Disclaimer: Los personajes de Naruto y Highschool DxD pertenecen a sus respectivos autores.

Nota Aclaratoria: En primer lugar, gracias por entrar y darle una oportunidad a la historia. Como ya sabrán por el resumen, esta es una historia crossover entre dos series que me gustan: Naruto y Highschool DxD. La idea empezó a tener forma después de leer la novela 13 de Highschool DxD (dato importante pues la historia empieza desde ahí). Si bien, nunca me agradó la manera cómo se maneja el protagonista principal de Highschool DxD, me cautivó la mitología tan basta que maneja su universo, es decir: ángeles, demonios, dioses, héroes, dragones... ¡Da para jugar mucho!, ¿no? Por tanto, quise hacer algo con ese universo tan increíble de DxD; y cuando leí una historia de Naruto de un mundo alterno ninja por estos lares, ¡zas!... Así que, aquí estamos. Espero que si les agrada, me hagan saber su opinión. Por cierto, la historia está publicada por mi persona en otro foro, así que no es plagio o algo parecido; aunque en ese lugar no ha tenido mucha acogida. En fin, espero tener más suerte por aquí. :)

Una vez más, gracias. Y empecemos. Tschüss.


Beautiful Crisom Days


Carmesí.

Veo un crepúsculo carmesí.

Veo una tierra teñida de llamas.

Un paisaje difuso. La realidad que se escapa de la rutina y se extiende sobre la tierra con extraños matices de ironía y austeridad. El fuego lo consume todo. Las lamidas de las llamas, aquí y allá, se tragan todo cuanto fue, cuanto es, cuanto podía ser. Es fuego helado que deshace los corazones, la esperanza, y lo convierte en cenizas lóbregas llevadas por el viento del anochecer, junto al tenue susurro de miles de plegarias.

Un mundo desconocido. El tiempo imperfecto, raro, eterno. ¿Pero, qué es el tiempo? ¿Un devenir incesante de eventos aglutinados unos tras otros desesperados por llegar a un final que nunca se alcanza?; ¿una ilusión acuciante dominada por la existencia? No. Es más sencillo: el tiempo olvida al tiempo, el tiempo olvida las memorias, el tiempo elimina la historia y hace que todo retorne una vez más hacia el principio. ¿Pero, qué es un principio? ¿Cómo podemos discriminar el principio y el fin?: ¿con el nacimiento, con la muerte, con los eventos? No. Cada instante y cada suspiro del mundo está colmado de nacimiento, muerte y eventos. De tal forma, el principio y el final incesante ciñen la realidad en una ilusión pasajera. Por tanto, el mundo debe ser conocido y el tiempo definido para que encontremos el principio y consigamos alcanzar un final.

Sí, esa es una buena definición para mi situación. Para estos instantes, tú, quién estás en algún lugar, existiendo en algún momento y moviéndote lentamente hacia tu fin, debes de preguntarte quién soy y la razón de mis preguntas para encontrar sentido a algo que la mayoría de seres dan por hecho. Podría empezar mi historia desde que abrí por primera vez los ojos en un tiempo tan antiguo que nadie podría concebir, o podría empezar contándote los eventos que suscitaron mi estado actual. De cualquier manera, te aseguro que es una historia extraordinaria, valerosa, tan grande que no cabe en la imaginación de los mejores mitos. Me atrevería a decir, que no ha existido en la historia historia como la mía; pero, para bien o para mal, ha sido condenada al olvido. Yo he sido condenado al olvido. Tan distante está mi realidad, que inclusive los recuerdos van poco a poco desapareciendo. Soy consciente de ello; el tiempo, con su suave devenir, va llevándose lo importante y robándome las memorias de esos días. Sin embargo, no me arrepiento de mis acciones. Por aquella época fue la mejor solución que encontré después de años horrorosos, años inertes, años borrados dichosamente del mundo. No me llevaría a nada empezar la historia desde el fin. Tampoco sería emocionante narrar los eventos perdidos, incluso en mis recuerdos. Puesto estos, cada vez se van haciendo más difusos y me toma más tiempo evocarlos. Quizá, de todos los contras de mi situación, lo último ha sido lo peor. No poder recordar con nitidez los rostros, las acciones, las palabras de las personas importantes para mí. No conseguir evocar con facilidad lo que me era preciado, perder a cuenta gotas las formas, los sonidos, los instantes efímeros llenos de felicidad verdadera; peor todavía: luchar contra ese tirano invencible que me va robando con paciencia el recuerdo de ella; apenas puedo recordar su voz, su hermosa cara se hace más difícil insinuarla en mi mente, sin quererlo, ya no puedo rememorar sus labios: ¿eran así de finos?, ¿se los pintaba de ese color? Los preciosos detalles van siendo barridos como polvo tras un día de lluvia: limpiando, deformando, vaciando todo con una suave caricia muerta. Sé, que en algún punto de mi existencia, la imagen de su cuerpo desaparecerá completamente de mis recuerdos: primero fueron los dedos meniques de las manos, luego las piernas, le siguieron los detalles que amaba locamente como sus lunares, sus cicatrices, sus pequeñas y estratégicas pecas con forma de medialuna en la espalda. Al final, estoy seguro que su rostro irá desapareciendo, y tal vez lo único que me quede será un vago sentimiento de pérdida. Es doloroso, pero es mi sacrificio. La vida misma es un sacrificio incesante, y lo único que me consuela es el hecho que ella debió haber vivido feliz, y que fui yo quien le dio la oportunidad para encontrar esa felicidad. ¿Hace cuánto tiempo sucedió? No lo sé. Tal vez fue hace dos años, veinte, cien, mil… ya no importa ahora. Estoy condenado a seguir aquí. Estoy condenado a ser parte del tiempo, parte de una historia que rehúye de un fin. Por cierto, antes que lo olvide, mi nombre es Naruto; siento no recordar mi apellido.


Capítulo I


El amanecer del quinto día de Noviembre inició con la presencia de una llovizna ligera. Como era costumbre, el mundo humano despertó para seguir con el cauce frenético e ignorante que los caracteriza, excluyendo todo lo que no se alineara con su sociedad. No podían ocuparse de nada más en el limitado mundo que, en apariencia, reinaban. Sin embargo, algunos humanos, agobiados por la monotonía de una existencia irónica, tenían conocimiento que bajo la superficie, escavando un poco, las fuerzas reales que regían al mundo estaban presentes. Igualmente, entendían la verdad escondida tras los mitos, las leyendas y todo aquello que tenía de valeroso, noble y notable. Un mundo regido por fuerzas increíbles y míticas: ángeles, demonios, héroes; e incluso dios y diablo existían más allá de la religión. Mezclados entre los humanos, seres de gran poder hacían de titiriteros. Pero el propio universo tenía un principio, y estos seres, a pesar de su gran poder, no podían estar exceptos del esa ley. La última guerra, hace cientos de años, había tenido funestos resultados para todos los bandos, entre estos, la historia del origen se había perdido junto a la vida de los líderes y los ancianos. Siglos más tarde el sistema fue devuelto a una relativa funcionalidad que servía a las tres facciones con más poder, concibiendo como mediadores y posible equilibrio a los seres más débiles con los que coexistían. Así, los humanos empezaron a servir al cielo, a ser esclavos del infierno y colaborar con quienes habían caído de la gracia del señor.

Al principio, contados líderes de las tres fuerzas se preguntaron por esta excepción tan peculiar, es decir, ¿por qué un ser tan débil podía equilibrar de alguna forma ese caos? Entonces se dio un debate entre congéneres; el cielo lo justificó por el alma inmortal perteneciente al bien absoluto y el infierno lo acreditó por la capacidad para el vicio y el placer. Eran, al igual que los seres más destructivos y poderosos de las dimensiones: los dragones, seres cuya existencia escapaba a su entera comprensión, mucho más después que la historia del origen se perdiera con la muerte de Dios y los ancianos demonios. De cualesquier forma, el fin último de la existencia humana no resultaba apremiante para erguir el sistema y reformarlo. Fue así que los humanos, con el amparo del cielo y el infierno, evolucionaron de tal forma hasta rasguñar la divinidad que les había sido negada. Si los demonios y los ángeles poseían el poder de destruir y la luz, respectivamente, los hombres basaron su desarrollo en la ciencia. Tras otros cuantos siglos la arrogancia que les proporcionó la ciencia hizo que renegaran de la existencia de algo más allá de su comprensión. Una contradicción razonable pero insultante, sin embargo las tres grandes fracciones lo aceptaron pues necesitaban a los humanos para mantener el frágil equilibrio, en especial porque después del pacto temporal entre las facciones para derrotar a los poderosos dragones que interrumpieron la guerra, Dios los selló en Sacred Gear, instrumentos creados por él y que brindó a los humanos por misericordia, ¿quizá? Sea cual fuere el motivo, la existencia de tal poder hizo nuevamente a las facciones y líderes preguntarse sobre el origen. Era claro que las brutales cantidades de energía, traducida a poder, de los dragones, era algo que rebasaba todo lo posible. ¿Cuál era el origen de las razas? ¿Por qué un humano podía ser resucitado como un demonio? ¿Por qué cabía la posibilidad de una mezcla entre razas? El sistema complejo de milagros del cielo y la estructura tan peculiar de la organización que los representaba en la tierra, el sistema de contratos del infierno y los Evil piece, la capacidad de los humanos de desarrollar los Sacred Gear y alcanzar poderes que podían competir con los más fuertes ángeles y clanes demoníacos. Así pues, algunos de los pensadores de las fracciones llegaron a la conclusión que todo debía tener un mismo principio. Pero eso se contraponía al orgullo demoníaco y era una blasfemia para el cielo, pues Dios no podía tener el mismo origen que un mortal. Por supuesto, las pruebas demostraban lo contrario, pero para ser conclusivas se necesitaba del nexo. Ese pequeño «gigantesco» eslabón desconocido.

Hasta ahora.

La lluvia amainó entrada la noche. En las altas cumbre de los Pirineos, en la frontera de lo que el hombre ha denominado Francia y España, la belleza del paisaje exaltaba los sentidos. Introduciendo por entre las bellas formas rocosas a más de dos mil metros de altura, alejados por varias horas y rústicos caminos de los asentamientos humanos más cercanos, se llegaba a un volcán inactivo. Al caer el sol, sólo el sonido de la lluvia exponía la existencia de la naturaleza en la espesa oscuridad. El eco cadencioso de las gotas de agua chocando, dotaba al entorno de una nostalgia lánguida y escabrosa, pero, mientras pasaban las horas, un ligero fulgor carmesí empezó a emanar desde el volcán.

— Nunca dejarás tus malas costumbres— se oyó decir a una voz femenina, venida de ningún lado; aunque no se podía precisar por lo oscuro del sector, se escucharon nítidamente pasos pesados que se dirigían hasta el origen del fulgor.

Ya cerca de la luz escarlata emanada desde el volcán, como salida de las entrañas de las noches, una enorme gata azulada empezó a emanar un fuego azul, contrastando así el rojo y alumbrando mucho más los alrededores. De un salto llegó a los bordes del volcán, pero antes de poder decir algo, una potente y ronca voz preguntó:

— ¿Qué quieres?

— Siempre el mismo, Kurama. No nos hemos visto… ¿en qué?—haciendo gala de elegancia y habilidad caminó por el borde más delgado del volcán—. Si no recuerdo mal, desde que ese hombre decidió declararse Dios. Siempre fue muy descarado, lástima que también murió. Aún falta mucho para su reencarnación.

— ¿Qué quieres? — Repitió con tono más ronco.

—Tan frío. No es que me disguste eso de ti, Kurama.

Un horrible gruñido rompió los cielos y paró de inmediato la lluvia, e hizo que la gata saltara hacia atrás y bajara las orejas.

—Sí, sí, no hace falta eso. Eres más arisco que antes, y con el trabajo que me costó encontrarte. No te molestes, Kurama. Si te busqué no fue por placer. Mejor dicho, me lo encargaron.

— ¿Encargaron?

—No pude decir que no. Es parte de mis descendientes, o algo parecido. Soy una diosa, ¿sabes?; aunque ya no me rinden mucho tributo. Todo era más divertido antes que ese hombre hiciera esa religión que ahora siguen los humanos. ¿¡Qué locura, no!? Se atrevió a declararse dios, y peor todavía: el único. Si lo piensas con claridad, es muy gracioso. Pero no he venido a hablar de eso. Supongo que conoces lo que sucede en el mundo, ¿cierto?

—La misma historia: guerra, discordia, otra guerra entre los murciélagos, las palomas y los cuervos. O quizá apareció otro de esas lagartijas que se hacen llamar Celestiales.

—Tan cínico—suspiró—. No se puede hacer nada. Dado tu poder, puedes permitírtelo. Pero estás equivocado, por ahora permanecen en tregua. Aunque, de algún modo, llegaron allí.

— ¿Allí?

—Sí, allí.

—Explícate—dijo, mientras en la oscuridad espesa del fondo del volcán inactivo, un enorme ojo resplandeció como fuego primitivo.

—Al parecer fue un accidente. Entre sus escaramuzas tontas, abrieron un portal a esa dimensión. No lo creí posible hasta que fui a constatarlo. Esto claramente es algo para tomar en cuenta. Enseguida fui a ver a una de mis descendientes. Me explicó brevemente lo que acontecía. No creo que haya mayor peligro, pero es mejor ser precavidos. Ahora, lo extraño es que mi descendiente casi se infarta al verme—sonrió—. Al parecer, nosotros hemos pasado a ser mitos, cuentos para niños incluso entres los nuestros. Si es así, las otras razas nos deben haber olvidado.

— ¡Qué importa! El trato fue ese. Nosotros no intervendríamos, ¿recuerdas? Somos parte del todo, de lo que les rodea, de lo que da vida y energía a todo lo que puede ser conocido. Somos el equilibrio que mantiene la vida, incluso la existencia de aquellos arrogantes que se hacen llamar dioses. Los nueve estuvimos de acuerdo. Creamos las dimensiones cuando empezaron a separarse y a diferenciarse siendo lo mismo. Les enseñamos el ying y yang y luego nos apartamos como le prometimos a él. Nuestro deber es ser guardianes. Un guardián únicamente guarda lo que debe ser guardado, en nuestro caso, el motor de la existencia. Hasta ahí llega nuestro trabajo. Lo que hagan con esa existencia no es nuestro asunto. Así ha funcionado siempre. Por tanto, me importa poco que nos hayan olvidado.

—Es cierto, ¿pero la dimensión?

—Es imposible que puedan hacer algo. Y, de darse el caso que ellos lo consiguieran, poco me importa que se destruyan si llegan a despertarlo. Si quieres puedes advertirles, pero no moveré una garra para cerrar esa abertura o para colapsar las entradas. Si han entrado, sea coincidencia o la terminación de su reinado, es algo que deben hacerse cargo por sí mismos.

—Si despierta…

— ¿De qué te preocupas? Nuestra existencia ha sido muy muy larga, ¿no?

—Kurama, tú…

— ¡Ya déjame! Si los tontos de alguna raza hacen lo más temes, ten por seguro que pelearé como lo hice hace milenios.

—Pensé que te interesaría más, Kurama. Después de todo él…

— ¡Silencio! —dijo despacio, con tono oscuro—. Él lo decidió así. Yo me limito a cumplir con mi palabra, y no intervendré. Es mi promesa, y no me retractaré de mis palabras.

—Kurama.

—Si eso es todo, ¡vete!

El enorme ojo amarillento y salvaje se fue cerrando. La enorme gata saltó a otro sitio y lentamente su fulgor azulado empezó a desvanecerse. No había conseguido información u ayuda. Deprimida, entendió que debía partir. No era tonta como para hace enojar al ser más poderoso de los mundos y dimensiones conocidas.

—Por cierto, Matatabi—escuchó a sus espaldas. Giró el cuello, pero no vislumbró ningún cambio más que el tono de voz aburrido—. ¿Quién te informó sobre la apertura de la dimensión-prisión?

—Te lo dije, una descendiente mía. Una linda Nekomata miembro del Clan Gremory

—Con que Gremory, eh.

—Sí. Los he observado un poco y son divertidos. Pero la están pasando muy mal ahora. Escucha Kurama, si no haces nada, parte del Clan Gremory conseguirá desatar el fin de todo. Perdieron a alguien muy importante, y tú sabes muy bien qué tipo de locuras se pueden llegar a hacer por alguien importante—rió—. Qué tonta, no necesito siquiera mencionártelo. Da igual, de cualquier forma fue un raro placer buscarte y encontrarte, Kurama. Por cierto, he visto a ese otro sujeto interesado en la dimensión-prisión.

Kurama no respondió, el último dato no le gustó. Al parecer era tiempo de un nuevo principio, o quizá del fin.

—O—

La memoria es como una corriente ondulatoria y elástica que suavemente va tirando de nosotros hacia un momento cualquiera en donde haya retazos de felicidad, pero la realidad inmediatamente nos regresa hacia el duro y crudo escenario que se busca con desesperación no aceptar. Tristes brumas que surgen desde lo recóndito y reptan silenciosas por un espacio inanimado que va perdiendo forma y se convierte en asiduo paladín del olvido, defensor de lo marchito, guardián del dolor inacabado. De tal forma, la existencia se va abriendo paso. Y los recuerdos se van aferrando a ilusiones, a escenarios improbables, y, de suerte inaceptable, la lóbrega verdad nos azota en el rostro con sus hechos.

En una esquina de la habitación, sumergida en un profundo dolor inexpresable, Rias Gremory lloraba; no se movía, no gimoteaba, no gritaba, sencillamente lloraba. Detrás del hermoso rostro, bajo la nívea piel y la voluptuosa figura, yacía una mujer rota, horrible, cercenada. Una mujer que no avanzaba a reconstruirse por más y tratara de juntar las piezas que componían su ser. Las mujeres aman de una forma diferente, y cuando aman como lo hacía Rias Gremory, esa diferencia podía lentamente asesinarlas, poquito a poco, de manera sutil pero frenéticamente dolorosa. Así pues, el: sencillamente lloraba, no hacia justicia para describir lo que en ese instante sentía Rias Gremory. Apenas el vaivenear ascendente y descendente de su gran pecho, en un movimiento rítmico, daba fe que aún respiraba; los hermosos ojos apagados, los labios entreabiertos, el largo cabello carmesí opaco y enredado, toda la elegancia y la belleza que la caracterizaba estaba ahí pero de una forma muerta, casi como la de una fina muñeca francesa de finales de la segunda guerra mundial. Y cabía hacer la analogía pues, Rias Gremory, sentía que había perdido una guerra y ahora intentaba rearmarse en un recóndito sitio que fue abandonado por quien más amaba. Pobre, pobre muñequita, tan frágil, tan sola, tan débil, con sus enorme ojos carmesí mirando el vacío, con su vestidito arrugadito y esperando sin esperanza la vuelta del amado. Rias Gremory estaba tan vacía como el vacío que la envolvía, y se fracturaba, y se trizaba, y se desmoronaba, pero por alguna causa desconocida no se rompía. Quizá era esa la razón por la cual aún respiraba.

Lejos, muy lejos, demasiado lejos de Rias Gremory, el hombre anhelado por ella se batía por mantenerse dentro de la existencia de algún modo. Sin cuerpo y vagando, fuertemente sostenido a la idea de volver y hacer con Rias Gremory todo cuando no había hecho, el Dragón Emperador Rojo Hyoudou Iseei estaba al borde de ser nada, de ser parte del espacio espantoso que rehúsa ser algo. En medio de la tierra roja perteneciente a la brecha dimensional que él había abierto para salir de la dimensión artificial donde su cuerpo mortal había encontrado su fin, Iseei estaba perdido. Estaba acompañado por la Diosa Dragón Ophis y Ddraig, quienes habían formulado un plan para reconstruir el cuerpo de Issei a través de la carne del Gran Rojo. Sin embargo, una sencilla cosa se les escapó a aquellos seres tan antiguos y poderosos: el lugar donde creían estar no era en el cual estaban; mejor dicho: entre la brecha dimensional y la dimensión artificial, el Gran Rojo, para llevarlos a su actual entorno, había tenido que pasar por una especie de burbuja dimensional tan antigua que sus orígenes estaban atados al propio inicio del Universo, después que Kaos (el ser primigenio), y sus resultados Nous y Demiurgo, pelearan en tal batalla que hizo posible la ordenación y la existencia de cada parte material y espiritual que regían los mundos y las dimensiones. Por supuesto, aquellos nombres no cabían más que en un sentido mitológico aún para héroes, dioses, ángeles y demonios. Nunca habían tenido un indicio de su existencia, y sin embargo estos tres seres, que por el momento ignoraban el enorme cataclismo que empezarían, serían los primeros en hallar pruebas. A saber, pudieron haber sido las circunstancias o el universo lleno de probabilidades infinitas en tiempos infinitos y que por un azar que no se busca comprender, sencillamente sucedió. También se puede argumentar que fue causa del tiempo y del eterno círculo que siempre busca retornar a un principio y de ahí partir nuevamente. Tal vez algo en sí mismo lo planeó o, en el caso más irracional, sucedió por lo que llamamos: coincidencia. Sea cual fuera la respuesta, mientras el mundo de los demonios sufría la arremetida de monstruos gigantescos, la facción Gremory luchaba por sus vidas e Issei esperaba a que su cuerpo sea reconstruido; en la burbuja dimensional antes explicada, en el centro de ese espacio ilógico e indescriptible, una especie de inmensa estatua hecha de cal empezó a emerger y materializarse. Parecía más bien un híbrido de árbol y animal, de tamaño colosal más allá de una magnitud que pudiese ser concebida en términos de altura y peso, con un único ojo que fácilmente opacaría la luna del mundo humano. Mientras el tiempo transcurría, el ente se iba solidificando. Un ser de proporciones que jamás se pensó volvería a existir en las dimensiones, la representación perfecta de Kaos, aquella existencia que lograron doblegar en un principio los seres antes nombrados. Ahí estaba quien había dado origen a todas las especies del mundo existente, y volvía una vez más a existir luego de un larguísimo sueño. Una vez su cuerpo físico surgió, hizo saber a quienquiera su renovada existencia con la destrucción de la cárcel dimensional, acción de tal singularidad que provocó un sismo en todo lado y congeló por un instante a todo ser.

En la tierra roja donde se encontraba Issei y compañía sintieron con más violencia la cantidad de energía y poder, al punto que Ophis cayó de trasero al suelo y su blanca piel llegó a rivalizar con la leche. Fue menos de un segundo, pero la Diosa Dragón comprendió la magnitud de lo que había sucedido. Los demás presentes aún procesaban la información, pero no fue necesario buscar una razón pues en el cielo una inmensa brecha empezó a trazarse y por ella asomó el inmensísimo ojo de la criatura, hasta ese instante desconocida. Issei quedó sin habla, Ddraig sintió un temor tan profundo que no pudo siquiera sentirse humillado y, Ophis, únicamente atinó a llorar. El cielo siguió partiéndose a una rapidez y en una cantidad inconcebible, como cuando choca un plato contra el suelo y los trozos quedan separados en la bastedad; así parecía que el cielo estaba por separarse, dejando ver la mole dueña de aquel ojo. ¿Qué podían hacer contra algo así? Eran menos que larvas, algo así como motas de polvo insignificantes, incluso los poderosos dragones serían moscas a comparación del aquel ser. El enorme ojo de pupila concéntrica, color lechoso y mucosidades asquerosas empezó a moverse como si buscara algo. Lentamente una especie de tentáculos, salidos del cuerpo como ramas de árbol, empezaron a examinar sobre la superficie de la tierra roja. No lograron hacer nada cuando el capullo, con el nuevo cuerpo del Rojo Emperador, les fue arrebatado. Ni siquiera lo intentaron. De igual forma, tanto Issei como Orphis, no alcanzaron a hacer nada cuando lánguidamente los tentáculos les atraparon.

No pudo haber habido forma que ellos previeran que, sin desearlo, habían dado a ese caótico ser, quien por poco lleva a la extinción de todo hace cientos de miles de años, un cuerpo con carne y sangre de dragón, una poderosa armadura y las esencias que necesitaba para existir en toda la extensión de la palabra. Minutos más tarde, cuando las dimensiones se mezclaron y el cielo parecía un espejo roto en colores rojo, purpura y negro, el titánico cuerpo del ser de un solo ojo volvió a ser de cal; no obstante, tras empezar a deshacerse, apareció en el centro la gloriosa armadura escarlata del Rojo Emperador y, dentro de esta, el cuerpo de Issei. Así, aquel monstruo emergió a la existencia con una conciencia y un medio para expresarse, y lo primero que gritó furibundo a los cuatro vientos de la destrozada brecha dimensional fue: ¡Narutoooooo!