¡Muy buenas, estimados lectores! Tras haber probado a presentarme a algunos retos de fanfics de Disney (y de haber visto por quincuagésima vez Enredados, mi película Disney predilecta), me he acabado interesando por seguir con los oneshots, así que aquí os traigo mi nuevo proyecto. Se tratará de una serie de oneshots independientes, aunque algunos tendrán alguna relación entre sí (como será el caso del que seguirá a este primer capítulo). Espero que esta nueva locura instantánea mía sea de vuestro agrado y que sobre todo, os haga pasar un buen rato leyéndolo.

Ante cualquier fallo o duda, por favor hacérmelo saber a través de un review, y por supuesto, agradecería cualquier crítica constructiva :)

¡Sin más demora, aquí va el primer capítulo!


Rapunzel entró en la habitación aferrando el paquete con fuerza contra el abdomen; a pesar de que la espesa capa de invierno lo tapaba bastante bien, la princesa sabía que aquello no era suficiente para el perspicaz ojo de Eugene. Tenía que esconderlo cuanto antes, no quería que su marido descubriese su regalo de Navidad antes de tiempo.

-Rubiiita-una familiar voz masculina le hizo ahogar un grito; cuando Eugene la llamaba con ese tono tan dulce, sabía que tenía algo planeado para sorprenderla.

"Qué casualidad más oportuna"; pensó sarcásticamente Rapunzel mientras se apresuraba a esconder el paquete en el fondo del armario. Eugene abrió la puerta de la alcoba justo cuando lo cerró.

-¿Qué haces, cariño?-le preguntó con aire inquisitivo.

-Nada-se apresuró a responder la joven, intentando aparentar inocencia mientras apoyaba la espalda en el mueble-Sólo estaba... ordenando un poco la ropa.

-Pero si ya la ordené yo por la mañana.

-Sí, pero...-Rapunzel se rascó la cabeza mientras buscaba una excusa mejor-Pascal escondió ahí mi pañuelo.

Esta vez, la respuesta convenció del todo al regente.

-Ooh, ¡vaya con la rana!-respondió antes de soltar una suave carcajada-No imaginaba que le diera por hacer esas travesuras en plena mañana.

-Es un camaleón-le corrigió la morena frustrada, le fastidiaba que su marido le equivocase a propósito con la especie de Pascal; en cambio, él lo hacía a menudo porque le encantaba ver su expresión de rabieta.

-Lo sé, es que estás muy linda cuando te enfadas.

Como siempre hacían cada vez que "discutían" por algo así, se miraron en silencio durante unos segundos (ella con el ceño fruncido, y él con una sonrisa presumida), luego la princesa acababa relajando su rostro hasta que empezaba a reírse con ganas, acompañada por las enérgicas carcajadas de Eugene; cuando se cansaron, se observaron con ternura y zanjaron el asunto con un beso. Algunas veces se tomaban su tiempo y lo hacían con delicadeza, saboreando el instante lentamente; pero en otras, como ahora (debido en parte a que en aquella atareada mañana de Nochebuena no habían podido verse demasiado), la pasión les llamaba a entregarse ahora que tendrían intimidad por un buen rato, un par de horas para ser exactos.


Tras amarse tres veces (y de tres maneras distintas), la pareja decidió que ya era hora de volver a sus deberes reales.

-Dentro de poco será el banquete de Nochebuena-alegó Rapunzel, aún recuperando el aliento-Creo que algunos regalos te esperan bajo el árbol, amor.

Ante aquel comentario, Eugene sonrió con picardía.

-¿Sabes? A ti también te esperan un par de sorpresas, pero lamentablemente tendrás que esperar a mañana para ver una de ellas.

-¿Qué? Eso no es justo-reprochó la joven, cruzando los brazos en señal de fastidio.

-La vida a veces no es justa, querida.

-Puede ser-respondió ella al tiempo que relajaba el gesto, abrazándose su cuello-Pero las injusticias siempre son más tolerantes contigo.

-No verte sonreír siempre sí que sería una verdadera injusticia.

Permanecieron fundidos en aquel abrazo hasta que tuvieron que bajar al gran comedor para celebrar la Nochebuena.


Y así, la princesa de Corona pasó su cuarta Navidad en compañía de su esposo Eugene; de sus padres, los reyes; y de sus amigos del Patito Frito, además de todo el personal del palacio, que como cada año, estaban invitados a cenar con los monarcas.

Después de cuatro años desde que abandonó la torre, y con ella la vida de cautiva junto a la malvada de Gothel, Rapunzel por fin se sentía feliz y rodeada por personas que la querían tan to como ella a ellos.

"Ni todos los regalos, ni tesoros ni reinos podrán compararse a ésto", pensó mientras paseaba la mirada entre sus seres queridos, sintiendo cómo la mano de Eugene tomaba la suya con ternura.