Como ya saben, todo esto es propiedad de Ubisoft (salvo la idea del fanfic), y es sin fines de lucro y blablabla ¡Disfruten!

Los astros que aquella noche centelleaban en la oscuridad de Roma tenían un brillo especial, más intenso. O eso creía Claudia Auditore de Florencia, mientras contemplaba la belleza de las estrellas en un silencio inquebrantable. Ella lucía un semblante pensativo, acorde a su estado en ese momento.

Y es que la imagen de su hermano, Ezio, poblaba cada recoveco de su mente. No solía pensar en el en todo el transcurso del día, pero cuando la noche caía sobre la ciudad y un manto de estrellas gobernaba el cielo, su memoria le dedicaba unos instantes.

Carismático, noble, profundamente fiel al credo de asesinos, y sobre todo, distante. Asi lo recordaba Claudia. Se lo imaginaba con esa sonrisa altanera tan característica de el, y esa mirada de águila que era capaz de dejar a cualquiera con el rabo entre las patas. Ella, en sus adentros, lo admiraba profundamente.

Pero Claudia también le guardaba rencor. Nunca iba a perdonarle la manera en la que la dejo sola en la villa de su tio Mario, al cuidado de su pobre madre, quien no emitía palabra alguna. Ezio se fue, cegado por la sed de venganza que corría por sus venas, y no pensó en los sentimientos de ella, de su hermana menor. Le otorgó una vida monótona, la condenó a vivir encerrada allí, dedicandose únicamente al control de las malditas finanzas de Monteriggioni. Y Claudia sabía que ella estaba destinada a mucho más que eso.

Pero, a pesar de esas espinas que pinchaban con fuerza su corazón, el unico sentimiento que podía sentir hacía su hermano era amor, un profundo amor. Y sabía que era correspondida, que aunque a Ezio le molestara el hecho de que ella ahora estaba a la cabeza de la organización de la Rosa en Flor, la quería.

Y finalmente, recordó aquellas noches en su amada Firenze, donde ambos trepaban a los tejados de las casitas (ella, con ayuda de su querido hermano) y observaban el cielo azul y los astros que brillaban en el. Era lo único que compartían juntos, y siempre lo disfrutaban como si fuera algo que solo ocurría una vez en la vida.

Claudia atesoraba muy bien en sus recuerdos la ultima noche en donde contemplo las estrellas en compañia de Ezio.

Nunca me dejarás ¿No, hermano? Siempre estarás para que veámos juntos las estrellas – Comento ella mientras dibujaba una sonrisa en su rostro, esa que era la debilidad de Ezio –

Desgraciadamente, bambina, uno nunca sabe las vueltas que puede dar la vida – Le respondió el, acariciandole la suave mejilla con delicadeza – pero si te puedo asegurar que siempre te querré, mi dulce Claudia.

Los ojos marrones de la mujer habían adquirido un brillo similar al de las estrellas. De no ser por esos malditos templarios, ella aún podría seguir admirando la hermosura de la noche junto a su hermano. Y no solo eso, si no que sus seres amados aún seguirían con vida. El inocente Petruccio ya tendría su propia familia, al igual que su querido Federico. Y su padre podría hacer feliz a cada momento a su desolada madre, quien ya no era la misma desde aquella ejecución infernal.

—Claudia...

A la aludida se le congeló hasta la sangre ¿Podría ser...? Era imposible...

—¿Ezio? – Susurró en una mezcla extravagante de nerviosismo y sorpresa –

Sintió una mano cálida haciendo contacto con su hombro. Miro a su derecha, y se encontró con esa mirada de águila y sonrisa altanera que tanto revivía en sus memorias.

—Hoy quería observar las estrellas junto a tí – Dijo Ezio – Hoy te extrañaba, bambina.

Claudía sonrío con nostalgia. Aquello se sentía justo como en los viejos tiempos.

No te preocupes, Ezio, somos dos.