CCS y sus personajes son obra de CLAMP y esta historia es por mera diversión

Capítulo 1

Disciplina. La rutina diaria, respetar horarios y estar impecable fueron la cuna de mi vida desde niño. A pesar de pasar gran parte de mi infancia en otro país, mi madre no permitió que los modales y buena conducta fueran modificados. En un principio no estaba conforme de mudarme lejos de mi natal Hong Kong, pero todo cambió cuando conocí la paz y quietud del pequeño pueblo de Tomoeda, Japón. Lo único que detestaba eran las fuertes ventiscas del invierno que siempre evité en China, debido a que en Hong Kong, el clima se mantiene estable en todas las temporadas. A pesar de las heladas, agradezco cada año que pasé allí, porque fue donde descubrí mi vocación, libre de todas ataduras.

Nunca había tocado un instrumento hasta los 11 años, cuando en clases de música comenzamos a practicar la flauta. A la profesora le sorprendió la rapidez con la que avanzaba y me habló acerca de ello. Con su ayuda me fue instruyendo en diferentes tipos de instrumentos: de viento, cuerda, percusión… No probé con todos, y aunque dominé bastante bien el violín y la guitarra, mi rostro cambiaba de facción cuando mis manos se posaban sobre las contrastantes teclas del piano. Era una sensación maravillosa. Nunca me sentí tan a gusto con alguna práctica que no sean las artes marciales, pero esto era diferente, me transportaba a otro mundo y, la definición de felicidad, se quedaba corta cuando las estrofas iban tomando color al colocar mis dedos de la forma correcta sobre el teclado.

Con el tiempo comencé a practicar en cada momento que podía dentro del instituto y, tras convencer a mi progenitora, me permitió tomar clases particulares. Al terminar la preparatoria, fue un desafío volver a mi país y enfrentar a mi madre con la convicción más estable que tomé en mi vida.

Quiero ser músico y dedicarme a ello —le dije firme y sin titubeos.

Lejos de lo que yo pensaba, Ieran Li apoyó mi decisión y pronto comencé a profundizar la técnica. Estudié en las mejores academias, hice un master en Londres y compuse mis propias partituras que se quedaban guardadas en la libreta. Nunca busqué la fama como tal, pero sí he participado en conciertos, abiertos y cerrados, donde me pagaban por los servicios. Mi deseo siempre fue trabajar de forma independiente, pero por el momento, estas participaciones eran mi único sustento económico.

Un día, a mis 24 años, me busca una mujer al terminar una muestra. Esta femenina no era más que la dueña de una productora internacional radicada en China, quien solicitó mis servicios para una película. Esa proposición me abrió las puertas al paraíso. Fue allí donde todo comenzó, mis propias composiciones emergieron de las sombras y la fama que tanto esquivé llegó de forma inesperada. Al final pude amigarme y sentirme cómodo con esta nueva etapa "pública" de mi vida, porque convengamos que no es lo mismo ser compositor que actor de cine, y con mi perfil bajo mantuve un nivel de vida social aceptable.

La soltura era lo que más me gustaba de esta etapa de mi profesión, y con ayuda de mi familia, de a poco fui ampliando mis horizontes. Pero como todo profesional que se nutre de su propia imaginación y creatividad… a veces tenemos que lidiar con la falta de ella.

—Maldición —resoplé por décima vez en el día.

Taché una parte de la partitura con enojo y me tiré en el sofá de la sala junto al piano de cola. Hace unos días se me vino a la mente una nueva composición. La tenía casi lista; bellísima, suave y pausada… pero finalizaba un tinte melancólico y depresivo que me hacía querer arrancar una tecla del piano y cortarme las venas con ella.

No estaba trabajando en un pedido nuevo, pero la música está tan instalada en mi vida que no puedo vivir más de un día sin tocar, aunque a veces debo reconocer que la frustración y la ansiedad me juegan en contra.

Resignado a esperar que el enojo se me pase para no crear una melodía más tétrica o destructiva, busqué entre mis cosas esas historietas que me distraen cuando necesito cambiar de ánimo. No me avergüenza decir que conservo esa fascinación como cuando niño perdía algunos de mis recesos detallando cada comic, porque además de tocar el piano o la guitarra, tenía otras distracciones; y las mismas se fueron ampliando cuando conocí más a fondo al bando femenino. A pesar de haber estado en algunas relaciones con intenciones de progresar a futuro, nunca fueron del todo estables. A mis 29 años, sin pareja, sin descendencia… no es lo que Ieran Li esperaba para su único hijo varón, pero los tiempos cambiaron y no voy a emparentarme con alguien por mera satisfacción de mi madre.

—Xiao Laaaaang.

La puerta de mi departamento se abre de golpe con los gritos de esa mujer.

—Adiós paz y tranquilidad —digo para mí mismo.

Haciendo alarde de su imperativo carácter, mi prima Meiling aparece meciendo sus caderas y larga cabellera negra como la noche.

—¿Por qué no me llamaste esta tarde?

Sus ojos rojo rubí me acribillan al igual que sus palabras, porque no le sale ser de otra forma y, después de tantos años, ya perdí las esperanzas de modificar su conducta.

—No sabía que debía dejarle mi itinerario, "madre" —expresé con sarcasmo sin despegar mi vista del comic.

Sentí su presencia parada a mi costado, pero decidí ignorarla de todas formas. De pronto una mano toma de las mías el libro ilustrado, y fruncí el ceño para propinarle un juego de miradas desafiantes antes de comenzar la batalla verbal.

—¿Qué estás haciendo con eso? —pregunta como si no fuera obvio.

—Estoy comparando un huevo de pascua que encontré en un film de Marvel con el comic. ¿Te importa?

Su rostro se frunció sin comprender y sacudió su cabeza omitiendo ese detalle.

—¿Prefieres leer estas tonterías antes que ver a tu querida y maravillosa prima?

—Hace una semana que nos vemos a diario, Meiling, y la cuota de mi paciencia se completó el día dos. Sabes que necesito espacio.

—Qué insensible eres, Xiao Lang —se demuestra ofendida con ojos de cachorro y un falso puchero.

Resoplé resignado porque su obra de teatro me la conozco desde que nací y esas lágrimas de cocodrilo ya no me conmueven.

—Y dime, ¿cuándo regresa tu prometido? —quise saber y así cambiarle el semblante.

—Viaje de negocios, pero no me quejo. Por lo menos pudimos disfrutar unos 10 días en paz.

—¿Y por qué no le hiciste compañía? Con lo que te gusta pasear —pregunté mientras recuperaba mi comic y lo guardé junto con las partituras borrador que dejé desperdigadas sobre el piano. Ya no podría concentrarme con mi prima aquí.

Meiling pasa las manos por detrás de su espalda y comienza a hablar de forma tímida con voz pausada.

—Quería estar aquí… Pronto te vas a ir y… voy a extrañarte.

A veces muestra una faceta tierna que me es difícil de creer, y por ese motivo me desarma ante su corazón abierto. Como casi nunca me sale con ella, me acerqué hasta quedar viéndola de frente y esbocé una pequeña sonrisa que provocó sus ojos brillaran mucho más con esa caga acuosa frente a ellos.

—También voy a extrañarte, mi pequeño demonio —froté su cabeza como si aún fuera una niña pequeña—. Pero siempre pueden venir a visitarme y yo también regresaré.

De niño me costaba aceptar la relación afectuosa que Meiling tenía para conmigo, y a pesar de repelerla la mayoría del tiempo, es una de esas personas con las que puedes contar a ojos cerrados.

Luego de tan emotivo momento, el estruendoso vibrar de mi celular nos distrae a ambos. Lo había dejado sobre la tapa del piano y el sonar sobre la madera fue bastante escandaloso. Lo tomé para ver de qué se trataba y quedé estático al ver el remitente del chat de facebook.

—¿Quién te manda? ¿Tu ex novia? —me pregunta Meiling con voz graciosa queriendo acercarse a revisar.

«Oh no, a mi ex novia la bloquee de todos lados»

—Nada importante —dije apresurándome a guardar el teléfono—. ¿Por qué no vas a preparar algo de comer? Muero de hambre.

Bajo su atenta mirada de "no te creo nada", mi prima se fue a la cocina para dejarme solo. Fue en ese momento que releí el mensaje parcial que te muestra el teléfono sobre la pantalla, y me apresuré a abrirlo.

«Me enteré de que estás en Japón. ¡Qué buena noticia! ¿Cuánto tiempo te quedarás?»

En Japón no solo descubrí el amor por la música, tuve la suerte de encontrarme a buenos compañeros, con quienes pasé los mejores años de mi niñez y adolescencia. Al regresar nuevamente a mi ciudad natal, intenté mantener contacto con ellos y fue posible los dos primeros años, pero de a poco la brecha se fue abriendo entre mis responsabilidades y mi vida lejos de todos, distanciando la relación que supimos mantener de niños. A pesar de todo, cada 13 de Julio recibo mensajes de quienes más compartí el tiempo, y uno de ellos es esta chica que recuerdo bien:

—Sakura…

Algo se revuelve en mi estómago al decir su nombre, la misma sensación que me embarga cuando recibo su mensaje en mi cumpleaños. Es algo tonto que después de años sin hablarnos como tal, aun sigamos manteniendo la costumbre de saludarnos en esas fechas, pero no pasa más que eso o algún like en las redes sociales. El mensaje que leo ahora es diferente, y con una sonrisa tipié mi respuesta.

Me detuve antes de enviar… «¿Quedará mal si le escribo "Qué bueno saber de ti"?.» Hace poco le mandé un mensaje por su cumpleaños, el 1ero de Abril, y aunque estuve tentado de decirle acerca de mis proyectos en Japón, no pensé que sería de relevancia en su vida; y ahora ella me pregunta por lo mismo que omití seguir conversación. A veces nos hacemos problemas por cosas tan simples…

«En unas semanas me mudo definitivamente. Estaré residiendo en Tomoeda como en los viejos tiempos.»

Decidí borrar la parte que me alegra saber de ella por el momento.

A pesar de que toda mi familia esté en China, no terminé de hallarme plenamente cómodo viviendo aquí y eso se debía a que ya había encontrado mi lugar en el mundo.

No me costó mucho tomar la decisión de volver al país nipón. Mi representante me apoyó sin impedimentos ya que era conocido en el medio y la mayor parte del trabajo lo realizo desde casa. También tenemos en mente abrir una pequeña escuela de música en Tokio, que no está a más de una hora de Tomoeda. Todos proyectos que iremos profundizando una vez me instale allí.

Realmente tengo muchas ganas de reencontrarme con mis antiguos amigos. A pesar de los 11 años transcurridos, siempre los recuerdo con una sonrisa, y esta chica de ojos verdes y cabello castaño, estaba siempre compartiendo mi día a día. Animado por la alegría de volver a verlos a todos, le mandé un segundo mensaje.

«Sigues viviendo allí ¿cierto? Así podremos volver a vernos, tal como antes».

Sé por las redes sociales que sigue residiendo en el mismo lugar, pero me pareció lo más acertado de decir para dar el pie a un posible encuentro. No creo que se niegue, ya que siempre fuimos buenos… amigos.

—Xiao laaaaang —me llama Meiling desde la cocina—. Mañana tienes que acompañarme al shopping, porque quiero darle un toque femenino a este espacio. Hay que redecorar.

Mi prima no desaprovechó la movida de mi ausencia, y me pidió comprar el pent-house que debo dejar para mudarme.

—Claro —dije sin prestarle más atención, mirando el mensaje una y otra vez, esperando obtener una buena respuesta del otro lado.

Luego de aproximadamente una hora, me vuelve a sonar el teléfono.

«Sí, en la misma casita de siempre.»

La sonrisa tonta durante la comida no pasó desapercibida por mi prima, quien de un tirón me arrebató el celular de las manos desde el otro lado de la mesa.

—¿¡Qué haces!? ¡Dame mi teléfono, Meiling!

—Estás muy distraído… quiero ver que te tiene tan entretenido —responde ensanchando su sonrisa maquiavélica para invadir mi privacidad como si fuéramos unos niños y ella toda una maleducada.

Sus ojos rubí se quedan fijos en la pantalla y la sonrisa se le desvanece para quedar asombrada.

—¿Kinomoto? Pensé que no hablabas más con ella.

—Eso no te incumbe —le espeté quitándole mi pertenencia—.Y sabes que detesto me hagas eso.

Me volví a sentar y continué con la cena manteniendo el ceño fruncido y un elaborando un plan de venganza que meditaré con la almohada.

[…]

Detesto los centros comerciales. No entiendo a la gente que le gusta pasar sus ratos libres aquí como si fuera lo más interesante y divertido.

Cada vez que vengo, no puedo soportar el barullo infinito de las personas que se intensifica al pasar por el patio de comidas, ni a los niños correteando a unos pasos de sus padres sin noción del espacio y lugar acontecido, ni a los que se detienen en medio del pasillo como si estuvieran solos en el universo y nadie podría chocar con su abrupta parada. En resumen, es un espacio recreativo tan poco atractivo para mí…

Hay un solo lugar dentro del recinto donde puedo disfrutar de abstraerme de todo aquello que me molesta, y ese es el cine. La entrada a este lugar en días y horarios no laborales se vuelve tan irritante como el mismo centro comercial, pero una vez adentro te sumerges en las butacas y esperas con ansias que la proyección en la pantalla gigante te transporte lejos de allí. Siempre es un placer visitarlo, pero hoy me traen motivos muy diferentes.

—Hola, deme la primera función que se esté por emitir o se esté emitiendo. Lo que sea —le dije apresurado a la señorita de la ventanilla.

Con extrañeza ante mi petición, y de seguro mil hipótesis formulándose en su cabeza, la joven empleada me entrega un ticket sin comentarme la película en cuestión.

«Lo siento, señorita. Necesito escapar de mi pequeño demonio.»

Me apresuré y salí de la fila camino a la entrada de las salas y fue allí donde chequee el boleto.

—El conjuro —leí desconcertado—. Pero si se estrenó hace años…

Hace tiempo que se vienen re-estrenando películas taquilleras de toda índole, así que supuse esta fue una de ellas.

Recuerdo haberla visto una noche aburrida sobre el sofá de mi departamento. No soy fanático de las películas de este género y me considero un escéptico ante todo lo sobrenatural, y más aún cuando al comenzar la película mencionan "basada en hechos reales", pero cada quien elige su Dios y su religión, así que no es problema mío si algunas mentes débiles creen en los fantasmas y posesiones diabólicas.

Revisé el horario y estaba a término. La función comienza a las 15:20 hs. y solo faltan 10 minutos para empezar. No quiero demorar demasiado para no ser visto, pero esos chocolates en la vitrina me están tentando.

—Solo demoraré un minuto —me autoconvencí ante la visión futura de un chocolate desasiéndose en mi boca.

Como es día de semana, este horario es muy poco visitado, las largas filas no son un problema y, por ese mismo motivo, las cajas no se encuentran todas habilitadas.

Con solo dos personas adelante, me ubiqué detrás de una mujer, que mientras espera su turno sostiene un pequeño espejo con una mano, y con la otra repasa sus labios una y otra vez con un lápiz labial de color rosa pálido.

—Narcisista —mascullé con molestia.

Cada quien puede hacer lo que le dé la gana, en el momento y lugar que le plazca, pero ¿qué necesidad tienen las mujeres de maquillarse en los espacios o vía pública? Entorpecen el camino y las hacen ver como personas superfluas sobre un escenario común, presumidas de su belleza que de seguro deben disfrazar porque debajo carecen de ella según la percepción distorsionada que esta sociedad tan superficial y consumista les hizo creer.

Mi murmullo despectivo llegó a los oídos de a quien fue dirigido, y unos ojos intensos se clavan en los míos con fastidio a través del espejo. Percibí una oleada de calor hecho furia descargarse sobre mí con su mirada, y cerró con fuerza el accesorio que mantuvo en la mano porque era la siguiente en ordenar.

Con voz suave, y una amabilidad que difiere con la actitud de esos ojos furiosos de hace un momento, la mujer ordenó un balde enorme de pochoclos dulces y una soda de igual tamaño. Sin querer, mi cabeza curiosa comenzó a pensar si esta mujer de estatura promedio y cuerpo pequeño habrá pedido semejante porción para ella sola, o quizás el exceso de maquillaje se deba a una compañía con quien compartirlo. Sea como sea, no tiene porqué ser de mi interés.

A la espera del vuelto, la señorita volvió a abrir el pequeño espejo que nunca soltó de su mano, para mirarse y revisar su maquillaje, repasando con sus dedos el borde de sus labios.

—¿Por qué tienen que retocarse el maquillaje todo el tiempo? —se me escapó en un tono más fuerte de lo normal.

—¿Por qué los hombres tiene que masturbarse todos los días? —soltó como si nada la mujer al girarse molesta en mi dirección, dejándome la boca cerrada incapaz de responder y mis ojos desorbitados como las neuronas dentro de mi cráneo que se agolpan y agitan peguntándose: «¿De dónde demonios salió esa contestación?».

—Lo ve. Hay cosas que no tienen explicación. Así que cada uno a lo suyo —remató ante la ausencia de una respuesta. Con el ceño fruncido y barbilla en alto, tomó su pedido y se retiró de la fila.

Por mi parte quedé estático y, cuando recobré el sentido, la ira me carcomió los dientes.

—¿Cómo se atreve? —mascullé avanzando un paso hacia adelante sin prestar atención a mi alrededor, intentando fulminar con los ojos la nuca de esa mujer.

—Vaya audacia la suya. ¿No cree? —me dice la cajera quien participó del bochornoso encuentro.

«¿Audacia?»

Eso no es ser audaz, es ser una irrespetuosa y petulante persona, incapaz de discernir sobre el momento y lugar indicado para tratar ciertos temas y con la desfachatez de hacerlo ante un extraño.

Cerré los ojos y suspiré fuerte para no tener que descargarme con la empleada del Candy Bar y fijé mi atención en lo importante.

—Deme dos barras de chocolate con almendras, ese otro con castañas, aquel de chocolate amargo, la bolsa grande de cereal recubierto de chocolate con leche y si tiene esas barritas con relleno de crema de avellanas que no logro ver aquí, súmelo también.

Al levantar la vista, la joven se me quedó viendo como si tuviera monos en la cara, un pedazo de pochoclo pegado en la cabeza o un cartel en la frente en donde se lee "molesten al pobre infeliz".

Me tentaron las ganas de mandarla al demonio, pero mi mirada ceñuda fija sobre ella fue suficiente para que capte el mensaje. Al obtener mis aperitivos, apresuré el paso para entrar en la sala.

Gracias a las demoras imprevistas, el tiempo transcurrió rápido dando comienzo a la película, pero como no era de mi autentico interés, no me importó.

La sala está prácticamente vacía. Pude ver de reojo un grupo de adolescentes sentados en medio del lugar y mucho espacio disponible hacia los costados. Decidí subir hasta arriba y colocarme en una de las butacas más alejadas de las cuatro que se encuentran pasando el pasillo, donde nadie me molestará, y si quisiera, hasta podría dormir un rato.

Mientras los chocolates desaparecían en mi boca, la película estaba por la trama principal, donde los videntes/exorcistas visitan a la familia afectada. La banda sonora es bastante tenue, y en este tipo de películas el silencio se hace presente más de lo habitual para darle ese aire de suspendo aterrador. Entre tan escaso sonido, podía identificar el incesante movimiento de los pochoclos revolverse contra su recipiente.

Giré el rostro para encontrarme con nada más y nada menos que la "simpática" narcisista de hace un rato. Su rostro estaba prendado de la pantalla, pero sus ojos y su persistente masticar no me indicaban que la esté disfrutando. Permanecí viéndola un poco más de tiempo, esperando que la película me retribuya la sonrisa que me quitó al conocerla. Se ve como toda una niña asustadiza que preferiría estar en cualquier lugar menos aquí. No está acompañada, entonces me pregunto, ¿por qué tiene que ver algo que le produce tanto pavor?

Sumé masoquista a la lista de sus cualidades.

Regresé la mirada hacia la pantalla con una sonrisa macabra y un pensamiento que por momentos me hace creer en el karma. Cuando presté atención a lo que sucedía, en la película aparece una visión del pasado aterrador que encierra la historia y me asusto terriblemente. No fue la escena proyectada lo que causó mi exabrupto, sino de la presencia física de alguien pasar rápidamente por sobre mis piernas hasta sentase en la butaca vacía que dejé del lado de la pared.

—¿¡Pero qué está haciendo!? —hablé molesto mirando a mi nueva y no deseada compañía de carne y hueso.

—Lo siento. ¿Qué tal? Mucho gusto. ¿Le molesta si me siento aquí? —me dice con rapidez la mujer del percance en la fila.

—¡Claro que me molesta! Hay asientos disponibles por donde mire.

La señorita arregla sus cabellos despeinados para luego sujetar con fuerza el balde de pochoclos.

El destino quiere verme sufrir más de la cuenta, porque es increíble que después de la breve discusión que mantuvimos se comporte amable solicitando mi compañía.

—Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas —aclaró mirándome a los ojos.

Sus facciones reflejan una rara mezcla entre el pánico, pudor y arrepentimiento, liderados por la súplica de aceptarla a mi lado. Comprendo que el desborde de algunos sentimientos, como el temor en este caso, es propenso a un accionar poco racional y recurrente. Pero yo no soy su amigo ni su terapeuta.

—Por favor… —rogó.

Aun en la oscuridad pude ver el brillo aguado de sus ojos, intensificando el ruego con las palabras mágicas promulgadas. Ahora que puedo verla mostrando un lado inocente, quizás fingido en algún punto, pero suplicante y necesitado, se me es difícil negarle permanecer a mi lado. Ya no podía ser tan descortés ante una buena petición y reconozco que fui yo quien comenzó la riña en el Candy Bar. Con un movimiento de cabeza, la dejé quedarse en forma de compensar los tantos.

Resignado y esperando que el tiempo pase, me acomodé para continuar viendo la película. No transcurrieron ni 10 minutos para que mi nueva compañía, afectada por las escenas, se removiera en el asiento, comiera pochoclos en exceso, apriete el posa brazo de la butaca clavándole las uñas completando la escena con ruidos molestos.

—¿Por qué vienes a ver este tipo de películas si te pone de esa forma?

La pregunta salió de mi boca sin pensar, así como brotó de mis labios la ofensa en la línea de caja, solo que esta vez no se molestó ante mi intromisión en un tono poco amable.

—Dicen que si no enfrentas tus miedos no puedes superarlos —trató de justificarse y en parte le di la razón en silencio—. Esta maldita película me mantuvo noches en vela… y para mi infortunio, mi amiga quiere venir a verla. Pensé que si la volvía a ver tendría la oportunidad de que me afecte menos… pero no lo estoy logrando— me explicó apenada.

Sentí un poco de pena por la muchacha, porque se nota que sufre y no es fingido, así que intenté animarla.

—Creo que debería decirle a su amiga de no venir. No es sano para ti ponerte en esta situación de estrés innecesaria. No es como si algo de lo que vemos fuera a suceder o sea de vital importancia que mire una película de terror.

La charla se estaba dando sin necesidad de levantar la voz ni escuchar que alguien nos chiste para callarnos. Primero porque no teníamos gente alrededor, y segundo porque no estamos viendo una película de acción.

—Quizás tengas razón —dijo más calmada.

Su sonrisa me contagió algo de confianza aunque sea una completa desconocida para mí. Y al parecer eso le dio el pie para que sigamos conversando.

—Mi madre me inculcó ese mal hábito de llevar maquillaje a todos lados, pero no soy una persona vanidosa que intente llamar la atención —dijo en respuesta a mi agresión verbal donde nos conocimos, dándome el pie de redimir mis actos.

—Disculpa si te ofendí —aclaré con sinceridad. No soy de los que juzgan a un libro por su portada, pero la verdad… es que tuve un mal día. De todas formas, eso no justifica mi pensamiento ni lo que dije.

—Tampoco justifica mi contra pregunta poco decorosa. Lo lamento.

La miré a los ojos y si no estuviera tan oscuro juraría que sus mejillas se sonrojaron. Al pensar de nuevo en esa pregunta indecente, yo también me ruboricé y retiré la mirada.

—Aunque sí que es algo que me da curiosidad, debo admitir —reconoció en tono jocoso.

—No creo que sea un tema apropiado para discutir con un desconocido.

«Ni con nadie más.» —pensé

—Pero así la vergüenza es menor. A veces nos desinhibimos más con extraños que con nuestros propios allegados. Es como si no te costara revelar ciertos aspectos de tu persona porque realmente no te molestaría ser juzgado de mala forma por alguien con quien no tienes relación, ¿no crees?

—No estoy del todo de acuerdo con lo que dices. Suena como si vivieras aparentando —me sinceré y de paso desviaría el tema acerca de los ejercicios diarios del género masculino.

—Vivimos en un mundo de apariencias. Me considero una persona genuina… pero siempre encontrarás quien discrepe contigo o, por ejemplo, le resulte chocante mis momentos de impulsividad... como el exabrupto que tuve contigo. A veces me pasa que actúo sin medir consecuencias. Es una cualidad que desarrollé con los años, lamentablemente.

—No me parece una mala cualidad, solo hay que saber controlarla. No puedo hablar mucho por mí porque mi carácter no es precisamente risueño y alegre.

—Mmmmm… eso te convierte en un chico malo. Y la chaqueta de cuero que traías puesta completa el look.

Su voz cambió a una socarrona y al verla pude comprobar la sonrisa que imaginaba tendría. Es de esas torcidas que tienen varias e infinitas interpretaciones, que lejos de amedrentarme, me contagia.

—Y el chico malo sabe sonreír —agregó para aumentar el momento de complicidad—. Te queda bien.

—¿Qué cosa? ¿La chaqueta o la sonrisa? —quise jugar.

—Ambas.

Dejamos de mirarnos porque el silencio volvió a reinar en la sala. La señorita a mi lado se aferró al balde de pochoclos metiéndose un gran bocado y borrando por completo la linda sonrisa.

Una escena sorpresiva de la película que no recordaba hizo que saltara un poco de mi asiento, y a mi lado, esta chica ahoga un grito arrojando por los aires una gran cantidad de pochoclos, esparciendo una generosa porción en el suelo y otra sobre mí.

¡Era una lluvia de estrellas con azúcar pegajoso!

—¡Como lo siento!

Ni tiempo me dio en limpiarme los restos de maíz inflado porque ella se estaba ocupando de hacerlo por mí, quitando con torpeza los que cayeron sobre mis brazos y posteriormente sobre mis piernas, llegando —por supuesto— algunos a caer en mi zona íntima, aquella donde la muy distraída se apresuró a despejar como si fuera yo una clase de mueble inanimado al que desempolvar.

—¡Ya! No haga eso —aparté sus manos lejos de mí sintiendo mis mejillas arder.

«Dios, mujer. ¿Qué no sabe ubicarse?»

Me paré del asiento para sacudirme por completo los rastros del dulce pegado sobre la ropa y con un suspiro fuerte me volví a sentar.

La señorita permaneció sentada mirándome con los ojos de tamaño aumentado, que a pesar de la baja luminiscencia, denotan arrepentimiento y vergüenza.

—Lo siento mucho. En verdad lo siento —completa al cabo de unos segundos.

—Ya. No fue nada —mentí intentando dar el tema por cerrado.

—Esta es la razón por la que compro muchos pochoclos. Siempre termino tirando la mitad del balde al suelo, o en este caso, encima de ti.

Su risita posterior al comentario fue realmente contagiosa. Con mis brazos cruzados, y mirándola de reojo en repetidas ocasiones, me fue imposible seguir con la pose defensiva, pero a la vez reconocí estar bastante abochornado así que le regale únicamente una leve mueca.

Me caracterizo por ser un hombre serio y reservado que no ríe muy a menudo, por eso no comprendo cómo alguien que apenas conozco puede sacar más de una sonrisa de mi boca. Quizás es cierto lo que ella dice y uno se distienda con más libertad frente alguien que no conoce, porque de otra forma mi reacción hubiera sido pésima y hasta me habría alejado con molestia.

—Intenta arrojarlos hacia otro lado la próxima vez —expresé sin sonar tosco para romper el silencio y hacerle saber que no estaba molesto.

En el momento más inoportuno, el bolsillo de mi pantalón comenzó a vibrar sin cesar, indicándome una llamada entrante y bastante insistente.

Cuando saqué el endemoniado aparato de mis pantalones, observé el remitente y bufando lo dejé sonar. Me pasé una mano por la frente porque de solo saber que esta persona me está buscando conduce el dolor de una punzada en la cabeza.

—¿Todo en orden? —me pregunta.

—Si… ya dejará de sonar.

Pero no fue así, al cabo de los 3 segundos de terminar la llamada no respondida, el maldito vibrar volvió a hacerme cosquillas en la mano.

—No parece que todo esté en orden —expuso la señorita mirándome con insistencia.

Estuve a una pizca de mandarla a volar, de decirle que no le importa ni interesa lo que me pase, quién me llame o qué decido hacer con ello, pero desdoblé el ceño cuando de nuevo esos ojos me miraron con intensidad. De una forma misteriosa, y salido un poco de mis cabales, me sinceré con ella.

—Es mi prima. Llegó hace una semana y, de los 7 días, 8 se las ha pasado pegada a mi trasero. No es que no la quiera, pero… necesito mi espacio, y no encuentro como hacerle saber que no somos siameses y la veré al final del día. De hecho… habíamos quedado en vernos aquí, en el centro comercial, pero cuando la estaba esperándo me arrepentí y este lugar fue una buena escapatoria.

La linda señorita indagó en mis ojos como si no creyera del todo mi historia. «Encima que le cuento mis penurias, ella osa dudar de mi relato».

—Se me ocurre algo para que deje de molestarte por unas horas… pero tienes que confiar en mí. No es nada alocado.

«Confiar en una completa desconocida… ¿Por qué no?»

Hoy tengo un día salido de mi eje, y una mancha más al tigre dudo que hagan la gran diferencia.

El teléfono volvió a sonar y no supe qué decir de inmediato. Dejando de lado todas mis especulaciones, le entregué el celular. Su sonrisa se amplió tanto o más que una niña cuando le dan un dulce previo a saber que no hará nada de lo que le ordenaron y aun así logró su cometido. Temblé sobre el asiento porque sus ojos se tornaron traviesos y ya era tarde para volver atrás. Sin consultar más, atendió el llamado.

—Disculpa, tu primo y yo estamos teniendo un muy interesante cambio de opiniones y no puede hablar ahora… no sé si comprendes —y con una gran sonrisa torcida, cortó la llamada.

«¿Le dijo lo que yo creo que dijo?». Fue bastante sutil, pero de todas formas entendible para cualquiera.

—Listo. Verás que no te molestará hasta que termine el día.

Cuando me entregó el aparato al fin pude caer en cuentas de lo sucedido. Mi rostro enrojeció de repente, tanto que sentí mis mejillas arder como cuando niño admiraba a la chica que me gustaba.

—No tienes idea de lo que has hecho. Acabas de liberar al demonio.

Ella se encogió de hombros restándole importancia—. A lo sumo te ganaras un cachetazo en tu bello rostro.

—Mientras no me deje sin trabajo al romper mis dedos de un mazazo… no me molestaría.

Meiling es muy enérgica. De seguro llegaré al departamento y la encontraré sentada de brazos cruzados en el sofá individual con sus ojos fuego rubí clavado en los míos; desbordando la ira y resentimiento por haberla dejado plantada para irme a revolcar con una mujer imaginaria. No sé qué será peor, si la cura o la enfermedad.

—¿A qué te dedicas? —preguntó regresando a la realidad.

—Soy músico —dije escuetamente.

—¡Oh, qué interesante! ¿Y qué instrumentos tocas?

No me gusta hablar de mí e intento formular respuestas pequeñas evidenciando mi introvertida personalidad, pero la señorita tiene una curiosidad elevada a la enésima potencia.

—Toco la guitarra clásica, entre otros instrumentos, pero el piano es al que más cariño le tengo.

—¿En serio? —dijo con sus ojos sorprendidos y una radiante sonrisa—. Me encantaría escucharte…

Se la ve entusiasmada con sus pupilas expandidas y su cuerpo casi encima del mío como si fuera una fanática asediando a su idol para sonsacar la más jugosa novedad y comentarla en su blog.

Quizás exageré un poco, pero su actitud me amedrenta un poco.

—S-si te interesa puedo mostrarte.

«¿De dónde salió ese tartamudeo de niño de 15 años?».

Tomé mi teléfono y busqué una de las que tengo grabadas allí porque me gusta revisarlas en mis ratos libres. Encabezando el listado, me topé con la última que estuve componiendo y que no terminé, esa que aun suena triste y da ganas de suicidarse. En mi teléfono tengo solo la primera parte porque el resto es pura bazofia que debo trabajar en casa.

Convencido de adelantarle una de mis creaciones más recientes de puro estimulo personal, le entregué ambos audífonos para que la experiencia sea completa y no se sienta invadida por el sonido ambiente de la sala.

Agradecida, la señorita se acomodó en el asiento y aceptó mi recomendación de cerrar los ojos para sumergirse de lleno en el vaivén de las notas musicales.

Con un pausar divino, su iris se apagó y relajó la cabeza contra el respaldo del asiento, entregada a la sensación. Su rostro serio no está tenso; se lo percibe sereno acompañando las suaves notas de la introducción que también resuena en mis oídos a la par que ella, porque me la sé de memoria. Su sonrisa se esboza levemente con el pasar de las estrofas; mi mente se nubla y la quita del espacio donde estamos transportándola a la escena donde reflejé la melodía. Su cuerpo se mueve casi milimétricamente aceptando los versos mudos que trasmite la música y que cuenta una historia diferente, que cambia de trama y color según quien la reciba. Quisiera saber qué pasa por su mente y entablar una larga conversación sobre ello, pero no deseo interrumpirla porque es muy placentero mirarla e imaginar mi propia película.

«Se ve tan… bella».

Una vibra de emoción me recorre entero al sentirla compenetrada con la melodía y el corazón irriga sangre por todo mi cuerpo rememorando mis días de niño ansioso e impaciente. Adoro ver cuando la gente siente, como yo, la pasión y el entusiasmo por la música que adorna mi vida. Ya no hace falta que me describa con palabras lo que ha causado la composición en ella, porque pude leerlo en sus gestos.

Al terminar, sus párpados se elevan dejándome apreciar esas gemas tan estridentes como las estrellas del cielo nocturno, acompañando el brillo de sus dientes perlados. El clima es ideal para dar el paso y hacer lo que su boca me reclama el silencio, pero demoro el momento sopesando la posibilidad.

Sin darme cuenta, con mi pulgar derecho le propiné una leve caricia a la piel tersa de su mejilla, que provocó su sonrisa se desvanezca, y aun así, no apartó mi mano ante el atrevimiento. La seriedad con la que me mira no es de aquellas que te imponen un advertencia y su cuerpo no se tensa ante el contacto; se la ve expectante a lo que fuera a hacer.

Mis ojos observan el camino de mi dedo que se corre un milímetro a la vez hasta rozar su labio inferior y reposar debajo de él. Tan delicado…Tan tentador. Obnubilado por la suavidad del mismo, yo apreté los míos conteniendo las ganas de chocar piel con piel.

—¿Necesitas una invitación formal? —me reclamó mordiendo el mismo labio que estuve acariciando—. A veces no hay que pensarlo tanto.

Sus orbes toman la forma oscura de un eclipse de sol y esos labios entreabiertos son una invitación que no necesita pronunciar palabra.

«Puede que nunca la vuelva a ver. ¿Por qué voy a desaprovecharlo?».

Dejé de pensar cuando ella posó su mano en mi nuca para acercarme de una vez por todas. Mentiría si no dijera que algo se removió en mi estómago. Una sensación de vértigo me estrujó al sentir su suavidad y la presión se intensificó a medida que el beso iba mutando de uno tímido a uno más profundo. Nuestras lenguas se acarician sin prisa, y luego de un largo intercambio ella me mordió ligeramente el labio inferior quitando un sonido ronco de mi boca.

Eso… me volvió completamente loco.

Una de mis manos se quedó sujetando suavemente su rostro y la otra quiso viajar hasta su cintura en un intento de pegar nuestros cuerpos, que era imposible debido al maldito asiento con posa brazos. Sus dedos jugaban con mis cortos cabellos por detrás y me empujaba delicadamente cada que deseaba intensificar el beso más y más. Al segundo acto de morder mi labio, la besé hambriento y llevé mi mano hasta su cintura, estrujando su costado para que comprenda que no es un juego y sus acciones pueden tener consecuencias.

—No me provoques —dije buscando aire e intentando que alguno de los dos recuerde el lugar, contexto y situación donde nos encontramos.

Ella no contestó, y alternó su vista de mis ojos a mis labios a tan escasa distancia que pude ver una vez más sus pupilas dilatadas como luna llena. Su respiración errática no disminuyó cuando quitó de un tirón el pañuelo de su cuello, que como un vampiro sediento de sangre quise probar. Fue mi turno de escucharla reprimir su voz ahogada cuando la besé desde la parte de atrás de su oreja, hasta donde el escote discreto de su vestido me lo permitió. Quise llevar mi mano a explorar un poco más al sur, donde sus muslos descubiertos me tientan de comprobar la suavidad y longitud de su piel en expansión, pero me contuve y regresé la atención a sus labios hinchados para memorizarlos una última vez. Con dificultad, me separé de ella lentamente.

—No quiero propasarme más de la cuenta —le dije con voz ronca recordando mis buenos modales.

La señorita asintió levemente mientras recuperaba el aliento y de pronto las luces de la sala nos cegaron la vista. Ambos nos separamos y miramos en todas direcciones pensando en el inoportuno momento que la película tiene que finalizar y, por otro lado, fue un alivio no tener que pedirle saciar el hambre que mantiene firme en mi entrepierna.

—Mierda —mascullé por lo bajo.

«¿Cómo carajo me levanto ahora?».

—Voy al tocador. Te espero afuera ¿quieres?

La muchacha tomó su bolso y me sonrió al bajar las escaleras. Sin moros en la cosa, apresurado me acomodé la ropa y a mi amigo de forma tal que no se note el resultado de la intensa faena de besos, pero maldije una vez más el tener que salir en estas condiciones. La camisa ayudó a tapar la zona y, tras largar el aire, tomé coraje para salir con la chaqueta en mano. «Hace mucho calor para ponérmela ahora».

Es de conocimiento universal que las mujeres suelen demorar más de la cuenta en el tocador, así que llegué al corredor pensando que debería esperarla un buen rato afuera. Fue una sorpresa verla allí, parada con su espejo de mano y lápiz labial para retocar el maquillaje.

Largué un bufido socarrón y me acerqué por detrás.

—Narcisista —le susurré al oído para bromear con nuestra no muy buena primera impresión.

Mi voz la hizo dar un leve brinco y, al verme por el espejo, me sonrió antes de cerrar el mismo para enfrentarme. Horas atrás su rostro estaba fruncido de disgusto al decir esas mismas palabras contra su persona, y nuestros ojos destilaban furia por el otro; ahora era un juego de miradas traviesas y sonrisas provocativas que ambos disfrutamos en complicidad.

—Por lo menos ahora el maquillarme tiene un justificativo. Así puedo aplacar el rojo natural que le dejaste a mis labios.

«Buen punto, bonita».

Ampliamos la comisura de nuestros labios mientras ella guardaba los cosméticos en su bolso, pero al no ver bien dónde los metía, se le cayeron al suelo y nos agachamos a juntarlos. Del apuro dejó caer algunas cosas más, y entre ellas un par de fotografías de tamaño pequeño. Una quedó a la vista y no pude evitar curiosear. Sin pensar la tomé en mis manos y me levanté para admirarla de cerca, quedando maravillado.

—Eres tú —dije más para mí que para ella.

—Sí. Me la sacó una amiga hace poco.

En la imagen se ve su cuerpo de la cintura para arriba. Su cabello se encuentra atado en una cola alta y algunos mechones le caen alborotados por el rostro que de seguro se arremolinaron por el viento al estar en un espacio abierto. La puesta de sol bordea su silueta tiñendo su piel de un tono cobrizo, pero ningún color ambiente aplaca esos ojos que relucen tanto como su sonrisa. Un último detalle pude notar, y este fue la ausencia de maquillaje.

Se ve tan linda, tan natural. A esta mujer no le hace falta nada para destacar.

—Si me permites decirlo, te ves mucho más bonita sin maquillaje. No eres de las que se cargan en exceso, pero ¿no ves lo mismo que yo? Tu rostro brilla por si solo con tu sonrisa.

Dejé de observar la foto para notar como sus mejillas se tiñeron de un leve tono rosado y estoy seguro que no es por el rubor que se pudo haber puesto.

—Lo tendré en cuenta —me dijo al tomar la foto de mis manos y mirarla con detenimiento.

Tras un leve suspiro sus ojos se posaron en los míos y sus perlas blancas hicieron aparición en honor a mi comentario. Sonrisa que no tardé en corresponder y se sentía natural brindarle.

Sin decir más, la joven acercó la fotografía a sus labios y la besó dejando marcado su labial rosa pálido antes de entregármela.

—Es un obsequio —dijo con su mano extendida esperando mi reacción.

La tomé algo cohibido y, sin poder agradecerle, ella me sujetó el brazo para impulsarse hacia arriba y en puntitas de pie besó mi mejilla. Ahora fue mi turno de enrojecer y quedar estático en mi lugar, viendo cómo se da la vuelta y comienza a caminar.

«No vas a ser tan estúpido de dejarla ir, ¿no?».

—¡Oye! —grité pero ella parecía no escuchar.

—¡Oye, espera! —grité con más fuerza e intenté caminar pero no podía moverme.

—¡Xiao Lang!

«¿Cómo? ¿Sabe mi nombre?». No, no es ella. Ya la perdí de vista en una bruma esponjosa y rosada como si fuera…

—¡Levántate ya, Xiao Lang! Me prometiste ir al shopping.

…un sueño. Eso fue.

Despertando con lentitud, me quedé estático ante los alaridos de mi prima, todavía vagando en ese sueño tan real… pensando en esos ojos y esos labios que me dejan un sabor extraño, entre lo conocido y lo nunca antes vivido.

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Hola Hola! ¡Estamos vivas! ¡Y recargadas!

Antes que nada cabe aclarar cómo surgió esta maravillosa mini historia en conjunto con mi amiga Valsmile.

Hace tiempo que teníamos ganas de hacer algo juntas, y cuando los astros se alinearon, se nos ocurrió crear un fic con participación de ustedes, nuestros queridos lectores/escritores aficionados como nosotras.

Por medio de la fanpage de Valsmile, pedimos que elijan una palabra de la lista de ítems y cada una correspondía a un lugar, objeto, prenda y profesión. Se eligieron al azar y el primer grupo sorteado fue para Valsmile, y el otro para mí.

Para refrescarles la memoria, a mí me tocó improvisar con: Cine - Lápiz labial - Pañuelo - Músico. Y la voz de mi personaje: Nuestro amado lobo de ojos como la miel.

Está de más SUPER RECOMENDARLES leer la versión de Sakura que se esmeró en hacer nuestra amiga Valsmile. Porque ¿no pensarán que hicimos esto sin un trasfondo o conexión entre ambas historias? ¿No? Eso creí :)

Nuestro ingenio nos hizo crear 3 capítulos que subiremos una vez por semana...

Gracias gracias gracias a las que participaron y otro saludo especial a aquellas que cada semana nos preguntaban por la publicación. Espero que lo disfruten tanto como a nosotras hacerlo... ¡En serio, fue muy divertido!

Como siempre, esperamos sus lindos rw que con más que gusto contestaremos :)

*Querida Val... nunca me reí tanto en este juego de roles.

Besos!