Doble inversión


1


Cierto verano, Dipper Pines, el joven taumaturgo de Gravity falls, expulsó los fantasmas de la residencia Northwest.

La familia Pines casi no era conocida en el pueblo. Y antes de eso, Pacífica encontraba a los gemelos, francamente molestos. Dipper se había atrevido a restregarle en la cara los orígenes de sus antepasados corruptos. Y Mabel osó tenerle lástima. Pacífica no estaba segura de cuál de los dos la irritaba más.

Sus sentimientos hacia ambos fueron cambiando con el tiempo.

Sobre todo en cuanto a Dipper.

Eres de lo peor, le dijo él en una ocasión. Sin embargo, luego de liberar al espectro que aterrorizaba la casa de Pacífica, Dipper juró volver el año siguiente a su fiesta.

—No creo que mis padres abran las puertas.

Dipper sonrió. Por debajo de la suciedad hosca de intelectual informal, era agradable. Una chispa, casi como proveniente de la salvaje electricidad de un rayo, cruzó sus ojos.

—Se me ocurrirá algo, allí estaré.

No se suponía que fuese verdad. Pero los chicos ni siquiera regresaron con sus padres: Stan Pines los inscribió en la secundaria local y en el otoño, comenzaron las clases en la misma división que Pacífica.

No se hablaban, claro. Mabel tenía su séquito de amigas pobres e insulsas. Dipper se codeaba con adolescentes mayores. Pacífica mantenía su perfil en alto y no los notaba.

O fingía no hacerlo.

Dipper la ganó poco a poco.

Un año la rescató de unos gñomos que querían convertirla en su princesa enana. En otra ocasión, evitó que un personaje de Fight Fighters la golpeara a motivo de un comentario sarcástico. Para Pacífica, sin embargo, fue el tope de la ternura cuando Dipper llegó a su mansión el día de la fiesta rodeado de minotauros que lo llamaban por apodos rudos.

Fueron estrechando lazos. Cuando quiso darse cuenta, ya no miraba a Dipper de lejos, sino que caminaba a su lado. Y antes de que tuviera el más mínimo control de la situación, iban incluso de la mano.

Los hubieran esperado grandes cosas. Entre otras, disputas con el padre de Pacífica, Preston Northwest, el tipo más rico y snob del pueblo.

Mabel Pines era la otra bomba de tiempo. Y se detonó a sí misma antes de volverse una amenaza: un día dejó de ir a clases y Dipper le contó a Pacífica, tartamudeando y llorando que un tritón se la había llevado a vivir al fondo del lago.

Aunque Pacífica lamentaba el estado de Dipper, sumido en profunda melancolía, también saboreaba con la gravedad de una dama aquella amarga situación, que no podía mejorar.

Sino empeorar.


2


Preston Northwest hizo sonar la campana de órdenes durante una cena. Anunció a Pacífica su compromiso con Gideon Gleeful, el asqueroso psíquico fraudulento de la tv.

No necesitaba explicarse mucho. Era un mejor partido que Mason Pines, Dipper. En lo categórico.

Cuando Pacífica escuchaba esa maldita campana tintineando en sus oídos, no podía pensar. Solo asentía.

Y asintiendo, decidió comunicar sus novedades a Dipper.

Dipper, que la recibió en la Cabaña del Misterio temblando y hablando más consigo mismo que con ella.

—¡Pacífica, no vas a creerlo! He estado hablando con él. Mediante los diarios, he encontrado códigos que me permitirían controlarlo y abrir un portal. No es tan difícil. Contruí la maquinaria adecuada, sígueme, por favor...

Ella quería decírselo. Dipper, me han comprometido. Dipper, no todo es sobre tu hermana. Tienes que dejarla ir. Dipper, ¿cuándo fue la última vez que comiste? ¿Has dormido algo? ¿Dónde está tu tío? Dipper, qué haces. Esta podría ser nuestra última noche juntos, por favor...

—Dipper, ¿qué es esto?

A pesar de las ojeras y la palidez mermando el rosado usual de sus mejillas, la energía se encendió en él cuando tiró de las mantas viejas que cubrían las extrañas máquinas.

—¡Mi creación! —le anunció él.

Pacífica se cubrió la boca para disimular su estupor e incomodidad.

—¿Cómo va esto a traer a Mabel de nuevo? Digo. ¿Es para devolver su cuerpo...digo...a ella del...del fondo del...?

Las rodillas de Dipper temblaron. Él se sujetó la gorra descolorida que insistía en usar desde que eran niños. Pacífica sintió culpa. Había elegido mal las palabras pero eran exactas. El estúpido tritón que se enamoró de Mabel olvidó que los humanos no respiran bajo el agua.

Fue una tragedia.

Habían discutido por otros bocetos. Dipper apostaba que si lograba recuperar el cuerpo, con electricidad podía revivir a Mabel. A Pacífica no le agradaba en absoluto la idea. Pero temía expresarlo.

Eres egoísta. No lo entiendes, le había dicho Dipper. Y eso hizo crecer un abismo entre ellos. Algo casi insalvable que cicatrizó con dificultad cuando Pacífica decidió apoyarlo. Iba al menos una vez por semana, firmaba cheques, le dejaba dinero en mano para sus investigaciones, a pesar de las críticas de su padre.

Dipper comenzó a reír, sin embargo. Frente a Pacífica, desconcertada por la máquina, rió como un desquiciado.

Pacífica. Si crees que esto es malo, todavía no ha empezado tu luna de miel con Gideon, pensó, fastidiada.

Un nudo se le formó en la garganta y el estómago. Dipper no estaba demente. Solo necesitaba tiempo para reponerse y algún incentivo para distraerse mientras tanto.

...El matrimonio con Gideon no cambiaría nada. Seguirían siendo...lo que eran. Dipper lo entendería. Una vez superada esa loca fase de científico con moral quebrada.

—Es diferente. He hablado, te digo. Existen otros mundos. Solo tengo que ir a uno de ellos, donde Mabel siga...en condiciones.

—¿Qué? ¿Cómo vas a ir? Dime que no es un portal como el de tus tíos. Me dijiste que ese casi destroza el universo.

—No va a ser tan destructivo, solo se necesita un pequeño...ya sabes. Esfuerzo.


3


Pacífica ladeó la cabeza. Dipper se sacó del bolsillo la que reconoció como la campana que Preston Northwest blandía al darle órdenes.

—¿De dónde sacaste eso?

—He estado en tu casa...ayer.

—Dime que no escuchaste...

—Con más razón tenemos que irnos. No pienso dejar que te intercambien como vaca de feria por negocios —comentó, levantando la sangre en las mejillas de Pacífica. Tanto así que cuando Dipper abrió las puertas de la rarísima caja metálica que constituía el corazón de su maquinaria, Pacífica lo siguió, cegada por la furia.

—¡Se nota que eres un plebeyo! No sabes nada sobre lo que es tener un nombre y una posición que mantener, Dipper. Jamás podrías entenderme o a mi familia.

Normalmente, el joven Pines del que Pacífica se enamoró, la hubiera observado para soltar un sarcástico comentario sobre la corrupción de los Northwest. Pero este Dipper estaba fuera de sí.

La empujó, la sostuvo y usó correas para atar a Pacífica a la máquina.

—No, no lo entiendo y no quiero hacerlo. Por eso es preciso que nos marchemos. A donde no nos digan qué demonios hacer.

—Dipper.

—Agarra esto. Con fuerza.

Dipper colocó tres de sus diarios sobre las rodillas de Pacífica e hizo sonar la campana, atontándola en sumisión. A pesar de las correas, ella se las arregló para poner una de sus manos encima del logo esotérico.

—Dipper, qué...

—¿Ves el pentagrama en la puerta de la cabina? Tiene cinco puntas. Puede transportar cinco...objetos. Tres materiales y dos incopóreos. Dos consciencias, Pacífica.

—¿Consciencias?

Ella no entendía. Tampoco quería hacerlo. Los ojos de Dipper estaban vidriosos. Él la asustaba.

Los botones de la máquina se encendieron. Podía jurar ella que se escuchaba una risa socarrona y demoníaca en alguna parte. La electricidad erizó sus cabellos y sobresaltó su espina.

—Es galvanismo y metafísica. Solo hazme caso. Voy a contar hasta tres...

—¡Dipper!

—¡Uno! Bajaré esta palanca... ¡Dos! La puerta estará cerrada...Así.

—¡Está oscuro, Dipper, qué haces! ¡Nos vas a matar!

—¡Solo espera por mí y por Mabel, Pacífica!

—¡Dipper, abre, desátame!

—¡Tres!


4


Tres.

Oscuridad total.

Silencio.

No.

Música.

La clase de música chabacana de un espectáculo barato con luces y strippers en lentejuelas. Pacífica veía borroso.

La puerta de la máquina se abrió. O de lo que parecía ser la máquina. El interior donde Pacífica fuera aprisionada estaba ahora revestido en satén azul. Un atentado contra el buen gusto.

—¡Y ahora, nuestra invitada especial, Pacífica Southeast! ¡Un aplauso para ella! Pocos se atreven a ofrecerse como voluntarios para los temerarios espectáculos de los gemelos Gleeful. Solo una valiente chica con nada que perder haría el sacrificio. No es muy inteligente y si medio cliché de basura rubia teñida pero, ¡aquí está Pacífica!

Esa voz. Esa irritante voz. La conocía. De karaokes mediocres en el pueblo. ¿Pero por qué era tan despectiva? ¿Desde cuándo? ¿Eso era el más allá? ¿El infierno?

Dipper entró en la cabina. Era Dipper, ¿verdad? Se inclinó para abrir sus correas aunque Pacífica pensó que se aliviaba más de que los anotadores estuvieran intactos sobre su falda.

¿Cuándo se había cambiado? Tenía un traje negro y una camisa de seda. El cabello peinado hacia atrás no ocultaba su marca de nacimiento.

Pacífica, terriblemente aturdida, pero pronto aún furiosa, se puso de pie en un salto, ni bien estuvo libre.

Atravesó los velos que cubrían la máquina a zancadas indignadas. Reconoció la estrella de cinco puntas en la puerta. Había olor a quemado. Pacífica descubrió con mayor irritación que sus cabellos se habían chamuscado por la electricidad.

Afuera de la máquina estaba...

—¿Mabel?

Su cabellera relucía (sans trozos de goma de mascar, caramelos e hilos de lana como el que Pacífica recordaba), andaba en tacones, con medias de glitter negro. Una falda que no dejaba nada a la imaginación. Sus ojos brillaban de un azul extrañísimo bajo las luces de neón en un...escenario. Le dirigió a Pacífica una mirada gélida y luego se volvió hacia la multitud que la ovacionaba, arrojándole rosas. Mabel se inclinó con más burla que gratitud, sin embargo. Era como una diosa demasiado convencida de su status para esperar otra clase de trato.

Pacífica tuvo un deja vu. Ella era así antes de Dipper. Pero Mabel...

La gente aplaudía, soltaban exclamaciones de admiración. Pacífica creyó reconocer algunos rostros de los asistentes, pero las vestimentas y las muecas de sus conocidos eran tan diferentes de lo esperado para tal o cual, que no pudo estar segura de si eran los pobladores de Gravity falls con los que había crecido.

—Mabel...—Dipper se le adelantó entonces, apartando a Pacífica como si no existiese o fuese poca cosa. Abrazaba los diarios aún cuando fue por Mabel.

Esa Mabel ajena, que exigía reverencias y las recibía. Dipper casi saltó sobre ella, la apresó consigo, lloró sobre el satén de su camisa, para su gran sorpresa.

—¡Dipper! Aún hay que firmar autógrafos, vamos...¿Te pasa algo?

Pacífica no daba crédito.

Era la Cabaña del Misterio, sin duda. Por la ubicación y algo del mobiliario. Pero el lugar lucía más grande. E iluminado con esos efectos de...fiasco.

Mabel, de repente le echó una mirada llena de inquisición. Los espectadores se lavantaron de sus asientos, saludaron de lejos o se acercaron para pedir aparentemente consabidas firmas de los gemelos.

Dipper se volvió hacia Pacífica. Le hizo un gesto para que esperara.