Disclaimer: BnHA es propiedad de Kōhei Horikoshi.
Summary: Oh, preciosa (in)sanidad.
Pareja: Shigaraki Tomura/Toga Himiko.
Advertencia: OoC gratuito. Spoilers del manga, supongo. Leve gore.
Notas: debería de estar empezando una tarea ahora mismo, pero debía editar y publicar esto antes que me ganara la flojera (?)
I spoke to the devil in Miami
[he said everything would be fine]
A Shigaraki ella se le aparece como un espectro de piel tibia y labios pintados con sangre, lo hipnotiza entonces con sus ojos de ultratumba y risa descarada, enloquecida. «Tomura-kun» lo llama ella, con familiaridad, y él se lo permite porque— «Tomura-kun» recita ella con regocijo, sus colmillos amenazando con destrozar su piel llena de heridas. «Tomura-kun» ríe ella y a Shigaraki le parece casi imposible asociar el sonido que escapa de sus labios con su propio nombre. Shigaraki entonces concibe la idea de que Himiko Toga bien podría ser la personificación misma de la locura, con sus cabellos de sol opaco al viento y sus sonrisas corto-punzantes que trazan cicatrices en la parte posterior de su subconsciente. Es Himiko que talla corazones en los cuerpos de sus víctimas, y fantasea acerca del amor y el amor— o, al menos, acerca de su propia concepción de este; dirigiendo sus afectos a cualquiera que le llame la atención (como Izuku Midoriya, de entre todas las personas). Y si Shigaraki no supiera mejor, bien podría llegar a considerarla nada más que una pequeña mierda demasiado infantil y fastidiosa para su propio bien, pero— oh, vaya; resulta que al final él termina confiando en ella— en todos ellos. Y se los dice, justo antes de enviarles a la boca del lobo, a la guarida del enemigo, porque lo hace; él cree en ellos. No es como si tuviera otra alternativa (eso se dice).
Y Toga permanece ahí, etérea, con su sed de sangre y sus dientes de animal no domesticado y sus dedos-garras buscando escarbar entre medio de sus huesos y músculos, hasta dar con su aun latiente corazón. Le destroza las arterias y tantea sus costillas, tarareando canciones de amor que a él le suenan a canticos fúnebres. Tomura parpadea y ella desaparece — ¿y acaso alguna vez estuvo ahí?—, se encuentra a si mismo con la piel ardiendo y las uñas enterradas en la piel de su cuello, de manera inconsciente. La cabeza le da vueltas, y siente el sabor óxido de la sangre en el paladar, se le hace una sensación tóxica y embriagante, adictiva como la misma Toga— Toga que al final no es más que un diablillo de grandes ojos, que le sonríe en medio de la oscuridad de su guarida y se mueve ágilmente, casi como danzando, en medio de un mar de cadáveres —él casi podría creer que es hermosa, tan hermosa como algunos dicen que es la muerte—. Que pronuncia su nombre con algo así como un éxtasis burlón, anhelando romper cada uno de sus huesos, y él también piensa de repente acerca del cuerpo de ella evaporándose entre medio de sus dedos maldecidos. Desapareciendo como una quimera, como un espejismo corpóreo y es un lindo pensamiento, de veras.
Porque —la verdad es que— Shigaraki no sabe más que odiar con cada fibra de su cuerpo, a diferencia de Toga que vive a base de diversiones ínfimas y amores retorcidos que sólo ella comprende, del deseo de ser —como— esas personas que tanto ama mientras se baña en su sangre e ilusiones. En su vida misma. Empero ella ríe y ríe y ríe —y le resulta algo así como un acto encantador— y él le permite que le destroce la boca, los labios secos, el remedo de su alma; sólo un poquito más mientras se zambulle en su rojo, en su todo, justo antes de desaparecer. Entonces—
Tomura abre los ojos y esta vez ella está postrada a su lado, sus labios manchados en su sangre y sus ojos riendo extasiados. Tararea su nombre como un himno de victoria y se sumerge entre las tinieblas de sus sentidos. Allí donde a él se le funde la vida.
Oh, preciosa (in)sanidad.
