—Lamento mucho que tuvieras que venir a este evento conmigo, en especial después de todo lo sucedido —Le dijo su padre en el trayecto a casa, con la mirada fija en los mensajes de texto de su celular.

—No pasa nada, ¿Nathalie se encuentra mejor? —Quiso saber el menor, la mujer siempre había parecido tener un sistema inmune parecido a un roble, fuerte e inquebrantable.

—Por supuesto, solo necesita descansar. De cualquier manera, mañana tendremos que cumplir con nuestras agendas sin su ayuda.

—Entiendo —La mirada verde se posó en el paisaje cambiante y su mano se posó de nueva cuenta en su mejilla, bajo la mirada de su padre.

—¿Te duele algo? —Adrien giró su cabeza de manera brusca y con la duda marcada en el rostro.

—¿Perdón? —Se obligó a preguntar, sin saber muy bien a qué venía la pregunta de su padre. El mayor entrecerró los ojos antes de negar con la cabeza. Más para si mismo que para su hijo, que no se atrevió a preguntar a qué se refería.

Y es que Adrien no se había dado cuenta de esa acción que había realizado por inercia durante toda la tarde. En el trayecto hasta el evento de beneficencia, cada vez que quedaba al margen en una conversación e incluso a la hora de la cena.

Su mano iba una y otra vez a su mejilla, ahí donde su piel hormigueaba y la calidez se expandía a todo su cuerpo, provocándole una sonrisa casi imperceptible, tanto para él como para la mayoría de las personas a su alrededor.

Los Agreste bajaron del auto cuando este se encontraba en la mansión y se desearon una buena noche, antes de desaparecer cada uno por una puerta del lugar.

—Hoy ha sido un día movido, ¿no crees? —Le dijo el rubio a su amigo, que no había perdido el tiempo para dejarse ver.

—No me lo recuerdes, podría dormir toda la semana después de esto —Las orejas del pequeño ser se fueron hacia abajo, un gesto igual de adorable como melodramático.

—Una fortuna que en el evento tuviesen queso para ti —Se burló el adolescente, recordando la cara de asombro de algunos de los camareros que pasaban a su alrededor y que, de un momento a otro, ya no tenían ni un pedazo de queso sobre sus bandejas.

—Eso fue como Navidad, pero mejor —Aseguró el gato más animado. Adrien sonrió para su amigo.

—Será mejor que nos preparemos para dormir, no sé si tendrás oportunidad de descansar toda la semana.

El kwami asintió y subió al tapanco, dejando que su portador se cambiara el traje de tres piezas a favor de su pijama y después entrara al baño a lavarse los dientes. Cuando Adrien caminó hasta su cama se encontró con Plagg acostado sobre el calcetín que había decorado semanas atrás, sacándole una sonrisa que mantuvo hasta que se cabeza tocó la almohada.

—Descansa, Plagg.

—Sueña con camembert.

Los minutos pasaron, la respiración se acompasó y la mano de un Adrien medio dormido regresó a acariciar su mejilla. Ahí, donde Marinette lo había besado.

De verdad eres un completo ciego. Pensó Plagg que había observado la escena y que parecía ser el único que sabía todo. Cielos, hasta la llamaste ¨la Ladybug de tu vida cotidiana¨.

Plagg se giró sobre su lugar dispuesto a dormir, ese ya no era momento para pensar en la buena mala suerte de su portador; aunque no podía evitar preguntarse si el día de mañana Adrien seguiría tocando su mejilla, reviviendo la escena en su mente sin siquiera saberlo.

Maldición. Guiar a este tonto me va a costar una de mis siete vidas.


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