Diem ex Dei
By Finnimbrun
Translation by Peace Ctrl

Título: Diem ex Dei (Part 1)
Género: General, Tragedia, Romance (?)
Personajes: Pein (Nagato), Yahiko, Konan, Madara (Pein/Konan)
Rating: PG-13 (T)
Advertencias: Violencia/tragedia. Um, tal vez muy muy vaga sexualidad (en la segunda parte).
Summary: …Pero Konan sabe, y Nagato sabe, que esto es la vida, y la vida es dolor, y la vida siempre será dolor, y no tiene sentido creer que puede ser de otro modo. Lo más que pueden hacer es atemperar su miseria. Y lo hacen. La toleran, la aguantan como sólo aquellos cuyas vidas han sido definidas por la pérdida pueden: con silencio, con resignación, sin quejas. Y así habría sido hasta el fin de sus días, si Uchiha Madara no hubiese ido a ellos durante el transcurso de la siguiente noche.

Disclaimer: No poseo Naruto. Mucho de esto proviene estrictamente de mi imaginación.

Disclaimer de la traductora: Esta vez el texto tampoco es mío. Pertenece a 'Finnimbrun'; y lo traduje porque vale la pena leerlo. El original está en mis favoritos y el link a su LiveJournal y cuenta de se encuentra en profile. Visítenlo. El crédito es de ella.


Es así:

Él sonríe. Sus ojos –ojos como nunca ha visto antes, y como nunca volverá a ver- destellan, y ella pone los cabellos negros de él hacia atrás, colocando mechones detrás de sus orejas.

Hay sol detrás de él. Su otro amigo está riendo, cerca; con una risa tosca, de chico. Es uno de esos tiempos raros del año en los que la estación seca llega al País de la Lluvia, cuando las tormentas van al sur a visitar al desierto.

Ella sonríe un poco, y se muerde el labio. Él luce bien, piensa. Tímido y raro, sus mangas son un poco largas, y su cabello sigue cayendo en esa forma que lo hace lucir aún más pequeño, más distante, pero hay algo saludable acerca del mundo hoy. Puede verlo en sus ojos. El rostro de él tiene color, y los pájaros están cantando en el cielo.

Por unas pocas semanas, el suelo es verde y puro. Caminan juntos, los tres, pero ella y él… Cuando Yahiko no está mirando, curvan sus meñiques el uno contra el otro, y se dedican el uno al otro miradas secretas, y ambos son inseguros de lo que están implicando, pero intentan asumir que no es nada más que un juego.

Comparten un lenguaje de sonrisas y risas, suyo y de nadie más.

El aire es fresco. El mundo ha vuelto a nacer. Han sido entrenados ahora. Estarán bien. Los niños caminan y respiran profundo y olvidan el hambre que los ha atormentado.

El cielo es tan brillante. Cuando ella mira hacia arriba, mariposas blancas han subido.

(¿De qué tierra vinieron, esas mariposas?)

Ella abre su boca, pero no habla, y finalmente –con el tipo de movimiento torpe que sugiere que había estado planeado todo aquello y que acababa de tomar coraje para actuar conforme a lo que quería- él toma su mano.

Sus ojos se encuentran. En días como estos, pueden permitirse esas esperanzas.

Y, sin palabras, se cuentan el uno al otro sus sueños para el futuro –por un futuro.

--

Eso es lo que Konan recuerda.

Dobla otro pliegue.

No, supone. Su mente está embelleciendo recuerdos.

Las mariposas, por lo menos, deben ser una ilusión. El tiempo la está engañando.

--

Es así:

El cielo es gris. Las lluvias han empezado a emerger de nuevo.

Tropezan dentro de Amegakure, preparados para venderse como shinobis. La ciudad es tan enorme y poderosa, debería de asustarlos, pero no. Tienen lo que les han enseñado, y se tienen el uno al otro. En sus mentes, no hay mucho que pueda tocarlos.

Aquí es dónde su memoria comienza a emborronarse.

Había perros. Ella recuerda los perros. Ladrando en la distancia, mientras Yahiko declara sus intenciones de robar comida para todos.

-Pero estamos aquí ahora –ella dice-. Ya no tenemos que hacer eso, Yahiko. Sólo esperemos, ¿sí? No queremos meternos en problemas.

Ella voltea a mirar a Nagato, esperando que concordase. Él asiente. Su cabello ha caído sobre su rostro de nuevo, y de nuevo luce tímido e infeliz, como un cachorro mojado.

Yahiko los mira a ambos.

Por sólo un momento, su expresión cambia -la expresión de alguien que ha tragado algo asqueroso. Luego, se va, dejando a Konan desconcertada.

Él lo sabe. Y ella sabe que él lo sabe. Eso no es sorpresivo; nunca fue un secreto realmente, pero lo que ella jamás podría haber anticipado es lo que ve en su reacción.

Nunca te conocí bien…

Ella lo siente.

Yahiko se encoge de hombros y ríe. –Cobardes. No vamos a obtener dinero ahora. ¿Quieren morirse de hambre, o qué?

Se da la vuelta.

De repente, Nagato habla.

-¡Espera, Yahiko! Déjame ir contigo. Yo voy a-

Yahiko niega con la cabeza con fuerza. –Aléjate, Nagato –dice, con una actitud decidida que sorprende a Konan-. No necesito tu ayuda. ¡Puedo cuidarme solo!

Nagato no se mueve. Aunque su fuerza es la mayor entre ellos, es dócil; su voluntad no es tan fuerte como la de su amigo. Suavemente, dice –Yahiko… Realmente creo que deberías dejarme ir. Sólo quiero protegerte.

La sonrisa de Yahiko está llena de tristeza.

-Lo sé, ¡y ese es el problema! No necesito tu protección, Nagato. ¿No me dijiste que Jiraiya-sensei te habló sobre crecer?

Nagato desvía su mirada al suelo.

-Sí.

-Sí, bueno, ¿cómo podré crecer contigo actuando así siempre? No puedo ser un adulto hasta que aprenda a defenderme por mí mismo, Nagato, así que gracias, pero no gracias. Tú y Konan quédense aquí. Cuídala a ella, ¿de acuerdo? No se preocupen por mí. Ya vengo.

Konan observa a Nagato cuidadosamente. Puede ver por su lenguaje corporal que quiere protestar, que quiere insistir en que su amigo no se aleje de ellos, pero como siempre, su voluntad se dobla –y esta vez, tal vez haya un poco de culpa en ello, aunque Konan no lo sabe por seguro –nunca lo supo, aún hasta hoy.

Cualquiera sea la razón, los hombros de Nagato bajan.

Él cede.

Yahiko les guiña y se va, dejando a Nagato y a Konan para que se sienten y esperen.

--

-Konan –dice Nagato-.

Ella le observa.

-¿Crees que le- ¿Crees que lo hicimos sentir como-

-No lo sé.

-Mm…

Ella mira hacia abajo, y hace otra flor. Esta está torcida, y no es muy bonita. Construida de prisa.

Está avergonzada de ella, pero cuando se la entrega a Nagato, el la toma, siempre lo mismo, y le miente, y le dice que es hermosa.

--

Una hora ha de haber pasado, y Yahiko no ha vuelto. Las primeras manchas del amanecer están apareciendo.

-Nunca debimos dejarlo ir solo –Nagato declara. Sus puños están apretados. Konan puede oír su frustración consigo mismo-. Creo que deberíamos ir a buscarlo, Konan.

Él la mira.

-Voy a protegerte –asegura-.

No estoy preocupada por mí, Nagato; casi escupe.

Está temblando ahora, sus ropas son finas y su falda deja parte de sus piernas expuestas. Se dobla un poco, empujándola hacia abajo, pero no es suficiente.

Se escurren entre los callejones, con él adelante. Konan tropieza y se raspa sus rodillas. Su cabello flota alrededor de su rostro. La lluvia cae, ahora fuertemente, salpicando su nariz.

El cielo está oscureciendo.

--

Lo que viene luego es difícil de sacar de los confines de su memoria, eclipsado por el trauma que le sigue.

Los perros están ladrando, y el viento se hace más fuerte. Gruñen por ellos.

Han alcanzado las calles principales ahora, sin importarles quien podría mirarlos mal en su condición.

Los movimientos siguientes son un revoltijo, y Konan es una pieza de origami doblada, doblada, doblada; ella recuerda un choque, un estruendo, y Nagato llamándola, y de repente las calles están llenas de hombres, y armas, y gritos, pero los gritos son enmudecidos por los perros y el viento y las órdenes siendo gritadas, y los perros y el viento, y los perros y el viento.

Debajo de la lluvia sin fin.

--

Konan oye su propia voz. Es un eco de sí misma, atontada y confusa, las sílabas son pesadas en su lengua, arrastrando su camino afuera con dificultad.

Sino, es silencioso. Ella lo nota, y salta.

Una mano encierra su cabello y lo tira hacia atrás.

-¡Nagato! –la palabra en sus labios-.

Oye una risa. No es de Nagato.

Es la risa de un hombre, como papel de lija.

Gradualmente, Konan toma en cuenta su cuerpo, el dolor esparciéndose por él, una porción de dolor se concentra en su sien, en donde ha sido golpeada. Piensa que se siente contraerse de dolor.

El mundo todavía se está solidificando, emergiendo de las sombras.

-¡Déjenlos ir!

Ese es Nagato.

Konan se retuerce para llamar la atención. Un musculoso brazo está rodeando su cintura, y la lluvia está cayendo dentro de su boca abierta.

Ella sabe, en un instante, de que no han escapado a la guerra. La guerra los ha encontrado a ellos.

-¿Konan? –escucha, en un tono asustado, y se da vuelta hasta donde puede, y ahí está Yahiko, atado, sogas rodeando sus muñecas, poniéndolas rojas.

Las suyas están en una condición similar. Puede sentirlo.

Nunca olvida la mirada en su rostro en ese momento, ni siquiera después de todo lo que le sigue.

Nagato está parado ahí, delante de ellos, y está temblando.

-¡Déjenlos ir! –llama, de nuevo. Su voz se quiebra.

Konan siente la tierra rasguñar sus pies desnudos mientras es tirada hacia atrás.

Un pie se desliza. Le toma un momento registrar que no hay nada debajo de él.

Le toma otro momento más darse cuenta de que está en un alféizar, en un edificio, golpeada y magullada, todavía despertándose, en los brazos de su captor, y la mitad de su cuerpo está colgando sobre el borde.

En la confusión de su mente, se le ocurre, muy lejos, que debería tener miedo de su inminente muerte, pero sólo ve a Nagato temblando, y el rostro de Yahiko.

Nagato se apresura hacia delante.

De repente, Konan puede sentir roca bajo sus pies una vez más.

Él retrocede. Ella sabe que él teme que un movimiento repentino resultaría en ella siendo arrojada a su propia muerte.

Nagato es poderoso; es muy poderoso. Aprendió cada jutsu que Jiraiya-sensei le enseñó. Pero Konan ve en sus ojos que duda de sí mismo, de que teme que no tenga movimientos de manos lo suficientemente rápidos y ningún jutsu lo suficientemente fuerte para evitar esto.

-Así que este ladroncito está con ustedes –un hombre dice, las palabras dirigidas en la dirección de Nagato, y luego él mira a su compañero, y empuja a Yahiko hacia arriba. La expresión desafiante de Yahiko no flaquea, excepto por sus ojos, que brevemente se inundan con miedo, incertidumbre.

Algo dentro de Konan se tuerce ante aquella vista.

Si tan sólo pudiese unir sus dedos el uno con el otro; sus muñecas están atadas juntas, así que no debería ser difícil, pero no alcanzarán, no alcanzarán, no alcanzarán-

Los shinobis en guerra no tienen diversión en su vida, y su humor es el humor de lo difícil; la alegría de lo corrompido –lo miserable- viene sólo de la desgracia de otros. Son sus juguetes ahora, Konan lo sabe. Su diversión.

-¿Qué nos darás por ellos, huh?

-Yo – Yo los dejaré vivir. Eso es lo que les daré. Si los lastiman, yo – yo voy a matarlos. Yo voy a…

Las palabras de Nagato son socavadas por los temblores recorriendo su cuerpo.

Yahiko, en contraste, está quieto, y tranquilo, haciendo muecas de disgusto. Niñito terco.

(Como siempre se ha supuesto que sea.)

-Hey –él dice, mirando a uno de los que lo tienen-. ¡Nunca voy a rendirme! ¡No soy un bebé, y no me dan miedo! Nagato y yo, vamos a-

El puño choca con su mejilla. Konan piensa que oye un crack.

Esta es la primera vez que recuerda gritar.

Frente a ella, Nagato toma la oportunidad de comenzar a formar sellos.

Un hombre se inclina cerca sobre otro, y le susurra algo rápido; ¿lo están tomando en serio? –Konan se pregunta, y luego oye:

-Aquí, niño. Piensa rápido.

Y

-Elige a uno.

-Sus sonrisas terribles, y el sofocante ruido de la tormenta-

La sueltan. Un empujón en su espalda, y ve a Yahiko junto a ella.

El mundo gira. Las direcciones no significan nada.

Y están cayendo.

Nagato nunca termina su jutsu.

Antes de morir, Konan piensa que está agradecida de que no lo ha visto a él en ese momento final.

Cierra sus ojos.

Y muere.

--

Una mano toma su antebrazo.

Nunca toqué el suelo, se da cuenta, y cree que no está muerta.

Nagato la está sosteniendo.

Lo ha hecho a tiempo para salvarla.

Pero.

Yahiko.

Sus labios logran formar la palabra.

-No mires abajo, Konan –Nagato susurra-. No mires abajo.

Él está mirando abajo. Nunca para de mirar abajo. Abajo, abajo, abajo.

Su ángulo permiten a sus lágrimas caer sobre su rostro, como lluvia caliente.

Podría haber escapado, podría haber respondido a la pelea, si no hubiese sido por ella. Podría haber salvado a Yahiko, si no fuese por ella.

Esa noche se repite en sus sueños, incontables veces.

Nagato está empujándola hacia arriba, tomándola entre sus brazos. Ambos están aturdidos. Ambos están condenados.

Él cierra sus ojos –rinnegan, ¿qué han hecho alguna vez sus ojos por él?- y las patadas comienzan, tronándolo, reverberándolo, y ella siente cada golpe, pero Nagato es silencioso, resignado, y finalmente, finalmente, Konan está llorando, resquebrajándose, porque Yahiko está muerto, Yahiko está real y verdaderamente muerto, y ahora Nagato va a morir alrededor de ella, y Yahiko podría haber vivido si ella no estuviese allí, y Nagato podría haber vivido si ella no estuviese allí, pero ella está allí, y él va a ser golpeado hasta morir aunque la proteja, y ella llora, inútilmente, y le ruega porque la abandone.

Por favor, por favor, por favor, Nagato. Déjame ir. Necesitas tus manos para tu jutsu. Por favor, Nagato, corre. Por favor, por favor. Oh, Dios, Nagato.

Como si nada, su agarre en ella se ajusta.

-No importa qué tipo de dolor tenga que soportar –le oye aspirar-.

La agonía está en pausa, la terrible pausa que le permite sentir cada golpe, que le permite saber que él se inclina más cerca, cerca, cerca, y ella está en sus brazos, no se puede mover, y ella será obligada a sentir su último aliento, y la espera es peor que las muertes, peor que nada que haya pasado antes.

Ella quiere alejarlo, pelear con ellos ella misma para que él pueda huir, pero están en minoría, arrinconados, atrapados, y de repente, ella es arrancada de él, sus ropas están desgarradas, su piel está arañada, sus uñas de quiebran en el suelo mientras es arrastrada hacia atrás. Hay risas sobre la tormenta.

Konan intenta ponerse de pie, intenta pararse. Las sogas comienzan a desgastarse contra el concreto.

Se las arregla, al menos, para poner sus dedos juntos. En instinto, trabajan en armonía, produciendo la serie de pasos que la llevarán a un jutsu.

El papel se desliza entre las restantes fibras de la soga que sostenían sus muñecas.

Es libre.

La piel de sus dedos se irrita. Oye sus imperfectos, cansados respiros, y luego ve a Nagato –ve, en un claro instante, la primer espada deslizarse dentro de él, a través de él.

Konan se da la vuelta, y golpea, y patea, sin importarle más que le pueda pasar, porque ya no tiene nada que perder más que su vida.

La shuriken de origami vuela. Gotas de sangre golpean su rostro.

Va a matarlos. Va a matar a todos lo que pueda. Lo sabe.

La lluvia está cayendo, nublando los rostros de aquellos que los secuestraron; son shinobis de Amegakure, que han vendido sus almas a la guerra, y Konan sabe, enfermizamente, que esta será la mayor diversión que tendrán en todo el mes.

Ve la empuñadura de la espada yendo hacia ella.

Luego, no ve nada más.

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-Algún día –Nagato comienza-. Cuando crezcamos, tú sabes… Nos casaremos.

Konan ríe sofocada. -¿No estás pensando muy lejos en el futuro?

Él se sonroja. La luna es brillante, mostrando un oscuro y pesado sonrojo, y él muerde su labio y se mete con el dobladillo de su túnica.

-Eres tan buena persona –ella dice, esta vez, es muy seria-.

-Bueno, tú también. Tú y Yahiko son las únicas cosas buenas que salieron de esta guerra. No sé que haría sin ustedes.

-Creo que moriría si no los tuviese.

Sigue seria.

-No digas eso. No hablemos de ese tipo de cosas, Konan.

Ella se inclina más cerca, de una vez. Cruza la distancia entre ellos. Sus manos toman el escalón en el que están sentados, apretándolo fuerte, y sus labios casi rozan la piel de él.

Nagato se hace hacia atrás.

-No todavía –sonríe maliciosamente-. No es tiempo todavía. Tenemos que esperar hasta que el momento se haga perfecto.

Ella parpadea. -¿Cuándo será eso?

Nagato luce como si estuviese pensando mucho.

-Hmm. No estoy seguro. Pero creo que lo sabremos.

Se mueve un poco, inquieto.

-Tal vez –empieza, finalmente-, cuando la guerra finalice, y cuando la lluvia termine, pero para bien.

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-Creo que ella-

Una voz, conectada a nada.

-¡Hyori! –más rápido. Más urgente.

Mi nombre no es Hyori, cree que dice, pero tal vez sólo se imagina que lo dice, porque la voz no responde.

-Hyori, creo que está despertando. Ven aquí, ¡rápido!

Konan gime y comienza a sentarse. Una mano toca su hombro, gentilmente trata de volverla a recostar. Ella entiende, una vez más, que está viva, y entiende, una vez más, que no debería estarlo.

-Agua –dice dificultosamente-.

-No vayas tan rápido, niña –la voz, calmante, suave y masculina dice-. No quieres empeorar tus heridas. Toma.

Konan siente una sustancia que sabe es sangre, se desliza por su frente, se hunde en su párpado y se detiene en sus pestañas. No puede contener los gemidos mientras el dolor se hace saber, saliendo de las esquinas de su conciencia y llenando su cuerpo. Sus extremidades se sienten pesadas, inchadas. Se arrastran. Su cabeza está palpitando. Se siente como si el dolor tratase de salir de su cuerpo, a través de su cráneo, a través de su piel.

Otra persona entra en el cuarto. Konan oye sus suaves pisadas, las huele (como jabón blanco, limpio pero no perfumado, simple) y siente su completa, acogedora cercanía.

Sus manos toman las sábanas.

Un vaso es presionado contra sus labios. Puede sentir su frío.

-Bebe –le dicen-.

Y lo hace.

Cuando el vaso está vacío, y hecho hacia atrás, Konan aprieta las sábanas más fuerte, y masculla el nombre que ninguna cantidad de agua puede evitar que queme su garganta seca: -Nagato.

-Ese debe ser el otro.

Las palabras son habladas de uno de los extraños al otro, pero Konan las capta. Sus ojos se ensanchan.

-Esta es una casa sanación –dice el extraño masculino-. Soy Suwayamaru, y esta es Hyori.

Él indica a la mujer.

-Somos ninjas médicos –ella agrega-. Pero pobres. No tenemos muchos suministros aquí. Pusimos este lugar por caridad, para dar alivio por la guerra.

La guerra nunca puede ser evadida.

Konan inhala. Sus ojos cansados miran alrededor en la habitación. Escasamente amueblada. La suya es la única cama. Una para una noche, sin muebles, además. Ahora que sus sentidos están despiertos y alerta, sabe de la lluvia golpeando las paredes y el techo. A través, alrededor, como otra música metiéndose en la primera, oye los gemidos del enfermo, del adolorido, del moribundo y del apenas vivo.

Quiere preguntar sobre Nagato. No lo hace, no puede hacerlo. Teme a la respuesta, y sabe cuál será.

Todavía aturdida, Konan junta sus labios, los muerde, mira hacia abajo en su regazo, y es ahí cuando se estremece, cuando las lágrimas comienzan de nuevo. Es una masa de escalofríos, sola con los heridos y los enfermos, en ese lugar oscuro, en la sombra de la lluvia. Su cabello se pega a su rostro e irrita sus ojos, hasta que sus puntas están mojadas también.

Estoy muerta, piensa.

Sus padres, sus amigos, Jiraiya-sensei, Yahiko.

Nagato.

Ya nada queda.

La mano de Hyori baja hasta su hombro.

-Tu amigo está vivo.

Esas eran palabras que Konan jamás podría haber anticipado. Aplastan su ensueño –aplastan sus lágrimas, aplastan todo.

-Llévenme con él.

No se pierde en ella que el rostro de la mujer dice que Nagato está muerto, sin importar que sus palabras contradigan su sentimiento.

-Todavía estás sanando, niña –Suwayamaru dice-. Deberías quedarte en cama por ahora.

-Llévenme con él –Konan repite-. Por favor.

Adolorida como estaba, sale de la cama y se choca contra el suelo. Konan se levanta a sí misma en sus manos y rodillas, su cabeza todavía grita que hay una aguja de metal detrás de sus pestañas, clavándose dentro de sus huesos. Un dolor más silencioso nace de sus costillas, y cree que una está rota, si no es que varias, pero no importa; nada de eso importa. Esas eran pequeñeces ante lo que Nagato debía estar soportando.

Lo que Yahiko ha soportado.

-De acuerdo –la ninja médico llamada Hyori ayuda a Konan a pararse-. Te llevaré con él, si te conforta. Pero, niña, deberías saber que él no… Él no está en buena forma.

Konan ya había adivinado aquello.

Está temblando por dentro, aterrorizada de lo que debe haber quedadado de Nagato cuando lo vea de nuevo.

Pero lo que sea, él sigue vivo, Konan ya ha sido dicha de que está vivo, y eso es más de lo que creía verdadero –no, no soportaría verlo a él; todavía muy en carne viva. Konan debe superar su miedo, debe estar cerca de Nagato sin importar nada, porque él necesita su ayuda, porque no importa la condición de su cuerpo, él es Nagato, el que la protegió –el que trató de protegerlos- a pesar de su dolor.

El futuro está en un pasillo sin luz, pero el presente es aún peor; solitario, con los fantasmas y la lluvia.

Entonces Konan va hacia él.

Descalza, un traje cubriendo sus finas piernas. Se balancea, sus dedos se enganchan, y ella tropezaría, si no fuese porque Hyori la está ayudando. Los brazos de Konan cubren su pecho y continúa mientras intenta ignorar sus heridas; el dolor es todo sobre ella ahora, palpitando, como si se hubiese asentado, como si se escurriese dentro suyo lentamente. Como si perteneciese allí.

Se siente mareada y liviana, sus movimientos sin gracia se sienten elegantes, como si fuese un espíritu; un ángel.

No. Konan es sólo una chica, haciéndose paso en el piso polvoriento, por un camino que siente como si no terminase en esperanza. Su visión es todavía tan defectuosa que apenas puede ver diez pasos hacia adelante.

Media delirante, es detenida abruptamente, oye la vuelta de una llave en la cerradura junto a ella, y luego es empujada, suavemente, en la habitación.

Konan se da cuenta del olor, antes que nada. Es el hedor de pesada medicina y soluciones de limpieza, tratando y fallando en enmascarar la fetidez de la sangre y pudrimiento.

El olor es peor, de alguna manera, que la vista.

El cuarto está desnudo, excepto por una pequeña cama cubierta con finas sábanas blancas. Bajo las sábanas está la figura de una forma –un hinchado cuerpo humano, inmóvil.

Konan todavía puede oír la lluvia.

Sin dudarlo (aunque escucha una voz detrás de ella, hablándole, insegura, y ella sabe que la ninja médico quiere advertirle de nuevo), va hacia un lado de la cama, hacia un lado de Nagato, donde pertenece.

Donde siempre ha pertenecido.

Más cerca ahora, puede ver que las sábanas están manchadas. Nagato está muy vendado. Hasta su rostro está cubierto, y tal vez esta es una de las gracias que el destino le ha dado, porque Konan no está segura de poder soportar el dolor que ella sabe está escrito en su rostro.

-Ellos… Lo siento –Suwayamaru dice-, pero no voy a mentirte sobre la severidad de esto. Fue atravesado con una espada, pero eso no comprometió ningún órgano interno. Sin embargo, eso es sólo el comienzo.

Konan cierra sus ojos.

-Tu amigo. Lo oprimieron y lo pusieron en el fuego. Creo que llegamos a él rápido, pero aún así, con la cantidad de daño en los tejidos que ha padecido, es un milagro que siga respirando.

-Tal vez no sobreviva esta noche –Hyori interviene-. Sería muy sorprendente si logra atravesar los días que vienen, y aunque lo haga, no hay mucho que podamos hacer por él. Nunca será capaz de vivir una vida normal, y si sobrevive, siempre necesitará a alguien que lo cuide.

Las siguientes palabras –que Konan no recuerda, luego, quien las dice, o si ambos lo hacen, porque todo se ha convertido surreal – Lo siento. Lo siento tanto.

No responde.

No tiene palabras.

Se arrodilla ante de la cama, y presiona un lado de su rostro en el espacio vacío junto a Nagato, y descansa, con los ojos abiertos, así. Nagato no se mueve; no abre sus ojos. Konan inspira.

Está esperando por él.

Ella siempre va a esperarlo.

--

Durante los siguientes días, alimentada por pan y agua y rebanadas de fruta, el cuerpo de Konan se recupera del incidente. Días y noches se mezclan juntos, convirtiéndose en un ritmo sombrío que no tiene noción del tiempo, no tiene noción del espacio, sólo el sentimiento de estar moviéndose o de estar recostado. Sueña pocas veces, y cada vez que lo hace, ve a Yahiko; oye a Nagato decirle que no mire hacia abajo, ve el rostro afligido de Nagato, imagina el cuerpo de Yahiko.

Se pregunta, en las primeras horas de la mañana, cuando la luz del amanecer cae sobre la tierra: ¿Qué se debe haber sentido, el haber hecho concientemente la elección de salvar a un amigo y no al otro? ¿Qué se debe haber sentido mirar abajo, para ver a tu amigo morir – saber que murió porque no elegiste salvarlo, saber que esa fue la visión final de Yahiko en este mundo?

Sólo había tiempo para salvar a uno de ellos. Y ella estaba más cerca.

La culpa de que ella está viva y de que Yahiko no –de que vive porque Yahiko ha muerto- es un dolor del que Konan sabe nunca va a recuperarse.

Y todavía, comparado con el infierno en donde Nagato debe estar, es nada.

Nagato no conoce nada excepto el dolor.

Ella ayuda, cuidadosamente –tan cuidadosamente- a limpiarlo y reemplazar sus vendajes. Todavía está en carne viva. Su piel ya no es suave y pálida; está quemada hasta un rojo furioso, ampollada, y partes de ella han caído, revelando capas sensibles que no pueden hacer nada más que doler. Lo que queda de su cabello negro eventualmente cae.

Konan desearía poder abrazarlo, pero tocarlo sólo aumentaría el sufrimiento.

Entonces se sienta cerca, y espera, y observa, y le habla, y le canta, y trata de confortarlo; el chico que ha sufrido por ella.

Un día, Nagato se sienta, de repente, y Konan se apresura a su lado.

Sus ojos abiertos, sus párpados habiendo quedado de alguna manera intactos.

-Yahiko –dice, las sílabas poco más que inhalaciones en el aire-.

Konan menea la cabeza.

Es verdad que hallaron a Nagato rápido, o de otra forma estaría muerto. La quemadura es peor en sus pulmones, en su garganta. Ella puede oír los estragos que las flamas y el humo causaron en sus adentros. Su voz es rasposa, jadeante; forcejea contra la palabra.

Y cuando Konan menea su cabeza, Nagato se queda quieto.

Los ninjas médicos intentan compensar su pérdida de fluidos. Una vez que despertó, continúa despierto. Nagato se sienta, y no cesará en sentarse, aunque lo alientan a que se recueste.

No habla de nuevo.

Si Nagato llorase, o gritase, o indicase vida a través de un sonido, podría haber sido menos atemorizante, Konan piensa.

Pero no lo hace.

Clava su mirada en la ventana, en el crepúsculo gris y plateado acortinado por la lluvia y cortado por la puesta de sol roja.

Konan ya no intenta hablarle. Sabe que él hablará primero, cuando esté listo.

Si alguna vez puede estar listo de nuevo.

Se sienta al lado de su cama, doblando flores y pájaros y cosas más, y Nagato mira abajo hacia sus manos, donde la piel podrida cae alrededor de sus uñas.

Despacio, ellos pasan el tiempo. Despacio, el tiempo los pasa a ellos.

Huérfanos, esperan, sin esperanza, en un universo infinito de dolor.

--

Luego que sus vidas han terminado. Antes de que su posvida haya comenzado. Este es el interludio.

En el mundo ninja, la máquina humana crea y es recreada. El espacio de una batalla podría verse como que la vida de un shinobi termina, o es alterada por siempre. Es así como Konan y Yahiko y Nagato se convirtieron en Konan y Nagato; es así que, en menos de una hora (aunque se siente más como una pequeña eternidad) la vida de los niños es arruinada una vez más, sus esperanzas son dejadas atrás, lavadas con la inundación, arrojadas muy, muy abajo, con Yahiko, en ese lugar y en ese momento y en ese incidente que Konan no puede imaginar. Es un sueño.

Pero no para Nagato, que lo vió todo, que permaneció despierto por el dolor.

Konan sospecha que, por él, lo que viene después es un sueño.

El ojo rinnegan, como ella lo entiende, permite una mayor agudeza en la visión.

Así que debe haber visto cada detalle.

No cree que vaya a olvidar uno solo.

Konan nunca pregunta. Nagato nunca comparte sus memorias.

Como un cambio de estación, Konan, Nagato y Yahiko se tornaron en Konan y Nagato. Nagato pierde su belleza y poder; atrapado ahora en un cuerpo que se marchita, y nadie sabe cuánto podrá recuperarse, pero Konan sabe, y Nagato sabe, que esta es la vida, y la vida es dolor, la vida siempre es dolor, y no tiene sentido creer que puede ser de otro modo. Lo más que pueden hacer es atemperar su miseria. Y lo hacen. La toleran, la aguantan como sólo aquellos cuyas vidas han sido definidas por la pérdida pueden: con silencio, con resignación, sin quejas.

Y así habría sido hasta el fin de sus días, si Uchiha Madara no hubiese ido a ellos durante el transcurso de la siguiente noche.

--

-Estoy sorprendido –dice el extraño en la puerta-.

Konan se gira, ligeramente.

-El que aún esté respirando ya es sorprendente. El que esté conciente y sentado es otro tipo de espectáculo.

Tú no sabes nada, Konan piensa, sin maldad –porque no lo sabe.

Durante la semana o algo desde que ella ha estado allí, los órganos de Nagato han comenzado a fallar; luego de su pico inicial, cuando abrió sus ojos, su salud ha caído en picada.

Más tubos han sido añadidos a su cuerpo, que corren por su nariz, bajando por su garganta, bombeando nutrientes. Perforan las venas en sus brazos y filtran los desechos de sus riñones. Y aún así, Nagato no se moverá, no hablará, no mirará en dirección a Konan –o en la de ningún otro.

Lleno de medicación, monitoreado cada hora, y curado con jutsus médicos, Nagato es un cadáver conciente. Sus sanguinolentos ojos rinnegan miran, siempre, afuera en la ventana.

Aunque luce para todo el mundo como si estuviese despierto y presente, Konan sabe que no es así, de ninguna de las dos maneras.

-Sin embargo –el extraño continúa-, supongo que no debí haber esperado menos del chico destinado.

Esto capta la atención de Konan, y se da la vuelta completamente, dando al hombre toda su atención.

Está vestido todo de negro, con una capucha negra, y algo de pelo negro asomándose.

Lo que la golpea más, sin embargo, son sus ojos.

Son poderosos, esos ojos. Ojos dominantes. Amenazantes y despiadados. Konan conoce a la guerra. Ojos como esos vienen antes de la guerra, y crean guerra.

-¿No vas a preguntarme quién soy?

-Me lo dirías, si quisieses que lo supiera –contesta, sin dudarlo-. Me preocupa más saber para qué estás aquí.

-Niña inteligente y audaz –empuja una silla vacía y se sienta junto a ella, cruzando sus brazos sobre su pecho-. La respuesta te sorprenderá. Estoy aquí para encontrar a dios.

Dios ha abandonado estas tierras, Konan casi dice, o, Yo ya no rezo. No creo en ningún dios. En lugar de eso, dice, -No sé de qué estás hablando. Esta es una casa de sanación, no un lugar de culto.

-Me pregunto si quedarán lugares de culto por aquí. ¿Tiene esta tierra necesidad de dioses todavía?

Konan no responde.

Un destello ilumina los ojos del hombre.

-Dijiste que te diría quién soy si quisiese que lo sepas. Te lo diré. Yo soy el que hace dioses.

-Esto no tiene nada que ver conmigo –Konan replica. Está muy cansada para estar teniendo esta discusión. Si está loco, mintiendo, o diciendo la verdad, no está interesada en cosas que no le conciernen. Todo su tiempo está dado para cuidar a Nagato; apenas tiene tiempo suficiente para cosas que le conciernen, aparte de eso.

-Tiene algo que ver contigo, y todo que ver con ese chico.

-Estás aquí por Nagato –no es una pregunta-.

El extraño pone sus manos sobre sus rodillas. –Hay una historia –comienza-, del rinnegan. ¿Sabes de ella?

-Sí. Es una técnica ocular muy poderosa.

Jiraiya-sensei le había dicho eso.

-Lo es, pero eso es sólo el comienzo. Supongo –y sus ojos se entrecerraron, ahora-, que tu sensei olvidó mencionarte que hay leyendas y profecías sobre el rinnegan. Pertenecía a Rokudou Sennin, el Sabio de los Seis Caminos, y esos seis caminos son la clave del resurgimiento de tu amigo.

Ante esto, Konan siente que su corazón late más rápido.

Así que el extraño –Madara- se pone de pie, y le informa de su nombre, y le dice lo que Jiraiya no. El siguiente que aparezca con el rinnegan es el objeto de una profecía; él traerá paz al mundo, o lo reducirá a polvo.

-El chico predestinado –Madara dice-, y está recostado ahí delante tuyo, siendo alimentado por tubos. ¿Pero qué me dirías, -qué harías- si te dijese que puedo darle nuevos cuerpos, una nueva identidad? ¿Cuál sería tu respuesta, si insisto en que puedo convertir a este chico en el dios que debería haber sido?

Konan toma la madera de la silla y la sostiene fuertemente.

No puede estar segura de que él dice la verdad; no ha dado ninguna prueba, ningún signo de que él es todo lo que dice, pero sus ojos insisten en que lo es, y semejantes ojos no pueden esconder su poder.

Su vida le enseñó que nada viene sin un precio. A veces, el precio está más allá de lo que se cree capaz de tolerar. Ella considera esto brevemente, sopesándolo en su mente, pero Konan despacha ese recelo rápidamente, porque ella ya lo ha perdido todo, ¿Y qué no daría para tener el alivio de Nagato? Él la cuidó, protegiéndola a costa de su propio dolor.

-Lo que sea –dice. Su boca está seca-. Lo que sea que quieras, si puedes librar a Nagato de su dolor.

No hay vacilación en sus sentimientos. No hay dudas.

Cuando Madara sonríe, no es una sonrisa para nada. Eso es lo que Konan piensa mientras observa sus labios curvarse. Es como una espada, como una burla, como algo infeliz que se retuerce bajo la piel, y la piel obedece el comando de sonreír, de mala gana, pero no hay alegría en sus ojos.

Después de todo lo que ella ha visto y soportado, Konan todavía debe resistir la tentación de estremecerse.

-Sonríe, niña. Ese rostro triste no te queda bien.

Ella observa, desconfiada, mientras él se acerca a la cama de Nagato.

-¿Niños, ustedes creen que han muerto? Pues bien. Hoy, tú serás revivida como un ángel, y él será un dios.

La sonrisa se amplía, y Konan siente como la corta como a un papel.

-¿Qué dios –Madara dice- no se hace más poderoso de la muerte y la resurrección?

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Hay seis caminos del dolor. Más precisamente –y Uchiha Madara no es nada más que preciso- este es un jutsu que separa el alma en seis, metiéndola en seis cuerpos. Hay religiones que argumentan que Dios es tres en uno; o uno en tres, o ambos, simultáneamente. Ahora, Nagato, huérfano con el rinnegan, está por convertirse en seis en uno, y en uno en seis.

Seis cuerpos, y Madara cumple con su palabra cuando los provee, y Konan no pregunta de dónde los obtuvo, pero uno, el último, la hace pensar.

Y hace pensar a Nagato.

-El lo querría –Madara insiste-.

Es imposible describir el estado de conciencia que habita en Nagato.

Madara habla con él, a menudo, mientras Konan se sienta pacientemente y dobla sus manos en su regazo, observando, tratando de discernir los movimientos de la boca de Nagato, de discernir si emergen palabras, o sólo sonidos rotos.

Su voz rasposa por el tubo que lo corta. Sus ojos son vagos, no revelan nada.

Pero debe ser capaz de entender, a veces, porque hay momentos en los que sus ojos se ponen perspicaces y brillantes, y ahora, a palabras que Konan no puede oír, Nagato asiente.

-Aún caído, y muerto este corto tiempo, el cuerpo de tu amigo será lo suficientemente fácil de reparar. Más fácil que el tuyo, porque no cayó desde tan alto como para quebrarlo en pedazos. Su espina es lo que se quebró.

Las luces de los candelabros vacilaron, doblando las sombras de los vendajes de Nagato, mientras que Konan dobla papel, dobla su falda sucia.

Continúan con esto, porque no tienen nada más que perder, sólo sus vidas.

En el cuarto de madera, entre los gemidos y los gritos de aquellos que están sufriendo, con las ventanas abiertas por el viento de la noche, en el medio de esta gran guerra, Uchiha Madara alinea los cuerpos (y nadie lo detiene, a nadie le importa; él entró en este lugar, y nadie lo ha cuestionado, porque hay una guerra, y la gente está ocupada, demasiado ocupada para importarle), y presiona sus dedos el uno contra el otro.

Parece más bien un triste, satírico ritual que un jutsu.

Pero es un jutsu.

Konan mira a Nagato. Nagato mira a Konan. Y el corazón de Konan se estremece, porque Nagato no sólo está mirando en su dirección. La está mirando a ella. Mirando a ella.

Se miran el uno al otro en este instante final.

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Creyeron que no tenían nada más que perder.

Se habían olvidado –o no consideraron- sus almas.

Para chicos como lo eran ellos, ¿qué era el alma más que el prometido quinto elemento, destinados a alzarse a un lugar en el que no tenían fé?

Un alma, por definición e ironía, es algo que sólo entiendes y conoces por su ausencia.

Aún así, vas un rato con incertidumbre; los ojos y el cuerpo se cansan, la mente deambula, y los deseos, la alegría, se pierden, y entonces viene un día en el que ves a un espejo, y no conoces nada detrás del rostro que contiene, y sostienes un objeto preciado, aunque lo valoras como un peso muerto en tus manos, y no hay sentimentalismo.

O miras a una persona preciada, una que crees has amado toda tu vida, y sabes que lo amas, porque la memoria te dice que lo has amado, y en todas tu memorias, y tu cerebro, hay conocimiento de que lo has amado, deberías amarlo, y lo amas.

Y aún así escuchas a tu mente decirte que hay más de lo que puedes sentir, y te preguntas qué queda de ese hombre, de ese amor, y de ti. La vida se convierte en una serie de susurros de esa voz, diciéndote lo que sientes.

Es ahí cuando te das cuenta, finalmente, de lo que has perdido.

Es ahí cuando Konan se da cuenta, finalmente, lo que ha perdido.

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Seis cuerpos. Seis tipos de dolor. El de Yahiko, sabe Konan.

Madara les informa que el alma de Nagato será dominante, pero para que ese jutsu funcione, su forma original debe permanecer con vida. No puede decir si las otras almas estarán presentes, -pero él absorberá su dolor. El dolor de cada cuerpo. No será meramente Nagato, sino algo más.

Nagato, y dolor. Pero para Konan, no puede dudarlo, él seguirá siendo Nagato.

Lo peor viene cuando el jutsu finaliza, cuando las manos de Madara están quietas.

Konan se inclina hacia delante. Madara toma su hombro y la empuja hacia atrás.

-Observa –le dice, mirando a su rostro expectante-.

Es ahí cuando Nagato grita.

Las uñas de Madara se hunden en la piel de Konan mientras ella intenta ir hacia delante, intenta escapar.

-Paciencia –su voz contiene trazas de desdén, molestia, y diversión-.

Nagato se precipita en sí mismo, desgarra los tubos, y el chico que ha estado quieto, tan moribundamente quieto durante todo lo que ha pasado antes, está gritando, sus ojos mojados con lágrimas –no, no deberías llorar, no llores, Nagato, porque todavía tienes que conservar tus fluidos- y luego, luego. Luego.

Su cuerpo choca contra el piso.

El sonido hace que Konan se sienta enferma.

Konan se vuelve hacia Madara, furiosa, queriendo golpearlo, queriendo herirlo, porque el prometió; él prometió, pero, -Paciencia –dice de nuevo-. No terminó, Konan. Mira.

Lo hace.

El cuerpo de Nagato no se está moviendo. Está ahí, como un cadáver envuelto.

-Él no -

Y luego lo ve.

Mientras Nagato yace liso sobre su estómago, otro cuerpo se mueve.

Era-

Sus dedos tiemblan, pero se hacen hacia adelante, como para tocar.

-¿Yahiko?

Pero no lo es. No lo es. Ella sabe que no, pero no puede detenerse, no puede evitar preguntar.

Brazos estirados, y Konan sabe que está viniendo, sabe lo que hay que esperar, se lo han dicho en gran detalle, pero sus ojos aún están ensanchados, y aún, por la luz de las velas, en el pequeño, sofocante cuarto en donde a nadie le importa (a nadie le importa), el cuerpo de Yahiko –ahora reparado, entero, y suave- mira hacia arriba, la mira a ella. La mira a ella. Y.

Y ve círculos concéntricos.

La mirada en sus ojos es esa que tenía el día que se volvió loco.

-Konan. –Cuando habla, es con la voz de Yahiko, pero Yahiko nunca usaba ese tono ondeante, incierto-. Konan, -repite-, ahí estás.

Madara deja ir a Konan.

Ella cruza la distancia que había entre ella y Nagato-en-Yahiko (que se ve como Yahiko, pero es Nagato, -Nagato), y no hay tiempo para ellos para estar incómodos, no hay necesidad, porque sus brazos se envuelven alrededor del cuerpo del otro, y se abrazan.

Ella puede oír su corazón. Su piel está calentándose con la suya.

Por un momento, esto es todo lo que importa.

(Y todo lo que ha pasado antes es-)

(Todo lo que ha pasado antes.)

Otros cuerpos se están moviendo. Sombras se extienden por las paredes, removiéndose en la luz, pasando frente a los ojos de ella.

(Nagato no lo hace.)

-La aldea es suya –la voz de Madara es profunda y grave y retumbante, severa, salen con un temblor de excitación. Los anima, esa voz. Los sostiene. Los eleva, aunque Konan piensa que oye en ese tono el destino que la someterá el resto de sus vidas-. El país es suyo. El mundo es suyo. Todo lo que tienen que hacer-

Todo lo que tienen que hacer.

-…Es limpiar el camino para mí.


Translator Notes: Hermoso fic, ¿huh? Ya saben, links y demás a la AUTORA ORIGINAL; FINNIMBRUN; en mi profile. Visítenlos, si pueden leer en inglés. El crédito es de ella. Gracias por leer. La segunda parte está pendiente. Por favor ténganme un poco de paciencia (: