Sin elegir


El velo de la noche cae cuando ya todos en el bus duermen. Tras haber planeado aquel viaje –el tour- por semanas minuciosamente hasta el más mínimo detalle, era un regalo divino poder reposar los hombros y olvidarse por un instante del invierno que ruge tras los ventanales.

La noche es demasiado oscura, tantotantotanto, que la nariz de porcelana de Gerard pareciese brillar más mientras la presiona contra su cuello, con los labios de cereza presionándole suavemente una última caricia. Lo mismo con las manos llenas de ampollas de Mikey (aún así tan suaves con sus guantes negros y los deditos entrelazados sobre su pecho)

pero pero pero –oh.

Frank está llorando.

Y ahí, entre los dos hermanos Way, no puede recordar la última vez que lo ha hecho. Sin embargo dos de los tres fragmentos de su corazón le tienen acorralado en una cama (y le hacen pequeñas incisiones entre las costillas con sus garras invisibles).

¡Ay, corazón insensato, deja de latir!

La noche es demasiado oscura, y él debería estar con una consciencia tranquila, sonriendo alegremente en sueños donde bailan entre rosas (ellos tres, felices, felices para siempre). Está el espectro de un grito sordo en el fondo de su garganta.

Frank siente náuseas.

Una enfermedad creciendo desde el fondo de su estómago dañando su sistema. Se siente putrefacto.

(amor, y es que esta mierda es

a-m-o-r).

Entonces quiere abrazarlos y arreglarles los cabellos desordenados y escribirles poemas con versos que no existen mientras adorna sus nombres con azúcar y margaritas secas. Los observa con sus ojos de esmeralda y oro, taciturno. De repente, no sabe qué hacer, si en primer lugar deberías permanecer con ellos.

La noche es demasiado oscura, y una última lágrima corre en las mejillas húmedas: Frank se limpia los ojos hinchados. Después de todo, nunca había sido bueno para mentir.

No podía elegir solo a uno.