Capitulo I
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Me gustaría poder decir que he conocido algo mejor, pero es mentira. Desde que tengo memoria el cielo siempre a tenido un color triste, el aire en la mayoría del tiempo es frío y por doquier, la tierra luce seca desenterrando escombros y esqueletos metálicos en donde una vez hubo edificios.
Mas de cien años tras, las potencias mundiales comenzaron a atacarse entre sí con armamento nuclear, no estoy muy enterado de los motivos, pero dudo que sean los suficientemente justificables cómo para haber llevado a la humanidad al borde de su extinción total. A consecuencia de esto, la atmósfera de la tierra se contamino tanto, que provocó una especie de invierno permanente a lo largo de todos estos años. Muchos lo atribuyeron a un castigo divino, otros, a la necedad de un país entero que se negó a invadir cierta nación para desarmarlos. Sea cómo sea, las consecuencias se están pagando aquí y ahora.
El alimento escasea, el agua es un recurso de prioridad mayor, la gente mata por sobrevivir a costa de lo que sea y de quien sea, y no existe otra manera de vida que las personas pudieran conocer. Mi madre dice, que a comparación de décadas anteriores, la época en la que vivimos es más llevadera puesto que la nieve sólo cae durante unos cuantos meses, y cada vez son menos frecuentes las heladas. Mi bisabuela conoció el mundo antes del cataclismo, y les contó a sus descendientes todo el tesoro que la humanidad había perdido.
A pesar de tener 13 años, puedo darme cuenta de que no podemos seguir viviendo de esta manera, pero igualmente puedo ver la situación real en la que estamos sujetos y lo imposible que resulta surgir de las cenizas de una civilización exterminada. Así que no me importa decir, que lo único que me interesa es tratar de sobrevivir junto a mi madre y a las pocas personas que son preciadas para mí; no persigo ninguna ambición suicida, en un mundo sin leyes, por mi cuenta soy libre y nada más.
Así es la realidad en:
Las últimas décadas del eterno invierno.
— Haruka, por lo que más quieras, ten mucho cuidado — decía una mujer de cabellos oscuros, a punto de nervios por dejarse convencer ante la seriedad en el rostro de su hijo. Salir a buscar una misera cantidad de agua mientras comenzaba el crepúsculo era casi una misión suicida, sobre todo si eras un niño o peor aún ,una niña. El mundo estaba convertido en una cuna de lobos al acecho del más débil.
Sin embargo, Haruka Nanase era un niño que rara vez mostraba una expresión en el rostro y así aparentaba una gran fortaleza y falta de temor. Además, era sigiloso y pasaba por entre las chozas y las fogatas de los forasteros sin ser notado. Así que salió de ese camper a medio destruir, y se encaminó a un lugar secreto.
A su lugar secreto.
Muy apartado en donde comenzaba el desierto rocoso, había una pequeña planicie rodeada de arbustos espinosos. Nadie se imaginaría que esa enorme roca plana, estuviera hueca. Haruka al llegar al lugar, volteó a todos lados una y otra vez para asegurarse que nadie lo hubiese seguido, se metió con cuidado entre la maleza y destapó de las espinas una entrada que daba a una cuenca lo suficientemente grande para dejar pasar a un adulto.
Dentro de aquel sitio, se podía distinguir numerosas estalactitas que parecían una cortina de lluvia congelada y bajo de ellas, parecía haber un inmenso espejo. No era más que un gran depósito de agua natural, prácticamente virgen, dentro de una cueva.
Haruka bajo con cuidado para no caerse, ya que las piedras ahí eran muy resbalosas. Aquella cueva la había descubierto unos meses atrás y por pura casualidad. Pensaba que era un sitio extraño, pero estaba lleno de una paz desconocida y recelosamente se guardó su existencia, pues no quería que los Karakuri la invadieran.
Karakuris.
Así eran conocidos los saqueadores y asesinos. Karakuris, significaba marionetas, y aquellos no eran más que personas vacías, movidas por el hilo de la ambición y el egoísmo. Toda una comunidad alarmante y por desgracia en crecimiento.
Cuando estuvo con los pies en la fría roca, desenvolvió una especie de cazuela honda que tenía atada en la espalda y se acercó a la orilla del remanso. De repente se detuvo al escuchar algo, pero al sentir nuevamente el silencio, empezó a hundir la baratija para llenarla de agua.
— ¿Quisieras salir de ahí? — dijo luego de unos minutos Haruka sin inmutarse mientras tapaba la cazuela.
— Rayos, si te das cuenta no es divertido asustarte.
Detrás de una gran roca un niño de aproximadamente la misma edad apareció con las ropas algo harapientas, pero eso si, con una linda sonrisa.
— Mi nombre es Rin.
Los del grupo del facebook me animaron a publicar esta historia, así que bien esta dedicado a todos ellos.
Este relato se me ocurrió hace tiempo, y espero poder llevarla bien. Bueno, no se que más decir. Creo que es la fatiga de un largo día fuera de casa jejeje
Nos leemos XD
