Nunca hubo amor

¿Recuerdas aquellas tardes, antes de llegar a Dressrosa, en las que soñabas ser el Rey de los Piratas? Sí, eran tardes cálidas, tardes bonitas, tardes vacías y escasas. Tardes que surgían de descuidos, o del cansancio, tardes espontáneas; pues ya estábamos cansados de planear. Tardes en las que, sin tocarnos, nos sentíamos más cerca que nunca. Sólo hablábamos, y hablábamos, primero de planes, luego de la familia. A veces del odio. Luego nos olvidábamos de todo, y veíamos el sol esconderse y dar paso a la noche.

Tardes en las que reíamos juntos, a veces aliñadas con algo de alcohol, muchas veces con melancolía. Pasábamos de lo trivial a lo profundo en un abrir y cerrar de ojos, tras un silencio, tras una mirada. A veces no necesitábamos palabras para entendernos, nos bastaba con una sonrisa. Aquellas tardes eran nuestro Edén, nuestro cielo en la tierra. Momentos donde podíamos ser libres, donde podíamos odiar, pero también donde podíamos amar sin pudor, sonreír amablemente sin miedo a parecer débiles. Aunque a mí nunca me lo pareció.

De ser tres pasamos a ser dos, y al igual que mermó nuestro número, aquellas pequeñas tardes se hicieron aún más extrañas, más escasas. Alguna vez, cuando el sol se escondió, caímos el uno en los brazos del otro, pero nunca me sentí igual sin él; perdóname joven amo, si me atrevo a decirle que usted sentía lo mismo. Aquellas tardes idílicas se convirtieron en un refugio para nosotros, para aliviar nuestra melancolía, para liberar el peso de nuestro pecho.

No sé cómo se nos pasó el tiempo tan rápido y cómo se nos olvidaron nuestras tardes tan pronto. Quizás el encanto debía ser sacrificado por la eficacia, la libertad por el poder. Y así lo hice, joven amo: sacrifiqué mi libertad por su sueño. Y así lo haría una y otra vez; y así lo hizo él. Jamás me resultó duro alejarme de usted, joven amo, pues ese era mi deber. Sabe que hice y haría todo por usted.

Lo único a veces eché de menos en aquel páramo helado, fue observar el sol escondiéndose tras el horizonte.