—Así que eres de Konoha... Déjame contarte una historia.
—Veamos —contestó Obito.
—Cuando tenía cuatro años estuve a punto de morir en la tercera guerra, hm.
Obito ya no quería saber los detalles, pero tampoco tenía una excusa convincente de por qué cambió de opinión.
—Cuatro años. ¿No estaba para entonces ya acabada?
—Estaba a punto de acabarse. Fue cuando este grupo de ninjas de Konoha consiguió infiltrarse en Iwa. Su objetivo era matar al Tsuchikage, pero este otro grupo de ellos creó una distracción atacando a civiles para crear confusión y ahí estaba yo.
—Recuerdo eso. Fue una operación de Raíz.
Con Deidara apoyado en él, Obito respiró hondo, preparándose mentalmente. Para tener pinta de ser una vivencia trágica, Deidara no sonaba traumatizado en absoluto. Lo contaba como quien cuenta cualquier otra anécdota insustancial. No sabía qué pensar de ese hecho.
—Le había insistido a mi madre para que me comprase un juguete en el mercado pero se negó. Yo estaba enojado, así que al mínimo descuido me escapé. Ahí fue cuando los de Konoha llegaron. La multitud se agitó y todo el mundo gritaba, veía a la gente de mi alrededor ser asesinada por aquellos ninjas enmascarados. Yo estaba asustado llamando a mi madre pero no conseguí verla. Así que me fui a esconder a un puesto de alfombras.
Obito sintió náuseas imaginando la escena.
—Las telas me protegían, pero me quedé mirando para ver cuando se iban. Los vi matar a mucha gente, algunos luchaban con lo que podían, pero siendo civiles poco lograron, otros suplicaban. No tuvieron piedad con nadie. Quería cerrar los ojos, pero algo me impedía apartar la vista de la escena que en aquel entonces se me figuró terrorífica. Al contrario, los tenía bien abiertos, no podía ni parpadear —casi por instinto, Obito lo apretó más contra su torso—. Entonces un tipo con una máscara de cerdo me encontró. Me tomó de la ropa y puso un kunai contra mi cuello. Estaba tan asustado que no sé cómo no me meé encima. No dije nada, y él tampoco, pero recuerdo no poder dejar de mirar los detalles de la máscara. Luego su mano comenzó a temblar, me empujó, me arrojó una alfombra encima y se fue.
—¿Qué pasó después?
—Salí cuando dejé de oír gritos. Cuando me encontraron me llevaron con mi madre. Ella me abrazó, y lloró como nunca la he visto llorar. Por eso no les conté lo que pasó de verdad. De hecho, eres la primera persona a la que le cuento la historia completa, hm.
Su estómago seguía revuelto, su garganta atorada. La vivencia lo debió marcar de por vida, eso estaba claro. Lo dejó insensible a la muerte. Algo común entre gente sometida a vivencias extremas.
—Déjame contarte otra historia a ti. Un ninja de Iwa me hizo esto en la cara cuando tenía trece años. Casi no lo cuento.
Deidara se reacomodó sobre su pecho, mirando su cara con curiosidad mientras recorría su mentón con un dedo.
—Veo que a ambos nos dejó marca la tercera guerra.
—Como a todos los que la vivieron.
El pulgar de Deidara subió a su mejilla, acariciando las líneas de su cara.
—Pero eso nos hizo ser como somos hoy. Sino, seríamos alguien completamente distinto.
Su compañero estaba transgrediendo una línea de intimidad con la que no se sentía cómodo. O mejor dicho, se sentía demasiado cómodo de no ser por la voz de su razón. Tener sexo con él no era lo mismo, podía mantenerse distante ahí, ambos obtenían estricta gratificación de dicho acto y así estaba bien. Últimamente, había algo ahí semejante al afecto, y esa caricia le decía que podía ser mutuo. Esa caricia había removido algo en su interior que hace mucho creía muerto.
Obito tenía que alejarse de él. No más juegos. Si estaba ahí, era para evitar que a más niños les pasase lo que le pasó a Deidara o lo que le pasó a él. Para que no más shinobis tuvieran que mancharse las manos con sangre inocente por orden de un Kage. Obito no los culpaba, tampoco a quienes estaban arriba, al menos no completamente, aunque sí tuvieran parte de la responsabilidad en sus manos.
La culpa era del sistema.
Retiró la mano de la suave espalda de Deidara, sentándose sobre el futón. Lo oyó emitir un quejido de protesta cuando lo obligó a incorporarse.
—¿Qué haces?
Salió de las cálidas mantas y buscó su ropa interior, luego sus pantalones, su suéter y sus guantes. Finalmente, se ajustó la máscara a la cara. Debía hacerlo rápido, sin pensarlo demasiado, de otro modo la culpa no lo dejaría en paz.
—¿A dónde vas? —insistió Deidara—. Se estaba bien ahí, hm.
—A mi futón —contestó con más sequedad de la que le hubiera gustado.
—Oh, bueno —Deidara colocó ambas manos tras su cabeza a modo de almohada—. Buenas noches entonces.
Obito tragó con dificultad, apartando la vista de aquella visión demasiado hermosa. Debía ser fuerte. Renunciar a sus deseos personales.
—A partir de mañana esto se acabó.
Odió que Deidara tardase en contestar. Tras meterse en su propio futón, le dio la espalda.
—Está bien, supongo.
No. No estaba bien. No para Obito. Su siguiente frase no fue calculada, de lo contrario no la habría dicho nunca.
—No pareces dolido.
La amargura con la que lo dijo, tampoco.
—¿Qué querías, que me pusiera a llorar, hm?
—No. Me alegra que no lo estés.
Lo estaba, con todo y la decepción de descubrir que él no había significado nada para Deidara tampoco.
—Sí lo estoy, idiota.
No fueron las palabras las que le atravesaron el alma como si fueran kunais, fue el tono. Se arrepintió de inmediato de haber deseado significar algo para él. Obito necesitaba quitarse esos remordimientos de encima. Pensó en decirle, que si ya sabía cómo iba a acabar todo no debió dar ese paso. Necesitaba aliviar esa insoportable sensación de culpa antes de que le diera un paro cardíaco. Al final, optó por callarse. Era lo más conveniente.
Volvería a las sombras, ya no tendría ni que buscarle otro compañero a Deidara dada la fase del plan en la que estaban.
¿Por qué tuvo siquiera que nacer?
No te disculpes. No te disculpes. No te disculpes.
—Lo siento, senpai.
El silencio entre ellos duró muchos meses.
—Así que esto era lo que buscabas, hm. Una guerra.
Obito le dijo a Kabuto que traer a Deidara de vuelta no era conveniente, que tal vez su poder como Edo Tensei indestructible haría del C0 un arma demasiado inestable que borrase todo del mapa, los jinchuuriki incluidos. Kabuto no se dejó impresionar y respondió que para algo estaban los talismanes. Que Deidara no iba a hacer nada que él no quisiera. La sangre le hirvió al pensar que iría a ser controlado por aquel ser repulsivo, pero no le quedaba otra que aguantarse la intención homicida y asentir. Deidara no era de nadie, ni en la vida ni en la muerte. Fue una de las personas más libres que él conoció. No quería que fuera de Kabuto.
Cuando ya no le sirviese, lo mataría él mismo con mucho gusto.
Obito se atrevió por fin a voltearse y mirarlo. Dejando a un lado su piel sin brillo de color enfermizo y sus iris azules rodeados de negror, Deidara estaba hermoso como siempre. No le agradó no ver su vivacidad habitual.
—La muerte no te sienta bien —respondió.
—Te equivocas —Deidara avanzó hacia él, observándolo con curiosidad—, es lo que mejor me sienta, hm.
Obito sintió una irresistible necesidad de abrazarlo, pero no lo haría. Él también estaba resentido.
—Te escapaste —le reprochó.
—Akatsuki me chupaba un huevo. No se por qué te sorprende. Además, sabía que enviarían a Itachi a por mí y no me equivoqué, hm.
—¡Te hiciste explotar! —dijo, alzando la voz.
El dolor que experimentó cuando vio la gigantesca escultura de humo no lo sentía desde que vio a Rin morir. De haber quedado vivo, Obito se lo habría hecho pagar a Itachi.
—Suenas como si te hubiese importado.
—Lo hizo —quiso reprocharle que no fue un accidente, que él lo eligió así, si se hubiera sentido en posición de hacerlo nada se lo hubiera impedido.
—Ya. Seguro. Mira, obtuve lo que quería, y puse fin a mi carrera artística con la explosión más grande jamás creada, justo en la cima. Quienes esperan más se convierten en viejas glorias y pierden prestigio, hm. Morí a lo grande, y eso es lo que importa.
—¿Es el arte lo único que te importaba en la vida?
Deidara lo miró con desdén y él se odió a sí mismo más que nunca.
—Es lo único que no me decepcionó en la vida. Una guerra... Tú viviste una, ya deberías saber lo que conlleva.
—Las nuevas generaciones no. Un recordatorio de lo cruel que es el mundo es necesario para hacer llegar mi mensaje.
—Bah —Deidara se volteó para alejarse de él—, estoy muerto. Me chupa el otro huevo tu guerra y tus motivos.
Antes de que pudiera si quiera pensarlo, Obito estaba yendo tras él. Puso una mano en su hombro y él lo miró, sus ojos celestes llenos de furia.
—Puede que esta sea la última vez que nos veamos.
—¡Bien!
—No pasa ni un segundo en el que no me pregunte si no me equivoqué al salir de tu futón aquella noche —tomó su mentón con sus dedos enguantados y por un segundo, sus ojos brillaron.
—Me cambiaste por esto. Para mí está claro. Crearé algunas obras más mientras dure la invocación impura. Hasta nunca, Uchiha. Disfruta de tu guerra.
Merecía perderlo. Merecía perderlo una y mil veces. Obito lo vio alejarse, esta vez, sin sentirse digno de irse tras él.
—Senpai...
—¡No me llames así!
Fue cuando Kakashi atravesó su corazón con el chidori, cuando Obito comenzó a tener rendimientos de verdad. Selló al juubi en su cuerpo, pero su determinación y voluntad se esfumaron. Era Deidara en lo único que podía pensar, en lo feliz que fue con él a su lado y en lo que pudo pasar de haberlo elegido a él. Su última conversación se repetía constantemente en su cabeza, su odio, su rechazo y resentimiento. Obito no merecía otra cosa que no fuera desaparecer para siempre. Lo traicionó dejando que Kabuto jugase con él a su antojo.
El mundo no necesitaba el tsukuyomi infinito, como no lo había necesitado a él. Obito lo había hecho todo al revés. Observó desde las alturas a todas las personas reunidas desde cada esquina de la tierra y cuyas vidas él arruinó. Se acabó. Con unas cuantas provocaciones, enojó a Naruto, lo amenazó con aniquilar la raza humana por completo, atacó sus inseguridades hasta la crueldad. Hasta hacerlo estallar. Incluso él tenía un límite.
Morir a sus manos se veía como una irónica manera de acabar la historia. Obito abrió los brazos y cerró los ojos cuando vio el enorme rasengan girar en su dirección. Sonrió. No tenía miedo, sólo quería poner fin a su sufrimiento, al que sentía y todo el que causó.
Si iba al mismo sitio que Deidara, quizá podía disculparse al fin.
Deidara no estaba allí. Nadie estaba allí de hecho. Comprendió que pasar la eternidad en soledad se veía como una penitencia apropiada. Eso debía ser su castigo personal.
Intentó familiarizarse con el bosque de árboles muertos en el que estaba, iba a ser su hogar de ese momento en adelante. Una música muy suave, como un requiem, se escuchaba mientras se adentraba en el bosque. Obito intentó buscar su origen, pero no importaba en qué dirección fuera, la intensidad no aumentaba ni disminuía. Entonces llegó a un claro, pudo ver que en el cielo había un gran astro que no reconoció, y que iluminaba todo con una tenue luz violeta. Delante de él había un lago.
Tal vez porque iba a pasar mucho, mucho tiempo solo sin nada más que hacer, Obito se miró en el reflejo de la superficie. No pudo creer lo que veía cuando descubrió que en mitad de su frente, un tercer sharingan se había abierto. El que se suponía iba a activar el genjutsu infinito al observar la luna con él. Un poco tarde, pero así lo decidió él. No obstante, el saber lo cerca que estuvo sólo para tener un cambio de opinión en el último segundo lo hundió aún más.
No sólo iba a tener el ojo ahí de por vida, también los cuernos desiguales en su frente, el pelo carente de color y aquellos hexágonos alargados en la mitad de su cuerpo. Pasar la eternidad no sólo aislado sino con una apariencia que ni siquiera era humana ya. Quien fuera que estuviera al mando de los castigos sabía lo que hacía.
Una figura humana comenzó a emerger del lago. Obito observó la escena con desconfianza, no sabiendo si se encontraba ante un enemigo o no. El recién llegado quedó sentado sobre el agua con las piernas cruzadas, después tocó el espacio de agua junto a él con su báculo.
—Ven. Siéntate.
Hagoromo Otsutsuki. Obito no entendía como supo que era él y por qué lo sentía tan familiar, pero no parecía hostil. De ser el caso, a Obito no le habría sorprendido.
Lo imitó, sentándose junto a él sobre el agua en exactamente la misma postura.
—¿Por qué estoy aquí?
—Moriste como jinchuuriki del juubi. Eso te hace adquirir una condición especial que impide que vayas al mismo lugar que los seres humanos.
A Obito le asombró la revelación. Siempre dio por hecho que estaba en el infierno porque, ¿Por qué no iba a estarlo después de todo lo que hizo?
—Ya veo. Así que no es este mi castigo.
—Las cosas no funcionan así en el más allá, a pesar de la creencia popular.
En parte, seguía deseando que sí. Era como si le hubiera costado demasiado barato arruinar tantas y tantas vidas.
—No eres el primero que se equivocó de camino en la historia del mundo. Tampoco serás el último —le dijo el anciano.
—Eso no me consuela —contestó Obito—. Ni me justifica.
—Lo hace más de lo que crees. La humanidad aún no estaba lista para el ninshu que yo les otorgué. Como consecuencia hicieron mal uso de él. Siempre fue mi deseo infundir al mundo de un entendimiento colectivo que trajera paz, pero en una raza tan poco evolucionada espiritualmente como lo es la humana, que se recurra a la violencia para arreglar los problemas es incluso esperable.
—Eso tampoco me consuela. Yo alejé a la humanidad de dicho progreso. Lo único que hice fue ir hacia atrás.
—Con cada obstáculo nos volvemos más fuertes. Quizá esto debía pasar para enseñar una valiosa lección a la gente, descendiente de Indra.
Tras pensar en ello un rato, Obito concluyó que la afirmación no era correcta.
—Sin ánimo de poner en duda el valor de la lección, pensar en el pasado me lleva a la conclusión de que si pudiera volver atrás, cambiaría muchas de mis decisiones. Incluso si con eso la gente se queda sin aprender esta valiosa lección.
Se atrevió al fin a mirar al sabio a los ojos. Él sonreía.
—Si aprendiste de tus errores, significa que la lección era para ti.
—¿Y de qué me sirve ahora que estoy muerto?
—Recuerda, descendiente de Indra, que posees un poder divino ahora mismo. Y que el tiempo no es lineal. Con tu poder actual puedo ayudarte a regresar, eso si tienes la fortaleza suficiente para pasar por lo mismo dos veces.
—¡La tengo! —exclamó.
Tenía muchas cosas que cambiar. Esa era una penitencia con la que estaba satisfecho. No negaba que una parte de él prefería acurrucarse en el suelo y no moverse nunca, pero Obito había causado demasiado mal como para esconder la cabeza. Hagoromo creó un portal con su báculo semejante al del kamui.
—Visualiza en tu mente todo lo que desees cambiar, cuando lo hayas hecho, observa el portal con el rinnesharingan de tu fuente y salta dentro. Serás transportado al momento de tu vida más óptimo para cumplir tu propósito.
Obito quería cambiar demasiadas cosas. Se preguntó si eso era posible o tan sólo otra fantasía suya. Pero no era momento para dudar, si se quedaba de brazos cruzados entonces nada cambiaba.
—Gracias por todo —dijo antes de saltar a la espiral.
Ahí se vio a sí mismo, como un niño, durmiendo profundamente en su futón. Roncando y con una pierna sobresaliendo por las mantas. Mientras su alma caía sobre sí mismo, la culpa lo invadió. La infancia del otro Obito iba a terminar aún más abruptamente que en la línea original.
Se despertó de repente con una sensación desagradable en el cuerpo, como si hubiera tenido una larga pesadilla. Solo que eso no le cuadraba del todo.
Obito salió del futón y abrió las cortinas. Estaba lloviendo afuera y ya había luz, aunque no era mucha.
¿Qué eran esas imágenes y vivencias en su cabeza? Se sentían demasiado reales como para ser un sueño, parecía como si de verdad... Las hubiese vivido. Como recuerdos olvidados que por fin afloran.
Entonces, su desconcierto poco a poco se fue disipando. Él había hecho todo eso de verdad en otra vida. Minato-sensei, Kushina, el bebé... ¿Cómo pudo si quiera pasársele por la cabeza?
Abrió la ventana al sentir que estaba a punto de asfixiarse y saltó afuera, ataviado nada más que con el pantalón de su pijama. Se cruzó con varios vecinos que lo miraron pasar con extrañeza, descalzo y empapado, sin rumbo fijo. Ya todo el mundo tenía esa mala opinión de él, a Obito dejó de importarle si encima de inútil lo creían loco.
Las visiones y pensamientos ajenos se asentaban en su cabeza. Atacar a un bebé, a su sensei y su mujer, su aldea, aniquilar su clan, la muerte de Rin. Madara. Akatsuki.
Ahora comprendía un poco más, pero se resistía a dejar que le influyese. Cayó de rodillas en un callejón que llevaba a las escaleras de la montaña de los Hokages, el rostro de Hashirama Senju justo encima de él.
Puede que el otro Obito hubiera tomado esas decisiones, puede que sufrir así lo hubiera llevado por una oscura senda que nunca debió haber tomado, pero él no era el otro Obito. Ayer mismo...
¿Qué hizo ayer? Odió no tenerlo tan claro, porque tenía recuerdos muy frescos de haber estado luchando en una gran guerra contra las cinco naciones como si hubiera ocurrido hace escasas horas. Eso no fue lo que hizo ayer.
¿Qué hizo ayer...?
Ayudar un anciano viudo que vivía solo a quitar las malas hierbas. Llegar tarde a entrenar. Hacer unas cuantas pruebas de sigilo de cara a los exámenes de chuunin. Observar a Rin mientras comía su almuerzo, onigiri con salmón, una manzana y un cartón de jugo de fresa. En eso, en evitar que lo pillasen mirándola comer sí era bueno, el muy perdedor.
Luego tomó una siesta en su banco favorito. Rin lo despertó cuando el sol se estaba poniendo y estudiaron juntos un examen teórico. Se fue a su casa, cenó, se aseó y se fue a dormir.
Repitió mentalmente todas las acciones del día anterior varias veces, cada vez más confuso, luego probó a decirlas en voz alta.
—Ayudé al señor Tomura, llegué tarde a entrenar, Minato-sensei me recordó que el examen de chuunin se acerca, vi a Rin comer... Luché contra las cinco naciones, morí, hablé con el sabio de los seis caminos... No... ¡No hice eso! ¡No hice eso!
¿Qué iba a pasar con él? ¿Iba a morir? ¿Lo iba a sustituir el otro Obito? ¿Quién era ahora?
Rompió a llorar aterrado. Él sólo quería vivir una vida normal. Sólo quería ser normal... Pero, ¿Cómo iba a serlo, si ya ni siquiera se sentía él mismo?
Tuvo todo el día para calmarse y asimilar lo que le estaba pasando. No le quedaba otra, en realidad.
Volvió empapado a su casa, tiritando y hambriento. Le pareció una eternidad desde la última vez que sintió esa molesta sensación de vacío en su estómago. Tampoco aquella fatiga. Extrañó las células senju de inmediato. Curioso, pues eran un recuerdo del otro Obito. Sus vivencias ya eran en su cabeza tan vividas como las propias. También su manera de pensar.
Salió de su casa más temprano de lo acostumbrado, yendo por otro camino para no encontrarse con nadie conocido. El equipo Minato solía reunirse en el campo de entrenamiento número cinco, así que a falta de nada mejor que hacer, ahí es donde se fue. Se sentó bajo un árbol, semioculto por la maleza a esperar a su equipo.
Los peores momentos eran los que tenía que pasar consigo mismo, desocupado. Descubrió esa mañana que conservaba el sharingan, también su Mangekyo en ambos ojos, a parte de la casi imperceptible hendidura vertical en el centro de su frente que le decía que el rinnesharingan aún seguía ahí.
Era cierto que tontear con el poder deljuubi te cambiaba para siempre.
Se preguntó cómo estaría Deidara en ese mundo. Según sus cálculos, no debía ser más de un bebé. A su mente volvió su relato de la invasión de Iwa. Aún quedaban dos años para eso y Obito iba a hacer todo lo posible porque el Deidara de esa línea tuviera una infancia feliz, sin eventos traumáticos. Se lo debía. Pensar en él lo animó por un lado, pero lo desanimó aún más por el otro, dadas sus últimas interacciones. Al final, llegó a la conclusión de que lo único que importaba era su seguridad y felicidad en esa línea temporal. Puede que no supiera de su existencia, pero Obito iba a estar ahí para él. Era de todos a quien más le debía.
Rin y Kakashi llegaron a su hora, los oyó hablar mientras se acercaban. Oír su voz risueña volvió a activar las incongruencias de su mente. La parte que hasta ayer hacía que se sintiese flotar cuando estaba a su lado, y la parte que no la vio con vida en veinte años tras morir a manos de Kakashi. La parte que conoció a Deidara. La cabeza le daba vueltas, menos mal que estaba sentado.
—¿Obito? —dijo la voz de Rin.
No supo como lo encontraron, ya que no estaba tan visible, su intención no era esconderse, pero tal vez hubiera resultado menos sospechoso si simplemente llegaba tarde. Rin apareció ante él, con sus gafas protectoras rotas en la mano. Lo que estaba viviendo no le parecía real.
—Rin...
Quizá fue la manera en que lo dijo, o la forma en que la miró pero la expresión de la chica se tornó preocupada.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó, alarmada.
—Nada. ¿Qué debería haberme pasado?
—¿Por qué me miras así, entonces? Algo te ha pasado.
Obito decidió que apartar la mirada era lo mejor, pero ella agitó sus gafas rotas frentea su cara.
—¿Y esto?
Kakashi se colocó junto a Rin.
—¿Por qué están rotas? —exigió saber—. ¿Por qué no las llevas puestas?
—¿Tal vez porque están rotas? —replicó Obito a la defensiva.
Obito compró esas gafas protectoras para cuidar de sus ojos. Su lado pesimista siempre le decía que nunca despertaría el sharingan, pero no quiso perder la esperanza, no del todo. Recordó como se quedaba a veces mirando fijamente al espejo en busca de algún cambio. Cuidar de ellos se convirtió en una obsesión. Se arrancó las gafas en un arrebato de frustración mientras iba al punto de encuentro, las estrujó hasta hacerlas crujir y las arrojó al suelo.
Puede que debiera haberse desecho de ellas de alguna forma más discreta. Ahora Rin y Kakashi sabían que algo pasaba.
—¿Y cómo se rompieron? —dijo Kakashi con los brazos en jarras.
—Las cosas se rompen, es lo natural. Al final, todo dura menos de lo que esperamos.
Se encogió de hombros. El cambio de táctica hizo que Kakashi perdiera el interés en él. Se alejó rodando los ojos. Rin por su parte, se quedó un poco más.
—Estás diciendo cosas realmente extrañas hoy.
Obito entendió que si seguía comportándose de forma inusual iba a tener que dar muchas explicaciones. Pero debía interpretar otro papel, si pudo conseguirlo de forma creíble con Tobi, podía volver a hacerlo.
—Todo estará bien. Sólo debí haberme quedado hasta las diez en cama. No dormir me pone de mal humor.
Dando un suspiro, Rin pareció conformarse.
Minato apareció para hacerles saber su tarea del día. Una misión de rango B de reconocimiento de los alrededores de Konoha. No notó nada inusual en él a parte del hecho de que había llegado temprano y "estaba de mal humor por no haber dormido mucho", explicó Rin. Él nunca se daba cuenta de esas cosas. Obito evitó mirar en su dirección más de lo necesario o los remordimientos de la noche del ataque del Kyubi no lo iban a dejar en paz en todo el día. Sabía que no tenía por qué sentirlos, pues fue el Obito de la otra línea temporal quien llevó a cabo el ataque, pero era perturbador pensar que él acabaría haciendo eso, por mucho que lo encontrase inconcebible.
La misión se desarrolló sin novedad. Tras la misma, Obito fue a su banco habitual a rellenar el informe para Minato-sensei. Reportó las pequeñas incidencias y enrolló el pergamino antes de guardarlo en una de sus bolsas.
En el momento en que se levantó, Kakashi saltó de la rama de donde estaba y le cortó el paso. Obito era consciente de que lo estaba espiando pero hubiera quedado sospechoso hacérselo saber.
—Pensé que estarías escribiendo el informe en lugar de espiarme.
—Puedo escribirlo en un minuto, no es como si la ronda fuera muy novedosa. Sé que te ha pasado algo. Y me lo vas a decir.
A Obito podía incluso hacerle gracia.
—¿Qué más te da a ti lo que haya pasado, y si ha pasado algo?
—Has despertado el sharingan. ¿Verdad?
Tuvo que admitirse a sí mismo que estaba algo sorprendido, y también algo molesto por la facilidad con la que había acertado el maldito niño genio uno de sus secretos.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Has tirado tus gafas y no te ha importado ni un poco, no te he visto echarte colirio ni una sola vez en todo el día, no le has pedido a Rin que te revise los ojos hoy.
Bueno, puede que haya sido algo obvio ese brusco cambio en su rutina. Obito tendría que ser más cuidadoso con eso en lo sucesivo. Se obligó a esbozar una sonrisa de suficiencia, llevando su mano al lugar donde solían estar sus gafas protectoras para reajustarlas sólo para recordar que ya no las tenía ahí.
—En verdad, sí lo he despertado.
Kakashi lo miró por lo que le pareció un largo tiempo.
—Siempre pensé que cuando despertases el sharingan ibas a hacer tal escándalo que se irían a enterar hasta las piedras. Pero has decidido mantenerlo en secreto. ¿Por qué?
—Bueno, no querrás que muestre al enemigo mi as en la manga durante los exámenes de chuunin —respondió, dando golpecitos con el dedo a un lado de su frente, eso sonaba como algo que él diría.
—Muéstramelo.
—No.
No podía llevarse demasiado bien con él así de repente.
—¿Puedo saber la razón? —preguntó, exasperado.
—No quiero malgastarlo en tonterías. Lo reservo para los exámenes.
—¡No es así como funciona!
—¡Tú no sabes eso, yo soy el Uchiha, no tú y digo que se malgasta! ¡Jaque mate, Kakashi!
Lo rodeó para irse a otro lado más tranquilo.
—¿¡Cómo lo despertaste!?
—¡Jaque mate!
Se alejó caminando deprisa.
—¡Obito!
Sacó el pergamino de su bolsa y se lo arrojó.
—Cuando vayas a ver a Minato-sensei dale resto de mi parte.
Se fue corriendo sin esperar una respuesta. Pensó qué era lo que normalmente hacía a esa hora. Ir a ver que estaba haciendo Rin, o ayudar a alguno de sus abuelos y abuelas honorarios. Puede que una forma más provechosa de emplear el tiempo fuera ponerse al día con la actualidad del conflicto.
Pasó por un quiosco a comprar el periódico y algo de almorzar, pues estaba hambriento otra vez. Obito trató de recordar si era normal tener hambre tantas veces al día. Ya no estaba seguro.
Fue a la sección de hemeroteca de la biblioteca de Konoha e hizo una pila de periódicos viejos. También escogió unos cuantos de la prensa de Iwagakure, conseguidos por espías y también de otras aldeas para ver el enfoque que le estaban dando a los acontecimientos. Cuando los puso sobre la mesa para alquilarlos, la bibliotecaria le puso mala cara.
—Hasta que no entregues el comic que te llevaste hace medio año y pagues la multa no puedes llevarte nada más —le informó.
Obito se había olvidado de aquello. No tenía tiempo para ocuparse de eso.
—Oh, esto no es para mí. Kakashi Hatake me ha enviado a recogerlo por él para una investigación que le han asignado. Mañana sin falta traeré el comic.
A la bibliotecaria le cambió la cara en cuanto mencionó a su compañero de equipo.
—Si es para Kakashi-kun, entonces sí. Él nunca se atrasa ni un día.
Contuvo su enojo y mantuvo la falsa sonrisa. Al sacar su ficha, Obito vio que Kakashi ya tenía un libro alquilado; "Morir con honor" era su título.
Quedó pensando en ello de camino a casa. Su compañero de equipo necesitaba ayuda, él lo sabía mejor que nadie. Llevaba años viéndolo hablar a su tumba. Obito lo había oído confesarle cosas demasiado íntimas a aquella roca, a través de los años. Especialmente sobre su depresión.
Como en esa línea temporal Obito pensaba evitar la muerte de Rin y su accidente, puede que el problema con Kakashi no se volviera tan complicado, desde luego no pensaba dejarlo unirse a ANBU.
Dejó la pila de periódicos en el escritorio de su cuarto y comenzó a leer por los más antiguos, activando su sharingan para ir más rápido. Iba por la mitad cuando confirmó que era casi todo propaganda y muy poca información objetiva. Pero no es que se esperase algo diferente tampoco. No iba a ser en vano, podía leer entre líneas. Seguiría comprando el periódico todos los días hasta que no tuviera acceso a información real recabada por espías, aunque a decir verdad, dudaba tener acceso a la misma mientas fuera un genin. Puede que ni siquiera ascender a chuunin lo ayudase. Debía ser al menos un jonin y eso no iba a pasar pronto. Consideró la posibilidad de valerse de Kakashi para ello, si es que podía ganarse su confianza.
Apagó el sharingan cuando oyó los golpes en la puerta.
—Obito, Rin-chan ha venido a verte.
Echó un vistazo al panel de corcho en la pared para asegurarse de que no había dejado ninguna de las fotos que sacó sin que ella se diera cuenta, le avergonzaba haber si quiera pensado en sacarlas. La única que dejó fue la del equipo al completo.
—¡Oh! ¡Que pase! —respondió Obito.
Su abuela traía ya con ella una silla del salón. La dejó junto a la suya para que Rin pudiera sentarse.
¿Qué tal? —preguntó, su vista en la pila de periódicos—. Antes me dejaste preocupada. ¡Más te vale no estar ocultándome nada!
De acuerdo. Obito la había visto molesta antes, no a menudo pero lo solía asustar. Se dio cuenta que los motivos que la hacían enojar eran parecidos.
—¿Por qué piensas eso? —fingiendo nerviosismo.
Tras ser compañero de Deidara, se volvió bueno en ello.
—Porque puedo sentirlo. Recuerda Obito que te estoy vigilando —lo miró fijamente con el ceño fruncido, esperando una respuesta.
Obito suspiró.
—En verdad... Sí oculto algo. Quería darles una sorpresa cuando me presentase a los exámenes de chuunin, pero lo cierto es que... Desperté el sharingan al fin.
—¿¡De verdad!? ¡Enhorabuena, Obito! —exclamó, juntando las palmas—. ¿Ves? ¡Te dije mil veces que no había nada mal con tus ojos!
—Tenías razón —contestó Obito.
—¿Cómo ocurrió? Pensé que estarías más contento cuando eso pasase.
—Bueno, no ha sido bajo circunstancias muy felices... Tuve una pesadilla. Una muy larga, compleja y realista. Cuando me desperté, ya lo tenía.
No podía decirle la verdad, no estaba listo. Y tal vez no fuera necesario. Tampoco sabía si en sharingan se podía despertar así, pero nadie tenía ninguna prueba contra él.
—Vaya. Por eso estabas tan raro esta mañana. ¡Deberías haberlo dicho! Puede que nosotros te hubiéramos podido consolar.
Obito se dio cuenta de ese nuevo abismo entre ellos. Estaba hablando con una niña cuando él ya no se sentía uno, a pesar de no haber cambiado si quiera la voz aún. Rin siempre fue más madura que él, pero en ese momento notó la diferencia.
—Rin, habrá cosas que prefiera guardarme para mí.
A ella no pareció gustarle la respuesta, Obito jamás la había contradecido antes.
—¡No digas eso, somos tus compañeros de equipo! ¡Debes confiar en nosotros! No está bien guardarse las cosas, es mejor desahogarse.
—Confío en ustedes dos. Pero no todo se atiene a esa afirmación, con algunos de mis problemas me sentiré mejor desahogándome, y otros me sentiré más cómodo guardándomelos.
—Está bien.
Lo miró contrariada un instante antes de rehuir el contacto visual. Notar que le estaba dando vueltas al asunto, era algo que Obito no podía evitar, muy a su pesar.
—Pero, aquellos problemas que sí se vuelvan más livianos compartiéndolos, aún me gustaría poder contártelos, si es que quieres escucharme.
Ella volvió a sonreir.
—Claro que sí, Obito. No digas tonterías. Siempre querré escucharte.
—Bien —Obito sonrió de vuelta.
—Oye... ¿Puedo ver el sharingan?
—Por supuesto que sí.
No quiso enseñárselo a Kakashi, pero se permitió darse esa pequeña libertad, ya que de niño siempre pensó en presumir el sharingan a Rin en cuanto lo tuviera. Lo activó y dejó que lo examinara. Tenerla tan cerca en su antigua vida lo habría puesto terriblemente nervioso. Era un alivio que ya no pasase.
—Me alegro tanto por ti. Tienes el examen de chuunin ganado, ya lo verás.
—Eso espero al menos...
—Por cierto, ¿Qué haces con todos estos periódicos viejos?
—Sólo me ponía al día sobre el conflicto con Iwa. Cuando sea chuunin comenzarán a darme misiones más peligrosas, sólo quiero saber a qué me voy a enfrentar ahí afuera.
—Oh, es buena idea. Además, un futuro Hokage debe estar bien informado —respondió ella.
—Sobre eso, creo que ya no tengo tantas ganas de ser Hokage —dijo, mirándola con tristeza.
—¡Pero es tu sueño! ¡No te des por vencido!
La gente cambiaba. Y él ya no era el mismo. Había comprendido que era inutil querer cambiar el sistema de forma radical. Empezaría por cambiarse a sí mismo, si pudo tener una influencia tan negativa en la otra línea temporal, podía tener una positiva en esta.
—Rin... Creo que nunca te pregunté pero, ¿Por qué decidiste entrar a la academia?
—Ya sabes que siempre admiré la labor de la ninjas médicos, sólo quería contribuir a marcar la diferencia.
—Pero... Ser shinobi es complicado y peligroso. Cuando comiencen a mandarme al frente tal vez tenga que matar, o ver morir a gente que conozco. Y cuando sea Hokage nada cambiará en esencia. Yo no me mancharé las manos, pero tendré que mandar a otros a que lo hagan por mí.
—Eso lo sé. La primera vez que vi morir a alguien también pensé algo así. Nos llegan al hospital muchos ninjas heridos, pero por algunos de ellos ya no se puede hacer nada —murmuró Rin.
—Así es. Y lo peor es que Iwa debe estar en una situación similar. Esas personas a las que me mandarán matar tienen familia y amigos allá en su aldea —Obito tomó un periódico y mostró a Rin una viñeta que había visto antes en la que dos ninjas con el uniforme de jonin de Iwa, feos, sucios y con los dientes rotos eran caricaturizados como personas de escasa inteligencia—. Sólo somos dos aldeas llenas de gente harta de la guerra, pero que participamos en la misma con miedo mientras los de arriba se sientan en sus oficinas a salvo de todo. ¿Y sabes qué es lo peor? Que no podré negarme a hacer nada que no quiera, porque desde el momento en que recibí esta bandana me convertí en una herramienta de la aldea.
—Estás hablando muy raro hoy. Pero es cierto que eso es lo que somos, solo que a mí me mandarán a salvar vidas en lugar de quitarlas. No sé qué haría en tu situación. Puede que obedecer, y luego hartarme a llorar.
—Puede que deba negarme. Me da igual que me acusen de tradición.
—No hagas tonterías, Obito. No quiero verte encerrado.
Hablar del tema hizo que sus preocupaciones aflorasen. ¿Y si no podía salvar a Rin en esa línea temporal tampoco?
¿Y si el destino era inamovible?
—Imagina que vamos a una misión de verdad, de las de rango A. Y Minato-sensei nos dice que si alguien se queda atrás se deja atrás. ¿Qué harías en una situación así?
— Volvería a por ustedes —dice sin pensarlo—. Me da igual ser una traidora. Y la verdad, aunque me de miedo admitirlo, es más posible que yo me quede atrás que uno de vosotros. Pero sé que tú tampoco me dejarías atrás.
— Veo que hablas en singular. ¿Crees que Kakashi no volvería si uno de los dos se queda atrás?
Sabía la respuesta, pero quería confirmar que Rin tampoco se engañaba con eso.
— Creo que Kakashi-kun volvería sólo si fuera lo más conveniente para acabar la misión —murmuró, él podía ver que estaba dolida.
— Pienso igual.
— ¡Pero no debemos tenerle eso en cuenta! Ya sabes por qué piensa así.
Obito asintió.
—Lo sé.
— Si tan sólo pudiera llegar a él y hacerle entender —de repente, sus mejillas se tiñeron de rojo—... ¡Pero no pienses mal, no me refiero a nada raro! ¡Sólo pienso que es muy triste aislarse así!
Quiso molestarla un poco. Puede que fuera una costumbre que tomó al interpretar a Tobi durante tanto tiempo.
—Está bien si es algo "raro" —respondió él, y ella se puso más roja aún. ¿Cómo pasaron tan rápido de hablar de cosas serias a hablar de tonterías?—. Déjame a ese tonto a mí. Le daré una bofetada y le explicaré que las personas somos algo más que herramientas. Aunque seamos ninjas.
— ¿Es la bofetada necesaria?
— La bofetada es lo más importante de todo.
Obito cerró el periódico frente a él y lo dejó ordenado junto a los otros. No tenía sentido seguir leyendo si Rin iba a quedarse. Lo haría luego.
—Siento que estoy siendo una molestia.
—Tú nunca serás una molestia. De hecho, iba a pedirte un favor. Verás... Estoy algo preocupado por los exámenes de chuunin. Tal vez el sharingan no sea suficiente.
Rin se aguantó la risa.
— ¡Obito! Deberías confiar más en ti mismo. No hay manera de que falles ahora. ¿Sabes la ventaja que te da el sharingan?
Tantos años combinando el Mangekyo con las células senju iban a dejarlo en desventaja ahora. Obito sabía que el examen sería fácil como un paseo por el campo, pero quería habituarse a luchar con sus nuevas circunstancias. Con un cuerpo que no se iba a regenerar solo cada vez que lo hirieran o curase sus ojos cuando abusase del Mangekyo Sharingan. Sus reservas de chakra también eran una fracción de lo que solían ser. Además así se aseguraría que Rin mejorase sus habilidades de lucha, las cuales eran su punto débil. Obito no la dejaría morir otra vez.
—Bueno, puede que eso sea cierto pero me quedaría más tranquilo si me ayudases a entrenar. Podríamos entrenar a diario si no tienes nada que hacer.
—Está bien... Pero no sé de qué podría servirte de ayuda. Kakashi-kun pelea mucho mejor que yo.
— Kakashi se quejaría mucho y me pondría de mal humor en menos de cinco minutos. Sólo necesito habituarme a usar el sharingan mientras lucho. Y bueno, quizá también te pueda servir a ti. ¿Qué te parece?
—De acuerdo.
Él asintió satisfecho y fue a recargar shurikens y kunais. Mientras llenaba sus bolsas de nuevo, vio a Rin pensativa.
—¿Ocurre algo?
— Estaba preguntándome si despertar el sharingan cambia a las personas.
Tragó saliva, al sentir la garganta atorada. Su acto no estaba siendo convincente. No creía que pudiera lograrlo. Ya no.
—No lo sé, Rin. Pero es posible que sí. ¿Tanto he cambiado?
—Estás usando palabras y expresiones que nunca te he oído usar. Haciendo gestos que nunca te he visto hacer. Comportándote de formas en que jamás te habías comportado antes. Todo de la noche a la mañana... Sí es por el sharingan... Eso significa que no es un privilegio tan grande como parece.
Obito deseó que el otro Obito le hubiera avisado al menos, en lugar de meterle todas esas vivencias en la cabeza antes de salir corriendo. Quizá de esa manera no se habría puesto histérico y podría haber disimulado mejor.
—En eso tienes razón —dijo con amargura.
Rin no contestó.
—Pronto Kakashi será jonin, y Obito chuunin. El hokage les tiene reservada una misión más arriesgada para ir ganando experiencia real.
La rabia y frustración que sintió Obito fue tan intensa que podía hasta saborearla.
Minato-sensei estaba contento con él. En las últimas semanas no había llegado tarde ni un solo día, se estaba tomando el entrenamiento en serio y estaba practicando por su cuenta junto a Rin, sin cuestionarse la razón del cambio en su comportamiento más allá de lo anecdótico.
—¿Qué misión? —preguntó Kakashi, ahorrándole tener que hacerlo él.
¿Sucedió esa conversación en la otra línea temporal? Obito estaba seguro que no. Verlo más responsable debió hacer que Minato decidiera compartir el plan con ellos por adelantado.
—Los comerciantes del país de la Hierba se niegan a dejar de comerciar con Iwagakure y guardarnos exclusividad a nosotros durante el conflicto. Como consecuencia de su negativa, deberemos tomar medidas más contundentes para evitar el abastecimiento del enemigo. Ustedes tres deberán destruir el puente Kannabi, que conecta ambos países. De ese modo no habrá manera de que puedan cruzar el río Hachigawa sin tener que hacer un desvío de muchos kilómetros.
—¿Va a mandarnos el Hokage a una misión para la que no estamos preparados a la frontera con Iwa? —escupió con desdén.
Su sensei le sonrió.
—Está todo bien, Obito. Es una misión de bajo riesgo. Te preocupas demasiado.
A Obito ya le habían dicho varias veces que se veía "lindo" cuando estaba enojado. No podía permitirse seguir viéndose lindo si quería que lo tomaran en serio.
—¿Cómo saben que es una misión de bajo riesgo? —insistió.
—Está lejos de los frentes e Iwa no la está vigilando. Tienen la vista puesta en otras cosas. Nuestros mejores rastreadores ya han peinado la zona a conciencia. Además yo estaré con ustedes para asegurar que nada va mal.
Pero Obito sabía que no había sido así. Los de Iwa estaban ahí esperándolos, con bastantes refuerzos. No entendía por qué Minato estaba tan convencido de que era de bajo riesgo. Los rastreadores no debieron haber hecho un buen trabajo.
— ¿Y qué haremos cuando las cosas salgan mal y nos encontremos con una emboscada? —dijo, algo más alto que antes—. ¿Sobre quién va a caer la responsabilidad cuando te separen de nosotros, y se lleven a Rin, y yo tenga que discutir con Kakashi porque ha decidido ir a destruir ese puente dejándola en manos del enemigo, y acabe rodeado de ninjas mucho más curtidos en la lucha real que yo y con Rin de rehén?
— Obito, estás siendo catastrofista —lo regañó Kakashi—. ¿No acaba de decir Minato-sensei que todo está bien?
Tenía que haber una razón por la cual los de Iwa estaban ahí esperándolos con unas fuerzas bastante decentes.
— ¿Y si hay algún espía? ¿Y si Iwa ya sabe de nuestro movimiento de antemano?
— Eso no es posible —dijo Minato—. El Hokage sólo se rodea de gente de confianza.
Obito debía evitar la misión.
— ¿Y qué hay de la gente del país de la Hierba? ¿Vamos a ahogar el país económicamente por un conflicto en el que no pintan nada?
— Son siempre bienvenidos a comerciar con nosotros —Minato ya no sonreía.
— Claro. Porque el país del Fuego no produce su propio sustento. ¡Somos una de las naciones más fértiles, van a tener que tirar los precios si quieren competir con nuestros campesinos! ¡El país de la Tierra es una zona más árida! ¿¡Y saben qué es lo que se va a conseguir con esto!? ¡Nada! ¡Porque ellos pagan bien la mercancía y si esta deja de venir van a dar prioridad lo poco de lo que dispongan a los shinobi, puesto que están en guerra y esa es la prioridad y van a dejar a los civiles pasar hambre! ¿¡Es eso lo que quiere el Hokage!? ¿¡Originar una hambruna entre inocentes!?
— Eres un ninja de Konoha. Tu deber es obedecer lo que te mande tu Hokage, igual que el resto de nosotros —le recordó Minato—. Pensé que eso lo tenías claro.
—En cuanto a la utilidad táctica de este movimiento, tampoco le veo mucha. Si lo que quiere es probarnos como equipo tras nuestra promoción, podría mandarnos otra cosa.
— ¡Ya basta, Obito! —gritó Kakashi—. ¿Quieres que te rompan la bandana? Porque eso es lo que vas a conseguir si sigues así.
Minato asintió.
— ¿Qué pensaría tu clan de ti si te rompen la bandana?
— De seguro, que soy la vergüenza de los Uchiha —dijo, más calmado—. Pero no es como si pensaran muy diferente ahora, así que me daría igual. Prefiero ser una vergüenza y un traidor a ser una escoria humana que deja que sus amigos mueran inutilmente.
Jamás había visto a Minato-sensei así de furioso.
—Vete a tu casa, Obito y piensa muy bien que este es el camino que quieres tomar. Porque no te va a ir bien de ser así.
—Con permiso, entonces.
Si no podía razonar con él, debería hablar con Sarutobi en persona. No iba falto de razón en que debía tener mucho cuidado con lo que hacía. Ser expulsado sería un contratiempo importante, no le convenía eso. Pero en caso de que las cosas se pusieran feas, siempre podría pedir perdón, agachar la cabeza y hacer las cosas a su manera, en secreto.
No se había alejado del campo de entrenamiento ni doscientos metros cuando Rin y Kakashi le cortaron el paso.
— ¿¡Qué pasa contigo, Obito!? —exclamó ella.
— ¡No debiste hablarle así a Minato-sensei! —dijo él.
—No tengo tiempo para esto. Lo siento.
Quiso rodearlos, pero ambos se lo impidieron.
—Discúlpate con él —dijo su compañera de equipo.
—Lo haré mañana.
—Desde que activaste el sharingan estás insoportable —le increpó Kakashi.
—Desde que activé el sharingan me he dadocuenta de ciertas cosas.
— ¿Era necesario que tuvieras que intentar dejarme mal? ¿Tan desesperado estás por ganar puntos con Rin que tienes que caer así de bajo?
— ¡Kakashi, tú también! ¡Ya basta! —nunca la vio tan furiosa como en ese instante.
Obito sabía que si les contaba la verdad, todo tendría sentido. Era tentador, pero no podía hacerlo por muchas razones. No tenía la certeza de que no iban a decírselo a nadie más. Esa Rin y ese Kakashi no habían pasado por muchos eventos traumáticos que él pensaba ahorrarles. Además, a penas tenía el valor de mirarlos a la cara ahora, mucho menos si ellos sabían lo que él hubiera hecho de no haber recibido la memoria del otro Obito.
—Te falta un tornillo si crees que estamos a muy poco de que nos metan en una urna bajo la tierra y mi mayor preocupación es ganar puntos con Rin.
— ¿Entonces por qué tuviste que decir eso?
— ¡Porque es verdad! —gritó, ahí iba su bofetada—. ¡Y si no lo es, desmiéntelo!
— ¡Somos shinobis de Konoha! ¡Los tres! ¡Primero está el interés de la villa y así es como es!
— ¿¡Vas a esperar a tener que ir a visitarnos al cementerio para darte cuenta de que te importamos!? ¿¡Es eso lo que quieres!? ¿¡Vivir como una herramienta y tratarnos a nosotros como otra!? ¡Puede que seamos herramientas, pero también somos personas! ¡Y si no estás dispuesto a mover un dedo por nosotros entonces para mí no eres más que basura y me das asco!
Ninguno de los dos dijo nada. Rin lo obsequió con una mirada que le hacía saber que se había pasado. Kakashi lucía desconcertado. Activó el sharingan, y antes de que su compañero pudiera si quiera enterarse, le había sacado el libro del bolsillo.
— Y esto es lo que lees... "Morir con honor"... Eso es lo que buscas. Llevar una vida de mierda y morir inútilmente salvando el honor de tu patria. Tener una bonita tumba a la que podamos, si es que vivimos aún, visitarte y llevarte flores mientras la gente recuerda por un tiempo lo valiente que fuiste. Y luego nada. Habrá otros héroes ahí que mueran con honor así como tú. Nunca se acaba. ¡El ciclo nunca se acaba!
Lanzó el libro a un charco de barro, con toda la rabia reprimida en su interior.
— ¡Hey, trátalo bien! ¡Es de la biblioteca!
Sacó un paquete envuelto en papel de regalo y se lo arrojó al pecho. Kakashi lo agarró por instinto.
—Espero que abras los ojos. Feliz cumpleaños por adelantado —dijo antes de irse, ignorando sus llamadas.
Los problemas no parecían acabarse ese día para él. Consiguió colarse en el edificio tras decirle al chuunin recepcionista que lo enviaba su sensei, valiéndose de la confianza y simpatía mutua, pero no podía usar esa treta contra los jonin del nivel superior. Sabía que no le creerían.
—Necesito hablar con el sandaime.
— ¿Y cuáles son tus motivos enano, estás intentando caerle bien para que te apruebe el examen de chuunin? —dijo uno de ellos.
Obito odiaba ser tratado con condescendencia, deseó poder cambiar su reputación más rápido.
— Hey Umaro. ¿Quién es este crío? —preguntó el otro.
— El alumno de Minato. El único genin que queda de su promoción entera. Ese que dice que será Hokage algún día.
El otro rió divertido. Por el bien de todos, Obito los ignoró lo mejor que pudo. Necesitaba ver a Hiruzen Sarutobi antes de que el incidente anterior llegara a sus oídos por otra vía.
—Les pido por favor que me dejen pasar. Tengo algo importante que hablar con el sandaime.
—Si tienes algo importante que hablar con el sandaime, díselo a tu sensei y él le pasará el mensaje. Así es el procedimiento. ¿Quién te creías que eras para saltártelo? —dijo el tal Umaro.
No iba a darse por vencido. Si no podía por ese medio buscaría otra cosa.
No hablaba con Asuma a menudo, pero habían asistido a la academia juntos. Por suerte, no estaba en una misión, sino que lo encontró practicando junto a su equipo. El chico lo miró con curiosidad y extrañeza.
— Asuma. Necesito que me hagas un favor muy importante. Estaré en deuda contigo si decides ayudarme.
Diez minutos más tarde estaba entrando en la oficina del Hokage ante la estupefacta mirada de los jonin apostados a la entrada. Asuma explicó a su padre la petición de Obito, y tras acceder a verlo, salió de la oficina.
— Sandaime-sama. Me disculpo por la interrupción y agradezco que haya decidido recibirme.
— Está bien Obito. Debe ser un tema serio si tanta urgencia tenías por verme personalmente. Siéntate.
— Es un asunto bastante serio —confirmó Obito.
Mientras caminaba hacia el asiento, realizó unos cuantos sellos con sus manos. La técnica fuuinjutsu que estaba usando, impediría escuchar a cualquiera que estuviera fuera de la habitación. Hiruzen frunció el ceño cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando.
— ¿Dónde has aprendido esa técnica?
— Se la copié a alguien el otro día —dijo con tranquilidad.
— Veo que estás haciendo un buen uso del sharingan ya. Que lo hayas despertado con los tres tomoe es algo muy inusual.
Obito no comentó ese hecho. Fue directo al grano, contándole la discusión con su equipo de esa mañana y sus razones para negarse a hacer la misión. Sarutobi se veía tan desconcertado que era difícil saber si estaba molesto o no. Lo único que quería evitar era quedar en malos términos con él.
—No soy un traidor. Sólo quiero entender el por qué de un movimiento que no me parece acertado antes de ver como se pone en riesgo a mi equipo.
— Obito —el Hokage hizo una pausa, estudiándolo con atención—, doy por hecho que comprendes que como Hokage de una aldea en guerra es necesario en ocasiones tomar decisiones que preferiría no tener que tomar.
— Lo comprendo, sandaime-sama.
— Y que en estos momentos me debo a la aldea y a la protección de los habitantes de Konoha más que nunca.
— Lo comprendo, sandaime-sama. Pero el país de la Hierba, sin estar envuelto en el conflicto va a sufrir mucho por esto. ¡No es justo que queden atrapados en medio!
— Quiero que esta guerra acabe cuanto antes. Tras la paz los compensaremos.
— ¿Y cómo sabe que esto va a acelerar el proceso de paz? —insistió Obito.
— Eso nunca se sabe, pero hay más posibilidades de que Iwa se rinda al verse sin recursos. Dime una cosa, ¿Por qué te niegas con esa vehemencia a aceptar la misión?
Obito no tenía ninguna buena razón para contarle que no sonase sospechosa.
— Sólo tengo un mal presentimiento. Sé que suena estúpido, pero creo que es una encerrona. Quizá el hecho de que para ser una zona tan importante para Iwa y esté mal vigilada no me termina de encajar del todo.
— Esa es una buena observación, pero estamos hablando de presentimientos aquí. Es un riesgo que habrá que tomar, nada que no sea parte de tus deberes como shinobi.
— Sandaime-sama —Obito era consciente de que sonaba desesperado, y eso no era un acto—, se lo ruego, no nos mande al puente Kannabi. Estoy seguro que hay otras muchas cosas que podemos realizar en su lugar para ir ganando experiencia real.
Su estado de ánimo actual pareció conmoverlo, un tanto al menos. Si algo sabía Obito sobre el tercer Hokage, era su debilidad por aquellos por los que sentía una conexión emocional. Tanto sus dos hijos como su primer nieto fueron asignados en exclusiva con los senseis más prestigiosos. Había mirado hacia otro lado cuando descubrió que su alumno Orochimaru estaba realizando repugnantes experimentos humanos y sólo se movió contra él cuando el escándalo salió a la luz. Años después, tampoco movería un dedo por el clan Uchiha, cuando las relaciones entre el mismo y el mando de la aldea se habían deteriorado hasta lo irreparable. Hiruzen se llevó la verdad a la tumba, temeroso de como el escándalo iría a salpicarlo a él y a su clan.
Pero Obito no le iba a tener eso último en cuenta cuando él, en el futuro, ayudaría a Itachi en su cometido sólo para debilitar Konoha y acaparar para sí el poder del sharingan.
Con lo único que tenía que tener cuidado era con no acabar en su lista negra.
— ¿Tanto te aterra ir ahí?
— No es cobardía —le aseguró.
Sarutobi bajó la vista a varios pergaminos que tenía abiertos sobre su escritorio. Uno de ellos era un mapa de la zona con varios puntos señalados con pinturas de diferentes colores.
—Mis estrategas militares son los responsables del diseño de la operación. ¿Estás diciendo que tú sabes mejor que ellos lo que conviene a Konoha en esta guerra?
—¿Sus estrategas? —Obito se mostró confundido por si a Hiruzen se le escapaba algún nombre.
—Ya has conocido a dos de ellos ahí afuera. Umaro y Hotoki.
— Entiendo. Sin intención de menospreciar su labor... A veces quien va a ir ahí afuera a jugarse la vida tiene una mejor idea de la realidad que dos jonin cuyo cometido es leer informes y marcar los pasos a seguir desde la comodidad de la torre.
—Como alguien que quiere ser Hokage algún día, necesitas entender que ellos se han ganado su lugar ahí.
Obito ya investigaría más sobre eso. El futuro resultó no ser así, y si ellos habían tenido algo que ver con el plan, entonces automáticamente estaban en su mira. Podrían haberse vendido a Iwa.
—No soy Hokage. No aún. Pero si el bien de la aldea es su deber, el mío es cuidar de mi equipo y de los únicos amigos que tengo en el mundo, como usted también lo hace con quienes son importantes para usted, su familia, compañeros de equipo, alumnos —Sarutobi entrecerró los ojos casi imperceptiblemente—... Tengo algo que proponerle. Pero me gustaría pedirle un voto de confianza.
— Cuéntame.
— Mándenos a otra misión. De por supuesto que la información sobre la misión en el puente Kannabi se ha filtrado e Iwa va a tendernos una emboscada. Podría dejarlos esperando ahí inútilmente o podría elevar el rango de la misión para enviar gente más cualificada y tomarlos por sorpresa. Y lo más importante. No revele este cambio a nadie, ni siquiera a sus estrategas. Actúe como si tuviera un espía infiltrado en su círculo de confianza.
— ¿Es eso algo que crees posible?
— Sí —contestó sin dudar—. Si mi presentimiento es errado, aceptaré el castigo que usted considere oportuno.
—Hay algo en lo que dices que tiene sentido —mientras hablaba, Sarutobi activó su bola de cristal y comenzó a observar algo en ella, Obito vio en el reflejo inverso que miraba a los dos jonin de afuera—, voy a hacerte caso Obito, otro presentimiento me dice que tu teoría no es una completa locura. Hablas demasiado elocuente para un genin.
—Bueno, pronto seré un chuunin.
— Si todo va bien así será.
—Aunque la verdad es que me gustaría llegar a jonin cuanto antes. Sandaime-sama, si le muestro una prueba de que tengo ahora mismo el nivel de un jonin... ¿Me ascendería? Sé que hay casos de genins que han sido ascendidos por méritos propios, sin necesidad de tomar el examen.
—Son casos muy extraordinarios —le aseguró el Hokage.
—Lo sé —respondió Obito sin más.
— ¿Crees que ese podría ser tu caso?
— Lo creo.
—Pareces muy convencido, muéstrame esa prueba. Si estás en lo cierto te ascenderé.
Lo que estaba a punto de hacer Obito era algo muy arriesgado, pero debía ascender lo más rápido posible para obtener más responsabilidades y poder tener más control sobre los asuntos de la aldea. También evitar acabar en el cuerpo de policía como todos los demás, si eso era posible. Se inclinó sobre él escritorio del Hokage y activó el Mangekyo sharingan. Sarutobi abrió mucho los ojos.
—Eso es... ¡Pero es imposible...! ¡Ningún Uchiha lo ha obtenido en décadas!
—Nadie más lo sabe.
— ¿Cómo lo has despertado?
— Los obtuve ambos a la vez, tras una pesadilla muy desagradable, larga y realista.
— Puesto que el sharingan despierta al someter al cerebro a una situación extremadamente traumática, tiene su lógica que en un mal sueño, puesto que uno no sabe que está soñando hasta que no se despierta, también suceda. Es curioso... —murmuró tras considerarlo un momento.
— ¿Lo he convencido, sandaime-sama?
Hiruzen se levantó desapareció tras una puerta que daba a una habitación contigua. Volvió unos instantes después, con un uniforme de chuunin en sus manos.
— A partir de ahora Obito del clan Uchiha eres un chuunin de Konoha con todos los privilegios y deberes que ello conlleva.
— Acepto el honor —dijo con solemnidad, tomando el uniforme de sus manos—. ¿Cuándo podemos empezar a hablar de mi ascenso a jonin?
— Me temo que eso no es tan sencillo. Necesito que tengas más experiencia en misiones para hacer una valoración de tu rendimiento. Mínimo diez misiones de rango A satisfactorias más una recomendación de otro de los Kages y una pelea contra mí.
Obito comenzó a hacer cálculos. Podría tomarle un par de meses para acabar esas diez misiones. Era más de lo que calculó, pero se adaptaría.
Si pudiera, escogería Iwa para obtener la recomendación. Ir a la aldea a echarle un ojo a Deidara era tentador. Obito sólo quería asegurarse de que estaba bien. Ya que era una nación aliada, la mayoría de los aspirantes a jonin solían ir a Sunagakure a ser evaluados, solicitar no sólo ir a una aldea distinta sino también a una aldea enemiga sin una razón de peso generaría demasiados interrogantes. Una parte de él se decepcionó al aceptar que no iba a ver a Deidara al menos en unos años.
—De acuerdo, sandaime-sama. Hay un tema más que me gustaría señalar, si usted no pone impedimento. Ya he abusado de su tiempo demasiado.
— Adelante —dijo Hiruzen, pudo notar que su nuevo comportamiento lo tenía intrigado.
— Es un consejo que respetuosamente me gustaría hacerle llegar como miembro del clan Uchiha —el Hokage lo observaba concentrado—. Abra la policía de Konoha a todos los shinobi y permita que los Uchiha se involucren más en misiones externas. De lo contrario el descontento, la sensación de ser discriminados con respecto al resto de clanes va a ir en aumento... Y tarde o temprano el problema será demasiado grande como para darle una buena solución.
Su mirada sombría le hizo saber que lo estaba alarmando.
— ¿Es eso lo que se habla en el complejo Uchiha?
— He escuchado conversaciones alguna vez, pero las quejas no son infundadas. Los Uchiha tenemos que ver como los demás obtienen más oportunidades ahí afuera mientras se nos aísla en una unidad exclusiva para conflictos internos y con exceso de personal.
Obito estaba convencido que él ya sabía esas cosas.
—El cuerpo de policía fue fundado por mi maestro, el niidaime Tobirama Senju, y lo hizo por una razón muy simple. Cuando un Uchiha vive una experiencia traumática, queda más afectado que alguien que no posee el sharingan. La vivencia nunca se desvanece con el paso del tiempo y el dolor tampoco. Tobirama-sensei quería proteger a los Uchiha de este efecto y así los alejó del campo de batalla.
—Es una medida que puede que fuera buena en tiempos del niidaime, pero la situación cambia y ahora está obsoleta. Si la única razón por la que no se cambia lo que anda funcionando mal es esa, no se soluciona nada. Demuestre a los Uchiha que no se les está discriminando. Hable con Fugaku-san. Tome a uno de los jóvenes prometedores como alumno. Shisui por ejemplo, ¿no es hijo de Kagami, su antiguo compañero de equipo? Mentorearlo personalmente mostraría al clan que la confianza con el Hokage sigue ahí.
Tras quedar pensativo durante un rato, el Hokage suspiró. Se veía cansado.
—No sé qué ha pasado contigo Obito, así de la noche a la mañana. Pero prometo pensar en todo lo que me has dicho hoy.
—Le agradezco su tiempo, sandaime-sama.
Tras una respetuosa despedida, Obito se puso su nuevo uniforme, deshizo el fuuinjutsu y abandonó la oficina, obsequiando a los jonin de la entrada con una sonrisa de suficiencia mientras ellos quedaban atónitos.
No sabía si de verdad Tobirama Senju había querido proteger a los Uchiha de su propia mente, o se dejó llevar por sus prejuicios personales. Pero Obito no podía dejar que dichos prejuicios siguieran causando daño en la época actual.
Rin no fue a buscarlo para entrenar ese día, y él decidió darle espacio, a pesar de que lo preocupaba saltarse un día. Contento por haber evitado ir al puente Kannabi, Obito decidió tomarse la tarde libre e irse a ver a sus amigas ancianas, las cuales ya se habían quejado por su falta de tiempo. Pasó la tarde ayudándolas y tomando té y pasteles, jugando con sus nietos y todas esas cosas que solía hacer en los buenos tiempos.
Al volver a casa, se sintió observado. La persistente sensación no se iba, y Obito activó el sharingan para ver si detectaba el chakra de alguien. Un rápido examen de los alrededores resultó infructuoso. Si lo estaban vigilando, era alguien que sabía lo que hacía.
Obito puso en práctica el viejo truco de la pulsación de chakra, preguntándose así no sería Sarutobi mirándolo desde su bola de cristal. De ser así, estaba seguro que podría detectarlo. Concentró una mínima cantidad de chakra en sus manos realizando el sello del tigre y tras ajustarla cantidad que consideró oportuna lo liberó. De haber una perturbación de chakra ajeno en el ambiente, rebotaría y Obito sentiría la pulsación cálida debido a su naturaleza de fuego en su piel.
No sintió nada. Tampoco las siguientes dos veces, por lo que desistió. Su comportamiento estaba siendo sospechoso, no le hubiera parecido descabellado que lo estuvieran vigilando. Lo único que habrían sacado de él, sería que había pasado la tarde en compañía de las ancianas de siempre. No le importaba que lo vigilasen, ya que no pensaba hacer demasiadas cosas sospechosas más allá de lo estrictamente necesario, lo que sí le molestaba era no saber si estaba pasando o no. Su sexto sentido no solía fallarle en ese sentido pero no captaba nada. Lo atribuyó al hecho de no tener ya las células Senju. Haber perdido las pocas habilidades sensoriales que adquirió podría estar volviéndolo paranoico.
Hasta que no estuviera completamente seguro de lo uno o de lo otro, actuaría como si tuviera vigilancia.
Esa noche se acostó con la ventana abierta para que pudieran ver bien su comportamiento nada sospechoso si es que había alguien ahí. Dudaba que pudiera conciliar el sueño.
Sin nada en lo que enfocarse, su mente comenzó a divagar a sus recuerdos. Aquella última vez que vio a Deidara durante la guerra, el odio hacia él presente en su mirada, en su tono de voz. Nunca dejaría de doler. Se preguntó si tenía algún derecho de querer ser parte de su vida en esa línea temporal. Independientemente de sus planes de mantenerlo seguro y permitir que viviera una infancia feliz, Obito estaba dividido entre sus deseos de ser alguien cercano a Deidara otra vez y su necesidad de castigarse renunciando a él una vez más. Después de todo, él ni siquiera sabía de su existencia ya.
Ni siquiera sabía cómo iba a hacer para que la guerra acabara antes de tiempo.
De vez en cuando, Obito activaba el Mangekyo sharingan. Con él podía captar siluetas a través de sus párpados cerrados. No era tan eficaz como el byakugan en ese aspecto, pero al menos podía detectar movimiento. No sabía qué hora era cuando vio alguien emerger por el marco de la ventana. Ignorando el acelerón que le dio el corazón, Obito siguió fingiendo dormir profundamente. Lo único que veía de quien estuviera ahí era la difuminada sombra de la parte superior de su cuerpo a contraluz. Lo más extraño, es que no vio chakra ninguno. Quien estuviera ahí, era excepcionalmente bueno reprimiendo su rastro. Obito jamás había visto algo así. Sabía de gente que podía lograr la apariencia de un chakra débil y no entrenado, como el de un civil, pero eso era nuevo para él.
La sombra desapareció, alarmando a Obito que prefería tenerla controlada. Apagó el Mangekyo y abrió los ojos, sólo para encontrarse con Umaro agachado en el suelo. Obito tomó el kunai que guardaba bajo su almohada y se lanzó hacia él sin pensarlo dos veces. El tipo lo esquivó, mandándolo contra la pared de una patada. Estúpido cuerpo de niño. De conservar su cuerpo adulto, el jonin estaría en ese momento suplicando por su vida.
—Mierda... —masculló el jonin.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Obito poniéndose en pie. Su espalda se había llevado un buen golpe.
—¿Tú qué crees? Me envió el Hokage, supongo que ahora que me has descubierto no tiene sentido seguir ocultándome.
Obito se esperaba algo así, pero algo en su comportamiento no le encajaba. El procedimiento estándar al ser descubierto en una misión de espionaje era escapar, no quedarse ahí.
—Interesante conversación tuviste con él —prosiguió el tipo.
Cada vez le gustaba menos el asunto. El Sandaime parecía dispuesto a creer en él y darle una oportunidad a su teoría. Antes de decepcionarse, consideró la posibilidad de que el tipo estuviera mintiendo y actuando por su cuenta. Fingir saber más de lo que se sabe es una táctica común para intentar hacer a la gente hablar de más. Obito la había usado él mismo. Debía averiguar cuanto sabía.
— Dime que no llevaba razón —dijo, una contestación ambigua era lo mejor.
—Bueno, sólo eres un mocoso. No creas que el Sandaime te toma demasiado en serio.
—Puede, pero lo que importa no es eso sino que logré lo que quería —Obito cada vez estaba más seguro de que estaba actuando sólo—. Ahora sal de aquí. ¿No viste la hora que es?
—Te acabo de decir que estoy cumpliendo órdenes, tontito.
— Consultaré eso con el Sandaime mañana. No me importa que me espíen de día pero mientras duermo es... Un poco tétrico a la par que improductivo.
El jonin se fue, dedicándole una mirada penetrante e inexpresiva. En cuanto se quedó solo de nuevo, Obito cerró la ventana y las contraventanas y usó el kamui para desplazarse a la oficina del Hokage. Era la primera vez que lo usaba desde la transferencia de memorias y notó el bajón en sus reservas de chakra. Debería trabajar también en eso. Era molesto darse cuenta de las deficiencias físicas y combativas que tuvo a esa edad cada vez que tenía que pasar a la acción.
Obito conocía las protecciones que había sobre la torre Hokage. Ya experimentó con ellas en su día. Se activaban al atravesarlas, pero usar kamui era seguro.
Esquivando la luz de la calle, Obito se desplazó entre las sombras y comenzó a rebuscar en los archivos del Hokage. Tras encontrar la ficha con el historial de Umaro y el otro jonin, las memorizó con el sharingan y volvió a su cuarto.
Quince años de experiencia como jonin, alumno de un pariente de Hiruzen ya fallecido en combate. Es posible que su confianza en él venga de ahí. En cuanto a la lealtad del tipo, eso estaba por ver. Cuarenta y dos misiones de rango A, tres de rango S. Una lista de incidencias y lesiones que Obito no se molestó en memorizar, salvo por una bastante reciente. Capturado hace casi un año atrás, pero rescatado con éxito.
Ese era el tipo de información que Obito habría esperado. El Hokage iba a ver con sus propios ojos como su teoría de la emboscada resultaba ser cierta. Y tras eso, su credibilidad iba a caer. No se iba a librar de ser investigado y todo caería por su propio peso.
