Mente
Un Fanfic de Naruto, por Raven
1ª Parte: Id
Miró su reflejo en el espejo, y un joven de pelo largo y negro y mirada sombría le devolvió la mirada. Nada más. Lo que él era estaba contenido en ese exiguo marco de madera, y el resto no eran más que etiquetas creadas por el resto de la gente.
Sasuke Uchiha. El último de los Uchiha. Gennin número uno de su promoción. Hermano. Hijo. Amigo. Alumno.
Vengador.
Sólo etiquetas. Cierto. Pero¿sería el mismo si careciera de ellas? Lo dudaba. La gente ya no se molestaría en echarle miradas de admiración, o de envidia, o de compasión incluso, si careciera de los carteles que el resto del mundo le había adjudicado. E incluso esas etiquetas, socialmente aceptadas, habían pesado profundamente en todas las elecciones que había hecho en su vida. Por lo cual ya no sería el mismo, si careciera de ellas.
Aunque sería bonito por una vez ser un don nadie que pudiera desaparecer entre el gentío sin que nadie se percatase.
Pero un don nadie jamás podría matar a Itachi.
Itachi. La mera mención de su nombre hacía que le hirviera la sangre. Un velo rojo cubrió su mirada. Solo quería matar. Matarle. Rompió de un puñetazo el espejo que hacía segundos reflejaba su rostro. Ahora, le devolvía la mirada como un ojo reticulado de insecto, de cuadrículas de frío solidificado, cada una dando forma a lo que tenían delante suyo de la manera que podían. El conjunto tenía un perfil vagamente reconocible, pero aún así se veía horriblemente deformado. El puño se había cubierto de sangre, brotando de una herida entre los nudillos del dedo corazón y anular, y las gotas de sangre caían en el suelo con una cadencia regular, haciendo un ligero plic que reverberaba en la vacuidad casi espartana de su habitación. Con un violento golpe, casi con desprecio, abrió el cajón desvencijado donde guardaba algún que otro medicamento que podría ser útil en una emergencia. Cubrió su herida con desgana, ocupando su mente en asuntos que merecían su atención en mayor medida, como en qué misión le ocuparía Orochimaru en un futuro cercano. Miró los pedazos de cristal que estaban desperdigados por el suelo. No se molestó en recogerlos. Ya lo haría por él alguna criada.
El palacio de Orochimaru estaba formado por dos edificios claramente diferenciados. Por una parte, el edificio de la izquierda guardaba las dependencias de administrativos, armeros, desarrolladores de nuevas pociones y armas, el aspecto creativo en general. Por otra parte, en el edificio derecho vivían soldados, ninjas, tropas de choque, y en los niveles más altos, los generales de los ejércitos del Sannin. Ambos edificios sobresalían como estacas plantadas en la tierra, y ninguno de los ocupantes de cada una de las dos torres se mezclaba con los vecinos de la otra torre, bajo una severa pena. El sanctasanctorum de Orochimaru, contrariamente a lo que la gente solía pensar, no se hallaba en la cúspide de ambas estructuras, sostenida por alguna clase de complejo entramado para dominar desde los cielos todos sus dominios, sino en un punto medio situado entre las bases de ambas torres, al cual cualquiera de sus subordinados podía llegar a través de unos amplios túneles. Esa era la mayor comunicación con el exterior que los que abarrotaban ambas colmenas gigantes podían esperar, salvo por alguna misión u ocasión especial, pues ni siquiera disponían de ventanas con las que asomarse a la vida que se desarrollaba afuera. Era algo que Sasuke no entendía. ¿Para qué construir una estructura tan alta, si no se podían avistar los posibles enemigos que se podrían acercar, ni siquiera disfrutar las vistas que se podrían atisbar desde una altura tan elevada? Era un sinsentido, pero no estaba en su haber el cuestionar las decisiones de Orochimaru.
Se cruzó con Kabuto mientras se dirigía hacia las estancias personales de Orochimaru. Estaba mirando por una ventana completamente redonda, perfecta.
No se molestó en saludarle. Nunca le había gustado Kabuto; le parecía un pelota relamido incapaz de hacer algo sin el beneplácito de Orochimaru.
Sin embargo, Kabuto parecía haberse levantado con ganas de conversación esta mañana.
- Hola, Sasuke.
Sasuke contestó con una evidente desgana.
- Hola, Kabuto.
Kabuto pospuso unos segundos su contestación. Retomó el diálogo cuando Sasuke estaba a punto de irse.
- ¿Te has levantado con dudas esta mañana, Sasuke¿Te sientes reticente por algo?
A Sasuke le sorprendió la pregunta. Por lo general, Kabuto no intercambiaba con él más de cinco palabras seguidas. Por alguna razón, algo indefinible en su voz hizo ponerle nervioso.
- Nunca tengo dudas, Kabuto. Deberías saberlo.
- Cierto. Se me olvidaba. Sasuke, nuestro hombre de acero. Siempre férreo, sin sentir duda, ni arrepentimiento, ni deseos de revisar su pasado. Siempre adelante.
- ¿Tratas de decirme algo?
- No. Simplemente te hacía un comentario. Tú nunca pones en duda nada de tu vida¿verdad? Ni tus amigos… ni tus prioridades… ni la realidad que te rodea…
Sentía la mirada de todos los jueces que habían pisado la Tierra clavándose en su piel, mientras los verdugos afilaban sus hachas para la inevitable conclusión. Gruesas gotas de sudor perlaban su frente.
¿Qué le estaba pasando?
- ¿Eh?
- No entiendes. Bueno, algún día lo harás.- Entonces Kabuto se giró, y Sasuke vio que sonreía, con una sonrisa que enseñaba toda su dentadura. No era la clase de sonrisa que quisieras ver en tu competidor o rival más cercano. –Algún día entenderás que, cuanto más cosas des por supuesto, peor será el retroceso que sufras cuando caigas. Recuérdalo, Sasuke. El orgullo precede a la caída.
Siendo su única opción disponible en ese momento, Sasuke observó la habitación en la que se hallaba. Lo que no se podía negar de Orochimaru era que no fuera teatral o manierista. La habitación que usaba como recibidor se adecuaba perfectamente a la personalidad de su dueño: misteriosa y sugerente. De paredes oscuras, luz escasa, parcialmente neblinosa debido al incienso y a las hierbas que se consumían en estilizados trípodes de metal, y de los cuales emanaba una ligera humareda que se acumulaba en el techo y en el tercio superior de la habitación. Austera, solo contaba con una alfombra en la cual las visitas se debían arrodillar – nadie entraba en la habitación como un igual del ocupante- hasta que Orochimaru decidía que eran merecedoras de su atención. Cuando decidía hacer acto de presencia, ni siquiera se presentaba en persona. Su silueta se podía vislumbrar tras un enorme biombo que cubría toda la habitación, acompañada por una luminosidad rojiza que servía como única fuente de iluminación de la sala, y que le daba un ambiente recargado y sombrío similar al de un teatro chino; su voz, susurrante y melosa resonaba como si atravesara toda una serie de velos hasta llegar al interlocutor. En conjunto, la experiencia de una conversación con su superior tenía una atmósfera nebulosa como la de un sueño, o terrorífica como la de una pesadilla. Dependiendo de la persona que te describiera la experiencia.
Ahora mismo, la única persona ocupando la estancia aparte de él mismo era una de las asistentas de Orochimaru, una esbelta mujer de ojos rasgados, abundante maquillaje facial, pelo liso y enfundada en un traje rojo que dejaba poco lugar a la imaginación. Aunque no se tratara de una vista precisamente desagradable, Sasuke no hubiera despreciado que apareciera Orochimaru y le hubiera dado las instrucciones para poder largarse de aquel lugar, que le provocaba escalofríos. Sin embargo, lo que ahora le correspondía era obedecer y esperar.
Tras un tiempo que no se le antojó a Sasuke ni demasiado largo ni demasiado corto, la partida de la inmutable asistenta y la silueta que atravesó de izquierda a derecha el biombo, sentándose en un invisible trono, evidenció la llegada de su fantasmal maestro. Como siempre, permaneció delante del muro de papel que levantaba entre ellos, sin mostrar intención alguna de abrirlo ni de mostrar su rostro a su subordinado. Desde su llegada hacía ya tres años a la guarida del infame ninja, ni un solo momento había visto ni un mínimo detalle de su faz, y Sasuke jamás había mostrado la iniciativa de atravesar la fina capa de papel que les separaba para observar los rasgos de su benefactor. No quería forzar los límites de su paciencia, que no eran excepcionalmente elevados, sabiéndolo por experiencia.
Una respiración pesada y susurrante se hizo eco entre las cuatro paredes. Por la peculiar arquitectura de la estancia, la voz parecía provenir de cada uno de sus rincones.
- Ah… pequeño Sasuke. Veo que acudes a mi llamada. Sigues la voz de tu amo, como un buen perro. Bien.
Cada vez que Orochimaru le llamaba era la misma pantomima, siempre lo mismo. Posiblemente lo hacía para recordar continuamente quién estaba encima y quién estaba debajo. Viejo asqueroso.
Sasuke no contestó a su provocación. Con el tiempo, había aprendido a seguir los complicados patrones que le permitían diferenciarse de aquellos pobres desgraciados que acababan alimentando a las bestias que habitaban en el corazón del palacio de Orochimaru por cometer un mísero desliz en las tareas de protocolo. Por ello, media población de ambos edificios vivía en un estado de pánico perpetuo, causado por las estrictas exigencias de su monstruoso patrón. La otra mitad estaba demasiado loca como para preocuparse por semejantes detalles.
Orochimaru siguió con su grotesco parloteo.
- Posiblemente te preguntarás por qué te he mandado llamar. Siempre has sido un muchacho de lo más inquisitivo, pequeño Sasuke. Pero dejemos de divagar y dediquémonos a materias más importantes…
" Hay un pequeño pueblecito a un día de aquí. En realidad, se trata de una aldeucha perdida en el bosque, alejada de cualquier contacto con la civilización, y que no le importaría a nadie. Si no fuera porque en ella tiene su residencia un sabio gurú conocedor de extrañas y misteriosas técnicas capaces de deformar nuestras percepciones y de poder reestructurar completamente todo lo que un hombre da por supuesto en su ciclo vital. Necesito a ese hombre. O mejor dicho, necesito aquello que él posee y que nadie más puede darme. Así que irás en compañía de Kabuto a dicho pueblecito, y me traerás lo que quiero. Utilizad los métodos que sean necesarios. Me da igual que convirtáis el pueblo en una montaña de cadáveres abrasados, pero traédmelo.
Eso significaba carta blanca para
(matar mutilar arrasar violar destrozar)
hacer todo lo que estuviera en su mano para cumplir la misión. Genial. Le encantaban esa clase de misiones. Solían acabar mucho antes que las que requerían del uso de diplomacia o tacto.
- ¿Alguna pregunta?
Obviamente se trataba de una pregunta retórica. La pregunta había sido formulada con un tono que no sugería que el que la había realizado fuera a tolerar algo tan claramente molesto como una pregunta.
- Bien. Puedes irte.
Dando gracias por poder largarse ya de esa habitación, que le ponía los pelos de punta, se levantó. Los músculos de su cuerpo estaban entumecidos por la larga espera, pero logró disimularlo. Si había algo que Orochimaru no soportaba eran las muestras de debilidad.
Cuando ya estaba a medio camino de la puerta, la voz sibilante de Orochimaru formó ecos una vez más en la sala:
- Te consumes por ello¿verdad? Sueñas con ello cada noche, cada día… tu ambición devora el resto de tus pensamientos. Lo noto cada vez que vienes aquí… veo el fuego que hay tras la aparente docilidad con la que cumples mis órdenes. Crees que no lo veo, pero… no puedes escapar de mi visión -De detrás del biombo surgió un áspero cloqueo que bien podía ser o una risotada o un acceso de tos- Cuando vienes aquí deseas descorrer el velo que me cubre¿no es así?
- Yo no…
- Cállate. No te he dado permiso para hablar. Tus visitas aquí son más reveladoras de lo que tú te crees. Cuando vienes aquí, me desprecias… me temes. Desearías acercarte al muro de papel que nos separa, y abrirlo con violencia. Deseas ver mi rostro… el rostro de tu benefactor. Deseas verme en mi trono. Y sustituirme.
Sasuke no respondió.
- Adelante, pequeño Sasuke. Cruza el velo, y contempla lo que hay detrás.
Sabía que no debía hacer caso de lo que decía. Obviamente, Orochimaru le estaba poniendo a prueba; su destino dependía de aquello que hiciera a continuación. La prudencia y el sentido común le advertían en contra de seguir las instrucciones de su jefe, pero una voz interior, más poderosa, una mezcla de curiosidad y de algo indefinible le urgía a acercarse y abrir la puerta. Ante un extraño, juraría estar bajo el hechizo de la voz de Orochimaru, pero en el fondo de su ser sabía que el impulso de cruzar ese umbral era únicamente suyo.
Abrió la puerta.
Un rayo de luz que atravesaba la bóveda que formaban las copas de los árboles del bosque despertó a Sasuke. Se deshizo de la modorra con una ligera sacudida de cabeza y se incorporó del improvisado lecho de ramitas y hierba que había construido apresuradamente la noche anterior, solo para ver como Kabuto le esperaba, correctamente vestido y con cierto deje de impaciencia en sus gestos. Obviamente, esperaba que Sasuke hiciera lo propio.
Tras desayunar los restos del conejo que habían cazado la noche anterior, se pusieron en marcha de nuevo, sin intercambiarse ni una sola palabra. Llegaron al pueblo en un rato que a Sasuke se le antojó excesivo. En realidad, llamar "pueblo" a aquel conjunto de chamizos mal organizados alrededor de una especie de voluminosa villa central que hacía las veces de mercado, ayuntamiento y vivienda era un tanto exagerado; aquel tugurio probablemente no aparecería en ningún mapa cartografiado que mereciera tal nombre. Ni siquiera los lugareños daban el comprensible recibimiento esperable en una comunidad de estas características, pues al fin y al cabo una pareja de forasteros representaba noticias del mundo exterior, y una más que jugosa probabilidad de comercio, ya fuera por productos portados por los extraños o por la manufactura local. En cambio, los mugrientos habitantes del villorrio huían, asustados, de los recién llegados; se introducían correteando como ratones en sus casas y atrancaban los postigos de las ventanas con toda la presteza que sus manos entumecidas por el terror les permitían.
Al llegar a la plaza central, Kabuto y Sasuke eran dos estatuas solitarias que se erguían en el espacio vacío del recinto.
- Parece que la población no nos ha recibido con mucha alegría, Sasuke- comentó Kabuto con media sonrisa en el rostro- ¿Tú que opinas?
- Puede que al estar en un lugar tan apartado, reciban con cierta regularidad las visitas de bandidos y bandoleros que les prevengan frente a las visitas de dos caminantes desconocidos que surjan de la nada -respondió Sasuke con el ceño fruncido- Eso, o alguien les ha avisado del motivo de nuestra visita. Una posibilidad que no me voy a molestar en contemplar. Nadie es tan idiota como para ser espía en el palacio de Orochimaru.
- Yo no lo habría expresado mejor. Venga, vayamos a presentar nuestros respetos a la comunidad.
La puerta más cercana a Kabuto estalló hecha pequeñas esquirlas de madera cuando éste la alcanzó con su puño, envuelto en un fantasmal haz de llamas azuladas. Dentro de la estancia, se acurrucaba una mujer que intentaba escudar a sus dos hijos y aparentar más valor que el que en realidad albergaba.
- ¡Largo, demonios¡Iros de nuestra pueblo, y no volváis¡Aquí no hay nada para vosotros!
- Si que lo hay. Dénoslo, y nadie tiene por qué salir herido. Nos iremos por el mismo camino por el que hemos venido. Pero si no lo hacen… bueno, le aseguro que no les gustará esa posibilidad.
- ¡No podéis llevaros al sabio¡No tenéis derecho¡Sin él, la aldea morirá!
Por primera vez, Sasuke intervino en la conversación.
- Me gustaría saber cómo puede morir algo que ya está muerto.
Intercambió una mirada con Kabuto.
- Parece que habrá que tener seriamente en cuenta la posibilidad de tener un espía en palacio, Sasuke.
- Informaremos de ello a Orochimaru cuando regresemos.
- ¡No ha habido ningún espía¡Es el sabio¡Pudo ver que dos personas de negro corazón se dirigían a la aldea, para secuestrarlo!
Sasuke enarcó una ceja con escepticismo.
- ¿Dónde está ese sabio?
- Nunca te lo diré ¡Nunca¡Puedes hacerme lo que quieras, jamás permitiré que alguien tan bueno como el sabio caiga en las manos de alguien como vosotros!
Sasuke se acercó con pasos felinos a la mujer, lacónico e inescrutable. Parecía un tigre jugando con la última presa que había capturado.
- Tienes unos niños preciosos.
La mujer retrocedió dos pasos, con el semblante retorcido por el terror y la comprensión, intentando cubrir mayor superficie de espacio, intentando hacer desaparecer a sus hijos dentro de su silueta.
No lo consiguió.
- ¿Q-Qué¡Deja a mis hijos, monstruo¡Ellos no tienen nada que ver con todo esto¡Son inocentes¡Deja…!
Fue tan rápido que ni siquiera llegó a ver la mano moverse. Al instante siguiente, una ligera ráfaga de aire cruzó su oreja izquierda, moviendo suavemente su cabello. La mujer, lívida por el pánico, giró con lentitud su cuello, engarrotado y rígido, sabiendo lo que iba encontrar detrás suyo.
Quince centímetros de frío acero sobresalían de la frente de uno de sus hijos. El kunai había impactado justo entre ceja y ceja, con precisión quirúrgica. Un hilillo de sangre que bajaba por el canal de la nariz era el único testigo de la herida. Los ojos del niño aún miraban al frente, con la típica expresión aborregada de los pequeños, como si todavía no se hubiera dado cuenta de que había muerto. Fue una ilusión fugaz; el niño se desplomó en el suelo como un saco de patatas, sin vida.
A la madre le costó unos segundos asimilar la horrible visión del cadáver de su hijo cubriendo de sangre el suelo. Su mente se había atascado, incapaz de aceptar lo que estaba viendo, incrédula ante algo que ni en sus más febriles pesadillas había pensado que le ocurriría a ella, buscando una manera de negarlo todo, sin éxito. Algo saltó en su interior. Profiriendo un chillido inhumano, escalofriante, cogió un cuchillo de encima de la mesa. Se lanzó contra Sasuke, un manojo fibroso de odio, desesperación y deprecio por su propia vida, un torpe intento de venganza que a Sasuke no costó desarmar. Con una mano, le quitó el cuchillo; de un golpe seco, le aplastó los huesos de la muñeca. Con la otra mano, levantó el delgado cuerpo de la mujer, y lo estampó contra la pared más cercana.
- Bien. He matado a tu hijo. Dinos dónde está el sabio. Si no nos lo dices, mataré a tu otro hijo.
La mujer lloraba en silencio, lloraba por su hijo, lloraba por el dolor de su muñeca rota, lloraba por el pueblo. Como escupiendo un alimento podrido, se lo dijo.
- Entrad en la tercera puerta a la izquierda contando desde aquí. Debajo de los sacos de grano, encontrareis una trampilla. La trampilla leva a la vivienda del sabio.
Sasuke esbozó una fina sonrisa.
- Gracias.
Y con un suave giro de muñeca, le rompió el cuello.
El cadáver cayó al suelo sin hacer ni un solo ruido. Sasuke se giró hacia el niño superviviente. En sus ojos no había nada, solo un horrible vacío, desprovisto de toda emoción pese a la dantesca escena que había presenciado, más cercano a la desapasionada curiosidad de observador distante. Ni odio, ni miedo, ni tristeza, ni desespero… nada que pudiera indicar que, segundos antes, había contemplado como unos desconocidos había asesinado brutalmente a su madre y a su hermano.
- ¿Y tú qué miras, chico?
Su pelo, de color negro azabache, le daba cierto aire de familiaridad. El niño, simplemente, se encogió de hombros y empezó a jugar con una pelota de goma, lanzándola contra la pared.
- Bah, déjalo, el shock habrá sido demasiado fuerte. Tenemos cosas más importantes que hacer, Sasuke.
Al salir de la cabaña, Sasuke empezó a notar cierto extraño malestar. Al sumergirse de nuevo en la bruma de la mañana, unos febriles temblores progresivamente más intensos empezaron a azotarle. Su mano temblaba como hojarasca en mitad de una tormenta, y su visión se tornó cada vez más borrosa. Los recuerdos que había intentado reprimir toda su vida volvieron a salir a flote… en su mente volvió a ver a su padre, intentando plantarle cara a Itachi… la alegre belleza de su madre contorsionada en una horrible mueca de terror, clamando piedad por la vida de su marido… sus tíos, abuelos, parientes… sus caras de incredulidad y horror cuando Itachi los pasó a cuchillo a todos. Las pequeñas cápsulas de dolor envasado le impactaron con la cadencia de una ametralladora; y todo el impacto emocional, el shock que sintió cuando llegó a su casa y vio los cadáveres amontonados de todo su clan pudrirse bajo la luz de la luna llena, volvió a azotarle de nuevo.
Kabuto observaba su sufrimiento con una fina sonrisa en la cara.
- ¿Qué te pasa, Sasuke? Tengo entendido que no es la primera vez que masacras una familia…
Al final, logró mantener la compostura. Tomo apoyo en una pila de cajas llenas de una materia inidentificable, y con la mano limpió las enormes gotas de sudor que perlaban su frente y sus mejillas
- Estoy bien. Vamos; tenemos cosas que hacer.
Siguieron las instrucciones de la fallecida mujer. Debajo de los sacos de grano encontraron la trampilla prometida. No tuvieron ninguna dificultad en bajar por el túnel que nacía bajo el suelo, hasta la puerta que conducía hacia la vivienda del sabio. La puerta era de doble hoja y de marco ovalado, adornado con complejas filigranas talladas en la madera, la primera evidencia de lujo desde que habían llegado al pueblo. Se respiraba poder en el aire, un aire pesado y pegajoso por la electricidad estática. Era claro que habían dado con lo que buscaban.
- Vaya, parece que nuestro sabio vive muy bien.- comentó Kabuto.
- Si. Más nos vale entrar preparados; a saber lo que puede ocurrir si ese hombre es capaz de predecir el futuro.- respondió Sasuke.
Abrió la puerta.
Abrió la puerta. En un principio, la oscuridad imperante tras el biombo, envolvió a Sasuke. Al rato, sus ojos se acostumbraron a la densa negritud, y empezó a reconocer formas y contrastes. En mitad de la sala, vio el trono… o más bien, creyó atisbar una voluminosa masa oscura que coincidía con las dimensiones del trono de Orochimaru. Dio un paso al frente. Como por arte de magia, todas las lámparas de aceite de la estancia se encendieron al unísono, llenando de una luz trémula la habitación.
Áspides. Culebras. Cobras. Víboras. Coralillos. Mambas. El suelo estaba cubierto en su íntegra totalidad con cientos, miles de serpientes, una orgía cárnica de cuerpos tubulares que se arrastraban y se deslizaban unos encima de otros. Los reptiles se amontonaban hasta encima del trono, cubriendo la tapicería de terciopelo negro que debería ocupar su legítimo dueño, del que no había ni rastro.
Sasuke se retiró, asqueado. Había estado a un paso de caer en ese pozo de palpitante carne de ofidio
- Esto es lo que querías¿no, pequeño Sasuke? Ver dónde habías metido tu preciosa cabecita¿verdad? Pues ahora ya lo sabes.
Una cobra sentada en el trono le enseñó los colmillos a Sasuke y siseó sonoramente.
- Te has introducido en la boca de la serpiente, y ya no hay vuelta atrás.
Cuando horas después, dirigiéndose junto a un taciturno Kabuto hacia el pueblo en el que se desarrollaría su misión, observaba la blancura tersa e impoluta de los muros ovoides del palacio de Orochimaru, esas palabras aún formaban ecos en su cabeza.
Abrió la puerta. Una fuerte vaharada de aire fuertemente perfumado con los vapores del incienso recién quemado les dio la bienvenida a la estancia, que contenía una exigua cantidad de pertenencias: un par de trípodes de los que emanaba el denso humo de la consunción del incienso, y una desvencijada mesilla de café en el centro de la estancia. El sabio se situaba encima de una pila de almohadones raídos, efectuando la posición del loto, meditando placidamente con los ojos cerrados. Detrás suyo se encontraba una enorme y brillante disco amarillo, construido a semejanza de un orbe solar, y que le daba cierto aire mesiánico al apacible anciano que parecía no percatarse de la presencia de los dos intrusos.
- Así que vosotros dos sois aquellos que me buscan. Soñé con vuestra llegada.
- Si ha soñado con nosotros, sabrá por qué estamos aquí.
- Habéis matado a varios habitantes de este pueblo.
Lo dijo con un tono de voz neutro, sin reproche en sus palabras, simplemente constatando un hecho.
- No parece demasiado afectado por ello.
- Vida y muerte son los dos ciclos bajo los que se rige nuestra existencia. Al igual que la vida, la muerte es parte de la naturaleza, pero nos empeñamos en temer su llegada, inconscientes de la parte que representamos en el plan cósmico. Ninguna muerte es irracional, al igual que ninguna vida lo es; simplemente, somos incapaces de ver el patrón.
Sasuke y Kabuto intercambiaron una mirada, sin comprender qué había querido decir el viejo con esas palabras.
- Ambos estáis aquí en busca de un conocimiento, pero seguís los pasos de otro. En definitiva, estáis ciegos: desconocéis la verdadera naturaleza de aquello que habéis venido a buscar. Tenéis una visión errada de vuestras percepciones.
- No nos interesa…- empezó a decir Kabuto, pero fue interrumpido con un gesto por Sasuke.
- Espera. ¿A qué se refiere?
El viejo sonrió.
- Sabía que tú reaccionarías a mis palabras. Llevo toda una vida esperándote aquí, Sasuke.
- ¿Cómo sabe mi nombre?
- Aunque no lo sepas, soy tu primer y más viejo amigo
- ¿Y por qué me esperaba?
- Porque te veo lleno de preguntas que deseas responder, pero no sabes cómo.
- Yo no estoy lleno de preguntas…
- Si que lo estás. Son preguntas que no pueden ser formuladas, ya que su respuesta podría sacar a flote aquellos recuerdos que has enclaustrado en lo más profundo de ti mismo, recuerdos peligrosos.
Sasuke resopló, aburrido de tanta cháchara inútil.
- Mire, todo eso es muy bonito, pero actualmente no me importa lo más mínimo seguir ese rollo del "conócete a ti mismo". Mis prioridades son otras.
- Ah, si… y para mí, son tan claras como el agua. Quieres acabar con él¿verdad?.
De repente, el rostro de Sasuke, pasó del aburrimiento al interés en la velocidad del rayo.
- El conocimiento que te ofrezco te permitirá completar los objetivos que te propones… y alguno más que ni siquiera te esperabas. Pero, ten cuidado. Para conseguir lo que te propones, tendrás que superar unas terribles pruebas, afrontar todos tus peores temores, volver a ver a antiguos compañeros… e incluso enfrentarte a ellos. Además, es posible que tu venganza no se lleve a cabo de la manera que tenías planeado.
La decisión estaba marcada en la cara de Sasuke.
- No importa. Dígame qué tengo que hacer.
El anciano le alargó su manos, fibrosas y llenas de callos.
- Ven a mí.
Por primera vez, el anciano abrió los ojos. Eran ojos joviales, azules, llenos de vida. A Sasuke le resultaban horriblemente familiares, y despertaban en él viejos sentimientos de añoranza. Una luz cegadora empezó a cubrir la estancia, progresivamente mas intensa. Todo se hacía indistinguible por momentos, y antes de que todo se desvaneciera en el fulgor blanco, Sasuke alcanzó a escuchar unas palabras arrastradas por el viento:
- Ego sum lux animae.
CONTINUARÁ
