Este fic participa en el "Minireto de agosto" para el "Torneo entre Distritos en la Arena", del foro "Hasta el final de la Pradera".
Los Juegos del Hambre son de S. Collins, los Portales, de muchos otros, pero los míos hacen referencia a los que aparecen en la serie Cazadores de Sombras de Cassandra Clare.
Lukas, Sugus, Lis, la Arena y las Puertas
Lukas tardó varios días en descubrir los portales, y no es que no hubiese notado que, efectivamente, en la Arena había puertas, con sus marcos de madera y unos dibujos raros y arcaicos grabados en ésta; lo que sucedió es que no se atrevía a atravesarlas debido a esa máxima: la curiosidad mató al gato.
Lukas tenía claro que prefería no ser ese gato, no de momento. No nunca.
Siguiendo su plan inicial, en seguida tuvo un aliado en el estadio. No se trataba de un profesional, pues éstos le producían urticarias por diferentes zonas del cuerpo, ni tampoco de una chica (se tuvo que tragar ediciones anteriores suficientes como para saber que aquello no era recomendable), sino del Tributo masculino del distrito siete, un chaval de 18 años con el cuerpo de uno de 30, los brazos de hormigón armado de tanto talar árboles, y un nombre ridículo: se llamaba Sugus.
En seguida hicieron buenas migas, en buena parte gracias a Lis. Ella fue quien le enseñó lo que no fue lo bastante listo de aprender en los entrenos. Le enseñó a hacer torniquetes para detener una hemorragia, le enseñó a coser y cauterizar heridas con los instrumentos más rudimentarios. Todo muy raro, porque a saber dónde había aprendido ella a hacer todo eso, una jovencita capitolina con pinta de repipi y malcriada, con conocimientos de todas esas técnicas de primeros auxilios aplicados a situaciones extremas. Pero así fue. Lo despertó a las tantas de la madrugada la noche previa al comienzo de los Juegos —aunque en realidad tampoco es que él fuera a conseguir dormir—, se lo llevó a un cuartito repleto de suministros médicos y otros cachivaches, y allí se pasó horas dándole consejos sobre cómo sobrevivir en la Arena. Para agradecérselo, Lukas le dio un beso, cerca del amanecer, aunque allí dentro no hubiera ventanas. Se trató de un beso intrascendente, largo y lento, sin cámaras, todo muy seguro.
Luego Lukas salvó a Sugus de morir desangrado tras el baño de sangre; y en esas se encontraban ellos dos en ese momento, frente a un portal, él animando a Sugus para que fuese ese gato.
—Tú entras y yo te espero aquí. Necesitamos que uno se quede, como punto de referencia —le estaba diciendo.
Sugus se miraba constantemente el tajo envuelto en telas que tenía en la pierna. A lo que Lukas le mostraba su mano.
—Estoy tan lisiado como tú, amigo.
—Pero eso ya está cicatrizado —le replicaba Sugus.
—Eso también es verdad.
Lukas finalmente tuvo que ceder. No quería ser el gato, pero tampoco quería que una mala caída dejara a Sugus sin pierna del todo. Tampoco era de esos y para ganar hay que arriesgar, así que pasó.
Cruzó el portal notando como el aíre se volvía más denso al entrar, como una pared invisible, tragándose el miedo y demasiado concentrado en eso como para pensar en nada más. Cuando estuvo al otro lado, abrió los ojos a la vez que miraba hacia atrás, esperando ver a Sugus. Pero allí no había nadie, sólo una puerta y la sección de Arena de detrás, un páramo seco y sin vegetación, sin una piedra tras la que esconderse. Pero de frente, frente a él se alzaba la Cornucopia, majestuosa y brillante, y sin nadie vigilándola.
Pudo coger lo que quiso, se ató cosas a todas partes y regresó junto a Sugus. Sano y salvo, vivito y coleando, y también alucinando bastante. No se explicaba cómo los Vigilantes habían encontrado la forma de hacer de la Arena de ese año una especie de laberinto mágico.
