Luego de tantos meses, el flash de la cámara no lograba sorprenderlo más. No volteó la cabeza ni dejó de leer el libro que sostenía, la única señal que dio a entender que sabía de su presencia era la sonrisa que se formó en sus labios.

—Hola, hermosa. ¿Quieres que me quede así o puedo levantarme a besarte?

Otro flash sonó en el aire.

—Listo, ya puedes venir a darme lo que me debes —Lily sonreía arrogante pero sus ojos brillaban divertidos.

Scorpius se levantó mientras cerraba el libro y se acercó a ella para rodearle la cintura y besarla suavemente.

Él ya había perdido la cuenta de la cantidad de fotos que le había sacado desde que sus padres le regalaron la cámara (pero si le preguntabas a Lily, te diría la cifra exacta). Todas guardadas en un hermoso álbum, ella las atesoraba con mucho amor. Una que otra vez lo había dejado ojearlo pero siempre con el ceño fruncido y recordándole que debía ser muy cuidadoso. Él reía su seriedad (ganándose un puñetazo en el hombro, nada suave) pero la entendía porque Scorpius era igual de cuidadoso con sus libros.

—¿Cuánto tiempo estuviste asechándome antes de que te descubriera?

—Lo necesario para obtener tu mejor perfil.

—Me ofendes, pensé que toda mi cara te gustaba.

Lily rió. Sonaba igual que la primera vez que la escuchó: tan pura, tan dulce. Aunque él sabía casi mejor que nadie que detrás de esa cara de niña, ella era puro carácter y rebeldía, intensa como el fuego; intensa como el color de su pelo.