Disclaimer: Los personajes de Shingeki No Kyojin no me pertenecen. Son propiedad de Hajime Isayama.
Parejas: IrvinxEren; LevixEren.
Pareja principal: LevixEren
ADVERTENCIA: Lemon, Mpreg.
Al límite
Eirin
— Capítulo 1 —
Nueva vida
El sol se dejaba entrever tras las casas del distrito Shiganshina, y Eren Jaeger lo había visto salir desde la ventana de su habitación. No había podido pegar un ojo en toda la noche. Realmente, ni lo intentó; se había pasado parte de la misma a oscuras en la soledad de su cuarto, tratando inútilmente de relajarse y asimilar el acontecimiento que había marcado su destino desde su niñez.
Hoy era el día: cumplía dieciocho años y dejaría su hogar para unir su vida a un hombre que no sólo le doblaba la edad, sino que también le despertaba un fuerte sentimiento de admiración.
A las seis de la mañana abandonó su cuarto y bajó al primer piso, encontrándose con su familia que, al verle, adoptó una postura tensa con una expresión compungida en el rostro.
Eren frunció el ceño y se acercó a la mesa, junto a la cocina.
—¿Qué les pasa? —soltó a modo de saludo—. No me voy a morir.
Carla, su madre, esquivó la mirada e intentó replegar un sollozo viendo hacia el fregadero.
—No se trata de eso, Eren —objetó Grisha, su padre, sentado cómodamente a la mesa.
—¿Entonces qué? Parecen afectados, pero bien que me "vendieron" a él sin importarles lo que yo quería para mi vida.
—No te vendimos —refutó Grisha—. Lo hicimos para darte una mejor vida y futuro.
Eren apretó los puños.
—¡Yo tenía planes! —gritó—. ¡Quería entrar al ejército, pero ahora tendré que ser el consorte de un hombre que me dobla la edad! ¡Podría ser mi padre!
—Eren, esto ya lo discutimos —contestó Grisha, dando por cerrado el tema. Se puso de pie y vio a Eren—. ¿Ya terminaste de empacar?
Eren resopló. Era un hecho que estaba resignado, pero siempre persistía esa necedad por rebelarse y protestar por su destino. Era inherente en él su deseo por hacer valer sus derechos y dejar en claro cuán necio podía llegar a ser incluso contra la voluntad de sus padres.
—Sí —dijo, bajando la mirada—. Ya empaqué.
—El carruaje vendrá por ti en una hora más. No olvides nada.
Grisha tomó su maletín y fue hasta la puerta principal de la casa.
—¿No te quedarás hasta que me vaya? —preguntó Eren al verlo con intenciones de marcharse.
Grisha se volvió hacia él.
—Lo siento, Eren, tengo que visitar un paciente. —Se acercó a Eren y lo tomó de los hombros—. No olvides que todo esto es por tu felicidad. El señor Smith es un buen hombre, te cuidará y protegerá.
Contrariado, Eren esquivó la mirada.
Grisha se apartó de su lado y su mirada recayó sobre Carla.
—Regresaré para la cena.
Carla asintió y se despidió.
Una vez a solas, ella se dirigió a Eren.
—¿Qué quieres de desayunar?
Eren sacudió la cabeza.
—No tengo hambre. —Vio a su alrededor, notando la ausencia de alguien—. ¿Y Mikasa?
—Fue a recoger leña.
—¡¿Fue sola?!
Carla no pudo detener a Eren cuando éste salió corriendo de la casa y se perdió calle abajo. Él era rápido, y más cuando pretendía eludir sus responsabilidades o librarse de regaños.
En las inmediaciones de Shiganshina, en el sector norte del distrito, al otro lado del muro María, se emplazaba una extensa planicie de verdes prados. Eren solía pasar gran parte de su tiempo libre en aquel sitio. Le gustaba la tranquilidad que podía respirarse en esa tierra, sin presiones ni responsabilidades. Bajo la sombra de un árbol, él dejaba que su mente divagaba en las historias que solía leer y escuchar de quienes habían tenido la suerte de recorrer el mundo. Eren deseaba conocer el mar, pero principalmente deseaba viajar. Ser libre y no vivir tras muros, como ganado.
Las guerras y los conflictos entre países colindantes habían hecho que la existencia de imponentes muros fuera necesaria para repeler cualquier ataque enemigo. Pero incluso dentro del reino se había desatado una guerra civil que había obligado a la corona a tomar medidas drásticas y delimitar las tierras en estados con tres muros. María, Rose y Sina.
Las guerras habían cobrado cientos de vidas durante los últimos cien años, y no parecía haber signos de un cese de éstas.
Eren divisó a Mikasa junto al arrollo que fluía en la ladera del muro que dividía Shiganshina con el estado de María. Era la vertiente principal que abastecía al distrito.
—¡Mikasa! —el llamado de Eren hizo que ella se volviera y dejara de recoger leña seca para llevar a casa.
Ella no pareció inmutarse con la llegada de Eren.
—Mikasa —repitió él—. ¿Por qué viniste sola? Se supone que siempre venimos a recoger leña.
—Hoy es diferente —dijo ella de manera parca y distante.
—¿Diferente?
—Hoy te irás.
Eren bufó.
—¿Tú también me tratarás diferente? ¿Qué les pasa a todos? No me iré para siempre.
—Será como si te fueras para siempre. Te irás con ese hombre. Te alejarás de nosotros. Nos olvidarás.
—¡Eso jamás! —Sujetó a Mikasa de los hombros y obligó a que lo viese a los ojos—. Recuerda esto: no importa lo que pase; nunca me olvidaré de ustedes. Somos una familia.
—Pero te irás.
—Y no es precisamente porque yo quiero.
Mikasa, que normalmente permanecía con una expresión inmutable, pareció reaccionar con las palabras de Eren y ocultó la mitad de su rostro bajo la bufanda que él le había regalado cuando eran niños.
Mikasa era adoptada. Ella pasó a formar parte de la familia de Eren luego que sus padres fueron asesinados. Y era por el trato que Eren tenía con ella, de no compadecerla por haber perdido a su familia, que su afecto por él era desproporcional y muchas veces mal interpretado. Lo cuidaba como a un hermano pequeño y sobreprotegía de los problemas en los que Eren solía meterse, aunque tenían la misma edad.
—Ven —dijo Eren, ayudándole a cargar la leña seca—. Volvamos a casa. ¿Ya tomaste desayuno? A mí se me abrió el apetito.
Mikasa siguió a Eren sin decir nada. Sabía que sería el último día que compartirían juntos, antes de que él se marchara para iniciar una nueva vida.
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Una hora después, el carruaje que había quedado en recoger a Eren llegó finalmente. Él, nervioso, se despidió de su madre y de Mikasa mientras el cochero acomodaba sus pertenencias en la parte posterior del coche. Éste era elegante; portaba el emblema real del estado de María, lo que llamaba la atención de quienes pasaban por las afueras de la casa de la familia Jaeger. Y aunque muy pocos estaban al tanto del destino de Eren, el rumor de su compromiso con Irvin Smith había cobrado fuerza en los últimos tres años. Algunos lo consideraban afortunado; otros simplemente sentían pena por él porque estaba forzado a unir su vida a un hombre que, aunque resultaba un noble de los más acaudalados y respetados del estado de María, le doblaba la edad.
Carla no soltaba a Eren. Se negaba a dejarlo ir aun cuando supiera que enviarlo con Irvin era por su bien.
—Prométeme que serás bueno con el señor Smith. Respétalo y no te metas en problemas.
Eren intentaba liberarse del abrazo efusivo de su madre, pero no podía negar que deseaba permanecer así un rato más, grabando en su memoria su calor y su afecto, porque no volvería a sentirlos en mucho tiempo.
Subió al carruaje y vio a Mikasa de pie junto a su madre. Quiso decir algo pero las palabras se le atoraron en la garganta. Sabía que, si hablaba en ese momento, se soltaría a llorar. Porque lo cierto era que no quería irse. No quería dejar a su familia y comenzar una nueva vida con un hombre al que apenas conocía.
El carruaje se puso en marcha por la estrecha calle empedrada, alejándose de la casa de la familia Jaeger. Eren se asomó por la ventana del coche y vio hacia atrás. Su madre había comenzado a llorar.
—¡Mamá! —gritó con casi la mitad del cuerpo fuera del carruaje.
Ella respondió a su llamado e intentó correr tras él.
—¡Eren! ¡Pase lo que pase... tienes que ser feliz!
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Fueron dos días de viaje hasta el interior del estado de María. Eren aprovechó el tiempo para pensar en lo que haría una vez que llegase a la casa de quien iba a ser su esposo. Apenas y lo conocía, pero era innegable el respeto que le despertaba el comandante Irvin Smith por todo lo que había logrado durante las batallas. Inteligente, valiente, Irvin era un comandante capaz que despertaba la admiración de muchos, especialmente en Eren, quien lo había conocido cuando apenas tenía doce años.
Ahora se convertiría en su consorte. Serían esposos. Era una tradición poco usual desposarse entre hombres, pero las constantes guerras y la reducción significativa de la población humana habían hecho posible que los hombres tuvieran el don de procrear. Debido a eso, la relación marital entre personas del mismo sexo había sido aprobada por el clero para perpetuar la raza humana.
Y aunque eran pocos los hombres bendecidos con el don de concebir, la buena fortuna había tocado a Eren. A los quince, en una revisión de genes, su padre le había revelado su capacidad de concebir, por lo que desposarse con el comandante Irvin Smith era posible sin oposición del clero, quienes velaban por el cumplimiento de las leyes impuesta por el hombre.
El carruaje se detuvo luego de recorrer por media hora un sendero adoquinado correspondiente a los terrenos de Irvin. Al final del camino se alzaba con soberbia una mansión que contrastaba armónicamente con el bosque de abetos que cubría la explanada hasta donde alcanzaba la vista. Eren tuvo la oportunidad de disfrutar el paisaje que Shiganshina no poseía al ser un distrito en las inmediaciones de María. Al llegar al corazón del estado, se sorprendió por el aire que se respiraba en el lugar. Olía distinto, se sentía distinto, era más fresco gracias a las montañas y la altitud del terreno. El cielo incluso parecía tener otra tonalidad y el color de la tierra era rojizo.
Eren bajó del coche sin quitar la vista del escenario al que había llegado. Todo le resultaba diferente, mágico, y hasta misterioso. Frente a él se erigía el edificio principal de enormes dimensiones. Tenía grandes ventanales en sus tres niveles y por las murallas se desplegaban frondosas enredaderas.
Las puertas de la mansión se abrieron y dos sirvientas en elegantes uniformes salieron a recibirle. Hicieron una reverencia y Eren saltó hacia atrás, sorprendido.
—Bienvenido, joven Jaeger.
Eren parpadeó confundido. Jamás le habían hablado con tanta formalidad. Toda su vida él ha sido un simple pueblerino sin un estatus social digno de envidiar.
Al cruzar las puertas de la mansión, se maravilló por el lujo que revestía cada rincón del lugar. Destacaba en el conjunto el piso que yacía cubierto por una alfombra escarlata con bordados que se entretejían en los costados, los muebles de nogal ricamente labrados y las paredes que lucían ataviadas con pinturas que Eren sólo había tenido la oportunidad de apreciar en libros.
Irvin apareció de pronto. Emergió de un amplio salón colindante a las escaleras centrales, y su rostro se iluminó cuando vio a Eren. De inmediato se le acercó y plantó ante él. Se inclinó, tomó su mano derecha y besó el dorso de ésta. Eren se tensó y por instinto trató de "recuperar" su mano.
Irvin se irguió y le vio fijamente, estudiándolo. Eren se sintió observado, como un animal a punto de ser vendido al mejor postor.
—La última vez que te vi tenías quince años —enunció Irvin. Su voz erizó la piel de Eren—. Estoy tan contento de tenerte acá. Me aseguraré de brindarte toda la felicidad que mereces, porque a partir de ahora esta será tu casa. Serás señor de mis tierras.
Eren no sabía qué decir. Irvin le intimidada por su porte y su garbosa presencia. Pero apreciaba —y le tranquilizaba— la bondad que se reflejaba en sus ojos. Sabía que con él estaría seguro.
—Gra-Gracias —logró articular con nerviosismo. Eren era expresivo, como un libro abierto. Sus gestos eran siempre tan transparentes y honestos, que Irvin se dio cuenta y no pudo evitar esbozar una sonrisa.
Se alejó un poco y dio órdenes de llevar las cosas de Eren hasta su alcoba.
—Lleven a Eren a sus aposentos. Preparen todo para servirle como corresponde.
Eren miró a Irvin con ansiedad. Él le sonrió.
—Debes estar cansado por el viaje. Ponte cómodo y descansa.
—Pero...
—Durante la cena platicaremos —interrumpió Irvin—. Tenemos toda la noche para ello. —Volvió a besar la mano de Eren y se retiró.
Eren asintió sin poder pronunciar palabra alguna y fue llevado hasta su habitación situada en el tercer nivel del edificio. Le sorprendió ver que en ella bien podía caber su casa, al menos el primer piso. Tapices decoraban el suelo, un armario labrado permanecía junto a la puerta que conectaba con el baño y una cama que doblaba en tamaño a la que tenía en Shiganshina ocupaba un pequeño espacio del dormitorio. Los doseles de seda blanca caían como una cascada por el bastidor de la cama de edredones azul.
Las sirvientas que anteriormente habían recibido a Eren depositaron sus pertenencias en el armario y luego se retiraron. Una vez a solas, Eren se atrevió a recorrer el cuarto. Lo primero que hizo fue abrir el ventanal de dos puertas que daba hacia un campechano balcón. Al salir la brisa tibia del campo le recibió. Y con cierta fascinación observó las tierras que pertenecía a Irvin. Llegaban hasta donde alcanzaba la vista.
—La vida de un noble no se comparaba a la de los campesinos. Somos apilados como ganado en las afueras del estado para darle espacio a los acaudalados. Nosotros merecemos estas tierras tanto como ellos. Vivimos en el mismo reino, respiramos el mismo aire. Todos somos iguales —pensó Eren en voz alta.
Luego de contemplar el paisaje se volvió hacia el interior del dormitorio y vio la cama. Fue en ese momento cuando Eren decidió dejar a un lado la timidez que le hubo dominado desde que llegó y se arrojó de lleno a la cama. Rebotó un par de veces sobre el mullido colchón, sintiéndolo agradable. Y el aroma a lavanda que desprendían las mantas invadió su nariz, relajándolo.
Por un momento, deseó que su familia estuviese con él. Ya no podría volver a recolectar leña con Mikasa ni probaría la comida de su madre. Tampoco acompañaría a su padre a visitar a los pacientes ni recolectaría los huevos del gallinero que tenían en el patio. No le daría de comer a las gallinas ni a los dos cerdos que habían adquirido en una feria. Ya no podría pelearse con los chicos que gustaban de buscar problemas entre las calles del distrito.
Lo cierto era que la vida de Eren no pasaba más allá de un simple campesino, pero él aspiraba a más. Unirse a los militares para explorar el mundo era su más grande sueño. Ansiaba conocer el mar y vivir fuera de los muros y el régimen impartido por la corona y el clero. Por eso admiraba tanto a Irvin. Porque él, siendo un comandante, había logrado mucho.
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Sin darse cuenta, Eren se quedó dormido, y despertó cuando alguien llamó a la puerta.
Desperezándose, pronunció un adormilado "adelante".
Un joven menudo y de melena rubia se asomó tras la puerta.
Eren se le quedó viendo con interés.
—Buenas noches, joven Jaeger.
Eren apostaba que el chiquillo tenía la misma edad que la suya, o incluso menos. Era demasiado pequeño.
—Buenas —dijo.
—El señor Irvin lo espera en el comedor. Ya es la hora de cenar.
Eren vio hacia la ventana y comprendió porqué todo estaba en penumbras. Su estómago rugió de pronto, recordándole que su último bocado había sido a la hora del almuerzo, durante el viaje en el carruaje.
—Está bien...
—Armin. Armin Arlert —continuó el jovencito—. A partir de ahora estaré a su disposición. Le serviré personalmente.
Eren se levantó y estiró, espabilándose. Armin ingresó por completo al dormitorio y se aproximó a la cama, depositando algo que a Eren le llamó la atención.
—El señor pidió que utilizase estas prendas.
Eren las contempló y se le hicieron extrañas. La ropa de los nobles siempre le habían resultado contradictorias a lo que solía usar en Shiganshina.
—No pienso ponerme esto. Es ridículo.
Armin vaciló un poco.
—Pero... el señor.
—Bajaré así como estoy.
Eren caminó hasta las afueras del cuarto y esperó instrucciones de quien era ahora su sirviente. Como no había tenido tiempo de recorrer la mansión, no sabía dónde se encontraba el comedor.
Armin, sin replicar, hizo una reverencia y lo guió hasta donde Irvin esperaba. Él al ver llegar a Eren, se incorporó de la mesa y los sirvientes que tenía disponible a su alrededor hicieron una reverencia.
—Lo siento, señor, el joven Jaeger se negó a usar la ropa que le facilitó.
—No pienso usar esa ropa ridícula —aclaró Eren.
Irvin, lejos de molestarse, sonrió.
—Está bien. Es normal que te sientas incómodo. Pero conforme pase el tiempo te acostumbrarás.
—Me gusta mi ropa —replicó Eren.
—El esposo de un noble no puede vestir como campesino.
Eren no respondió para no molestar a Irvin y se sentó a la mesa. No podía enfadarlo cuando no llevaba ni siquiera un día en la casa. A veces olvidaba controlar su temperamento, el cual le acarreaba muchos problemas. Nunca fue raro verlo llegar a casa golpeado o en calidad de bulto sobre la espalda de Mikasa. Ella era su compañera de riñas y juntos disfrutaban impartir justicia cuando los brabucones del barrio hacían abuso de poder sobre los más débiles.
Aquellos tiempos Eren los atesoraría en su memoria.
Irvin dio la orden se servir la cena y los ojos de Eren se iluminaron. Jamás había visto tanta comida en su vida. La mesa se encontraba atiborrada con una impresionante variedad de platillos de los que sólo había escuchado hablar; muchos ni siquiera los conocía, pero se le hacían apetitosos.
—Puedes servirte todo lo que quieras.
Eren asaltó la mesa, probando de todo un poco. Irvin lo contempló con fascinación.
—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? —preguntó de pronto.
Eren lo vio mientras terminaba mordisqueaba una presa de pollo asado. Antes de contestar intentó tragar.
—Creo que fue durante su retorno luego de explorar los reinos aledaños. Mi padre atendió a los heridos. Usted en aquel entonces estaba lesionado de un brazo.
—Así es, y tú me ayudaste.
Eren asintió, recordando aquel suceso con nostalgia.
—Sólo le di un poco de agua.
—Sé que esto te parece extraño —dijo Irvin—. Tenemos veintidós años de diferencia. Podría ser tu padre, pero apenas te vi supe que eras el indicado.
Eren no podía evitar sentir calor en sus mejillas. La sinceridad de Irvin le incomodaba. No solía demostrar sus emociones de esa manera, pero Irvin hacía aflorar lo más débil de su persona. Parecía volver a ser aquel niño de doce años que idolatraba al comandante de las tropas de exploración.
Irvin se le acercó y tomó una de sus manos, obligándole a verle a los ojos.
—Te prometo que cuidaré de ti, siempre. Nunca te faltará nada.
Eren asintió incómodo. El calor que irradiaba la mano de Irvin le invadía rápidamente.
—Mañana —continuó Irvin— vendrá el clérigo a casarnos. Todo está dispuesto para llevar a cabo la ceremonia.
Eren dio un leve respingo, aunque intentó parecer casual.
—Mi familia —señaló—. ¿Algún día podré volver a verla?
—Por supuesto. Mi idea de que vinieras sin ellos fue precisamente para que te ambientaras en lo que será tu nuevo hogar. Una vez establecido y acomodado, podré llamar a tu familia para que se instalen en los alrededores. Sé que la vida en Shiganshina es sacrificada. Le debo mucho a tu padre, no solo por haber atendido a mis hombres cuando regresamos de la guerra, sino porque me permitió tenerte.
A pesar del peso de esas palabras, Eren no dijo más nada, porque la idea de reunirse con su familia lo alegró.
—La ceremonia se llevará a cabo en la tarde, así que pensé que tal vez te gustaría recorrer la hacienda para familiarizarte con ella.
—Me encantaría.
Irvin asintió.
—Bien. Mañana recorrerás mis tierras y me encargaré personalmente de llevarte a las caballerizas. Tengo entendido que te fascinan los caballos.
—¡Mucho! —respondió Eren.
Su entusiasmo alegró a Irvin. Lo que menos deseaba era que Eren se sintiera incómodo y le temiera. Su único deseo era verlo sonreír.
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Platicaron hasta muy entrada la noche. Sus remembranzas en común eran pocas, pero tanto Irvin como Eren las recordaban muy bien. Irvin solía visitarlo una vez al año, pero debido a las guerras civiles se había visto obligado a prescindir de sus viajes a Shiganshina en los últimos tres años, por lo que ver ahora a Eren con dieciocho años de edad lo había impresionado. Siempre se le había hecho demasiado hermoso para ser un niño, sin embargo ahora su belleza juvenil simplemente lo había deslumbrado.
Una vez terminado de cenar, Eren se incorporó y trató de desocupar la mesa pero, de inmediato, Irvin lo frenó.
—¿Qué haces? Eso le corresponde a la servidumbre.
—A mí no me cuesta en lo absoluto. Siempre lo hice en casa.
Irvin le retuvo del brazo cuando vio su intento de desobedecerle. A pesar de haber sido un apretó débil, Eren lo sintió.
—Como mi futuro consorte esas labores ya no te corresponderán.
—¿Y qué me corresponde entonces? —replicó Eren.
Irvin se levantó y llevó su mano derecha a la cabeza de Eren.
—Todo a su debido tiempo —respondió. Vio a Armin y ordenó—: Escolta a Eren de vuelta a su dormitorio.
Armin, que permaneció toda la velada de pie tras Eren, se inclinó haciendo una reverencia.
Irvin procedió a despedirse de Eren. Tomó su mano derecha y nuevamente besó el dorso de ésta.
—Que duermas bien. —Sus profundos ojos azules traspasaron a Eren—. Ansío porque llegue mañana para volverte mi esposo.
Con los nervios carcomiéndole, Eren asintió y se alejó. Armin lo escoltó hasta el dormitorio. En el camino, Eren intentó impregnarse del silencioso ambiente que envolvía la mansión. Se le hacía demasiado grande para Irvin, y pensaba cuánto tiempo tomaba hacer aseo. ¿Cuántas habitaciones tendría?
—Vendré a despertarlo a las siete, joven Jaeger —articuló Armin una vez llegado al dormitorio.
—Escucha —dijo Eren, viendo a Armin—. No quiero que me digas así. Se me hace absurdo.
—Pero, no puedo llamarlo de otra forma.
—Claro que puedes. Dime: Eren.
—¡¿Qué?! —saltó Armin—. No puedo.
—Si voy a ser dueño de esta casa tanto como el comandante, tendrás que hacerme caso. ¿Qué edad tienes?
—Dieciocho.
—Tenemos la misma edad. Entonces no es necesaria tanta formalidad.
—Se me castigará si le hablo inapropiadamente.
Eren meditó un momento.
—Entonces cuando estemos los dos solos llámame Eren. ¿Te parece?
Armin asintió algo vacilante.
Tras esa extraña conversación, Armin preparó el baño de Eren, quien agradeció el agua tibia de la amplia bañera que tenía a su entera disposición. Era agradable en comparación a los baños que tenía que darse en casa, con agua fría. Aunque había ocasiones en las que su madre se esforzaba por calentarle el agua.
—Yo puedo solo —dijo Eren cuando Armin pretendió ayudarle a desvestirse—. Puedes irte.
—Le esperaré afuera.
Cuando la puerta del baño se cerró por fuera, Eren resopló contrariado. Definitivamente le tomaría tiempo acostumbrarse a su nueva vida. Pero quizá, poniendo un poco de su parte, lo lograría.
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Se despertó al alba; estaba acostumbrado. Podía escuchar el trinar de las aves desde el ventanal de su dormitorio. El cortinaje —en color rojo— cerrado impedía el paso de la luz, por lo que Eren se levantó y lo replegó con fuerza. Los rayos del sol emergiendo de entre las montañas a lo lejos llegaron a sus ojos que observaron con maravilla el nuevo día que empezaba. En cuestión de horas pasaría a ser consorte de Irvin Smith.
Al recordarlo Eren se estremeció. Pero resuelto a no pensar en ello, se cambió de ropa y se atrevió a salir de su cuarto. Recorrió en silencio los pasillos y bajó hasta el primer nivel. Por instinto caminó en línea recta por un oblongo corredor, suponiendo que al final de éste podría encontrarse el área de servició. Tuvo suerte, porque dio directamente con la cocina una vez doblado un recodo al otro lado del comedor. Ingresó a la cocina, la cruzó de puntillas y salió al patio trasero del caserón. Le agradaba la idea de recorrer los terrenos que poseía Irvin y familiarizarse con ellos.
Tras caminar por los jardines y alejarse de la mansión, llegó hasta las caballerizas. Podía sentir el olor a campo que le hacía pensar en su hogar.
Entró al establo de considerable tamaño y se encontró con más de cincuenta ejemplares equinos que pastaban encerrados en sus apriscos. Eren, fascinado, comenzó a recorrer cada una de las corralizas para ver de cerca a los caballos, que no parecían interesados en su entusiasta presencia.
Un potrillo que yacía encerrado en uno de los corrales llamó su atención. Curioso se le acercó e intentó tocarlo, pero su acción pareció molestar a la madre de la cría, porque relinchó y se mostró agresiva con Eren, quien retrocedió turbado. Y tan concentrado estaba, que no se percató de que alguien más ya se encontraba en el lugar.
—Hey, mocoso, ¿qué se supone que haces?
Eren se volvió sorprendido al escuchar aquel llamado. Divisó al fondo del establo a un hombre de baja estatura protegido por una capa verde que cubría su rostro. A Eren se le hizo extraña la manera en la que aquel hombre le hablaba. Se le hizo irrespetuosa. ¿Acaso no sabía que hablaba con el futuro dueño esas tierras?
Intentó replicarle, pero guardó silencio al verle acercársele y reconocer el uniforme de soldado que vestía. Pero más llamó su atención la insignia de las alas de la libertad que correspondía a la legión de reconocimiento. La más arriesgada dentro de la milicia y a la cual también pertenecía Irvin.
—Te hice una pregunta, mocoso.
Eren había quedado sin habla. Al ver de cerca al misterioso hombre, quedó atrapado en su mirada gélida que inevitablemente disparó un ritmo precipitado en su corazón.
...Continuará...
