¿que pasó mis amigos ficcioneros? aquí les traigo una nueva historia, que espero que les guste tanto como me gustó a mí escribirla para ustedes.
Sé que dije que iba a tratar de actualizar mas seguido, pero con el trabajo y la universidad...quedo exprimida como una naranja, y no creo que jugo de Evil Anjelicke sea rico.
También es quier recordar que les quiero agradecer de mil amores a todos aquellos que leen mis historias, me manda reviews alentándome a seguir escribiendo, y ponen en favoritos, no saben lo feliz que me hacen saber que les gusta.
sin nada mas que añadir, les dejo aquí el primer cap, deseando ver si les gustó , si no, si me quieren mandar al diablo o si quieren poner una sugerencia para el siguiente cap.
y tambien les quiero avisar que si ven algunos errores...me disculpen, es que cuando me pongo a escribir me emociono y no veo si tengo que corregir algo.
El viento frio del otoño en la ciudad de Storybrooke le golpeaba agradablemente en la cara mientras su vista de color castaño claro se perdía en la lejanía del horizonte, su cabello rubio recogido en una descuidada coleta de caballo se movía suavemente detrás de su cabeza, sus ropas no eran las mejores, era cierto, desde que había ingresado en esa estúpida casa de acogida, junto con dos niños menores que ella, había tenido que trabajar muy duro para ganarse el pan bajo ese maldito techo, solo tenía unas tres playeras, dos de mangas largas y una de manga corta, dos pares de pantalones que casi habían pasado a mejor vida por culpa de los constantes viajes a la lavadora y solo un par de tenis que se veía que sus suelas se desprenderían tarde o temprano.
Con tan solo trece años, Arabela ya conocía lo que era el dolor de saberse huérfana, sin que nadie la quisiera, pasando de una casa de acogida a otra, había perdido la esperanza hacia años, ya no creía que hubiera una familia esperando por ella, queriendo que formara parte de un hogar.
-¡Arabela!-esa voz le ponía los pelos de punta, esa mujer no tenía piedad con ninguno de ellos tres, y menos con ella, aun cuando había conseguido un buen trabajo que le proveía una buena paga, la mujer no estaba contenta con sus resultados-¿Dónde estás pequeña inútil?-no quiera bajar del árbol donde se encontraba escondida, pero…desde donde estaba, podía ver que esa arpía tenia sujeta del brazo a la pequeña Ruby, y por la cara de la niña, estaba muy enfadada, podía sentir en su propia carne el seguro apretón que le estaba dando a ese delicado bracito, la chiquilla de tan solo siete años estaba llorando pidiendo que la soltara.
La joven preadolescente sabía a ciencia cierta que si no aparecía no podría hacerle nada…pero también estaba segura, de que esa se desquitaría con los más pequeños de la casa, y eso no podía permitirlo, Neal y Ruby no tenían por qué sufrir ese martirio si ella podía evitarlo. Con cuidado de no trastabillar con ninguna rama floja o caerse, se bajó del árbol cayendo de pie junto al tronco casi torcido.
-aquí estoy, señora De Vil- la mujer de cabello mitad blanco, mitad negro aventó a la niña que tenia del brazo hacia la más grande, que a duras penas pudo agarrarla antes de que besara el lodoso suelo del patio.
El hedor a cigarrillo caro y wiski le asestó de lleno en la cara junto con una bofetada que la dejó realmente aturdida y al borde de las lágrimas. Sumándole el severo y doloroso jalón de cabello que esa le dio obligándola a entrar en la desordenada casa, a base de gritos de la chica y golpes de su supuesta tutora. Una vez adentro la aventó contra la pared junto a la puerta de entrada, presionando su mejilla adolorida contra el empapelado de mal gusto de la sala.
-¿no te había dicho que limpiaras la casa?-difícilmente pudo asentir contra la pared que la retenía contra la mano huesuda de esa mujer-¿Qué te crees? ¿Qué por tener trabajo fuera de esta vivienda puedes zafarte de tus tareas?-le soltó por fin de ese incomodísimo agarre.
la joven quiso excusarse, diciendo que había llegado tarde por el pequeño que cuidaba, pero las palabras murieron en sus labios, soltando un agudo grito cuando sintió que algo flexible y duro golpeaba contra su espalda. Una y otra vez, no importaba cuantas veces le suplicara o lloriqueara que la dejara, parecía que Cruella De Vil se volvía sorda por completo cuando impartía esos dolorosos golpes con su cinturón de cuero. Siempre era la misma historia, cuando se enojaba, la única manera que encontraba para calmarse era dando esas golpizas que casi dejaban a sus víctimas en carne viva.
Una vez terminada la paliza, dejó a la chica medio tirada en el piso de su sala, sin importarle si seguía respirando, los niños aterrados por los gritos y los chasquidos que hacia el cuero contra la piel apenas cubierta de su espalda, se habían arrinconado tan lejos de ellas dos como les era posible, abrazados y llorando desconsoladamente. Arabela solo deseaba que sus lloros no hicieran enojar a su tutora y decidiera también darles a ellos.
-la próxima vez no olvidarás tus quehaceres ¿no Arabela?-le preguntó sínicamente en tono cariñoso, acariciando el sudado cabello rubio que se le pegaba a la nuca y la frente. La chica apenas podía asentir, de tanto gritar y llorar le dolía la garganta, y dudaba que le saliera la voz al día siguiente ¿Qué estúpida escusa les diría a sus jefas?-hoy se van a la cama sin cenar-los niños no habían comido nada desde el desayuno de esa misma mañana, e irse sin cenar, era una crueldad completamente ruin para ellos-llévatelos a dormir, y mañana harás doble tarea por esta insolencia tuya.
Arabela no se quejaba de nada, ya estaba más que acostumbrada a esos tratos y vejaciones, había aprendido a no hablar, asentir y sonreír siempre que fuera necesario. Ya no protestaba ni se defendía, solo aceptaba su cruel destino como algo que merecía, claro, si sus mismos padres la habían abandonado ¿Quién iba a quererla?
Eran las dos de la mañana, todas las luces de la casa estaban apagadas, exceptuando una mínima lucecilla de una lamparilla que ella escondía debajo de su cama para que sus compañeros de cuarto y hermanos de crianza no tuvieran miedo a la oscuridad. No se oía ni un alma, salvo claro por los rugidos de los pequeños estómagos vacíos pidiendo algo de comida.
-Ari, tengo hambre-Neal era el más pequeño de los mellizos, era casi idéntico a su hermana Ruby, de cabellos castaños oscuros casi negros, los del niño pegados al cráneo casi llegando a los hombros y siempre peinados hacia atrás gracias a que Arabela lo peinaba todas las mañanas y de ojos cafés, los de Ruby eran un poco más largos, llegando a media espalda y acomodados detrás de sus pequeñas orejas con un lazo negro que se camuflaba con su cabecita.
-si Ari, yo también-Ruby no era de quejarse, pero cuando su hermano decía algo que ella también sentía, lo repetía dándole énfasis a la frase dicha por ambos.
La mayor de los tres puso una mueca de circunstancia, recibiendo una sonrisa de los pequeños y se agachó con dificultad bajo su cama, encontrando la tabla suelta que era su escondite secreto. De ahí sacó un contenedor de tamaño mediano, de plástico, de tapa azul marino y lo agitó suavemente en sus manos. Tenía suerte de que su jefa siempre le hacía unos bocadillos para llevar después de su trabajo, pero también tenía la astucia de saberlos esconder de su tutora cuando no la veía, sino no les dejaría nada a ellos.
Abrió el recipiente mostrando que en su interior había unas deliciosas galletas de chispas de chocolate caseras. Las famosa y envidiables golosinas que le gustaban a todo el pueblo, y más cuando las vendía en la feria de primavera.
-las hizo la señora Mills ¿verdad?-pregunto Neal tomando una con cada mano sin saber cuál comer primero. Su hermana había hecho lo mismo, pero casi atragantándose por meterse dos galletas al mismo tiempo en su boca.
Arabela no tomó ni una sola, no quería que sus hermanos se fueran a dormir con la sensación de no haberse llenado, así que por esa vez dejó que ellos disfrutaran de esos dulces, tal vez tendría el estómago vacío hasta el desayuno, pero no le importaba, prefería dejar que los pequeños se saciaran, sabiendo que había hecho bien. Cuando no quedó una sola migaja, se fueron a dormir, y escondieron el recipiente en la mochila de la rubia para devolvérselo a su propietaria.
Los niños rápidamente pegaron ojo, no sin antes agradecerle a su hermana y pidiendo que le agradeciera de su parte a la señora amable, que siempre les daba algo dulce para ellos.
Pequeños ingenuos, no sabían que las golosinas eran para ella, sus jefas no sabían que tenía hermanos menores, o que casi nunca probaba un solo bocado de esas delicias para dárselas a ellos, prefería que se quedara así, le gustaba ver así de felices a los mellizos y por supuesto que no iba a ser ella la que les soltara esa verdad.
La mañana llegó muy rápido para el gusto de los tres, pero sabían que tenían que estar listos antes de que su tutora despertara, o sino, verían a una autentica fiera. Arabela se levantó al amanecer, como pudo se curó la espalda y se maquilló para tapar la rojez e hinchazón de su mejilla, despertó a sus hermanos, los vistió y les dio el desayuno en completo silencio, bien sabían que a la señora de la casa le gustaba despertarse por sí misma (eso quería decir que no podían hacer ruido antes de las diez de la mañana, aunque ellos se iban a las ocho). Dejó una nota en el refrigerador diciendo a donde iba y a qué hora iba a volver, junto con la cafetera lista y unas tostadas en un plato.
Tomó su mochila y les puso la de los niños en sus correspondientes espaldas, siempre era la misma rutina desde que habían llegado a esa casa, ella era su hermana y también hacia el papel de madre, los llevó de la mano a la parada del autobús escolar y se despidió de ellos con un beso en la frente cuando subieron.
Aunque era poco creíble, Arabela no sabía ni leer ni escribir, nunca la habían mandado a la escuela, apenas sabía algunas letras, y a veces sus hermanos intentaban enseñarle, pero estaban en primer grado, ellos tampoco sabían mucho.
Su rumbo era la calle Mifflin, más preciso el número 108, la mansión de la alcaldesa Regina Mills (una mujer de cabellera corta hasta los hombros negra como el ébano, ojos café, nariz respingada de puente largo y fino, boca de labios carnosos con una extraña cicatriz en el labio superior y piel olivácea) y la sheriff Emma Swan de Mills (cabellera acairelada y rubia, larga hasta la cintura, ojos de una rara mezcla de colores entre verde azul y gris, nariz algo torcida en el tabique, tal vez una pelea con un maleante en su trabajo, boca algo ancha y torcida en una sonrisa siempre que la veía y piel tan pálida como la nieve).
Ella cuidaba del pequeño hijo de esa pareja, una adorable bebito de un año y medio, de ojos tan verdes como la rubia y de cabello tan negro como la alcaldesa, piel delicada y blanca y una sonrisa que podía derretir el hielo más helado del mundo.
La gran mansión blanca de dos pisos se presentó a su vista, con un jardín tan bien cuidado gracias al jardinero Marco y un manzano que casi no tenía hojas en sus ramas, la verja ya estaba abierta gracias al mayordomo que sacaba el pestillo para ella. Un gran amigo y confidente en quien podía confiar todos sus problemas sin temor a que él soltara la sopa.
Desde la ventana de la sala podía ver a una señora mayor de tal vez cincuenta años (y bien conservada) de cabello cobrizo recogido en una moño algo flojo, cara alargada, ojos cafés, nariz respingada y sonrisa de comercial, y cargando a un pequeño manojo de saltitos y risitas, vestido con un mameluco azul cielo y un sombrerito tejido a mano blanco.
Así le daba gusto comenzar el día, a muchos no les gustaba su trabajo, pero ella, sin tener educación primaria ni nada que le diera valía a su futuro, nada más llegar a la mansión el pequeño Henry se ponía a brincar llamándola, no era una excelente niñera, ni tampoco era Mary Poppins, pero amaba su labor desde que le habían puesto al niño en sus brazos.
La puerta se abrió casi haciendo que chocara con una apurada sheriff, con una camisa mangas largas verde agua mal abrochada, sus jeans ajustados con el cierre bajo, las botas al revés y un pequeño termo a medio cerrar en su mano izquierda, repitiendo la misma cantarela una y otra vez de "llego tarde".
-buenos días, tú debes ser la niñera de Henry-la chica asintió algo insegura de tomar o no al pequeño que le extendía sus bracitos impaciente para que lo cargara-soy la abuela de este diablillo-su sonrisa no se quitaba, tal vez era una prueba o quizás si confiaba en la muchacha que cuidaba de su nieto-pasa.
Apenas entró Henry fue depositado en sus brazos haciéndolo sonreír y jugar con un mechón de su rubio cabello.
La mañana transcurrió con calma, charlaba con la señora Cora, y al mismo tiempo vigilaba que Henry no se fuera a ningún lado donde lo perdiera de vista, al medio día la mujer tuvo que marcharse dejándola sola con la cocinera y el mayordomo, que con solo una mirada ya sabía que le había ocurrido el día anterior y porque estaba tan inquieta.
-deberías denunciarla, querida-el anciano le tenía gran cariño y no concebía que tuviera que aguantar a tan corta edad los malos tratos de quien debiera cuidarla y protegerla.
-si le doy el reporte a la sheriff, me van a alejar de mis hermanos…ellos me necesitan-la cocinera y el mayordomo le lanzaron una mutua mirada de complicidad y preocupación, la vieja Granni y el reservado Rumpel sabían que no podían hacer nada sin el consentimiento de la niña, no importaba si era menor de edad, no podían meterse en un asunto legal a escondidas de ella, o se meterían en un bruto problema, no solo con la joven, sino también con sus familias y patronas.
-bien…bien-Rumpel Gold era un hombre calmado, pero cuando veía sufrir a la chica de la que se había encariñado como una nieta, podía convertirse en el rival reconocido del mismísimo diablo. No se lo iba a decir, pero se prometió interiormente, que si algo le volvía a ocurrir a la niña de sus ojos, tomaría cartas en el asunto, tanto el cómo posiblemente Granni.
nos leemos pronto fictioneros, y no se olviden de comentar su opinión de este...desastre de su amiga Evil Anjelicke
