Esa
mañana, el sol se había tardado en salir.
Las dos
grandes puertas se abrieron lentamente mostrando las dos imponentes
siluetas, una de un tamaño algo mayor que el de la otra. El
silencio solo fue roto por el rechinar de las puertas y finalmente
por los pasos de la silueta menor caminando en salida…
Atlas
tragó en seco.
La figura de Belenyer ahora mas cerca podía
percibirse claramente gracias al haber salido del umbral de aquel
gigantesco templo, ya que ahora los rayos del alba llegaban hasta su
imagen. Él le sonrió a Atlas.
- Belenyer. – Se oyó la voz a sus espaldas haciéndole volver a la mirada, hacia el que algunos instantes atrás fuese su acompañante. Se observaron en silencio unos instantes. – Regresa ésta noche.
El silencio volvió un rato mas. Belenyer podía observar mejor la imagen de su Señor, a pesar de la oscuridad dada por el techo debido a que se encontraba mas cerca y que ahora, el sol comenzaba a moverse por el cielo y a llegar a todos sitios. El rubio de cabellos largos asintió con convicción finalmente mientras que el de cabellos cortos, miraba al piso postrado desde lejos frente a la imagen de su señor. Abel, su Dios, tan solo dedicó una mirada a su otro guerrero antes de que las puertas volviesen a cerrarse una vez más y Belenyer, retomase su recorrido.
Amor Mío
-
Tienes ojeras.
- Siempre las tengo…
- Hoy tienes más.
– Insistió Belenyer a su compañero mientras caminaban
por el camino semi-trazado entre aquellas colinas. - ¿No
dormiste bien?
Por un buen rato, Atlas se decidió entre
contestar o no, la verdad era que por alguna razón no le
provocaba, de hecho, ese día, no le provocaba nada.
- …
-
Tomaré eso como un "no".
- Lo tomas bien. – Al menos
se molestó en afirmar el guerrero. A Belenyer esto pareció
molestarle pues se detuvo en el acto.
- ¿Estás
molesto conmigo?
En ese momento, el cabello corto sintió
que algo en su mente hizo click, muchas imágenes se mezclaron
pero quedaron en… ¿nada? En verdad estaba molesto pero…
¿Por qué estaba molesto?, ¿Molesto con
Belenyer?, ¿Por qué habría de estarlo si él…?
-
Ahh… este… no, disculpa, talvez es solo… porque no dormí,
disculpa… - Dijo tratando en serio de recuperar su ánimo y
de caer en cuenta de que no tenía motivos para estar
molesto.
- Mm… acepto tu disculpa. – Le dijo Belenyer
regalándole una sonrisa y acercándose hasta a él
quedando a centímetros cortos de distancia para hablarle muy,
muy bajito. – Pensé que solo las noches que pasabas conmigo
eran las que no dormías… - dijo galante sonriendole. –
Vamos a ver como hago para que duermas sin mí.
Atlas le
tomó de la cintura para pegarlo contra si y cortar esa
distancia.
- Si estoy contigo mis necesidades se vuelven
secundarias…
Belenyer sonrió halagado pero nada tierno,
al contrario, muy insinuante.
- … es normal, soy irresistible. –
Dijo mientras le mordía la oreja. – Pero necesito que
descanses para que cuando volvamos a reunirnos te tenga en todo tu
potencial… -
Atlas sintió que sus sentidos se perdían
jugándole una broma ante la sensación que tuvo cuando
Belenyer introdujo su lengua en su oído brindándole una
sensación infinitamente exquisita, sabiendo y conociendo
exactamente sus puntos débiles y la forma de llegarles. Rogó
porque se detuviera pero finalmente él fue quien tuvo que
separarse.
- Bel… - Susurró algo desesperado sin darse
cuenta. – Necesito pasar la noche contigo…
Belenyer había
permanecido sonriente mientras le observaba, pero por alguna razón,
repentinamente, esa sonrisa, fue desapareciendo poco a poco…
-
¿Ésta noche?
- Si… necesito que… estemos juntos
esta…
- No podré. – Cortó Belenyer. – Nuestro
señor, quiere que regrese en la noche a su templo.
Atlas volvió a tragar y el silencio volvió. Belenyer le veía algo inexpresivo, esperando una respuesta, o una propuesta. Lo que acababa de decir, no era en su mente más que su justificación, más que su "Hoy no podré porque debo trabajar" o "Hoy debo cumplir mis deberes". De hecho… en la mente de Atlas, eso también sonó así, pero por alguna razón, la sensación de pesadez y letargo volvió a su cuerpo.
- ¿Nos vemos mañana? – Propuso
Belenyer al ver que las ideas por parte de su compañero no
llegan.
- …Muy bien… - Aceptó Atlas sin más,
retomando la caminata cabizbajo.
Si estoy debajo
del vaivén de tus piernas
Si estoy hundido en un vaivén
de caderas
Esto es el cielo, es mi cielo
Esa
noche los recuerdos fueron y vinieron por la cabeza de Atlas. Todos
los recuerdos, antiguos y recientes, buenos y malos, agradables y
desagradables… pero todos, todos junto a Belenyer, su compañero
de guerras y en secreto… su amor. Ni siquiera en su señor
pensaba tanto como en ese chico de cabellos amarillos, ni siquiera en
su compañero también cercano Jao, con quien también
había vivido grandes y especiales momentos… pero muy
diferentes. Infinitamente diferentes…
Con Jao podía haber
perdido un partido, pero con Belenyer… su virginidad.
Y no se
arrepentía de haberlo hecho una vez por casualidad, jugando,
explorándose, descubriendo todo un mar de sensaciones, todo un
mundo de sentimientos, y llegando a tener mas afecto por alguien del
que se creía capaz de tener…
Amaba hacerle el amor, y
eso era porque lo amaba a él, en su totalidad. Claramente
podía recordar en ese momento, allí acostado en su cama
como estaba, el como Belenyer se sentaba sobre él, sobre su
cintura y los dos se veían cómplices mientras la luz
del fuego encendido en la chimenea les iluminaba las pieles dando la
ilusión de estar bronceados. Él como siempre, hermoso,
de cara, de cuerpo, de tacto, de sentimiento…
Doblaba el tronco
y lo besaba, lo besaba con suavidad pero degustado los milímetros
de su boca mordiéndolos y halándolos con suavidad,
respirando cerca de él, queriendo que oyese su respiración
mientras mantenían los ojos cerrados, Atlas acariciaba su
rostro suavemente, no queriendo que se alejara…
- Amo tus besos…
amo tu boca… - Solía susurrarle Atlas mientras lo besaba
estando en trance. – Quiero todo de ellos… quiero que sean míos
tus besos, quiero que sea mía tu boca.
El chasquido de la
leña quemándose en la chimenea apenas y se oía
en la lejanía.
- …Lo es… - Le respondía Belenyer
entre besos intermitentes. – Mi boca, mis labios… y todo lo que
haya en mí, es completamente tuyo…
Atlas gimió
por lo alto abriendo los ojos repentinamente y volviendo en cuenta a
la realidad en aquel cuarto oscuro mientras sentía los
espasmos en su cuerpo, hasta que finalmente y al poco tiempo cesasen.
Solo entonces sacó su mano de por debajo de su pantalón
y volvió a acostarse sin ya buscar simular mas sensaciones
como las que había tenido con Belenyer…
...Al menos no
voluntariamente.
Pero la idea del chico aún sentado en sus
piernas estaba… pero, veía sus piernas distintas, mas
largas, como si fuese más alto, más fuerte, más
poderoso.
- Mi Señor…
Amor
fugado
Me tomas, me dejas, me exprimes y me tiras a un lado
Te
vas a otro cielo y regresas como los colibris
Me tienes como un
perro a tus pies
Otra ves mi boca insensata
Vuelve a caer en tu
piel
Vuelve a mi tu boca y provoca
Vuelvo a caer de tus pechos
a tu par de pies
Allí acostado en su cama,
sentía que podía oírlo jadear.
Jadear…
jadear y gemir con mucha fuerza, con más fuerza de la que
alguna vez hubiese gemido junto a él. Podía ver su
rostro arrugado y sus ojos cerrados en una mueca de dolor mientras su
cuerpo se sacudía una y otra vez…
…Junto aquella voz.
Esa voz que gemía al compás de los gemidos de Belenyer,
aquella voz gruesa, fuerte, poderosa que solía darle a él
mismo sus órdenes.
- ¡No! –Interrumpió
Atlas una vez más sus pensamientos.
¿Qué
estaba haciendo?
Ese… también era su señor…
No
podía imaginarlo en esa situación. O mejor dicho, no
debía… y mucho menos sentirse como se estaba sintiendo. No
debía, no tenía derecho alguno.
Volvió a
acostarse en la cama y a abrazar la almohada, tomó aire
profundo y trató de relajar sus músculos, todos tensos,
sin excepción, sus dientes apretados, callar a su mente
escandalosa y aquietar sus repentinas ganas de llorar.
Esa noche
comprendió lo que sentía y se lo prohibió. No
debía. No debía ser así.
Labios
compartidos
Labios divididos mi amor
Yo no puedo compartir tus
labios
Y comparto el engaño
Y comparto mis dias y el
dolor
Yo no puedo compartir tus labios
Las
puertas del salón volvieron a abrirse al alba siguiente.
Atlas
postrado una vez más en el césped a la lejanía
de la salida de aquel templo levantó lentamente la cara
mostrando unas ojeras aún más pronunciadas y unos ojos
inevitablemente rojizos. Aun a pesar de la distancia, Belenyer pudo
arrugar el rostro al notar que algo no estaba como de costumbre. Aún
no había caminando en salida, cuando observó que su
compañero de cabellos rojos pasaba por al lado de Atlas y
llegaba frente a su señor, postrándose ante la figura y
dejando una inmensa caja frente a él.
- Mi señor…
ha llegado la respuesta de Athena. Y el trato aceptado en símbolo
de la paz de los reinos.
- Muy bien, Jao. – Afirmó el
Dios del Sol de cabellos azules. – Deja la caja adentro, debo
revisar su contenido con mis propios ojos…
El pelirrojo asintió
tomando la inmensa caja una vez más y adentrándose en
el templo con ella. Abel volvió una vez mas la mirada hacia
Belenyer, éste hizo una pequeña reverencia y se
retiró.
Amor mutante
Amigos con derecho y
sin derecho de tenerte siempre
Y siempre tengo que esperar
paciente
El pedazo que me toca de ti
Relampagos de alcohol
Las
voces solas lloran en el sol
Mi boca en llamas torturada
Me
desnudas angel hada, luego te vas
- Y… - Se
aclaró la garganta. – ¿Qué hicieron anoche? –
Preguntó Atlas tratando de sonar casual y sin
importancia.
Belenyer volvió a detener la andanza ese día,
ahora no molesto, sino extrañado.
- ¿Qué
pregunta se supone que es esa?
Atlas le observó sin mayor
sorpresa.
- Era solo… por preguntar, no por ningún
motivo. – Dijo mientras seguía caminando, sin dar
importancia alguna Belenyer continuo a su lado, y esta vez, fue él
quien dudó un rato en responder.
- No entiendo el porque
preguntar cosas que ya se sabe la respuesta.
A pesar de la onda
fría que Atlas sintió que bajó desde su cabeza
hasta los pies, no mostró reacción alguna más
que mojarse los labios lentamente mientras asentía y seguía
caminando cabizbajo.
- ¿Por qué lo preguntas?
-
No. Por nada solo… quería confirmar si…
- ¿No
dormiste hoy tampoco verdad?
- …
- Atlas debes buscar el
motivo por el cual no estás durmiendo, eso a la final afecta
tu salud y…
- Ya yo encontré el motivo, pero no tiene
relevancia.
- ¿Cuál?
- No, no, ya podré
dormir solo era…
- ¿Cuál?
Atlas se detuvo esta vez y lo miró directo a los ojos, Belenyer por su parte le devolvió la mirada. Siempre era si, demasiado serio, o al menos demasiado dominante, retador, podía ser tierno en ocasiones pero siempre… era para conseguir manipularlo.
-
Hay mucho ruido en mi casa. – Dijo Atlas muy lentamente apenas
ocurriéndosele.
- ¿Ruido? Si allí apenas y se
oye la chimenea cuando la enciendes…
- La he estado encendiendo…
he tenido frío.
Belenyer arrugó el rostro. La
verdad no entendía nada. Atlas parecía estarle
explicando una cosa casi sin importancia pero… su rostro, su voz,
su cosmos… sentía que le reclamaban algo.
- Así
que con no prender la llama me basta para dormir en paz. – Concluyó
el cabello corto y siguió su camino como si acabase de mandar
a Belenyer al carajo.
Pero éste no lo entendía… se quedó por unos instantes atrás en el camino tratando de asimilar las palabras de su acompañante, cuando en ese momento se recordó de algo que tenía pendiente por decirle…
- ¡Atlas!. – Le llamó a lo lejos y éste se detuvo. – Hoy tampoco podré pasar por tu casa, El Señor Abel me ha pedido que pase ésta noche de nuevo por su templo.
Otra ves mi boca
insensata
Vuelve a caer en tu piel de miel
Vuelve a mi tu boca
duele
Vuelvo a caer de tus pechos a tu par de pies
- ¡¿Por qué?!. ¡¿Por qué?!, ¡¿Por qué?!
¿Por qué rayos
estaba sintiendo esto en esos momentos?
¿Por qué
justo por Belenyer? ¿Por qué justo su Señor
debía antojarse por él? ¿Por qué justo su
Señor tenía que ser su rival?
¡¿Rival?!
¡NO!.
Su
rival no era ni podía ser… él ni siquiera podría
luchar con él por Belenyer. Ese derecho se da entre iguales y
ellos dos no podían ser tratados como iguales, él mismo
estaba muy por debajo de su señor, Su Dios, eso lo tenía
mas que claro…
…¿Pero entonces…? Entonces ¿por
qué sentía esa rabia inmensa que no le había
dejado pensar otra cosa durante todo el maldito día y la
maldita noche?
…Los ojos le ardían más que nunca y
no solo por ir ya para los 3 días sin dormir, sino por las
muchas lágrimas que se le habían escapado esa noche.
Hace una hora se había levantado de la cama, cansado de dar vueltas en ella por más de 6 horas sin conseguir el sueño… sin conseguir callar la voz en su cabeza, sin hallar posición cómoda, sin tener paz.
Oyendo palabras… dos nombres… y gemidos…
No era normal lo que estaba
sintiendo… no por quienes lo estaba sintiendo. ¿Pero por qué
rayos su Señor tenía que fijarse justamente en el
hombre que él amaba?...
Se pidió a si mismo calmarse
para sus adentros. Después de todo su señor no tenía
la culpa, su señor no sabía nada de su relación
con Belenyer, eran amantes en secreto, después de todo, se
suponía que sus vidas iban dedicadas exclusivamente a él…
por eso no tenían familia, no tenían amigos y mucho
menos amores… debían dedicarse por completo al servicio y
cuidado de su Señor.
Sin embargo sus pensamientos aún
no le dejaban tranquilo.
¿Belenyer disfrutaría mas
estar con su Señor que con él?
¿Qué
haría con él? ¿Haría todo justo como a
él? ¡¿Le diría las mismas palabras? "Estos
labios son tuyos"?, ¿"Ésta boca es tuya"?...
¿"te amo"?
Atlas no hallaba como colocar los brazos, apretando su almohada como si fuese Belenyer, queriendo apartarle lo más posible de Abel. Llevarlo lejos, para luego sentir cargo de conciencia por ello. ¿Qué rayos debía hacer?...
…Lloró aún más al sentirse culpable por todo lo que sentía y temió por llegar mas lejos de lo que ya había llegado.
Labios
compartidos
Labios divididos mi amor
Yo no puedo compartir tus
labios
Que comparto el engaño y comparto mis dias y el
dolor
Ya no puedo compartir tus labios
Que me parta un rayo
Que
me entierre el olvido mi amor pero no puedo mas
Compartir tus
labios compartir tus besos
Labios compartidos
Una vez mas… el sol salió junto a ellos cuando la puerta se asomaba y el otro sol se asomaba erguido por en la puerta junto a su acompañante de las noches. Belenyer, de Coma Berenice. Atlas volvía a subir la cabeza mientras una lágrima caía sin querer en el césped. Detalle que no fue notado por los hombres en la lejanía.
Atlas se colocó de pie para recibir a su compañero cuando éste se acerco. Belenyer le miró a los ojos notando toda esa palidez nada normal, estaba demacrado, descuidado, con ojeras largas y el bigote sin afeitar, inexpresivo de palabras ni de gestos. Pero no podía decir nada, no estaban solos… la mirada de ambos se movió hacia un lado mientras la alta figura de Abel pasaba al lado de ellos por el camino de la colina cargando una pequeña cesta en un brazo.
- Belenyer… - Le llamó con su voz mientras estiraba su brazo y su mano. Belenyer observó aquella mano… mientras de reojo miraba a Atlas… preocupado en todo sentido…
Atlas permaneció inexpresivo aún cuando vio aquella mano tomar la otra y comenzar a caminar alejándose. El viento sacudió sus cabellos mientras la pareja se alejaba a espaldas de Atlas, siguiendo el camino hacia el sol que se asomaba en el horizonte. Atlas comenzó a caminar en dirección contraria: hacia dentro de aquel templo.
Una
vez allí cerró las puertas sin mucha cautela y observó
con detalle el sitio… ordenado, limpio en su totalidad, con la
mayúscula excepción de la cama…
Con las sábanas
y tendido arrugado revuelto por toda ella…
El rubio se sentó
en aquella gigantesca y elegante cama y creyó sentir, o pudo
sentir como aún ésta permanecía caliente, del
calor de sus cuerpos…
Del lado derecho dormía Belenyer,
su olor era inconfundible. Aún estando al lado de otro olor
tan potente como era el de su señor… Olor que a veces
marcaba el cuerpo de Belenyer…
Las lágrimas estaban cayendo de su rostro ahora en grandes cantidades y sin poder aguantar mas abrazó la almohada y arrugó el rostro, mientras se echó a llorar cual niño sobre aquella cama… en aquel lugar que tanto dolor le había causado en su imaginación.
Tocando el tendido en toda su extensión…
imaginando todo lo que pudo haber pasado en ese sitio. Detallando el
olor que había en las almohadas y en toda la extensión
de aquel sitio de descanso. Preguntándose cuantas veces lo
habrían hecho juntos, cuantas veces habría él
contemplado la hermosa imagen de Belenyer dormido, y robado uno de
SUS amaneceres perfectos a su lado…
¡¿Por qué
si en verdad era un Dios debía tener deseos tan… bajos?!
¿En
verdad eran bajos?
Atlas no supo que pensar…
Ya no sabía
que pensar, que decir…
Antes no sabía lo que quería
y lo que podía… pero sabía lo que debía. Pero
en esos momentos se sintió mas claro en lo que quería y
podía, pero no en lo que debía.
Un golpe de
madera le alertó inmensamente haciéndole levantarse de
esa cama a una gran velocidad. Pero al observar a su alrededor no
encontró nada… absolutamente nada…
…Excepto, una
inmensa caja…
Esa inmensa caja que Jao había traído
hace unos días.
…El regalo de Athena…
O mejor dicho,
el trato de Athena.
La nariz de Atlas sonó mientras
respiraba.
Observó como aquella caja estaba entreabierta,
se movía por el viento y sonaba golpeándose no muy
fuerte. Había sido ella la que le asustase hace unos
momentos…
Lentamente, fue acercándose hacia ella con
curiosidad. De todos modos, en ese instante nada parecía
importar pero ella había llamado su atención y por algo
debía ser, talvez era una señal…
Abrió
lentamente la caja de madera y dentro de ella pudo observar otra caja
algo más chica de metal. Entrecerró los ojos
extrañados, pareciendo comenzar a entender…
…y sus ojos
se abrieron gigantescos a la vez que una luz dorada le iluminaba
aquel rostro incrédulo...
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-
Llámeme en cuanto guste, Señor.
- Gracias mi
pequeño… gracias por la atención.
- Es todo un
honor, servir para mí. – Dijo Belenyer postrándose
ante él para luego subir la cabeza y regalar una de esas
sonrisas típicas de él… tan controladoras.
Ni siquiera Abel pudo resistir devolverle esa sonrisa, pero finalmente dio media vuelta en camino hacia tu templo y Belenyer hacía lo mismo, camino al templo de un diferente Atlas que había visto esa mañana.
Apenas puso un pie en el umbral de su templo cuando Abel volvió a voltear para observar como el rubio delgado se alejaba a paso veloz, cual gacela. Y sonrió satisfecho, pleno al tenerlo junto a él. Posó su mano en la manija de la gigantesca puerta y la abrió… dejando que la luz de afuera inundara todo el interior de su recinto por unos instantes en una gruesa línea de luz marcada en el suelo de mármol, la cual se fue haciendo mas fina a medida que la puerta se cerraba y finalmente desaparecía…
Abel dio media vuelta y subió la cabeza, para encontrarse justo frente a él, pero a la lejanía con lo que parecía no un triángulo… sino una pequeña pirámide dorada tumbada de forma horizontal y con un pequeño palillo del mismo color insertada en el medio de su base… o siendo más específicos: Con una flecha dorada.
Allí… frente a él… el más fuerte de los caballeros de su orden, le apuntaba sosteniendo el arco y la flecha pertenecientes a la dorada armadura de sagitario, señalando directo hacia su pecho.
Te amo con toda mi fe, sin medidas
Te amo
aunque estés compartido.
Tus labios tienen el control
-
¿Por qué? – Se atrevió a preguntar a Abel más
que asustado, extrañado.
Atlas estaba llorando mientras el
arco en sus manos brillaba a su mayor esplendor.
El rubio no
supo responder esa preguntaba.
De hecho él mismo no conocía
la respuesta, ni sabía exactamente cual era el motivo o cual
era el impulso que lo había hecho llegar hasta allá,
hasta esa situación. No se había acobardado a último
momento o había dado un paso atrás…
…se había
quedado tieso, intacto con el hilo de aquel arco estirado, listo…
preparado para atacar…
La pregunta se repitió ésta
vez no de los labios de Abel… sino directo hacia la mente de
Atlas.
- ¡No puedo! – Gritó Atlas no queriendo
responder a esa pregunta en sus pensamientos, llorando sin
contenerse.
- Habla Atlas…
- ¡No puedo, no debo!
-
No estás claro en lo que "debes", así que no lo
uses para justificarte.
- Yo no… no sé si… Belenyer…
-
¿Es por Belenyer? ¿Qué sucede con él?
-
No puedo aguantar esto… no puedo seguir sin tomar una decisión…
traté de acabar conmigo… pero no tuve el valor…
- ¿Y
si lo tendrás para acabar con tu Señor?
- …
Una
vez más Atlas no supo responder, sus dedos y sus piernas
estaban temblando. Su corazón iba a salir de su pecho…
igualmente ya no saldría vivo. De ninguna forma saldría
vivo. Un nudo en la garganta le hacía más difícil
el poder hablar…
…esa flecha se podía salir en
cualquier momento. No supo cuanto tiempo se quedó en silencio,
talvez fueron segundos eternos o horas demasiado rápidas…
-
Atlas… - Dijo una voz tercera en ese cuarto. Voz que hizo que ambos
otros… volteasen inmediatamente hacia la entrada mientras la puerta
se abría…
...y volvía a cerrarse. Belenyer
respiraba agitadamente después de una larga corrida.
- Baja
el arco Atlas... – Le ordenó, pero el rubio no le hizo caso.
No ésta vez.
- ¡No!. – Respondió con
convicción.
- Baja el arma. – Volvió a pedir
Belenyer dando unos pasos hacia delante.
- ¡NO! – Insistió
Atlas volviendo a estirar el hilo de ese arco amenazante, haciendo
que Belenyer se detuviera de momento asustado, pero sin demostrarlo
en su rostro.
Volvió a entrar viento a ese templo y la caja de madera volvió a sonar chocando su tapa entre abierta.
- Entonces… - Dijo Belenyer colocándose frente a Abel. – Ataca. – Ordenó con la misma seguridad. Atlas volvió a temblar.
Te amo con toda mi
fe, sin medidas
Te amo aunque estés compartido.
Tus
labios tienen el control
Estiró el hilo a
lo máximo que podía, pero sus manos temblaban, la
flecha parecía doblarse y él volvía a colocarla
derecha, estaba muy nervioso…
- ¡Ataca! – Lo volvió
a retar Belenyer ordenando con fuerza.
Atlas se sintió aún
mas adolorido, no sabía lo que quería pero hacerle daño
no era… ¡No!, ¡A él no!
Después de
un largo momento de indecisión una poderosa cosmoenergía
se elevó en el recinto, Belenyer se preparaba para atacar…
-
Si no haces nada, entonces lo haré yo. – Dijo muy clara y
seriamente, ni siquiera pestañeaba. Largos y finos hilos
dorados comenzaron a verse brillar y ondearse alrededor. Largos
cabellos de Belenyer, su arma mas letal...
El caballero con parte de la armadura de Sagitario estaba incrédulo y más dolido que nunca. Talvez, en teoría, entendía que su Señor debía estar por encima de todas las cosas, incluso por encima de sus amigos, de su familia, de su amor… y debía defenderlo por sobre todas las cosas. Pero… era eso… o era que entonces, amaba a Abel mucho mas de lo que lo amaba a si mismo…
Su rostro se arrugó incapaz de contener el
llanto. Belenyer también tenía ganas de llorar, pero
sus cabellos rodearon a Atlas, aún sin hacer presión,
danzando a su alrededor…
…Atlas parecía una estatua…
un muñeco que se había quedado quieto desde que Abel
había entrado en esa habitación, aterrado por completo,
inmóvil. Belenyer solo pudo comprender esto en cuanto comenzó
a hacer presión…
Igualmente Atlas no saldría vivo
de ese templo.
…La flecha cayó al suelo primero, y
luego el arco.
Atlas bajó el rostro, confundido,
adolorido.
Su cuerpo se fue apretando debido a la presión que ejercían en el aquellos finos hilos que se le incrustaban en la carne y le rasgaban. Abel observaba inexpresivo la escena. Lágrimas caían por el rostro de Belenyer… mientras Atlas se preguntaba que había hecho…
- …De haber sabido que ustedes tuvieron algo…
Interrumpió aquel momento esa potente voz. Los cabellos de Belenyer seguían haciendo presión, pero éste no pudo evitar el lanzar una mirada de reojo a su señor, quien pasaba por su lado, se sintió asustado… él tampoco saldría vivo ese día del templo…
- Se suponía que me eran exclusivamente fieles. Y que no guardaban más compromisos y afectos, que conmigo…
Atlas sangraba arrodillado ya en el piso, doblándose y retorciéndose, mientras observaba como aquella divinidad del par de metros se acercaba hacia él… para darle el toque final seguramente…
- Lo único que quise de ustedes, es que me fuesen fieles. Y a pesar de mis restricciones, no lo conseguí…
El rubio sangrante
bajaba la cabeza terriblemente avergonzada, sintiendo que merecía
la muerte, y no una muerte cualquiera sino justamente esa que estaba
recibiendo… con dolor de cuerpo y dolor del alma. Siendo degradado
completamente, por su Dios y por su amor… por todo lo que tenía…era
un vil traidor…
Abel recogió la flecha tirada en el
piso.
- Entonces… Atlas… ¿qué debo hacer… para que sean fieles a mí?
El Dios Babilónico
del sol alzó su brazo y en un rápido destello, una
línea dorada se marco en la mitad de Atlas y segundos después…
pudo ver como se rompían, cada uno de los hilos que le
sujetaban…
…cayó al suelo.
Belenyer abrió los ojos preguntándose que había sido eso. Atlas permanecía en el suelo inmóvil… ¿inerte?, Abel le miraba con la cabeza baja.
Solo segundos después pudieron ser negadas las sospechas de Belenyer cuando vio como la cabeza de Atlas se levantaba, aún en contra de su voluntad, estaba muy avergonzado. Sus ojos… le pedían que lo matase…
- Acaso… ¿perdonándote?
El
tiempo pareció detenerse.
Eso no tuvo nada de sentido.
El
silencio volvió a inundar el lugar. Y la incredulidad de Atlas
llegó al punto máximo. Debía ser una terrible
ironía, él no merecía eso, nada de eso…
- … ¿y entregándote a tu amor? – Agregó Abel mientras observaba a Belenyer. - ¿Es eso de verdad lo que necesitas para que me seas fiel?
No solo Atlas sentía vergüenza, Belenyer se postró sintiendo casi la necesidad de ser pisoteado y torturado como Atlas lo había sido, y seguía siendo. Sintiéndose una lacra completa, avergonzado ante el secreto… y el pecado…
- Responde,
Atlas.
- Máteme… - Suplicó Atlas. – Por favor
hágalo…
- No gano nada matándote y liberando tu
alma… me sirves mas, como guerrero.
Atlas bajó el
rostro una vez más sintiéndose completamente
desdichado, pero una mano le tomó del mentón y le subió
el rostro. Su Señor se había agachado y ahora le veía
directo a los ojos…
…Abel tenía unos hermosos y serenos
ojos azules.
- …aún no he llegado a sentir… la mitad de lo que tú sientes… por éste jovencito… - Admitió el señor con voz baja y aunque Atlas seguía tratando de esquivar su mirada sintió que no debía hacerlo porque sería desobedecer las intenciones de su santa mano. – Quédatelo…
Belenyer abrió los ojos
inmensamente hacia el suelo.
Atlas seguía llorando…
…Abel,
repentinamente, sonrió. Y se levantó.
Esa pausa y ese silencio, fue extremadamente incómodo. Únicamente roto por el sonido de los pasos de Abel al dirigirse hacia la puerta y abrirla y allí antes de irse, se detuvo al escuchar un susurro.
- Gracias…
El sol marcaba su silueta parada allí frente a la puerta.
- Gracias mi señor, es usted… infinitamente misericordioso… y hoy, mas que nunca… me siento orgulloso de… servir a alguien… como usted…
Eso…
era lo máximo que Atlas podía decir.
Con eso lo
decía todo, lo describía todo. Su incredulidad no podía
llegar a ser más, seguía pensando que esto no podía
estar pasando, él no podía haberlo perdonado pues lo
que había hecho era imperdonable, pero… lo estaba haciendo…
estaba pasando…
…Cuando el silencio retornó y se mantuvo un tiempo más Abel se retiró cerrando la puerta.
Atlas volteó a observar a Belenyer y éste
le devolvió la mirada llorosa.
- Que hermoso es nuestro
señor…
- …Si… que hermoso es. – Devolvió de
la misma forma el guerrero vestido con la armadura dorada.
Fue increíble que al continuar los días, todo siguiese mostrándose de una forma tan anormalmente normal… tan increíblemente rutinario y sencillo. Con tan solo un detalle menos… Abel ya no llamaba a Belenyer con tanta frecuencia. De verdad, había renunciado a él.
Y había
renunciado… por la felicidad uno de sus servidores.
La felicidad
de Atlas era ahora sumamente incontenible, inconmensurable e
infinita. Su incredulidad persistía al saberse aún
vivo… y con Belenyer…
Sintiéndose inmensamente
agradecido y orgulloso de servir al señor con quien servía,
pues ese señor le había recordado el por qué de
los motivos de su admiración hacia él. Era un sol, en
más de un sentido… y merecía la fidelidad que ahora
muy voluntariamente deseaba entregarle por completo. Fidelidad
completa y sin protestas que le guardaría por el resto de su
vida…
Fin.
