DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen, son de Hajime Isayama.

ADVERTENCIAS: ThreeShot. Yaoi. Pareja principal: RiRen. Pareja secundaria: ZekEren. Claramente, una relación incestuosa. Lemon para ambas partes. MPreg. OoC. AU. Palabras altisonantes. Golpes. Forzamiento. Simbiosis Cultural. Más aclaraciones en las notas al final del capítulo.

Dedicado a Odalis Vasquez.J, ¡feliz cumpleaños terriblemente atrasado! Hace como tres meses te prometí esto, ¡lamento la tardanza, mi vida! Espero que lo disfrutes enormemente, no sabes cuánto me costó esto :v ¡Un beso, nena!

¡Y gracias enormes a callmxdaddy por la bella portada! ¡Mi amor, sabes que te amo, eres la más mejor del mundo y el universo entero! Yo no sé que sería sin ti *corazón*


I

El hijo primogénito del Gran Kan, Zeke Jaeger, había estado oyendo las quejas de dos familias con respecto a una gallina cuando llegó la noticia.

Grisha había muerto. Él debía asumir como Gran Kan de la tribu y el Kanato que su padre había creado con años y años de esfuerzo.

Y lo peor de la noticia: murió en ese desesperado, loco rescate al que su madre le había rogado no ir. Pero no por el peligro que significaba éste, sino porque no quería ver su orgullo mancillado al observar a su marido trayendo a su amante y su bastardo.

Podía entender a medias a su madre, que de seguro en ese momento debía estar enloquecida por la noticia.

Soltó un suspiro mientras humedecía su rostro para tratar de mantenerse despierto por el resto de la noche. El cuerpo de su padre llegaría en cualquier momento, y debían llevar a cabo la momificación lo antes posible para así enterrarlo.

Si su padre había muerto en ese ataque, significaba entonces que de seguro toda la tribu de esa mujer que tenía por amante había muerto, también, junto con su hijo bastardo. Y, de alguna forma, era un alivio para Zeke, porque eso significaba que no debía compartir los tesoros del Kanato ni el liderazgo de esta. Zeke era el mayor, por supuesto, sin embargo…

El tótem de la tribu de esa mujer era el hipopótamo, lo que significaba algo terrible y peligroso.

Zeke no tenía tiempo para preguntarse por eso. En la mañana sería su ritual de iniciación como jefe del Kanato Jaeger, por lo que debía, supuestamente, en ese momento estar descansando y no levantado.

¿Cómo se suponía que estaría descansado cuando todo eso estaba ocurriendo?

Su papá había salido tres días antes en su desesperado intento de rescate a la tribu fronteriza que servía como muro contra los otros kanatos poderosos de la zona, y horas antes recibió la noticia que había provocado ese incesante movimiento en todo el pequeño palacio.

Debía ser su madre, que estaba organizando los preparativos para la sepultura. Ahora que había enviudado, pasaría solo a ser la Amada Sacerdotisa de Tahuti, su ancestro y tótem principal, y por lo tanto, debía hacerse cargo de los actos funerarios y los tributos a los ancestros.

Además de buscarle alguna futura esposa que asumiera su liderazgo.

Soltó una maldición baja cuando se recostó en su cama, furioso por la imprudencia y desesperación de su padre.

¿Cómo era posible que hubiera decidido irse por una amante?

Para eso se suponía que estaban esas pequeñas tribus en las fronteras: para mantener a raya a los invasores, para ser carnadas.

O quizás no había sido tanta la imprudencia. La tribu del tótem Ta-urt respondía a una poderosa antepasada que todos reconocían debido a la importancia para con el resto de las tribus. Obtener su gracia era algo que no todos podían darse el lujo de tener.

La tribu Ta-urt se caracterizaba por dar doncellas o donceles en matrimonio, ya que sin importar si eran hombres o mujeres, tenían la capacidad de procrear. Ta-urt, patrona del embarazo, le había otorgado a aquella tribu el don de la fecundación.

Su padre utilizó la excusa de ir a proteger dicha tribu, sin embargo, Zeke no era idiota: había ido a socorrer a su amante y bastardo.

No lo podía entender. Realmente no podía.

Tocaron a la puerta de su habitación, y su madre se asomó, ojeras negras bajo su rostro.

Diana Jaeger, a sus casi cincuenta años, seguía siendo una mujer fuerte y hermosa, con el cabello rubio inmaculado y ojos azules, enormes y expresivos. Zeke había sacado casi todas las características de su madre.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Diana.

Zeke miró a los ojos de su madre, y soltó un suspiro.

—¿Qué ocurre? —dijo calmado.

La mujer se quedó un momento en silencio, sin decir nada.

—Está vivo.

Frunció el ceño, repentinamente confundido con la declaración de su mamá, y la miró de forma inquisitiva. La mujer lucía tensa, furiosa y molesta.

—¿Quién?

—El bastardo —escupió Diana ya sin ocultar su odio—. Está vivo. Sobrevivió a la masacre de su pueblo —levantó la barbilla—. Me informaron que lo traen para acá, porque recurrió al código Pashtunwali. Pidió melamastia y nanawatey.

Zeke apretó sus manos en puños, sorprendido por la repentina información que su madre le dio, y tratando de pensar en ese muchacho que iba hacia su hogar. Tratando de imaginar el rostro de su medio hermano que había recurrido a códigos de honor antiguos, casi olvidados, para salvaguardar su vida, pidiendo hospitalidad, asilo y clemencia para con él.

Como si supiera que su vida corría peligro.

—¿Quieres que lo mande a matar? —preguntó en voz baja, suave—. ¿Qué es lo que te preocupa?

—La herencia de tu padre —declaró Diana de forma cínica, y Zeke supo que lo decía como una forma de venganza hacia Grisha y su amante—. No quiero que ese bastardo toque lo que te pertenece por derecho. Y si debes matarlo–

—Es un crimen de sangre —dijo Zeke con suavidad—. Si mando a Reiner o Berthold a matarlo, seguiré siendo el autor intelectual y me condenaré, madre —la mujer apretó sus labios—. Además, sabes que existe un trato con dicha tribu. Les debo protección. De seguro el bastardo apeló a ello para salvarse —hizo una pequeña pausa—. Podría decirle que le otorgaré la protección que quiera si accede a dejarme la herencia —caviló un momento.

—Es peligroso —dijo su madre rabiosa—. Puede crecer y querer reclamarla. Podría generar un conflicto, en especial al ser de esa tribu tan… especial —gruñó como si hubiera veneno en la palabra.

No era necesario que dijera más: la tribu Ta-urt tenía muchos fieles, muchos seguidores, y obtener su gracia podría desencadenar una guerra por el poder.

Hubo un momento de silencio pensativo entre los dos, y entonces su madre sonrió ampliamente, casi con gusto.

—Debes casarte con él.

Zeke la miró lentamente, apretando su mandíbula.

Su madre prosiguió:

—Al convertirse en tu esposa, no solo su herencia pasará bajo tu jurisdicción, sino también su cuerpo y sus decisiones.

—Se convertiría en la Gran Esposa del Kan—dijo Zeke calmado.

—Sí —asintió Diana—, pero si eres capaz de mantenerlo bajo control… —sonrió—. Una vez que te dé un heredero, no podrá hacer nada. Y si eres duro con él, lo vas a quebrar. Es perfecto, Zeke.

—¿Esto lo haces por la herencia —preguntó Zeke—, o para vengarte de esa mujer?

Los ojos de la mujer relampaguearon con molestia.

—Por los dos —declaró firmemente—. Lo hago por ti y por mí.

Zeke soltó aire, frotando su frente con cansancio.

—¿Cuántos años tiene?

—Quince.

Un crío. No es más que un crío, pensó Zeke sin poder ocultar su expresión llena de agotamiento e incluso disgusto.

—Lo veré mañana —dijo—, y ahí tomaré mi decisión.

—Si decides que no —espetó Diana girándose—, lo mataré yo misma. Y no me importará condenarme.

Sin decir nada más, la mujer salió a paso furioso, cerrando la puerta de golpe.

Zeke simplemente llevó su mano a su cabeza otra vez, sintiendo como empezaba a doler por todos los estúpidos hechos que estaban ocurriendo en ese momento.


II

Había recibido el reconocimiento de casi todas las tribus cuando abrieron la puerta del salón de golpe, su madre entrando con ese conocido aire altivo y soberbio que la había caracterizado durante toda su vida.

Detrás, iban varios guardias, y entremedio de ellos pudo distinguir una figura menudita, delgada, flacucha.

—Hijo —su madre lo saludó con una pequeña reverencia: como nueva Amada Sacerdotisa de Tahuti, no era necesario que se inclinara hasta el suelo—, ¿has recibido ya la confirmación de los jefes de las tribus?

—Sí —Zeke asintió mientras los líderes se retiraban en silencio, entendiendo de forma indirecta que se llevaría a cabo una reunión privada—. Faltaría la tribu Ta-urt.

Diana sonrió despectivamente.

—El único sobreviviente.

Se hizo a un lado junto con Reiner, que guiaba la pequeña procesión, y mostrando a su pequeño medio hermano.

Zeke se quedó mirando esos intensos, dorados ojos que lo observaban directamente, tranquilos.

Lentamente, bajó la mirada, notando la morena piel del muchacho frente a él. Su cabello era castaño, desordenado; sus labios rojos; sus ojos intensos y enormes. Delgado y alto.

—No es necesario que confirme —dijo el castaño suavemente—. Bendito seas por la Madre de Tres Caras, Zeke Jaeger. Estás capacitado para gobernar, eso es claro.

Percibió, también, sus ojos rojos e hinchados. De seguro estuvo llorando toda la noche.

—¿No es eso maravilloso? —la voz de Diana rezumaba sarcasmo—. Ahora eres oficialmente el Gran Kan.

El muchacho iba vestido con un hanfu de seda, de un intenso color verde en señal de pureza, ocultando sus manos en la tela.

Apenas podía ver rastro de su padre en el rostro del niño.

Supo, entonces, el motivo de por qué su padre se había enamorado de esa mujer.

—¿Cómo te llamas? —preguntó con la voz ronca.

Pudo notar la sonrisa victoriosa de su madre.

—Eren Jaeger.

E incluso utilizaba el apellido de su padre. El muchacho no parecía para nada avergonzado de su situación, del hecho de ser considerado como bastardo.

¿Por qué se sentiría avergonzado? Era de la tribu Ta-urt. Nadie de esa tribu se había sentido alguna vez avergonzado.

—Eren —saboreó el nombre—. Solicitaste mi protección. Recurriste a la melamastia y al nanawatey. ¿Por qué?

El muchacho vaciló un momento, repentinamente nervioso, y tragó saliva varias veces antes de abrir la boca y contestar.

—Me dijeron que debía solicitarla para sobrevivir —contestó con la voz tímida—. Sé que… esto debe arruinar gran parte de tus planes debido a… la muerte de nuestro padre —entonces si reconocía que eran medios hermanos—. No te preocupes, no pienso quitarte tu herencia ni nada, solo… solo necesito que me ayudes a llegar al norte y no sabrás nada más de mí. Es una promesa.

Hubo un momento de silencio en el salón, nadie sin decir nada.

Notó la súplica muda en los expresivos ojos del castaño.

—¿Por qué al norte? —preguntó entrecerrando los ojos.

—Tengo familia allí por parte de mi madre —respondió con simpleza.

Diana se aclaró la garganta con suavidad, llamando su atención y diciéndole con ese simple gesto que no dejaría que el chico se fuera. No partiría jamás de ese palacio vivo.

Zeke lo habría pensado dos veces antes de tomar a alguien en matrimonio. La institución matrimonial era demasiado sagrada, demasiado seria para ser tomada tan a la ligera.

Pero Eren tenía algo que lo estaba volviendo loco, que lo hacía sacar sus instintos más bajos y posesivos.

—Entiendo —asintió—. Solicitaste mi protección, mis cuidados, y te los otorgaré —pudo ver como una sonrisa de alivio se extendía por el rostro del castaño—. En tres días me casaré contigo.

Otro silencio tenso en el lugar.

Eren palideció y pestañeó, poniendo una expresión de incredulidad, borrando todo rastro de sonrisa en su cara.

Casi pudo sentir la felicidad de su madre.

—Tú… ¿qué? —farfulló Eren dando un paso atrás, sin embargo, dos guardias impidieron que se siguiera alejando—. Yo no pedí–

—No, no lo pediste —Zeke apoyó su mejilla en la palma de su mano, ladeando la cabeza—, pero yo si lo quiero, ¿entiendes?

Casi podía ver como el muchacho parecía a punto de vomitar o desmayarse. Realmente esperaba que hiciera lo segundo, no soportaría ver como Eren devolvía su almuerzo.

—Somos hermanos —jadeó Eren todavía incrédulo.

—Medios hermanos —corrigió Zeke—. No sería el primer caso conocido —alzó la barbilla—. Eres de la tribu Ta-urt, por lo tanto, no debería haber problemas con el matrimonio. Eres capaz de darme un heredero, ¿no? —estrechó los ojos—. A menos que seas estéril.

Zeke tenía bastante claro que era imposible que fuera estéril. No ahora que parecía ser el único sobreviviente, el único vivo de su tribu. Al ser el último, su antepasada le otorgaría todas las habilidades para volver a reproducirse.

—Compartimos sangre —dijo débilmente el castaño, queriendo seguir retrocediendo—. ¡Compartimos sangre, Zeke! —repitió horrorizado.

—Deberíamos mantener a nuestra familia pura, ¿no es así? —respondió con suavidad—. Llévenlo a una pieza —ordenó mirando a sus guardias—. Digan a las sirvientas que lo atiendan.

—¡Zeke, no! —rogó Eren poniéndose de rodillas, suplicante—. ¡Por favor, no puedes hacerme–!

—Soy el Gran Kan —le interrumpió sin perder el tono amable—, puedo hacer lo que quiera —se enderezó—. Vigílenlo, que no escape.

No hizo falta decir más: el chico siguió protestando, siguió pidiéndole que lo pensara mejor, que no podía hacerle aquello, sin embargo, no sirvió de nada: los guardias lo tomaron de los brazos y tiraron de él, sacándolo del salón entre sus gritos de súplica.

Las puertas se cerraron y su mamá soltó una risa baja.

Zeke la ignoró: solo podía pensar en su próxima boda con ese muchacho.


III

Los gritos del castaño se escuchaban por todo el palacio.

Bueno, no exactamente. Era una exageración que pensaba mientras se acercaba a la habitación asignada donde estaba Eren, de la que salían protestas y lloriqueos chillones que aumentaban su dolor de cabeza.

Un guardia abrió la puerta y entró, viendo todo el lugar echo un desastre: los cojines en el suelo, la cama desordenada, los libros tirados, las dos sillas dadas vueltas.

Eren estaba en una esquina, protegiendo su hanfu como si la vida le fuera en ello mientras Sasha y Annie, dos de sus sirvientas, trataban de quitarle la prenda para maquillarlo y vestirlo de acuerdo a su nueva categoría como futura Gran Esposa del Kan.

El rostro del moreno estaba manchado con kohl y pintalabios rojo.

—Señor —las dos muchachas hicieron inclinaciones en señal de respeto.

—Déjennos a solas —ordenó, siendo obedecido con rapidez. La puerta se cerró unos segundos después—. ¿Qué estás haciendo?

Eren lo ignoró, caminando hacia la cómoda con el espejo de medio cuerpo, mirando su rostro y haciendo una mueca. Sus manos temblaban sin control.

—Quiero irme —sollozó—. Zeke, si esto es una broma, no es graciosa. No lo es.

Zeke apretó su mandíbula.

—¿Tengo aspecto de estar bromeando, Eren?

El chico trató de limpiar su rostro con un algodón, dejándolo más manchado, y rompió a llorar.

—Somos hermanos —jadeó entre lloriqueos.

—Ya dije que no me importa —dio un paso y observó cómo trataba de retroceder—. Aceptar tu destino hará las cosas más fáciles, Eren.

—No —el castaño negó con la cabeza, furioso repentinamente—. ¡Me niego, me niego! ¡No quiero casarme contigo! —lo miró con ira—. ¿Cuántos años tienes? ¡El doble que yo! ¡No me casaré contigo! ¡Si debo matarme antes, entonces lo haré!

Eren se sobresaltó cuando Zeke botó el florero sobre una pequeña mesita de centro, rompiendo el jarrón en miles de pedazos, y sus labios temblaron.

—Si debo romperte para que te cases conmigo —dijo Zeke suavemente, dando otros dos pasos, alcanzándolo con relativa facilidad—, entonces lo haré. Lo tienes claro, ¿no, Eren?

Todo el cuerpo del castaño temblaba sin control cuando extendió su mano para tomarlo de la mejilla.

—Oi, si no te alejas de mi Jewel, voy a descuartizarte lenta y dolorosamente.

Producto de la repentina voz que sonó detrás de él se alejó de golpe, girándose con sorpresa.

Un rayo verde pasó frente a él, y de pronto vio a Eren abrazando a un hombre por la cintura, más bajo que él, sí, pero el castaño estaba prácticamente recostado sobre un hombro que llevaba puesta una máscara de demonio sobre su rostro, sin dejar de ver sus rasgos.

—Levi —sollozó Eren contra el hanfu azul mar del hombre pelinegro, que lo abrazó de forma protectora por los hombros—. Estás vivo, Levi.

La puerta de la habitación estaba abierta y en el suelo estaban los dos guardias con las gargantas cortadas.

Frunció el ceño, tratando de mantener la calma, y observó el agarre desesperado del menor sobre el enmascarado frente a él.

Entonces, el hombre se quitó la máscara y chocó con unos ojos fríos como hielo.

Era relativamente bajo y delgado, con el rostro fino y pálido, sin embargo, no dudaba de su capacidad con la espada. Tenía el cabello atado en una coleta baja, suelto por delante, y ojos rasgados, grises y furiosos.

—Nos vamos, Jewel —gruñó el azabache retrocediendo lentamente, sin dejar de apuntarlo con la espada.

—Sí —Eren levantó la vista, solo mirando al hombre—. Sí, sí.

¿Así que el castaño ya estaba con alguien y por eso estaba reticente al matrimonio?

Pero no había ninguna alianza en los dedos de Eren ni del hombre con la espada, nada que indicara que estaban casados.

—Si sales por esa puerta, Eren —dijo con calma—, sabes lo que ocurrirá, ¿no?

Eren dejó de moverse y el azabache apretó su boca en una fina línea.

—Estarías desobedeciendo las órdenes del Gran Kan —prosiguió Zeke como si nada—, lo que sería considerado traición, por lo que deberías morir —levantó la barbilla—. Tú y… Levi.

Pudo observar claramente como el castaño apretaba sus manos contra la tela del hanfu de Levi.

—No lo escuches —gruñó el azabache—. No pasará nada, yo te protegeré, Jewel.

Notó los hombros temblorosos de Eren, y supo sin necesidad de ver más, que si seguía presionando iba a conseguir lo que quería.

Porque había descubierto la debilidad del muchacho.

—Si te marchas —continuó Zeke tranquilamente—, voy a buscarte. Y una vez que te encuentre… Decapitaré a Levi frente a tus ojos y parirás a mis hijos.

—Voy a matarte —espetó Levi empujando a Eren detrás suyo y adelantándose mientras empuñaba su espada.

—¡Levi, no! —Eren lo agarró de la cintura—. No, no, por favor —pudo escuchar como el pelinegro chistaba por la molestia, deteniéndose—. Está bien. Está bien, no pasa… No lo mates, por favor.

—Si te quedas —dijo Zeke—, permitiré que… Levi se marche de mis tierras, sano y a salvo.

Ignoró la mirada furiosa que le dirigía el hombre, sus ojos entrecerrados debido a la ira que se podía sentir en su cuerpo, y solo se dedicó a observar a Eren, que miraba al suelo.

Cuando el castaño levantó la vista, se sorprendió de notar sus ojos dorados decididos.

—No, no puedes echarlo —la voz del menor sonaba fuerte, y Eren le mostró su mano derecha, donde una cicatriz la cruzaba—. Levi es mi Guerrero Juramentado. Exiliarlo sería matarme.

Por un momento, habría preferido que el azabache hubiera estado casado con su medio hermano: la institución matrimonial no era tan antigua e importante como los Juramentos de Guerreros.

Eran contados con los dedos de la mano las personas que podían decir ostentar un propio Guerrero Juramentado. Hasta el momento, Eren había sido el primero que conocía.

Recordó los vagos rumores que decían que las personas de la tribu Ta-urt poseían una tribu amiga con quienes hacían dichos juramentos: la tribu Sekhet, cuyo antepasado, el león, representaba el poder destructor.

Y los líderes de aquella tribu pequeña…

—Ackerman —gruñó Zeke sin poder ocultar su desprecio—. Eres un Ackerman.

Los ojos de Levi brillaron y mostró su muñeca, donde había también una cicatriz larga que daba a entender que era el Guerrero Juramentado del castaño.

Un Guerrero Juramentado era para toda la vida. No se podía eliminar, no podías hacer que el lazo desapareciera. Por ello que era tan difícil de hallar a dos personas que compartieran aquel juramento, que decidieran enlazarse para toda la vida. Porque el Guerrero Juramentado debía proteger siempre a su Dueño, debía poner siempre la vida de su Dueño por sobre la suya, debía soportar siempre las emociones de su Dueño.

Y por la mirada feroz de Levi Ackerman, supo que el pelinegro no dudaría en morir si con ello protegía a Eren. A su Jewel, como lo había llamado. Su joya.

—¿Desde cuándo lo son? —preguntó entrecerrando los ojos.

—Dos años —respondió Eren—, pero conozco a Levi desde toda mi vida. Su padre y su madre eran los Guerreros Juramentados de mi mamá.

Las cosas se habían complicado repentinamente.

Porque deseaba a Eren. Lo quería para él. Pero tenía claro que si lo alejaba de su Guerrero Juramentado, entonces iba a ser peligroso para la vida del chico. Pero si permitía que el Ackerman siguiera al lado de Eren…

Había notado el lazo irrompible que tenían. Había notado la forma en la que se miraban.

Zeke no era tonto: no eran solo Guerrero Juramentado y Dueño. Había más entre ellos.

Si Levi seguía al lado de Eren, lo estaría protegiendo siempre. Y Zeke nunca podría levantarle la mano al castaño, porque eso significaría que Levi defendería a su Dueño sin pensarlo.

Pero aun así–

—Déjame ir —suplicó Eren—. Por favor, Zeke. Me iré con Levi al norte y nunca más nos verás. Es una promesa. No me interesa heredar las cosas de mi padre, apenas lo conocí y no estoy en mi derecho de hacerlo —el castaño tragó saliva—. Hazlo porque somos medios hermanos. Hazlo por el amor a la Madre de Tres Caras.

Se quedó quieto, observando el rostro insistente de Eren, la molestia y protección en Levi, y una sensación de derrota se asentó en su estómago.

Y la odió por completo. Y odió a Eren por ser el causante de aquello.

Porque nunca antes lo habían derrotado ni porque le habían rechazado algo.

—No —espetó—. No, Eren. Si sales por esa puerta, entonces da por muerto a tu amado guerrero.

Eren gimió.

—Lo mataré —murmuró duramente Levi.

—Lo cual será peor para tu Jewel —escupió la palabra como si le causara asco—. Si me matas, Eren será acusado y tendrás suerte si le dan una muerte rápida.

Levi soltó un bufido, apretando el mango de la espada, cuando Eren habló:

—Me casaré contigo.


IV

Eren no iba a permitir que le hicieran daño a Levi.

Aunque tuviera que vender su cuerpo. Aunque tuviera que entregarse a alguien que no conocía. Aunque tuviera que acostarse con su medio hermano.

No iba a dejar que le arrebataran a Levi como había ocurrido esa fatídica noche en que su madre había muerto y el azabache le ordenó que se marchara sin él, que lo alcanzaría más adelante.

Eren había creído que Levi estaba muerto, y realmente no podía vivir con ello.

Levi era…

Era más que su Guerrero Juramentado.

Era más que un hermano.

Era más que un amante.

Levi era su todo. Así como él era todo para Levi.

Entonces cuando llegó, y escuchó su voz, y pudo abrazarlo, pudo tocarlo, costó todo el esfuerzo del mundo no ponerse a llorar en ese momento.

Gracias a Rose, María y Sina, la Madre de Tres Caras, por haber salvado a Levi. Por tenerlo vivo.

Cuando la puerta se cerró detrás de él, anunciando que Zeke se había marchado y quitaron los cuerpos de los dos guardias que Levi había asesinado a sangre fría, se derrumbó por completo.

Y, como siempre, Levi estuvo allí para sostenerlo.

Lo atrajo a su pecho, dejando que llorara contra sus ropas, y Eren lo abrazó por la cintura, ocultando su rostro. Maldiciendo a su suerte, maldiciendo a su tótem, maldiciendo a la Madre de Tres Caras, maldiciendo a Aku por haberlo condenado.

Se suponía que se encontraría con Levi en el norte. Que allí comenzarían de nuevo.

—No tenías que hacerlo —murmuró Levi contra su cabello, dándole un beso suave.

Había prometido casarse con Zeke. Había prometido entregarle un heredero. Pero solo a cambio de que dejara a Levi vivo, y permitiera que siguiera su lado.

Zeke accedió sin problemas, mirándolo con triunfo, y Eren quiso volver a llorar.

—Te amo —sollozó Eren—, y no puedo verte morir. Si puedo impedirlo–

—Pudimos haber escapado —señaló Levi tranquilo—. Matar al idiota de tu medio hermano y huir.

—No —Eren frotó su rostro contra la tela del hanfu de Levi—. No, no quiero que mates a nadie. Puedo hacerlo. Puedo casarme con él si así te salvo.

—Se supone que debo ser yo quien te proteja —gruñó Levi levantando su rostro, quitándole las lágrimas—. Me estás salvando pero te condenas. ¿Qué debería hacer, Jewel?

—Quédate conmigo, a mi lado —Eren mordió su labio inferior—. Sabes que sigo en peligro. La madre de Zeke, y él también…

—Esa mujer tratará de hacerte miserable —masculló Levi besando la frente del castaño—. Y Zeke… Mocoso de mierda, no sabes en lo que te has metido.

—No digas nada —gimió Eren.

—¿Sabes qué ocurrirá luego de la boda?

—Levi, por favor–

—Tendrás que dormir con él. Tendrás que dejar que te toque, que use tu cuerpo.

—Puedo soportarlo —lloriqueó Eren—. Puedo fingir que eres tú.

—Y yo voy a sentirte —murmuró Levi—. Sentiré tu dolor y voy a enloquecer, Eren. Voy a tratar de detenerlo, de impedir que te siga haciendo daño.

Hubo un silencio entre los dos, y Levi se sentó en el sofá de la habitación, Eren recostándose sobre él, sin dejar de abrazarlo.

—¿Cuánto tiempo llevas sin dormir? —murmuró el castaño queriendo cambiar de tema.

—Cinco días.

—¡Levi!

—¿Cómo creías que iba a dormir cuando tuve que protegerte tanto tiempo?

Eren se hizo una bolita contra el estómago de Levi, con una expresión de pena y dolor.

—No tuviste que convertirte en mi Guerrero Juramentado —susurró Eren—, no te permitiré tener una propia vida.

—Tú eres mi vida, Jewel —contestó Levi tranquilamente—, no necesito a nadie más.

—Pero Levi–

—Yo te pedí el juramento —le interrumpió el azabache—. Fue mi decisión, no te sientas culpable por haber elegido seguir este camino.

—Aun así–

—Sin la aceptación de su Rey, un Guerrero Juramentado no es nada —volvió a interrumpir Levi de forma juguetona.

Eren sonrió tímidamente, extendiendo sus manos y acariciando las marcadas ojeras del pelinegro.

—Pero no soy un Rey.

Levi movió sus ojos rápidamente hacia la puerta, quedándose en silencio, notando que no se escuchaba ningún ruido cerca, y antes de que Eren pudiera decirle algo, lo besó con suavidad, acariciando sus labios con cariño, siendo aceptado por el castaño, que sonrió con alivio.

—Tú eres mi Rey —murmuró Levi contra los labios del castaño—, y cualquiera que diga lo contrario, puede irse a la mierda —besó la nariz de Eren—. Saldremos de esta, Jewel. Lo prometo.

Eren asintió, volviendo a besar a Levi con suavidad, y recostándose contra el cuerpo del azabache, dejando que su aroma lo hiciera dormir como tantas veces hizo antes.


V

Dos días después de haber llegado, Eren le preguntó a Levi si quería salir a pasear por el palacio.

Le había preguntado aquello mientras Annie y Sasha lo vestían ese día con un hanfu violeta, decidiendo, por fin, salir de cama luego de haberse negado a hacerlo desde que había llegado.

Le había preguntado eso a su Guerrero luego de ver cómo Sasha llevaba una cajita con maquillaje, diciéndole con suavidad que el señor Zeke había ordenado maquillarlo de diversas formas en señal de preparación para el matrimonio.

Eren no iba a maquillarse, se negaba a hacerlo, y mientras Annie terminaba de cerrar el hanfu –regalo de su medio hermano, había dicho la rubia– decidió salir de esa asfixiante habitación.

No vio a Zeke desde que se marchó ese día. Tampoco quería verlo.

Levi lo miró desde la pared, apoyando con calma, observando fríamente también a las dos mujeres que lo atendían y no habían dicho nada por la presencia del azabache en la habitación ni cuando entraron al cuarto, encontrando a Eren acostado al lado de Levi, abrazándolo por la cintura y durmiendo acurrucado contra su cuerpo.

Sin embargo, Eren temía que fueran a contarle aquello a Zeke.

Le temía a su medio hermano. Le temía tanto como le había temido a las tribus que invadieron su zona.

El tótem de la familia Jaeger era un primate, en clara señal de sabiduría e inteligencia. Tahuti había sido su antepasado que todos reconocían como superior a los otros, luego de que los ancestros de la familia hubieran unificado varias tribus en un Kanato.

Bueno, casi todos reconocían a Tahuti como superior, excepto la tribu Ta-urt o la tribu Sekhet.

Eren había sido criado bajo las antiguas costumbres de su tribu. No iba a permitir que nadie lo hiciera sentir inferior, a pesar del temor que sentía.

—Vamos, Levi —Eren le tomó la mano, abriendo la puerta y encontrándose con otros dos guardias que lo contemplaron con incomodidad.

Pudo oír el resoplido fastidiado de Levi.

—Debemos acompañarlo, futura Gran Esposa —murmuró uno de los guardias, un tipo alto y de pelo negro.

—No —Eren levantó la barbilla—. No quiero a nadie siguiéndome, no voy a escaparme —salió del cuarto, arrastrando a Levi, quien solo fulminó con la mirada a los dos guardias que se encogieron en su puesto, sin saber qué hacer.

Caminaron en silencio por los pasillos del lugar, Eren tomándolo del brazo y mirando de reojo que, efectivamente, no estuvieran siguiéndolo.

—Realmente parecías una Gran Esposa —murmuró Levi de pronto, llamando su atención.

Eren lo miró incrédulamente, para luego tensar su rostro.

—Soy hombre, Levi —espetó Eren enfurruñado—. Esposa es el título de mujer —hizo una pausa, doblando en una esquina, saliendo al enorme jardín del lugar—. ¡Quieren maquillarme, Levi! ¡¿Qué es lo que pretenden?!

Con tranquilidad, Levi le acarició el cabello mientras se internaban en el jardín bien cuidado.

—Cálmate, mocoso de mierda —gruñó el azabache.

Eren soltó un gruñido bajo, mirando el precioso jardín en el que estaban ahora, contemplando los rosales, los arbustos de flores, tantas que se quedó maravillado ante ellas. Pudo notar peonías, claveles, violetas, gladiolos, fresias, iris, lirios, narcisos, crisantemos, y muchas más. Y aparte de flores, habían también árboles de cerezos, de duraznos, nogales, fresnos, y más. En Shiganshina había comenzado a plantar su propio jardín fuera de la pequeña casa que tenía con mamá, ayudado por Levi.

—No pude enterrarla, Levi —murmuró Eren con la voz llena de dolor, recordando el ataque sorpresivo de una de los cientos de tribus que todavía no habían sido anexadas a algún Kanato.

Levi no dijo nada, solo le dio un apretón en señal de apoyo y cariño.

Esa noche de días atrás Eren había despertado producto de los gritos, de los llantos. Levi entró, entonces, en la habitación, agitado y ordenándole que se vistiera rápido y agarrara comida, que tenían que irse en ese momento.

Su mamá estaba echando en una manta toda la comida posible, diciéndole entre respiraciones aceleradas, que el pueblo estaba siendo atacado por una tribu enemiga.

El padre de Levi, Kenny, y su esposa Kuchel habían muerto primero.

Lo supo por el grito de su madre, cuando sus Guerreros Juramentados cayeron.

Los padres de Levi trataron de impedir que ingresaran a casa, pero no pudieron resistir a todos los atacantes.

Mientras salían por la puerta trasera, Levi siempre atrás, su mamá se había girado, murmurándole que lo amaba mucho, a su pequeño niño.

Llegaron entonces al río torrentoso donde Eren se había bañado tantas veces cuando era verano, y Levi lo había agarrado por la cintura, levantándolo.

Antes de poder preguntar qué estaba pasando, Levi se lanzó al río con él y Eren había observado mientras boqueaba en busca de aire y su Guerrero nadaba por llegar a la otra orilla, como enterraban una espada en el estómago de su madre, Carla cayendo al suelo con un grito.

Eren también había gritado, había luchado para tratar de alcanzarla, pero Levi no lo iba a soltar.

Porque Levi, contra el pesar de Eren, debía proteger a su Dueño. Aunque eso significara dejar al resto atrás.

—Algún día vamos a volver, Jewel —respondió Levi acariciándole la mejilla.

—Y tus padres, Levi… —Eren lo abrazó por la cintura, mordiendo su labio inferior.

—Los enterraremos a los tres —contestó el azabache devolviéndole el abrazo.

Permanecieron sin decir nada por varios segundos, oyendo el canto de las aves, los grillos sonando y el croar de las ranas.

Eren levantó la mirada.

Si podía oír ranas, eso significa que debían tener un estanque o algo por el estilo.

Sonrió con suavidad, tomando la mano de su Guerrero, caminó por el amplio jardín, internándose más y más adentro, hasta que encontró el enorme estanque de agua donde podía observar peces y ranas. Nenúfares flotaban por sobre el agua, tranquilamente.

Soltó a Levi, comenzando a quitarse el hanfu con dedos torpes, ansioso.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Levi frunciendo el ceño.

—Quiero bañarme —dijo Eren quitándose el hanfu, quedando solo con unos grandes, enormes calzoncillos blancos atados a su cintura.

—Exhibicionista —regañó el azabache.

Eren lo ignoró, sin borrar la sonrisa, e ingresó en el estanque de agua, riéndose cuando las ranas saltaron, los peces se alejaron.

Levi también sonrió de lado al ver los ojos del castaño brillando.

Bueno, sonrió por un momento, hasta que Eren se giró, el borde de su ropa interior empapada, y le tiró agua con el pie, mojándolo también.

—¡Aburrido! —se burló Eren.

—¡Mierda, mocoso! —Levi se acercó a la fuente con el ceño fruncido—. Sal ahora —ordenó como una madre lo haría con su hijo.

Eren solo le sacó la lengua.

—¡Oblígame!

Levi vaciló por un momento, pero entonces el castaño volvió a lanzarle agua, y maldiciendo en voz alta, se comenzó a quitar también su hanfu de espadachín que acostumbraba a llevar ante la horrorizada mirada de Eren.

—¡No, Levi! —protestó el muchacho retrocediendo cuando Levi ingresó a la fuente de agua.

—¿No te gusta mojarte? —lo agarró por la cintura oyendo sus quejidos—. Bien, te vas a mojar, maldito mocoso de mierda.

Lo empujó al agua, humedeciendo su ropa interior, dejándolo empapado en cuestión de minutos mientras Eren solo podía chillar y reír sin control, rogándole a Levi que se detuviera, en especial cuando el azabache comenzó a hundir su cabeza.

—¡Levi! —jadeó escandalosamente el castaño mojando también la ropa interior de su guerrero—. ¡Me… me estoy muriendo! —Levi resopló.

—No seas exagerado, mocoso de mierda, si te estuvieras muriendo–

—Vaya, ¿qué tenemos aquí?

Las risas murieron junto con los gritos y ambos levantaron la mano para observar a Diana Jaeger, Amada Sacerdotisa de Tahuti y madre de su medio hermano.

Eren se puso de pie, observando a los guardias detrás de la mujer, que vestía ostentosamente una túnica sacerdotal y lo miraba con frío desprecio.

—Tú eres el Guerrero Juramentado de nuestra futura Gran Esposa, ¿no? —preguntó la mujer mirando a Levi sin poder ocultar su desagrado.

Levi asintió sin hacer una reverencia.

Todos parecieron contener la respiración.

—¿No te vas a arrodillar, hijo de Sekhet? —Diana lo miró con la barbilla en alto—. Como Amada Sacerdotisa–

—Yo solo me arrodilló ante mi Dueño —respondió Levi tranquilo—, quien se convertirá en Gran Esposa mañana —hizo una pausa—, y estará por sobre usted, Amada Sacerdotisa de Tahuti.

La piel pálida de la mujer se tornó roja debido a la rabia que estaba pasando, y pareció a punto de dar alguna orden contra Levi.

—Gran Esposa que deja mucho que desear —escupió con asco mirando a Eren—, bañándose en las fuentes del jardín, portándose como un chiquillo inmaduro…

—Tengo quince años —espetó Eren de pronto—, y si no fuera porque su hijo me está obligando, no estaría comprometido con él —el chico no parecía capaz de ocultar su ira—. Por supuesto que me comportaré como un chiquillo inmaduro, Diana Jaeger, y no podrás hacer nada para evitarlo porque mañana me convertiré en alguien superior a ti.

Hubo un sepulcral silencio en el jardín.

La mujer parecía a punto de mandarlos a matar a los dos.

—Voy a hacerte sufrir, Eren —gruñó Diana apretando sus manos en puños—. Haré que pagues la insolencia de la zorra de tu madre y tu insolencia —la mujer alzó la barbilla con dignidad—. Recuérdalo, bastardo: no eres nadie aquí, no eres un Jaeger, y el título que ostentarás será solo una mentira para el pueblo. Porque para Zeke y para mí, eres un simple muñeco.

Antes de que Eren pudiera responder la mujer se volteó, marchándose del lugar con rapidez, los guardias siguiéndola.

Hubo un silencio tenso entre Levi y Eren.

—Vámonos —gruñó Levi a su oído, sin alejarse un poco, sus ojos vagando por el patio en busca de espías—. Eren, huyamos esta noche. Mañana–

—No puedo —Eren tembló en sus brazos—. Levi, Zeke es el Gran Kan. Si me niego, si huimos…

—Podemos ir con otra tribu —sugirió Levi, aunque en sus ojos veía la devastación y el dolor.

—Nos encontrará —la voz del menor sonaba desesperada—. Tú lo viste, Levi. Él–

—Te desea. Te quiere —el tono de Levi bajó un octavo—. Puedo matarlo, Eren. Y huir. Y matar a su madre de paso.

—No —Eren jadeó—. No, Levi. Es peligroso. Si te acusan… —lo abrazó, temblando—. No sé qué sería yo sin ti, Levi. Si te pierdo yo… yo me muero.

El guerrero, aprovechando el momento a solas, le dio un suave beso en la mejilla mientras salían de la fuente.

—No me perderás, jamás —Levi comenzó a vestirlo, como hizo tantas veces antes cuando Eren era más pequeño. A los diez años, el pelinegro ya vestía a un Eren de cinco años, que se limitaba a seguirlo a todas partes y darle sonoros besos en la mejilla frente al rostro de sus padres.

Levi había sabido, a los cinco años y desde el primer momento en que vio a Eren siendo solo un bebé de meses, que iba a querer proteger a ese niño por siempre. Exigió ser su Guerrero Juramentado frente a las incrédulas miradas de sus padres, pero Carla solo se rió, diciendo que si demostraba ser fiel a Eren a su manera, podría cuidarlo y quizás más adelante, quién sabe, ser su esposo.

No entendió al principio lo que quiso decir con eso. Solo estaba seguro de que protegería a Eren como nadie lo haría.

Levi hizo el juramento dos años atrás, luego de prometerle a Eren que cuando fuera mayor de edad se casarían. Que sería su Guerrero y su Esposo al mismo tiempo.

Eren estuvo a punto de llorar en ese momento, porque Levi siempre fue más que un Guerrero para él.

Quién habría dicho que sus vidas se verían truncadas de esa manera un año después.

—Te quiero —susurró Eren abrazándolo—. Te amo, Levi.

Levi le acarició el cabello, dándole un beso en la coronilla.

—También te amo, mocoso de mierda.


VI

Eren no sabía cuán ostentosas podían ser las bodas reales.

Mientras Annie le ponía el enorme tocado en su cabeza, de color blanco, cubriendo todo su cabello e incluso sus orejas, y con joyas doradas cayendo por los lados, pensó en aquello. Sasha, en tanto, terminaba de atar su hanfu dorado y verde, precioso, suave y sedoso.

En tanto, Levi lo observaba con ojo crítico apoyado en la pared, ya listo.

Eren se sentía como un muñeco fácil de manipular, en especial cuando tuvo que quedarse quieto para que le maquillaran el rostro como correspondía, con kohl negro rodeando sus ojos y polvo de malaquita y azulita para pintar sus párpados de una forma exótica. Sus labios ya tenían un intenso color rojo, y Eren hizo una mueca al mirarse al espejo. Sus orejas llevaban unos enormes aros negros y de su cuello colgaba un collar de oro.

Quería arrancarse este maldito tocado con el símbolo de Tahuti en el centro.

—Se ve precioso, Señora —dijo Sasha bajando la cabeza.

La miró por un momento.

—Soy hombre, no me llames Señora —espetó con desagrado, volteándose para mirar a Levi—. ¿Dónde es la ceremonia?

—En el Templo de Tahuti —Levi acarició distraídamente el mango de su espada—. Aún puedes arrepentirte.

Apretó sus labios.

—Vamos.

Abrió la puerta, dispuesto a caminar hacia el lugar, pero vio entonces el palanquín en el suelo.

Sabía que debía tener una expresión de sorpresa en su rostro.

—No —murmuró—. Me niego… no iré en eso. Puedo caminar.

El palanquín era precioso: de color dorado como los ojos de Eren, abierto totalmente, con unos cisnes a cada extremo y un pequeño techo para darle sombra. Los cojines parecían de seda y plumas, y era lo suficientemente espacioso para él.

Pero eso era demasiado.

—Me niego —dijo apretando sus puños con rabia.

—Es la tradición —dijo Annie fríamente, detrás de él—. La Amada Sacerdotisa de Tahuti ordenó que utilizaran el palanquín de la familia real, no que fabricaran uno nuevo.

Para recordarle en el lugar en que estaba. El lugar que ostentaba.

—Me niego —repitió débilmente.

—No puede ir caminando —prosiguió Annie—. Si el Gran Kan lo ve llegar de una forma tan vulgar… Recuerde que desde mañana en adelante será la Gran Esposa del Kan, la Gran Madre Tribal y la Gran Sacerdotisa de Ta-urt. No puede llegar caminando.

Desde mañana, sería la reencarnación en la Tierra de la Madre de Tres Caras: Esposa, Madre y Sacerdotisa. Dentro del orden cósmico que regía a las tribus, la Madre de Tres Caras representaba la máxima deidad del panteón divino que dio origen a todos los ancestros y tótems femeninos, entre ellos, a una de las figuras principales, Ta-urt, tótem de la familia de Eren. Por lo tanto, Eren le debía fidelidad no solo a Ta-urt, sino también a la Madre de Tres Caras.

La esposa del Kan siempre tomaba el papel de la Madre de Tres Caras, pues el Kan representaba al Padre de Tres Caras.

Las tribus se construían en torno a un Líder, en torno a un Padre y en torno a un Sacerdote, y su compañera debía estar siempre a su lado apoyándolo.

Obedeciendo siempre.

Humillado completamente, Eren subió al palanquín, maldiciendo porque no habían cortinas que cubrieran su rostro. No había nada que cubriera su dolor.

Cuando tomaron el palanquín de los extremos, haciendo que se balanceara, estuvo a punto de gritar.

Pero Levi, con calma, le tomó la mano, dándole un suave apretón.

Eren podía hacerlo todo si Levi estaba a su lado apoyándolo.

Tragó saliva.

Levi lo miró con una sonrisa suave, su máscara colgando junto a su espada, y sin importarle si estaban en público, deslizó una flor de loto blanca en su regazo.

Eren suavizó su expresión.

Desde que tenía memoria, Levi siempre había hallado la forma de entregarle una flor de loto cada día, ya fuera de cualquier color. Se la deslizaba sobre la almohada, por entre las mantas, por su cabello, entre su hanfu, mientras jugaban. Siempre le entregó aquella flor con una mirada suave y llena de dulzura, simbolizando completamente su amor con ello.

Y Eren utilizaba cada flor de loto, ya fuera de decoración, en su cabello o para preparar remedios naturales. Nunca desperdiciaba alguna.

La colgó en su hanfu, sin importarle si desentonaba o no, encima de su corazón en clara señal de a quién le pertenecía su alma, su vida.


VII

Las puertas del templo se abrieron y Levi lo agarró del brazo, dándole una suave caricia.

Como su padre y su madre habían muerto, y no tenía ningún familiar que lo llevara al altar, Levi decidió tomar aquel papel aunque Eren sabía que lo debía estar hiriendo por dentro.

Caminaron en silencio, todas las personas de la tribu mirando al pequeño muchacho de quince años que se convertiría prontamente en la Gran Madre Tribal. Aquel muchacho que nadie conocía, pero todos sabían que pertenecía a la tribu Ta-urt.

Eren levantó la vista, chocando con los ojos azules de Zeke.

No había visto a su hermano en los últimos tres días, desde que hicieron ese maldito trato, y casi olvidó cómo eran sus rasgos.

Eren lo habría considerado guapo si no lo estuviera obligando a aquello. Zeke era guapo, totalmente hermoso con su cabello rubio, casi blanco, amarrado en una coleta baja, con sus ojos azules y su piel pálida. Alto, y de seguro con músculo gracias al entrenamiento que debió recibir, Zeke era la encarnación perfecta del Gran Kan que unificó a cientos de tribus y se impuso ante ellas como el único Líder a seguir.

Pero Eren lo miraba, y solo podía ver a su medio hermano allí. No a un esposo.

Pocas veces había visto a su padre. Grisha no viajaba a ver a Carla demasiado, con suerte, una vez al año, pero Eren no lo odiaba por haber sido su bastardo. Su mamá parecía bien con ser la amante, nunca le molestó, y más adelante comprendió por qué: Carla sabía que Grisha la amaba, pero que su deber era seguir casado con Diana. Y aunque Diana ostentara el título de Gran Esposa del Kan, Carla iba a ser la primera siempre en el corazón de su padre.

Además, las pocas veces que se vieron, Grisha había sido un buen padre para él, dentro de los límites, por supuesto. Incluso le habló varias veces de su medio hermano, que si algún día necesitaba protección, Zeke se la daría.

Por supuesto, Grisha no pudo prever que esa protección sería dada de tan retorcida forma.

Diana estaba presidiendo la boda, como Amada Sacerdotisa de Tahuti, y lucía complacida y casi divertida.

Llegaron al altar, y contra las costumbres, Levi besó la frente de Eren para luego ir a su posición, sin reconocer a Zeke.

Todos contuvieron el aliento.

Sin embargo, Zeke no dijo ni hizo nada, simplemente entrelazó su mano con la de Eren, tirando de él para dejarlo frente suyo.

Ambos se miraron un momento, los ojos de Zeke llenos de desafío.

Eren tragó saliva.

Ambos miraron entonces al altar ancestral, inclinándose ante las figurillas de cerámica que representaban tanto a un hipopótamo y un mono con rasgos humanos.

Al levantarse, vio algo que lo horrorizó por completo.

A Zeke sacando una pequeña flor de loto de las flores que tendieron sobre una mesita al lado del altar.

No. No manches mis flores de loto, quiso decir mientras Zeke le quitaba el tocado de la cabeza y enredaba la flor en sus cabellos.

—Tahuti me guio hasta esta flor —dijo en voz alta, potente—, y me la entregó para ti, amado mío.

Y luego lo besó en la frente.

Eren quiso romper a llorar.

La ceremonia de las flores era otra tradición de las bodas reales, donde a cada esposa se le asignaba una flor elegida por su futuro esposo, colgándola de sus cabellos. Nunca una flor se repetía, porque la elección era anotada por el escriba en los archivos para evitar la clonación de la flor asignada. Así, en los archivos, quedaba guardado para siempre la flor, sus características… y la Gran Esposa Real que representó.

Y solo el Gran Kan podía regalarle aquella flor, ahora santificada, a su Esposa, nadie más.

Quiso buscar los ojos de Levi, pero no pudo girarse porque entonces Diana comenzó a hablar.

Y Eren sentía como alma se iba rompiendo a medida que la boda terminaba.


VIII

La fiesta que venía después solo podía ser definida como alegre, llena de risas y gritos, felicitaciones por todas partes para el matrimonio real.

Eren se vio forzado a sonreír, en especial al ver la mirada de advertencia de Zeke. Apenas habían intercambiado palabras algunas desde que se sentaron en la mesa real, juntos.

Podía sentir a Levi detrás de él, vigilándolo, con su máscara puesta. Oculto en las sombras.

—¿Quieres bailar? —preguntó Zeke a su oído, mandando un escalofrío por su espalda.

Se obligó a soltar una risa baja.

—No, este hanfu es enorme, no deja que me mueva bien —respondió tratando de suavizar su expresión.

Zeke no se movió de su posición y Eren cerró sus ojos, recibiendo el beso de su esposo tal y como había hecho en la boda.

Con los labios apretados, impidiendo un contacto más profundo.

Zeke se alejó con el rostro tenso.

Eren podía leer la promesa allí.

Bebió un poco de vino, haciendo una mueca de asco por el sabor.

Anunciaron que eran las doce de la noche y la gente pareció enloquecer.

Eren no se había movido de su posición desde que llegaron allí y apenas tocó la comida.

Se giró, buscando con los ojos a Levi.

Antes de abrir la boca para llamarlo, su Guerrero estaba frente a él, arrodillado y tomándole las manos.

El muchacho podía sentir los ojos de Zeke y Diana posados en ellos.

—Son las doce, Levi —susurró tranquilo.

—Sí, Jewel —respondió Levi con la voz ronca. La máscara seguía cubriendo su rostro.

—¿Sabes qué significa?

El pelinegro apretó sus manos en señal de asentimiento, y vio sus ojos oscurecidos tras la máscara, con odio y rabia.

—La ceremonia de encamamiento comenzará pronto —prosiguió Eren, ahora su voz temblando—. Levi, te prohíbo entrar a ese cuarto. Te ordenaría que ni siquiera te quedaras fuera de allí, pero sé que enloquecerías si estás tan lejos. Así que no te digo eso, pero sí te niego la entrada, toda la noche, al cuarto. Solo puedes entrar si yo te grito que lo hagas.

Levi no dijo nada por varios segundos, y Eren podía oír su respiración por entremedio de la máscara, a pesar del griterío en el salón principal.

—¿Es una orden? —preguntó Levi fríamente.

Eren tomó aire.

Nunca antes le había dado una orden a Levi. El Dueño podía hacerlo, podía hacer que Levi cumpliera lo que quisiera si se lo ordenaba. El Juramento funcionaba de esa forma: total dependencia de Levi hacia Eren. Ambos lo sabían. Y aun así, Eren jamás le ordenó alguna acción a Levi.

No hasta ahora.

—Lo es —dijo quitándole la máscara a Levi, inclinándose y besando sus mejillas con suavidad.

—Tus deseos son mis órdenes, Jewel —contestó Levi.

Eren asintió distraídamente mientras su Guerrero volvía a su posición, acomodando su máscara.

Unos minutos después, Diana se puso de pie, levantando su copa.

—Un salud por los recién casados —dijo dulcemente—, que sean felices en esta nueva etapa, y que el Padre y la Madre de Tres Caras los bendigan junto a nuestros ancestros —todos aplaudieron para luego beber vino—. Y ahora, por supuesto, no podemos obviar lo que viene —los ojos azules de la mujer refugiaron con burla—. ¡La ceremonia de encamamiento!

Todos gritaron mientras Eren palidecía.

Eren había tratado de prepararse mentalmente, pero no pudo hacerlo, no podía soportar… no quería que cientos de manos…

Zeke se puso de pie.

—Por esta vez —dijo logrando que todos se callaran—, no seguiré la tradición de mis ancestros —su medio hermano –no, su esposo– lo miró de reojo—. Eren tiene solo quince años, no debe sentirse cómodo, y lo que menos quiero hacer es que mi esposa no disfrute su día.

Todos parecieron soltar suspiros de emoción por las palabras del Gran Kan, y Eren le dirigió una mirada de agradecimiento a Zeke. Sin embargo, aquello se borró tan rápido como apareció.

Zeke le tendió la mano y Eren se la tomó para ponerse de pie.

Todos aplaudieron al ver al matrimonio real salir del salón tomados de la mano.

Cuando entraron al pasillo, sin nadie alrededor, Eren se volteó hacia Zeke.

—Por favor, Zeke —dijo con la voz temblando—, por favor, no… por favor…

Sin embargo, Zeke hizo caso omiso de su súplica torpe. Tiró de él, arrastrándolo prácticamente hasta el cuarto. Hacia su cuarto.

Antes de que cerrara la puerta, Eren se volteó y chocó con los ojos de Levi, siempre detrás de él.

Luego quedó a oscuras, la habitación solo iluminada por las velas.

Eren se giró para suplicar una vez más, pero Zeke ya se estaba quitando el hanfu.

Toda valentía pareció desaparecer de su interior al ver la espalda ancha de su hermano, al ver como quedaba en ropa interior.

Zeke se giró, mirándolo con el ceño fruncido.

—Eren, quítate la ropa.

Negó con la cabeza, abrazándose por la cintura.

—Zeke —hipó, tratando de controlar su voz—. Por favor, Zeke… Somos medios hermanos–

—Somos esposos —la voz del rubio era dura—. Eren, memorízate eso bien. Somos esposos. Eres mi esposa. Y tienes un deber que cumplir —luego, suavizó un poco su tono—. Eren, no quiero forzarte. Si prometes cooperar, seré suave. Lo prometo.

Asintió, sus manos tiritonas comenzando a quitarse las joyas, el hanfu matrimonial.

Vio la flor de loto que le regaló Levi caer al suelo y estuvo a punto de perder la cordura.

—Te lo ruego —insistió mientras Zeke aplastaba la flor, tomándolo del brazo—. No, por… por favor…

Pero Zeke volvió a ignorarlo, llevándolo a la cama.

Eren ni siquiera trató de luchar, aunque quisiera hacerlo. Sabía, tenía claro, que si se resistía, Zeke sería capaz de golpearlo. Y si Zeke lo golpeaba, Levi lo sentiría y no iba a dudar en entrar para asesinar a su medio hermano.

Cerró sus ojos al sentir los labios de Zeke en su cuello.

Exultante, su medio hermano comenzó a acariciarlo en la cintura, sus manos bajando, acariciando sus piernas, sus muslos, su ropa interior.

Zeke podía sentir que Eren no iba a resistirse, por mucho que no quisiera. En ese momento, lo tenía en la palma de su mano, y no iba a detenerse por nada ni nadie. Y tenía claro que el Guerrero Juramentado de Eren, Levi, estaba escuchando fuera.

Le iba a demostrar a quién le pertenecía Eren.

Soltó un gruñido, mirando los párpados cerrados del muchacho, y antes de que pudiera protestar le quitó la ropa interior, echándola a un lado, dejándolo completamente desnudo.

Eren hizo amago de cubrirse, sin embargo, Zeke lo agarró de las muñecas de sus manos, poniéndolas sobre su cabeza, y con su mano libre comenzó a masturbarlo.

Sabía que su medio hermano trataría de resistirse, de negarse, pero ante el placer carnal poco podía hacer: gimió sin pudor, torpemente, como si fuera su primera vez. Y enterarse de que sería el primero del muchacho casi lo hizo reír en voz alta.

Su mano libre se deslizó más abajo, acariciando su agujero, y besando con fiereza a Eren en la boca, lo penetró con un dedo, arrancándole un chillido de dolor.

De seguro Levi se estaría paseando fuera como un león enjaulado, desesperado por entrar.

—No… —sollozó Eren moviendo su cabeza para que no lo siguiera besando—, Zeke, por favor… ¡AH!

Metió más profundo su dedo, el segundo comenzando a entrar también.

—¡Fu-fuera! —lloriqueó Eren, lágrimas cayendo de sus ojos—. ¡Zeke… ngh… por… Ah!

Sus labios atraparon un pezón, comenzando a chupar y a morder para tratar de distraerlo de los dedos en su trasero. El interior del muchacho era totalmente cálido, apretando alrededor suyo, y no podía esperar a estar dentro, convertido en uno con su nueva esposa.

Comenzó a embestirlo con sus dedos, Eren jadeando y gimiendo.

No sabía cómo era posible que se hubiera encaprichado de tal manera con ese niño de quince años que, además, era su medio hermano. Pero cuando lo vio entrar al templo para la boda, vestido para la ocasión, supo que lo quería para siempre. Supo que nunca lo soltaría, por mucho que el castaño se resistiera. Ambos estaban destinados a la grandeza, Zeke lo sabía, y haría que Eren lo viera. Su Guerrero era solo una piedra en el camino para convertirse dentro de unos años en Emperador, y Eren sería su Emperatriz.

Cuando Eren lo viera, estaba seguro que lo aceptaría por completo.

Así que para amarrarlo, para dejarlo a su lado, Zeke debía hacer aquello. Lo dejaría preñado, y Eren no podría huir con su heredero. Y de paso, dejaría en claro que Levi solo era su Guerrero, nada más.

Por lo que no dudó en sacar sus dedos y penetrarlo de golpe, cuando el chico apenas se había recuperado un poco.

Eren gritó, pidiéndole que se saliera, que dolía, que no lo soportaba.

Pero Zeke simplemente soltó un gruñido, besándolo en el cuello, buscando sus labios.

A pesar de que Eren se retorciera, negándole el derecho de besarlo.

Aquello lo enfureció por completo: lo tomó de las manos, y sin darle un poco de tiempo para que se acostumbrara, lo embistió de golpe.

Eren gimió, sollozó, farfulló palabras incoherentes.

Y se aprovechó de su aturdimiento para besarlo en la boca, sus labios chocando, sus lenguas enredándose en una batalla que Eren tenía perdida desde el principio.

Cuando se alejó, notó la mirada vacía de Eren.

No sabía cómo reaccionar ante ella, y el menor solo echó su cuello hacia atrás, gimiendo en voz baja, diciéndole, implícitamente, que podía hacer lo que quisiera con él. Que iba a fingir todo, pero aceptaría ese trato porque habían llegado a un acuerdo.

Zeke se inclinó, embistiéndolo con suavidad.

—Eren —gruñó posesivamente—. ¿Quién es tu esposo?

Eren se estremeció.

—Tú —susurró con la voz rota—. Tú lo eres, oh, amado mío.

Mordió su cuello, dejándole una marca, escuchando su jadeó.

—¿A quién le perteneces? —no dejaba de moverse en su interior, de penetrarlo, mientras decía esas palabras.

—A ti —una silenciosa lágrima se deslizó por la mejilla de Eren—. Soy tuyo, amado mío. De nadie más.

Asintió, besándolo una vez más, y remarcando toda esa noche que ambos estaban destinados a estar juntos.


IX

Levi recordaba perfectamente la primera vez que Eren le besó la mejilla.

Sucedió cuando tenía diez años, y estaba entrenando con su papá en el patio de su casa, bajo la atenta mirada de su madre. Carla se hallaba en el interior, vistiendo a un Eren de cinco años, y de pronto el niño salió corriendo, riéndose, a medio vestir, la parte derecha del hanfu colgando de su hombro.

Eren había tropezado, cayendo al suelo, pero contra todo pronóstico solo se rió más, poniéndose otra vez de pie.

Su mamá había gritado que volviera dentro, que ensuciaría su ropa, pero Eren solo se rió más fuerte, yendo donde Levi y extendiendo sus bracitos pequeños.

Levi se quitó la máscara que su papá le había regalado un año atrás, tradición de los Ackerman, y tomó en brazos a Eren.

El pequeño niño había chillado de la emoción, colgándose del cuello de Levi mientras el pelinegro lo acomodaba, y entonces Eren lo besó en la mejilla para luego gritar a los cuatro vientos que amaba a Levi.

Y Levi solamente soltó un bufido, deslizando una mano por su cabello y colgándole una pequeña flor de loto que sacó de algún mágico lugar, causando que se riera con aquella adorable risa que adoraba.

Era ya de mañana cuando aquel recuerdo golpeó a Levi por algún extraño motivo.

No se sentía cansado a pesar de no haber dormido nada en la noche. Solo sentía una enorme rabia que parecía consumirlo por dentro.

En especial cuando oyó un gemido proveniente del cuarto, y minutos más tarde, Zeke salió con una sonrisa satisfecha, vistiendo una bata. Sonrisa que se agrandó al verlo recostado en la pared.

La máscara ocultaba muy bien sus rasgos faciales, que con toda probabilidad exhalaba una furia casi palpable.

Zeke no dijo nada, simplemente se marchó a paso lento, con toda seguridad yendo a las termas para aprovechar de relajarse y darse un baño.

Levi deseaba matarlo con toda su corazón. Deseaba enterrarle su espada por cada vez que Eren gimió de dolor esa noche.

La orden de Eren había sido clara: no entrar al cuarto en toda la noche. Y ya era de día.

Silenciosamente se deslizó en el interior y la imagen de su Jewel le rompió el corazón por completo.

Eren estaba acurrucado entre las sábanas, con los ojos cerrados, su cuerpo lleno de marcas, de mordidas. Respiraba solo superficialmente, amodorrado, y Levi notó la mancha de sangre en la cama, símbolo claro de la pérdida de virginidad o de la brutalidad de anoche.

Vislumbró también la semilla de Zeke escurriendo por entre las piernas del chico.

Desvió sus ojos al rostro cansado de Eren.

—No quería… que me vieras así… —murmuró Eren sin mirarlo, apenas moviendo sus labios.

—Vamos a bañarte —susurró Levi cubriéndolo con las sábanas, tomándolo en brazos. Ante el movimiento, la cadera de Eren dolió, y soltó un gemido bajo—. Está bien. El dolor va a pasar, mocoso de mierda.

Lo atrajo a su pecho, sin importarle un poco si el menor apestaba a sexo.

—No te merezco —sollozó Eren, todavía con los ojos cerrados—. Deberías irte, Levi. Aquí solo tendrás dolor y desgracia. Te estoy arrastrando conmigo.

—Jamás te abandonaría, Jewel —masculló a su oído mientras salían del cuarto, dirigiéndose a la habitación que le habían asignado a Eren días atrás. Le había pedido a Sasha que tuviera un baño listo—. Estaré siempre a tu lado, hasta el fin del mundo. Eres el Dueño de mi alma, mocoso de mierda.

Eren entonces lo miró, levantando la cabeza, y con ternura y suavidad le besó en la mejilla, como hizo diez años atrás.

—Te amo, Levi —dijo en sus brazos—. Te amo solo a ti. A nadie más.

Levi frotó su mejilla contra el cabello castaño de Eren, sonriendo con suavidad, para luego besarle la frente.

—Eres el único en mi corazón, Jewel —murmuró mientras seguía caminando.


X

Eren estaba acariciando con suavidad el cabello de Levi, que dormitaba entre sus piernas, dibujando en un papel con el pincel luego de que el sanador se marchara con unas palabras de disculpa.

No quería sentirse feliz. Oh, esa insana alegría que se instalaba en su estómago no podía seguir creciendo, debía desaparecer por completo.

Porque era peligrosa. Muy peligrosa.

En especial si Zeke notaba su estado.

Soltó un suspiro, deslizando el pincel sobre el papel, pintando el cabello del dibujo de Levi que hizo aprovechando que dormía con calma.

Eran contadas las veces que Levi dormía. Y, cuando lo hacía, siempre se recostaba contra sus piernas, aprovechando un momento tranquilo en el que Eren no requiriera su protección.

Esos últimos tres meses, Levi apenas durmió algo producto del desesperado deseo de protegerlo y cuidarlo, en especial en las noches en que Zeke lo hacía suyo. Cada semana, debía cumplir su deber de esposa, por lo menos una vez cada siete días. Si quedaba preñado, esas visitas pararían. Si no, lo seguirían intentando. Y era posible que Zeke le exigiera más noches.

Eren no creía soportarlo. Apenas podía soportarlo una vez a la semana.

Las puertas de su cuarto se abrieron, y gimió en su interior al ver entrar a Zeke.

Levi no se movió. Cuando dormía, lo hacía profundamente para recuperar un poco todo el sueño perdido.

—¿Ocurre algo, Zeke? —preguntó calmado, sin buscar despertar a Levi.

Su hermano mayor –no, su esposo– vio a su Guerrero durmiendo tan cerca de él, pero solo frunció el ceño haciendo una mueca tensa y llena de rabia.

—¿Qué te dijo el sanador? —preguntó bruscamente.

Eren miró el papel donde dibujaba a Levi, humedeciendo el pincel, tomándose su tiempo para contestar.

—No estoy preñado —respondió sin levantar la vista.

Con el pasar de los días, había aprendido a no temerle tanto a Zeke, a mirarlo con la barbilla en alto, poniéndose a sí mismo a su altura. Sabía que Zeke lo necesitaba, y podía usar aquello para su ventaja.

Podía notar la tensión en todo el cuerpo de su esposo, pero no hizo amago de apaciguarlo.

—Vendrás a visitarme esta noche —espetó Zeke.

Lo miró con una ceja enarcada, dejando el pincel en el tintero.

—Hoy no corresponde mi visita —contestó secamente—. Además, sabes bien que no importa cuántas veces lo hagamos, no me dejarás preñado.

Hubo un silencio en el cuarto, ambos mirándose con claro desafío para que el otro cediera en esa pequeña lucha que habían creado.

Habían pasado tres meses, pero Eren seguía igual de rebelde que el día que llegó. Zeke, muy a su pesar, no logró domarlo de ninguna forma. Solo durante el sexo podía tenerlo bajo su poder, sin embargo, estaba perdiendo terreno allí también: Eren se limitaba a entrar al cuarto, ponerse boca abajo y permanecer quieto y callado mientras Zeke lo follaba, sin permitirle que lo besara, que lo tocara más de lo necesario. Incluso callaba sus gemidos, sus gritos de dolor. De vez en cuando soltaba algún ruido, pero nada demasiado excitante.

—Vendrás a visitarme esta noche —repitió Zeke acercándose—. Eres mi esposa, y tienes un deber que cumplir —Eren arrugó el entrecejo, enfadado—. Tienes que darme un heredero, Eren.

—Lo sé —el muchacho puso ahora una expresión aburrida—, pero también te he dicho que es imposible. Ta-urt me concedió el don, sin embargo, las cosas no funcionan así —lo miró con la barbilla en alto—. Solo funcionará si te amo. Si hay amor entre nosotros. Ta-urt no es solo el tótem del embarazo, sino también del amor. Y nos entrega el don para que lo hagamos con la persona que realmente queremos —hizo una mueca—. Y, lo siento, Zeke, pero no te amo, y no te amaré nunca.

El golpe cayó en su mejilla antes de darse cuenta.

Y, así como recibió el golpe de sorpresa, Levi de pronto estaba de pie, apuntando a Zeke en su cuello con su espada, sus ojos brillando con ferocidad y odio.

Eren acarició su mejilla con tranquilidad, un espasmo de dolor recorriendo sus facciones cuando tocó suavemente la zona herida.

—Voy a matarte —dijo Levi con un gruñido.

Dos guardias estaban con sus manos en los pomos de sus espadas, sin moverse, sabiendo de antemano que Levi sería más rápido que ellos y que estaban en total desventaja, porque el Guerrero tenía amenazado a su Gran Kan.

—Baja la espada —ordenó Zeke entrecerrando sus ojos—. Eren, ordénale que baje su maldita espada.

Sin embargo, Eren volvió a acariciar su mejilla suavemente, tomándose su tiempo. Disfrutando, por un breve momento, el hecho de que Levi tuviera bajo amenaza a Zeke.

—Eren —gruñó Zeke en advertencia.

El menor lo miró a los ojos con frialdad.

—Soy tu esposa, Zeke, no lo olvides. Soy la representación de la Madre de Tres Caras, y me has golpeado —su voz adquirió un tono de advertencia—. Si lo vuelves a hacer, no tendré tanta piedad —observó a Levi—. Baja la espada, Levi.

—Que te pida perdón primero —respondió Levi toscamente.

—No me rebajaré por él —espetó Zeke con la voz cargada de odio.

—Y yo no debería rebajarme a rebanar tu patética garganta con mi espada, pero si no le pides disculpas a mi Jewel, lo haré sin dudarlo —escupió Levi, su voz cargada de desprecio—. Pídele perdón, pedazo de mierda.

Otro silencio en el cuarto.

—Perdón, amado mío —gruñó Zeke sin sentirlo realmente—. Esta noche, en mi cuarto.

—No —Eren volvió a su dibujo—. Iré cuando corresponda. Que lo hagamos más veces no logrará que tenga a tu hijo, Zeke.

Unos segundos después, Zeke salió del cuarto con un portazo.

Y Levi se giró, guardando su espada, tomando su rostro para acariciar la zona golpeada con clara preocupación en todo su rostro.

—Ay, au, me duele Levi —se quejó Eren con suavidad.

—Tuviste que dejar que lo matara —murmuró Levi rabiosamente—. Te golpeó, dejará una marca en tu rostro por días.

—No importa —Eren atrajo a Levi, suspirando—. No importa para nada.

—Sí importa —la expresión de Levi se tornó sombría—. Zeke está ganando terreno, Eren. Y si no le das un heredero, estoy seguro de que se pondrá más violento, y temo no poder estar protegiéndote todo el tiempo. Además —miró hacia la puerta, sus ojos analíticos—, me da la impresión de que Diana está esperando su momento para humillarte.

Eren arrugó los labios, pensando en la mirada horrible que la mujer le dirigía todas las veces que se encontraba, como si estuviera cortando su cuello y lo disfrutara totalmente.

No quería quedarse mucho tiempo con ella, pero en ese palacio era imposible evitarla: como Gran Esposa del Kan, al estar en la cúspide de la pirámide social, Eren tenía prohibido salir del lugar. Zeke le había arrebatado de tajo todo lo que más amaba: su libertad.

Eren quería odiarlo, pero no podía hacerlo. Era su única familia, sin contar a Levi.

Era su esposo y su única familia.

—¿Qué sugieres? —preguntó Eren cautelosamente.

Levi soltó un chasquido, irritado.

—Yo a tu derecha, Mikasa a tu izquierda y Armin por detrás —respondió casi enfurruñado, y Eren estuvo a punto de romper a reír.

Porque era normal que una persona tuviera a más de un Guerrero protegiéndolo –su mamá había tenido a Kenny y Kuchel–, pero Levi había evitado que Eren pensara en otra persona protegiéndolo, queriendo acaparar toda su atención. Y Mikasa, su prima, junto con Armin, habían estado interesados en ostentar el título de Guardianes de Eren.

Mikasa era tan hábil como Levi en el arte del Guerrero, en cambio Armin era más bien torpe con la espada, sin embargo, lo recompensaba totalmente con su inteligencia, además de tener un rostro angelical pero una mente diabólica.

—Está bien, Levi —Eren lo abrazó por la cintura, cerrando sus ojos, dejándose envolver por los brazos del mayor—. Sí, todo lo que quieras.

Levi le besó la frente, suspirando, rogando a la Madre de Tres Caras que protegiera siempre a Eren y no lo dejara jamás a la intemperie.


XI

Levi estuvo a punto de matar a Mikasa al verla llegar, bajando del carruaje, quitándose la capucha y mirándolo fríamente, aunque sus ojos brillaban con burla. Detrás, Armin la imitó, más tranquilo y curioso.

—Supe lo de la aldea, primo —dijo Mikasa mirándolo a los ojos—. Lo siento, realmente lo hago.

—Oh, cállate mocosa de mierda —resopló Levi, de alguna forma aliviado de que ese fatídico día su prima y el amigo de ella no hubieran estado allí, sino lejos, formándose en otra aldea—. Si te llamé, no es para eso.

—¿Dónde está Eren? —intervino Armin, sus ojos viendo analíticamente la fachada del palacio.

—Es la Gran Esposa del Kan —respondió Levi ácidamente, girándose para entrar al lugar—, no puede salir.

Pudo sentir la rabia de Mikasa por aquella frase, pero por fortuna la muchacha no dijo nada mientras entraban al lugar, sintiendo los ojos de los guardias sobre ellos.

Afortunadamente, Zeke ese día estaba fuera, por lo que se llevaría una gran sorpresa cuando viera a Mikasa y Armin al lado de Eren, sin embargo…

—¿Qué es esto?

Diana seguía en el lugar, con su séquito de víboras.

La mujer los miró con desagrado, rodeada de sus sirvientas y guardias. Se había aparecido poco los últimos días, pero al parecer iba a estar siempre allí para arruinar sus planes.

Levi la saludó con un movimiento de cabeza, causando que la mujer se enfureciera más.

—Buenos días, Amada Sacerdotisa —dijo calmado, aunque llevó su mano disimuladamente hacia su empuñadura—. La Gran Esposa del Kan mandó a llamar a sus Guardianes.

El rostro de Diana fue todo un poema.

Mikasa ladeó la cabeza mientras Armin sonreía con amabilidad, a pesar de que sus ojos eran fríos, examinando a la mujer de pies a cabeza.

—¿Guardianes? —Diana soltó una risa burlona—. ¿Para qué quieres ese chiquillo estúpido más Guardianes? —puso una expresión insípida—. ¿Zeke sabe esto?

—Ya me haré cargo yo de mi esposo, Diana.

Todos se giraron para contemplar a Eren, que en ese momento bajaba por las escaleras con una mirada seria, siendo una de las pocas veces en las que lucía como un adulto en lugar de un muchacho, dos soldados detrás de él para cuidarlo –y vigilarlo.

Levi se arrodilló, seguido de Mikasa y Armin y el séquito de Diana. Solo la mujer permaneció en pie, furibunda.

—¿No te arrodillarás ante mí, Diana Fritz? —preguntó Eren suavemente.

La mujer se crispó ante sus palabras, en especial al oír su apellido de soltera, un cruel recordatorio de que, a pesar de poseer el título de Amada Sacerdotisa, no era más que eso. Porque ahora el apellido Jaeger era solo de Zeke y Eren, de nadie más.

Y ahora Diana debía volver a su antiguo apellido, a su antiguo tótem.

Si mal no recordaba Eren, los Fritz pertenecían al clan del buitre, emblema de la maternidad: Mut era su antepasada.

—Soy una mujer vieja —espetó con dulzura la rubia—, ¿acaso harás que esta pobre vieja se arrodille?

Eren puso una expresión pensativa, para luego sonreír con mofa.

—Por supuesto que sí, Diana —sus ojos se volvieron fríos—. Soy la Gran Esposa. De rodillas.

Todos parecieron contener el aire ante la orden, y apretando sus puños con rabia, Diana obedeció tratando de mantener su dignidad intacta a pesar de que ya había sido herida.

Eren se giró.

—Levi, Mikasa, Armin —dijo cariñosamente—, acompáñenme.

Los aludidos obedecieron sin decir nada más, subiendo las escaleras detrás de Eren, vigilando que nadie se le acercara más de la cuenta.

Eren entró a su cuarto, para luego girarse hacia Mikasa y Armin, dejando caer sus hombros. Luciendo como el muchacho de quince años que era, sus ojos perdidos y tristes.

—Hola, chicos —saludó con una sonrisa débil.

Mikasa fue la primera en hacer algo: se movió lo más rápido que pudo, yendo a abrazar al muchacho con fuerza. Eren le devolvió el abrazó con suavidad, recordando esas tardes de verano que pasaban en su casa, jugando en el césped los tres juntos con un Levi de quince años cuidándolos y sobreprotegiéndolo de Mikasa.

Armin se unió al abrazo unos segundos después, pensando en que no se veían desde cuatro años atrás más o menos, desde que partieron con Erwin, su tutor, hacia los pueblos interiores de la zona para entrenarse como Guerreros y así volver con Eren.

El castaño no lo había entendido muy bien al principio. Ya tenía a Levi, ¿para qué quería otros protectores?

Pero cuando su mamá le habló que era hijo del Gran Kan y que la esposa de su padre podía querer mandarlo a matar, entendió que iba a necesitar protectores de confianza.

Y sus amigos se habían ofrecido sin dudarlo un poco.

—Te ves distinto —murmuró Mikasa al separarse, observándolo a los ojos.

—Tengo quince años —trató de explicar Eren.

—No. No es eso —intervino Armin con el ceño fruncido—. Te ves triste.

Eren hizo una mueca, controlándose para no romper a llorar en ese momento cuando estaba tan apenado de su situación.

Mikasa pareció querer decir algo más, pero entonces Levi decidió intervenir:

—Si vamos a hacer esto —dijo apoyándose en la puerta cerrada—, entonces debe ser ahora —levantó la barbilla—. Estoy seguro de que Diana mandó a buscar a Zeke lo más rápido posible, y estará acá en un par de horas. Hagan el Juramento y luego podrán hablar.

Eren sacó de sus ropas una daga con empuñadora de oro, brillando bajo la luz del sol. Daga que Levi le dio cuando tuvieron que separarse luego de haber corrido por el bosque, huyendo de sus perseguidores, hasta que Levi le ordenó irse en una barca hacia el otro extremo de un lago, pidiendo asilo y protección.

Eren no había querido alejarse de su Guerrero, le había llorado y estuvo a punto de ordenarle que se quedara a su lado, pero la tribu enemiga que atacó su aldea seguía avanzando, y Levi distraería a sus captores un tiempo.

Solo se marchó con la promesa del reencuentro, en el norte.

Miró la daga un momento para luego apretar su empuñadura, pasando el filo por la palma de su mano mientras Mikasa se arrodillaba frente a él, totalmente decidida.

—¿Prometes servirme, Mikasa Ackerman, de la tribu de Sekhet, desde ahora y hasta el día que muera? —dijo con voz suave, mientras Mikasa tomaba la daga y cortaba su palma antes de tomarle la mano, la sangre mezclándose—. ¿Prometes serme fiel, por tus antepasados, por el Padre y la Madre de Tres Caras, hasta que el sol muera y nuestros días finales lleguen? ¿Prometes obedecerme en todo, ser una parte esencial de mi vida, estar por siempre a mi lado, hasta que no seamos más que polvo de estrellas?

Mikasa levantó la vista, mirando con total amor fraternal a Eren, y besó su mano, sin importarle un poco si quedaba manchada con sangre.

—Lo prometo. Hasta mi último aliento y el más allá, Eren Jaeger, yo te seguiré, sin importar qué ocurra a futuro.

El vínculo pareció tomar forma alrededor de ellos, como si pequeños hilos fueran uniendo sus manos y brazos, tirando y apretando, sellando por completo el Juramento que acabaron de hacer.

Eren no pudo evitar el Juramento que le hizo Levi dos años atrás, cuando su amor tenía dieciocho años, y besó su mano, su brazo, subiendo, subiendo, hasta encontrarse con su boca y sellar por completo su compromiso.

Levi lo había tocado esa noche por primera vez como hombre, mientras se besaban, deslizando sus manos por entre sus ropas. Solo lo había tocado, nada más, pero aun así…

Mikasa se puso de pie, con el rostro lleno de felicidad, y Armin reemplazó a su amiga, siguiendo el protocolo establecido, jurando lo mismo ante Mikasa y Levi.

Aun así, que fuera Levi quien lo tocara de esa forma por primera vez, lo había hecho cien veces mejor.

Nadie jamás lo había mirado con tanto amor como Levi lo hacía, y Eren podía sentir que por esa mirada era capaz de hacer todo.

Como en ese momento. Levi lo estaba mirando así.

Y Eren sabía que podía enfrentar absolutamente todo si Levi jamás miraba hacia otro lado, solo hacia él.


XII

—¡Los quiero fuera!

—¡Ya es tarde, lo sabes bien!

—¡No me importa! ¡Ya tienes guardias suficientes, no necesitas más!

—¡¿Guardias?! ¡Por favor, Zeke, tú y yo sabemos que tus malditos guardias no son más que espías tuyos y de Diana!

Zeke golpeó su mesilla, pero Eren no se aminoró, solo soltó un bufido mientras miraba la puerta con molestia.

Sabía que detrás, Levi, Mikasa y Armin estaban escuchando todo.

Hoy era esa noche, y como cada vez que debía ir, le ordenó a Levi –ahora a Mikasa y Armin también– que se quedaran fuera y no entraran al cuarto.

Había estado esperando esa pelea, por supuesto. Sus amigos llegaron dos días atrás, haciendo el Juramento esa misma tarde, y Zeke no se apareció en ningún momento por su cuarto para reclamarle algo. Sin embargo, no se había fiado: sabía que Zeke estaba esperando el momento exacto para acorralarlo. No por algo su tótem era Tahuti, patrón de la inteligencia y sabiduría, siendo representado por el mandril.

Eren sabía que debía irse con cuidado con Zeke. Cualquier paso en falso y los seres que amaban podían morir.

—Los echarás —Zeke pareció recuperar la calma, alarmando más a Eren—. Si no lo haces, Eren…

—¿Me harás qué? —el menor lo desafió abiertamente.

Zeke se quedó un momento sin moverse, sin hacer nada, sus ojos azules mirando a Eren con tanta frialdad que el muchacho pensó que podía congelarse allí mismo.

Antes de procesar lo que estaba ocurriendo, Zeke lo tomó del brazo con fuerza, tanta que sabía que le quedarían moretones por el apretón.

Zeke lo tiró a su cama de golpe, aturdiéndolo, y de pronto estaba jadeando, con la boca de su medio hermano –no, su esposo, su esposo, su esposo– sobre la suya en un demandante, exigente beso, rompiendo el precioso hanfu violeta de ese día, dejándolo medio desnudo.

Iba a chillar, iba a gritar, iba a ordenar que lo salvarán, pero no podía hacerlo.

Porque Zeke y él tenían un trato, un maldito trato, y debía cumplir su parte.

—Desde ahora —gruñó Zeke al separarse—, te dejaré encerrado en mi pieza hasta que quedes preñado. No saldrás hasta el día en que me digan que estás esperando un hijo mío, Eren. Y tus malditos Guardianes tienen prohibida la entrada aquí.

Eren quiso decir algo más, pero Zeke volvió a callarlo de esa forma brutal, y solo pudo derramar lágrimas en silencio.

Mientras Mikasa se paseaba por fuera del cuarto como un león enjaulado, apretando sus manos en puños, mirando a la puerta con odio y rabia a medida que los gemidos y gritos se iban haciendo más y más sonoros. Se podía ver su claro estado a pesar de llevar puesta una máscara de diablo sobre su rostro, al igual que su primo y su amigo.

Levi tenía todo el cuerpo tenso, era más que obvio, en tanto Armin miraba un punto de la pared con los ojos vacíos.

—Tengo que entrar —espetó Mikasa de pronto, caminando hacia la puerta.

—Ni se te ocurra —no fue Levi el que habló, sino Armin—. Eren ordenó que no entráramos.

—¿Acaso no lo oyes? —preguntó Mikasa bruscamente—. Y sabes que no me refiero a sus gritos. Me refiero a esto —la chica apuntó a su cabeza—. Sus pensamientos, sus sentimientos, todo, siento como si me estuviera rompiendo la cabeza. Está pidiendo ayuda, Armin, está desesperado —puso una expresión desolada—. ¿Qué clase de Guardián soy si permito que esto siga?

—Uno que le hace caso a su Dueño —espetó Levi ferozmente—. ¿Crees que no quiero entrar? He tenido que soportar esto por tres meses, pero Eren fue específico con sus órdenes.

Ambos primos se observaron un momento, tratando de que el otro cediera solo con la mirada.

Mikasa bufó, girándose.

—No faltaré a mis órdenes —Levi pareció relajarse un momento hasta que la muchacha añadió—, y menos a mi orden más sagrada: proteger a Eren de todo, incluso de sí mismo.

Antes de que Levi o Armin pudieran detenerla, Mikasa abrió la puerta de golpe, sacando su espada, entrando al cuarto.

Dio dos pasos hasta que se quedó congelada, viendo la escena.

Sabía que fue Levi quien la detuvo cuando escuchó su jadeo de dolor.

Eren estaba boca arriba, con sus ropas destrozadas, la cabeza echada hacia atrás, gimiendo –¿por dolor o placer? No podían saberlo– con los ojos cerrados, mientras Zeke besaba su cuello, sosteniéndolo de las caderas, moviéndose, penetrándolo, soltando sonidos bajos también.

El muchacho abrió los ojos de golpe.

Parecieron observarse unos segundos.

Eren jadeó.

—¡Fu-FUERA! —gritó desesperado, horrorizado.

Zeke se detuvo, levantando la cabeza, chocando con los ojos llenos de asco de Mikasa y de disgusto por parte de Levi que se veían tras la máscara.

Sonrió con maldad, volviendo a moverse.

El menor gimió.

—¡N-no! ¡Ba-basta! —aquellas palabras activaron el instinto guerrero innato de Mikasa y Levi, que dieron unos pasos dispuestos para matar a Zeke de ser necesario, pero entonces Eren volvió a mirarlos.

Sus ojos estaban llenos de sufrimiento y angustia.

—¡FUERA! ¡MA-MALDITA… NGH… SEA! —gritó alterado, tratando de detener a Zeke—. ¡ES… ES UNA ORDEN! ¡FUERA! ¡FUERA! ¡NO LOS… NO LOS QUIERO AQUÍ! ¡NO… NO ENTRARÁN A ESTE CUARTO A MENOS QUE YO SE LOS ORDENE! ¡VÁYANSE, MALDITA SEA!

Como si estuvieran siendo manejados por marionetas, los cuerpos de Mikasa y Levi se movieron por inercia, girándose para salir del cuarto, una fuerza mayor a ellos obligándolos a obedecer a pesar de que sus mentes gritaban que se resistieran, que no hicieran caso, que debían ayudarlo, salvarlo.

Sin embargo, no pudieron hacer nada.

La puerta se cerró tras ellos.

Y la orden ya había sido dada por completo.


XIII

No habían podido ingresar al cuarto.

Ni siquiera cinco días después de lo ocurrido.

Porque las órdenes de Eren habían sido claras.

A pesar de que sus mentes fueran llenadas constantemente por mensajes vagos.

Ayuda ayuda ayuda ayuda

No quería esto no quería esto no quería esto no quería esto

Por favor Ta-urt por favor Ta-urt para con esto no quiero más me duele todo

Quiero a Levi quiero a Levi quiero a Levi dónde estás Levi

No puedo darle hijos no puedo no puedo no puedo por qué no puedo

Por las noches, el pasillo se llenaba de jadeos, gemidos y gritos.

Apenas habían comido algo en esos cinco días.

Armin se culpaba por no haber detenido a Mikasa antes. Mikasa no podía quitarse de encima la imagen de los ojos llenos de ira de Eren sobre ella. La mente de Levi estaba llena de los recuerdos de Eren bajo el cuerpo de Zeke, chillando, gritándoles.

Los tres se sentían como los peores Guerreros Juramentados del mundo.

Zeke había ganado una partida considerable por completo, prometiéndole que no lo dejaría en paz hasta que le diera lo que tanto quería. Y Eren sabía que jamás podría dárselo, porque no lo amaba de esa forma, y la única persona que podía darle un hijo era Levi.

La solución, entonces, era sencilla. Las consecuencias que podría traer a futuro no lo eran.

Y para peor, Eren no se sentía mejor que sus propios Guerreros, porque si bien el Juramento era unidireccional en cuanto a la órdenes, no lo era en torno a los sentimientos. Y se estaba ahogando por los sentimientos de sus tres Guardianes.

Más ahora en la soledad de ese día, porque Zeke se había marchado en la mañana, temprano, diciendo que volvería en unos días porque debía ocuparse de un conflicto en la frontera.

Zeke había cumplido por completo: le negó la salida de su cuarto, llegando por las noches para usarlo a su placer, dejándolo un desastre para que sus sirvientas lo limpiaran.

Eren nunca había sentido tanta vergüenza como en esos momentos, cuando Sasha o Annie lo bañaban.

No, sintió más vergüenza cuando Mikasa y Levi lo vieron siendo follado como una ramera, como una perra.

Cuando Levi lo miró, total, absolutamente herido, sus preciosos ojos grises rotos y quebrados.

Eren quería verlo, quería abrazarlo, quería besarlo, pero no quería que Levi lo mirara con asco. Que lo rechazara, que lo empujara a un lado, que lo mirara con desprecio.

Temía que lo hubiera dejado de querer.

Se sentó en una silla, mirando con total aversión la cama recién hecha. Annie se marchó minutos atrás, luego de bañarlo.

Quería ver a Levi.

Sus dedos se movieron, nerviosos, sobre los pliegues de su hanfu.

Aunque Levi lo odiara, no podía soltarlo.

Levi le había hecho un juramento. Y Eren podía aceptar su odio, siempre y cuando jamás se fuera de su lado.

Volvió a ponerse de pie, caminando hacia la puerta.

Al abrirla, se encontró con la mirada de Levi.

Levi había estado frente a la puerta, esperándolo. Aguantando. Como siempre.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Levi jamás lo miraría con odio, con vergüenza.

Lo abrazo, murmurando que podía entrar, y Levi no dudó en hacerlo, abrazándolo por la cintura, su rostro demacrado hundiéndose en el cuello de Eren.

Armin cerró la puerta tras ellos, de alguna forma intuyendo lo que iba a pasar. No por algo el tótem de la familia de Armin era Up-uat, patrón de los senderos, la intuición y la buena guía, su animal siendo el chacal.

Eren lo guio a tropezones a la cama, sollozando contra su pecho.

—Te amo —susurró—, te amo, te amo, te amo tanto, Levi…

—Sí —contestó Levi antes de besarlo en las mejillas—. Yo igual te amo, Jewel.

Eren permitió que Levi lo besara, que lo devorara con su boca, que lo hiciera suyo con ese simple beso.

Al separarse, Eren lo miró con dolor en sus ojos.

—No tienes que hacerlo si no quieres —murmuró para luego besarlo una vez más.

—Zeke no te dejará en paz hasta que no le des un hijo —contestó Levi siguiendo el hilo de sus pensamientos—. Yo te daré un hijo.

—Pero no… —Eren sollozó—. Levi, nunca podrás tratarlo como tu hijo, siempre lo tendrás que mirar desde lejos.

—No me importa —Levi suspiró contra sus labios—. No me importa si te tengo a ti. No me importa si así te salvo.

—¿Y si nos descubre…?

—Ya lo vamos a solucionar —el mayor besó sus párpados con infinito cariño, sonriendo levemente—. Te amo, mocoso de mierda.

Eren iba a decir algo más, pero entonces observó la decisión en los ojos de Levi, y solo asintió, volviendo a recibir el beso con amor, con cariño, con deseo.

Ambos sabían que estaban jugando con fuego, que las cosas iban a pender de un hilo en ese momento, pero no les importaba. No cuando se tenían al otro, no cuando se deseaban tan desesperadamente que algo parecía doler en su interior si no estaban juntos.

Con parsimonia, tomándose su tiempo, Levi lo fue desnudando de a poco mientras Eren hacía lo mismo con manos torpes, jadeando entre besos, murmurándose palabras tiernas, llenas de amor.

Eren comenzó a llorar al sentir las manos del azabache sobre su cuerpo, tratándolo con tanto cariño, tocándolo como si fuera su objeto más hermoso y preciado en el mundo.

Y lo era. Así como Levi era lo más precioso que tenía Eren.

Gimió al sentir su boca otra vez contra la suya mientras sus manos lo seguían recorriendo, preparándolo, deseándolo, acariciándolo.

Eren no sentía nada de eso con Zeke. Ni una pizca de aquello.

Incluso se permitió soltar algo parecido a un ronroneo al sentir a Levi deslizándose en su interior en tanto le murmuraba al oído lo mucho que lo amaba, que lo quería, que lo adoraba.

Eren podía morir en ese momento, lo tenía claro, y no le importaría.

Todo podía irse a la mierda, siempre que Levi lo sostuviera en sus brazos, que lo hiciera sentir así.

Jadeó a su oído cuánto lo amaba, cuánto lo necesitaba, cuánto lo ansiaba, mientras Levi lo miraba a los ojos, sin despegar momento alguno sus ojos de su rostro, transmitiéndole con ellos todo lo que sentía por él, prometiéndole que siempre estaría juntos a pesar de que el destino no los favoreciera. Jurándole que jamás lo iba a soltar.

Eren solo era capaz de asentir, gemir, jadear y sollozar por el estado en el que lo tenía Levi.

Y cuando llegó al orgasmo, cuando pareció alcanzar el cielo, tocar las estrellas, cuando el nirvana pareció acogerlo entre sus brazos, cuando el éxtasis recorrió cada parte, cada fibra, cada centímetro de su cuerpo, abrazó a Levi, besándolo otra vez, para luego murmurarle que le pertenecía por completo. Que su corazón era suyo, solo de él, de nadie más, y nadie podría quitarle eso alguna vez.

Levi lo acurrucó entre sus brazos, sin alejarse, deslizando increíblemente una flor de loto sobre su cabello y murmurándole aquella promesa eterna que hizo años atrás, en medio de la noche, al lado de una pequeña laguna, entre nenúfares y corazones de agua, cuando juró cuidarlo por siempre.

Juntos, Eren. Sea cual sea el final.


XIV

Un mes después, la noticia recorría todos los pueblos aledaños, todas las tribus solitarias, hasta las fronteras que Zeke gobernaba.

Una noticia que sacudía a todo el mundo, que parecía aliviar por completo a las personas, que los distraía de las constantes invasiones que vivían.

La Gran Esposa del Kan, Eren Jaeger, estaba preñada finalmente, y en ocho meses daría a luz al heredero del Gran Kan.


Aclaraciones:

1. Kan: título de origen turco-mongol cuyo significado es "Máximo Gobernante", que maneja un territorio llamado Kanato. Puede ser asociado al título de Emperador o jefe de una tribu o clan.

2. Tribal: de la palabra tribu, englobando todo lo relacionado a una identidad propia o colectiva. Es la agrupación de personas que comparten una misma religión, cultura, tradición, lenguaje, etc.

3. Dioses egipcios asociados dentro del fic (extraídos del texto La Religión de los Antiguos Egipcios, de W. Petrie):

a. Tahuti: dios mandril de la sabiduría, considerado el más sabio de los animales.

b. Sekhet: una de las diosas leonas, que junto a Bast, Mahes y Tefnut eran asociadas al poder destructor o deidades cazadoras.

c. Ta-urt: diosa hipopótamo, "la grande", patrona del embarazo.

d. Up-uat: dios chacal conocido como tranzador de senderos en el desierto, "el que abre caminos". No debe ser confundido con Anubis, guardián de los muertos, aunque están íntimamente relacionados.

e. Mut: emblema de la maternidad.

4. Pashtunwali: El código Pashtunwali proviene de una tribu enorme de la población afgana, la de los pashtunes. Ha sido asociado al Islam, pero al igual que muchas costumbres de Medio Oriente, como el apedreamiento por infidelidad, el código Pashtunwali es anterior a la conformación del Islam, que fue en torno al año 600 d.C., basándose más en el honor que en la religión. Tres de los principios más conocidos de dicho código son la Melamastia, que si se pide obliga al hombre perteneciente a la tribu a dar hospitalidad independientemente de la raza, religión o nacionalidad de la persona que lo pide, incluso si es enemigo; el Nanawatey, relacionado con lo anterior, que es dar asilo y protección a toda costa; y Badal, que es reciprocidad, justicia y venganza, que puede ser mantenida por generaciones. Si alguien ofende a un afgano, éste querrá Badal sin importar cuánto pasen los años.

5. Muchas de las costumbres aquí mencionadas provienen de diversas etnias orientales, asiáticas e incluso medievales. Por ejemplo, que una mujer de alta alcurnia no pueda salir de casa proviene de China.

6. Guerrero Juramentado, "Sea cual sea el final". Si alguien puede adivinar de dónde saqué eso, tendrá un premio (?)


¡Feliz cumpleaños atrasados bebé! Lamento tanto la tardanza de esto, espero que haya valido la pena por ti, ¡te traje algo largo! Y los siguientes capítulos serán igual de largos, por ti xD

Me tienen de vuelta otra vez, con una no tan pequeña historia que prometí hace mucho a una de las personas más geniales del mundo (?) No saben cuánto me costó hacer esto, llevo escribiendo este pinshi capítulo por lo menos tres meses :v ¡Pero lo terminé! Espero que me haya quedado lindo y kawaii :v

Si alguien aquí pregunta por UP, ¡está casi listo! Pronto, pronto, lo prometo :v

Eso sería todo por ahora (?) Espero que las personas que lo hayan leído les haya encantado, ay, amo tanto mi ZekEren y mi RiRen, si son tan lindos bhjfsdfbdhj uwu Así que ojalá me dejen un review, sino, pos nada :v

¡Besos!

Cotota~