¡Hola holita a todo el mundo! Hacía eones que no escribía algo nuevo. Bueno, pues aquí me tenéis, continuando mi saga de historias baratas sobre las aventuras de cierta rubia y su familia. Espero que os guste la historia. Intentaré actualizar lo más rápido que pueda, pero llevar dos proyectos más los deberes y los estudios es algo difícil. Aún así, me esforzaré por hacer una historia medianamente buena.
La joven caminaba arrastrando los pies por el soleado jardín, sola. A su alrededor había chicos y chicas de más o menos su edad que se movían en grupitos y cotorreaban como lo hacían las gallinas. O, por lo menos, ese fue el primer símil que le vino a la cabeza.
Hacía años que no pisaba la patria de su madre. Sólo había estado allí una vez, de pequeña, y su único recuerdo eran esos mismos jardines. Ella jugaba tranquilamente mientras que su madre, su tía y sus abuelas charlaban sentadas en un banco. Recordaba que su primo le había tirado su muñeca que ella, encolerizada, había corrido hacia su madre, llorando a moco tendido por el berrinche. Aparte de eso, aquel lugar le era extraño.
No se sentía demasiado a gusto entre los demás jóvenes y procuraba acercarse lo menos posible. Era bastante tímida, lo había sido desde muy niña, y además tenía el aliciente de que apenas se había juntado con muchachos de su misma edad, por lo menos que ostentaran un título nobiliario. Todos sus amigos de Hamlin Garde eran campesinos, muy diferentes a esos a los que debía tratar ahora.
Mas, ¿qué estaba haciendo ella allí, en un mundo muy diferente al que ella conocía?
La respuesta era clara y simple: tenía que casarse, y pronto. Sus padres no la habían prometido a ningún hombre, a pesar de las múltiples proposiciones de matrimonio que la joven había recibido a lo largo de su vida. Debía encontrar un joven apropiado para ella, ahora que había crecido.
Pero tenía dieciocho años y no se había planteado casarse, ni siquiera se había tomado la molestia de tontear con algún joven. Su primer viaje a Gaiforte había sido completamente en vano, a pesar de los esfuerzos de sus abuelos paternos. Ahora les tocaba el turno a los maternos, y por lo pronto la suerte no cambiaba.
Rose respiró hondo, un poco harta de todo su aislamiento. Ante ella había un grupo de jovencitas que charlaban animadamente. Se acercó a ellas.
"Si tengo que pasarme los próximos meses aquí encerrada, que por lo menos tenga a alguien a quien hablar".
-Hola.-Saludó-. Quizás no me conozcáis. Soy Rose de Hamlin Garde.
Las demás muchachas se miraron desconfiadamente, hasta que una de ellas se adelantó.
-Una pueblerina…-Siseó despectivamente a sus compañeras.
Rose sintió que el alma se le bajaba a los pies. ¿Ella, pueblerina? Debían de estar de broma. Se apresuró a responder.
-P-Pero yo soy…
-Mira, pueblerina.-Le cortó una de las muchachas-. Nosotras somos jóvenes damas glenhavianas, y tú una paleta que se cree que por ser la dueña de un par de vacas se merece nuestra compañía. No eres más que una paleta, ¡recuérdalo!
Las demás rieron sonoramente con la ocurrencia de su compañera. Le dieron la espalda y volvieron a sus asuntos.
Rose se miró su sencillo y gastado vestido, su favorito. Tenía más, muchos más, más caros y ostentosos que cualquiera que poseyeran ellas. Pero simplemente aquellos trajes no le gustaban. Pero vestidos aparte, estaba furiosa. ¿Decían que era una pueblerina? Se iban a enterar de cómo se las gasta una pueblerina. Se metió en el grupillo y se acercó a la muchacha que la había increpado. La agarró del traje y la tiró a un montón de estiércol fresco que había en un rincón. Las otras empezaron a berrear, asustadas, sorprendidas y asqueadas. Rose se puso a horcajadas sobre la muchacha, sin importarle es estiércol, y volvió a agarrarla por la fina tela del vestido.
-¡Mis antepasados eran reyes y reinas cuando los tuyos se revolcaban en la mierda buscando comida, recuerda esto!
Y, acto seguido, salió del jardín andando tranquilamente, haciendo caso omiso a los insultos de las otras chicas.
Entró en el castillo y se dirigió a sus habitaciones. Ordenó que le prepararan un baño. Se quitó el apestoso vestido y se metió en la tina de cualquier manera. Estaba satisfecha por haberle dado una lección a esa maldita cría, pero a la vez se preocupaba por cómo reaccionarían sus abuelos cuando se enterasen. Terminó de lavarse. Se puso un vestido limpio.
Alguien entró en la habitación sin llamar. Rose alzó la mirada y descubrió que, para su desgracia, las noticias vuelan. Ante ella estaban sus abuelos, completamente serios.
Intentó minimizar la situación. Si venían a echarle la bronca, por lo menos que alguno de los tres sonriera.
-Vaya, hola.-Saludó.
-No veo motivo de gracia, jovencita.-Le recriminó su abuelo en tono severo.
El semblante de la joven se tornó serio. Recordó que esa misma actitud era la que tomaba su madre cuando la regañaba. Hasta la palabra "jovencita" iba incluida en el vocabulario. Ahora ya sabía de quién la había heredado.
-Rose, ¿es cierto que te has peleado con una joven? –Inquirió su abuela, usando su habitual tono sereno.
La muchacha suspiró y agachó la cabeza.
-Se burló de nuestra familia…Dijo que éramos unos pueblerinos.
Se sentó en su cama, que había pertenecido antes a su madre. Se notaba que el mueble era viejo, pero a Rose esa sensación de senectud le gustaba. Le hacía sentirse como en su casa, donde todo era viejo.
-Pero Rose, hija –continuó su abuelo, ahora más calmado-. El que te traten de campesina no significa que tengas que comportarte como una. ¿Qué diría tu madre?
Su abuela ahogó una carcajada al escuchar las últimas palabras. Rose tardó un poco en entender el motivo de esa súbita risa. Se imaginó a su madre vestida como una campesina, sucia, despeinada y animando a su hija en la pelea. También le dieron ganas de reír, más que nada porque era una situación imposible. La heredera al trono no haría tal cosa, nunca en su vida.
La mujer puso una tranquilizadora mano en la cabeza de su nieta.
-Es cierto que esa joven se portó mal, pero siguiéndola la corriente te pones a su nivel. Además –añadió, más alegre-. Debes animarte. El baile es dentro de una semana. Tus padres están de camino, y no creo que quieran ver a su hija triste.
-No quiero bailes. Por lo menos no aristócratas. Son muy estirados.
-Quizás. Pero es lo que hay, Rose.
Rose se dio cuenta de que acababa de reaccionar como una cría. Sus abuelos tenían razón, es lo que hay y punto. Tendría que aguantar el maldito baile, por mucho que se negara.
-Han venido jóvenes de todo el reino sólo para conocerte, Rose. No quiero que luego nos vengas diciendo que no has conocido a nadie de interés en el baile, porque no me lo creeré.
La joven sonrió.
