Los personajes de Yuri on Ice no me pertenecen.
"Un vistazo a la vida de Víctor y Yuuri. Conjunto de Oneshot resultantes de varios retos grupales en YOI."
El día que Victor se vistió como cosaco. (#VictorALoNativo)
Todo el aparataje a su alrededor a pesar de no serle desconocido, en verdad le abrumaba. No era bueno para las cámaras, ni qué decir para aparecer en público o encabezar alguna entrevista. Yuuri Katsuki estaba muy contento de estar tras bastidores y rehuir de los focos, cosa distinta para Víctor Nikiforov, quien se movía en medio como si fuera parte de su ambiente.
Aquellas grabaciones en tierras rusas los había tomado desprevenido. Así, terminaron abordando un viaje de casi tres horas de vuelo hasta la nueva capital del sur, la ciudad de los cosacos, Krasnodar. Parecía que sus patrocinadores estaban dispuesto a sacar todo el dinero que no pudieron aprovechar de Víctor en su año sabático en Japón; pero el ambiente era cálido y la temperatura agradable. Las calles de la nueva ciudad no estaban tan transitadas y había rastros de historias por doquier. En fin, el viaje podría ser aprovechado después de cumplir con sus obligaciones contractuales.
Durante el vuelo, Víctor le había explicado la importancia de aquel lugar y por qué había sido el escogido. Jocoso incluso comentó que la federación y el ministerio de turismo ruso prácticamente le exigió ser la figura pública de la nueva campaña de visita a Krasnodar ya que, según sus palabras, fue el embajador de turismo de Hasetsu.
—¿No parece gracioso los celos de Rusia? —le había dicho. Yuuri no supo cómo Víctor se lo tomaba tan a la ligera si de su parte se hubiera muerto de nervios.
Pero así era él, un espíritu libre, un nómada. Víctor decía que según sus abuelos seguramente por allí había un gen cosaco. Revolucionario, sagaz, indomable, como un caballo en la estepa rusa: Víctor era demasiado para ser comprendido, era una rareza fascinante por como lo viera. Y él, allí, no tenía mucho que hacer más que admirarlo y amarlo con la misma fuerza.
El llamado a Víctor entonces se escuchó. El personal se movió con prisa con sus aparatajes, acomodando todo para el juego de luces y las fotografías que iban a tomar. Estaban en medio de la calle Krásnaia, cruzando un camino verde a pocos metros del arco de triunfo, una bellísima representación que nada tenía que ver con sus homónimos en España o en Francia (que ya había visitado con Víctor). Este tenía una fachada que definitivamente distaba de ese estilo de arte.
Aprovechando la ocasión, Yuuri apuntó con la cámara de su celular antes de recibir un puntazo en su espalda.
—¡Víctor! —exclamó al voltear. Víctor justamente estaba detrás de él apuntándolo con su índice en el coxis.
—¿Qué haces que no me miras? —reclamó infantilmente con un puchero adorable. Yuuri, ahora sí, no iba a poder quitarle la mirada de encima.
Víctor vestía un kaftán rojo largo, que le confería un porte regio con los adornos que colgaban de su pecho junto a las líneas negras que resaltaba los rasgos de su piel blanquísima. Su cabello estaba ligeramente recogido por la papaja, esa gorra de piel graciosa y oscura que se alzaba sobre su cabeza. En los accesorios estaba el cinturón que sujetaba la shashka, que era como una corta espada y de su lado izquierdo un látigo que luego supo se trataba de la nagaika. Todo eran elementos que distinguían las vestiduras cosacas tradicionales.
—¿Cómo me veo? —preguntó entusiasmado. Yuuri quería decirle de muchas otras formas como lo veía, pero se sintió cohibido entre tanta gente que se movía alrededor por el set. Aguantándose las ganas de tocar el kaftán con sus manos, o jalarlo de ella para besarlo, solo le miró con los ojos brillantes que hizo afilar el candor de los ojos de Víctor—. No me mires así, cariño.
—¿Cómo quieres que te mire entonces? —dijo sonrojado, pero sintiéndose atrevido. Víctor sonrió más, como si supiera hacia donde dirigía su juego.
Para tratar de cortar ese ambiente de coquetería y travesura mutua que tenían, Yuuri enfocó la cámara para grabar ese momento en su memoria. Víctor posó y puso su mejor rostro seductor. Si Yuuri no cayó desfallecido allí, fue gracias a la cámara, sin duda alguna.
—¡Nikiforov, a posición!
Yuuri atrapó su propio labio y se sintió lleno de ansiedad. Víctor le hizo una señal a la directora del set y luego dirigió la mirada a su pareja, que parecía camuflarse muy bien entre los otros rusos, o estos se abocaban a ignorarlo.
—No me quites los ojos de encima, Yuuchan.
—No podría aunque quisiera, Vitya.
Con aquellas palabras que decían todo, se despidieron temporalmente. Víctor fue guiado por el equipo para posar entre las arboladas del camino verde; el set estaba preparado y hasta habían traído a un caballo bellísimo de pelaje marrón y cuerpo fuerte para las fotografías. Víctor subió a él con agilidad, como si lo hubiera hecho desde siempre; para Yuuri verlo solo le dio más calor. Calor que nada tenía que ver con el hecho de estar en una de las ciudades más soleadas de Rusia en pleno verano.
La sesión continuó y Yuuri no pudo quitarle los ojos de encima tal como Víctor se lo pidió. Intentaba pasar desapercibido detrás de los fotógrafos para mirarlo con atención y, a donde fuera, Víctor le dirigía la mirada y le hacía gestos coquetos que solo él comprendería. Mientras era ignorado por el resto, Víctor tenía plena atención en él: a Yuuri nada más podría importarle en ese mundo que eso. Entusiasmado, consiguió varias fotografías inéditas y se alejó un poco de las personas del lugar, para disfrutar de su nueva colección en silencio.
Al rato, Yuuri se acobijó bajo la sombra de unos de los árboles. Para ese momento, estaba cerca de la estatua de Catalina la grande.
—¡Yuuri! —escuchó a Víctor llamarlo y volteó para verlo acercarse cabalgando elegantemente sobre el caballo. Nervioso, se apartó un poco del animal a pesar de saberlo inofensivo y Víctor rio con gracia al leer el miedo en sus ojos—. No hace nada, Yuuri, ¿no quieres tocarlo?
Asintió. Claro que quería. Armándose de valor, extendió su mano para tocarle el hocico al animal y se rio cuando este resopló y movió la cabeza; en un ademán para quitarse el pelaje de encima. Víctor lo sostuvo con calma y Yuuri se movió más confiando para dejarles caricias a la cabeza del caballo. Eso hasta que se dio cuenta que todas las cámaras estaban apuntando hacia ellos.
—¡Víctor! ¿Qué hacen? —La carcajada cantarina de Víctor estalló mientras Yuuri se escondía tras él.
—Pues pensé que no había mejor manera de incitar el turismo que teniendo un turista en las fotos. ¿No te parece una genial idea?
—¡Ese no era el trato!
—¡Se me acaba de ocurrir! —Yuuri asomó su cabeza por encima del lomo del animal, provocando en Víctor otra risa divertida. Así, sin más, se inclinó un poco para sujetar el rostro de Yuuri y aprovechar que el caballo los cubría para tocarlo a gusto, rozando su pómulo rosado por el calor y regalándole una sonrisa—. Solo tienes que mirarme a mí, Yuuri. Olvídate del resto.
Víctor es un genio que nunca dejará de sorprenderlo. Un alma sin freno que nadie puede contener, un torbellino de colores y magia, el rey de hielo, una leyenda viviente, el único capaz de hacer temblar las rodillas de Katsuki Yuuri y animarlo a quebrar nuevos límites. Porque Víctor no conoce de fronteras, no le importan, es nómada. Aunque su corazón ya estuviera enamorado de lo que brotó en Japón.
Así, Yuuri se animó a seguir la tonada que Víctor dirigía con experticia y salió de su escondite para tocar el caballo y mirarlo. El tener los ojos de Víctor sobre él mientras el resto inmortalizaba el momento, le entregó un sentido de propiedad que echaría fuertes raíces en Rusia. De ese modo, la sesión de fotografía continuó, ahora con la intervención de Yuuri en ella por pedido de Víctor. El que las fotos parecieran más el encuentro de dos amantes enamorados no fue su culpa, ¿o sí?
