajada.

—Gracias, pero estaría demasiado distraída. —Hizo una pausa y añadió—: Además, el niño necesita dormir en una cama de verdad, no en brazos de todo el mundo.

—Podría ir a casa y traer la sillita del coche —ofreció Castle con una sonrisa, levantando las cejas con gracia.

—Gracias, pero… necesito hacer esto.

Kate apoyó la cabeza sobre el hombro de Castle y miró al bebé. El pequeño la estaba observando con ojos ligeramente entrecerrados, su diminuta mano descansando sobre el pecho de su madre, cerca de su boquita.

—Está bien. —Castle le dio otro beso en la cabeza a Kate—. Voy a ver si los chicos necesitan ayuda.


—De acuerdo, caballeros —anunció Beckett, levantándose de la silla—. Son casi las cinco, lo que yo llamo el final de mi jornada laboral. Me voy a casa con mi chico.

—¿No quieres decir tus chicos? ¿En plural? —Esposito le tomó el pelo.

Kate le lanzó un bolígrafo pero falló. Cogió su bolso y su chaqueta y rodeó la mesa.

—¡Nos vemos! —exclamó al pasar por delante de los detectives de camino al ascensor.

—Que tengas una buena noche —dijo Ryan.

—Adiós —dijo Espo—. ¡Dale un beso de mi parte!

—¿Tanto echas de menos a Castle, Esposito? —dijo ella por encima del hombro, burlándose de él.


Beckett programó el despertador para que sonara un cuarto de hora antes y así poder tener algo más de tiempo con su pequeño antes de marcharse a trabajar. Aun así, lo que la despertó la mañana siguiente fue el sonido de un suave balbuceo. Se levantó de la cama y caminó hasta el moisés, el cual colgaba del techo del dormitorio. En cuanto el bebé la vio, sonrió y agitó los brazos.

—Buenos días, amor —susurró Kate y él chilló en respuesta. Ella se rió en voz baja—. Shhh... Vas a despertar a papá.

El niño volvió a agitar enérgicamente sus extremidades. Kate lo sacó del moisés y le besó la frente.

—¿Tienes hambre? —le susurró mientras salía al salón con él—. Vamos a darte de comer y dejar que tu padre duerma un poco más.


Una hora más tarde, Kate tumbó al bebé, profundamente dormido, en la pequeña cuna. Luego se arrodilló junto a Castle, quien todavía dormía plácidamente, y le besó los labios.

—Te veo luego —le susurró.

—Te quiero —balbuceó él.

Mientras cerraba la puerta de entrada, Beckett vaciló. Volvió a entrar en el loft y un minuto más tarde volvió a salir y se fue a la comisaría.


Castle se desperezó y automáticamente alargó un brazo a su derecha, buscando a tientas con la mano, pero las sábanas del lado de Kate estaban frías. Levantándose de la cama, el escritor se acercó al moisés y vio al bebé dormido con su pequeño pulgar metido en la boca. Castle sonrió y salió silenciosamente del dormitorio. De camino a la cocina, algo junto a la entrada captó su atención. Cuando leyó la nota que había dentro de la sillita del coche, sacudió la cabeza, divertido. "Tráete la sillita contigo cuando vengas a la comisaría. Yo también te quiero. Kate."


Espero que os haya gustado. Muchas gracias por dedicarme algo de vuestro tiempo!