Disclaimer: ninguno de los personajes me pertenecen, aunque no se haga mención de ninguno, sí de los fragmentos recapitulados por mí cortesía de la fabulosa saga escrita por Stephanie Meye. Lo demás... eso sí es mío.
Advertencias: es una historia sin sentido ni continuación, simplemente un delirio masoquista y sádico que me dio por escribir mientras evaluaba un caso a defender en el tribunal hace un mes.
Shooting Star
La noche eterna había caído, la obscuridad enmarcaba las risas sádicas y el contraste de las llamas acompañaba fiel a los gritos de agonía que resonaban como una condena en la fría habitación. Sangre y lamentos eran el entretenimiento perfecto para aquel trío de demonios.
Solía imaginar constantemente en cómo iba a morir, pero ni en la alucinación más aterradora podría haber sospechado algo parecido a esta situación incluso, de haberme esforzado. La ficción golpeaba los bordes de la realidad con tal dureza que amenazaban con reducirse a escombros en cualquier segundo… no me sorprendería, estaba acostumbrada a la predestinación.
Conocía perfectamente los motivos que habían trazado mi propio camino a la muerte, pero eran los mismos que me condujeron a Edward. Así que arrepentirse en el último momento no era una solución sensata, después de todo cuando la vida te ofrece un sueño que supera ampliamente tus expectativas, no es razonable lamentarse de su conclusión.
Un grito ahogado intentó escapar fallidamente de mi garganta cuando aquellos monstruos se volvieron a mi figura desplomada en el duro mármol con ojos negros como el carbón, brillantes y veloces, ávidos de sangre.
Aquella situación no dejaba rastro a dudas: la muerte insatisfecha me acechaba, a la espera del menor descuido por parte de cualquiera para asaltarme. Había logrado escapar de ella, cierto, pero no se rendía tan fácilmente, continuaba buscándome y esta vez me pisaba los talones.
Uno de ellos se irguió a la velocidad de la luz, dando por finalizado el sádico espectáculo. El fiero deseo por cobrarse mi vida relucía impaciente en su inmóvil rostro, el preciso momento en que diera un paso más sería el instante en el que moriría, con toda certeza.
Con el mentón en alto sostuve la mirada retadoramente al cazador, que con una sonrisa sórdida en los labios se acercó a mí despreocupadamente mostrando los colmillos desnudos que en unos instantes eternos atravesaron con facilidad la fina capa de piel que los separaba de su destino y el mío.
Amorfo y sin sentido, natural en mí.
